PATRICIA BRECCIA
Mucho texto

#14 | It’s very difficult

Si te quedás solo en una isla desierta con un libro en una lengua que desconocés por completo, ¿podrías llegar a aprenderla?

Estas últimas semanas fueron inusuales para mí. Tengo que hacer una entrevista in English and I feel so embarrassed because my English is not very good. Lo que más practico son explicaciones y disculpas, sorry.

Esto me tiene imbuida en un mundo paralelo hecho de videos en YouTube, movies y chats en los que escucho y hablo de cualquier cosa, excepto de lo que me rodea. In English, Argentina no existe y resulta que se siente una especie de alivio al habitar un mundo más leve. Como estar flotando. Porque cuando las palabras son más difíciles de encontrar, cuando las frases hechas desaparecen y se vuelven vanas, cuando no hay nada firme de donde agarrarse, aparece lo impensado y, aunque parezca contradictorio, hay algo confortable en no sentirse nunca del todo seguro con lo que decís y escuchás.

Así que acá estoy, meta listening y speaking. Soy Dora, la exploradora.

Los ratos de ocio tampoco se desaprovechan, así que le hice caso a Gustavo Noriega con una de sus recomendaciones y me puse a ver Wyatt Earp and the Cowboy War, una serie documental dramatizada que es un diez absoluto de entretenimiento. Tanto, que mi pobre inglés flotó relajado y feliz durante el fin de semana. Hay que decir que Netflix no tendrá un contenido destacable, pero es la plataforma con la mejor interfaz de todas las disponibles: uno se mueve ahí intuitivamente y sin renegar, si dejaste un capítulo a la mitad, ahí aparecerá al otro día o a los tres meses; todo está en su idioma original y también con todos los subtítulos disponibles, a la mano y fácil de cambiar. Si lo dejaste con subtítulos en inglés, así aparecerá a la vez siguiente. Es una gran serie, con Ed Harris en la voz, y con todo lo que tienen que tener las historias del Oeste. El relato está tan bien armado que uno se va olvidando de que es un documental hasta que cada tanto aparece algún experto –sumando algún comentario totalmente prescindible para la trama– como para hacerte acordar en qué género estabas.

Cada vez que veo cosas como estas (Estados Unidos contándose a sí mismo) y las comparo con nuestra escasa narrativa histórica, me acuerdo de Sarmiento y su Facundo. Qué libro. Parafraseando a Rosas: ¡así se cuenta, señores!

Y en eso ando, así que creo que no sería un mal plan, después de la faking entrevista, meterme con algunos idiomas desde cero. Después de todo, tal como dije en una de las primeras entregas de este newsletter, ser políglota es mi superpoder deseado. Sé lo de la elasticidad del cerebro y cómo se va perdiendo con los años, pero estuve viendo los videos de un señor que después de cumplir 60 se puso a aprender por su cuenta nuevos idiomas, además de los cinco que ya hablaba, y ya entiende más de veinte lenguas: ahora está embarcado con el turco. También me volví adicta a esos videos sobre curiosidades de los idiomas, raíces comunes entre lenguas aparentemente alejadas y, sobre todo, a los que cuentan sus experiencias aprendiendo cosas por su cuenta y en poco tiempo.

Hace un par de meses, en una librería de usados de Buenos Aires (por Corrientes, bajando unas escaleritas, de la mano de Güerrin, no tengo más precisiones), mi hija se compró un libro en ruso. No lee ni habla una sola palabra en ruso, pero le gustan los libros en distintos idiomas; dice que confía en aprenderlos. Y ahí fue cuando, volviendo al hotel por la 9 de Julio, empezamos a ensayar distintos métodos extremos de inmersión en un idioma para quizás no dominarlo, pero sí comprenderlo. Después del planteo de una serie de escenarios posibles (ninguno incluía un instituto o algo parecido a la enseñanza formal), nos quedamos con uno lleno de restricciones autoimpuestas: quedás solo en una isla con un libro en una lengua que desconocés por completo. Acá viene la pregunta: dado un tiempo, no infinito porque te vas a morir, pero sí razonablemente extenso, ¿lo entenderías?

Resolvimos que el libro a) no tiene ilustraciones b) es una novela, por lo tanto mantiene escenarios, tono y personajes más o menos estables c) está escrito en un alfabeto como el nuestro o, por lo menos, con la misma base y algunas variantes tipo la o tachada del noruego.

No llegamos a una respuesta satisfactoria esa noche y al día siguiente la hicimos extensiva a otros porque también así nos gusta perder el tiempo. Mi otra hija rechazó de plano la pregunta, las hipótesis y las especulaciones: bajo ningún concepto perdería el tiempo intentando aprender noruego o cualquier otra lengua en una isla desierta si puede dedicar ese tiempo a buscar agua, comida y algunas ramas para construir una balsa como hizo Tom Hanks en Náufrago. El S.O.S. sobre la arena, agregó, si bien tiene escasas chances de ser visto, una vez hecho esto, su comprensión está garantizada.

Seguí dándole vueltas al asunto. Imaginé que, a poco de andar en la lectura, uno sería capaz de reconocer y diferenciar los verbos de los sustantivos y adjetivos, que empezaría a sonarnos algo así como la música del texto, una cadencia detrás de la cual hay una estructura gramatical, las constantes de la sintaxis. Me gusta pensar que si caigo en la isla con, pongamos, Hellemyrsfolket de Amalie Skram, autora noruega de la que no sé nada, tampoco sobre el argumento de su novela, y sólo pude enterarme de que son cuatro tomos, tendré la posibilidad de poner a prueba el experimento y comprobar si se puede aprender una lengua sólo con un texto y tiempo.

Si en el buscador ponés cómo aprender un idioma, las primeras opciones que te ofrece para autocompletar son: por tu cuenta/rápido/desde cero/con ChatGPT. Algo radicalmente diferente está pasando con el aprendizaje y no sé si lo estamos viendo.

Para tener algunas pistas bastaría darle una ojeada a todo ese universo de autodidactas que hay en la red: los que sintieron curiosidad por algo, buscaron, probaron y fueron constantes, los que se obsesionaron y empezaron a grabarse y subir sus videos, los que consiguieron seguidores y después sponsors y después más seguidores. Miles, a veces millones.

El american way of life llevado a escala mundial y hecho de divulgadores, gurúes, influencers, periodistas, podcasteros, músicos y editores de entrecasa que se vuelven virales y ricos y famosos para horror de los institucionalizados. El largo brazo del Estado no los alcanza (¿cuáles Estados podrían ser esos?), no hay burocracia que los detenga.

Me acordé del caso de Aníbal, un profesor de Física de la UBA, que por unos días irrumpió en los medios; eso quiere decir que salieron un par de notas en la tele y en los diarios. Es un docente del CBC que en 2019 creó el canal de YouTube, Física en segundos, para explicar algunos conceptos y se hizo muy popular entre los alumnos. Hacia fin de ese año publicó un video breve diciendo que una autoridad de la universidad lo llamó y le dijo: “Vos no podés hacer esto que estás haciendo, es incompatible con la labor docente; yo te sugiero que cierres el canal y continuarás con tu cargo como siempre; si vos no cerrás el canal entonces te estás arriesgando a que se te expulse de la universidad”.

Ahí es cuando apareció en los medios.

Me gustaría saber qué fue de Aníbal.

Si uno busca su canal, verá que siguió adelante, que tiene 579 mil seguidores y que el último video fue cargado el 15 de febrero de 2022: “Cómo hace una heladera para enfriar”, que acumula más de 405 mil visualizaciones. Hay también una cuenta de TikTok con el mismo nombre, con 570 mil seguidores, pero en los dos últimos años subió sólo dos videos. Sigo googleando y lo encuentro como streamer en el catálogo del canal TEC, “una iniciativa de la Dirección de Articulación y Contenidos Audiovisuales del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación” que nació a mediados de 2022 y que tiene 68 mil suscriptores. Los videos de Aníbal en Twitch llevan el mismo nombre: Física en segundos y, si no vi mal, el último fue publicado el 28 de noviembre de 2023.

Me intriga saber por qué alguien con más de medio millón de seguidores discontinuó su canal. Pero tampoco es que yo sea periodista ni nada parecido, así que me quedaré con la duda y seguiré en lo mío que, como dijo Tévez, it’s very difficult.

Nos leemos en quince días.

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Andrea Calamari

Doctora en Comunicación Social. Docente investigadora en la Universidad Nacional de Rosario. Escribe en La Agenda, JotDown, Mercurio y Altaïr Magazine.

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