PATRICIA BRECCIA
Mucho texto

#11 | Churchill y las palabras

La desaparición de las mademoiselles y las manchas azules en las páginas.

Me pasa que voy viendo y leyendo cosas, una lleva a la otra, me disperso, me quedo pensando en algo, me dan ganas de comentarlo acá pero no siempre lo anoto y después me olvido. Esta vez no. Lo que sigue es el comienzo de una lista de lecturas y comentarios.

Sobre la batalla de Inglaterra. Me metí con eso por un artículo que estoy escribiendo sobre los bombardeos a Londres durante 1940. Aquí las apostillas:

–Qué genial es Wikipedia, cómo me hubiera gustado tenerla cuando iba a la escuela.
–Cuánto más genial es en inglés: los artículos están bien escritos, la información es completísima, el sesgo ideológico es mucho menor que en español y disminuyen considerablemente las canalladas.
–Qué cosa de locos es la Segunda Guerra Mundial. Es mi Imperio Romano. (Hace un tiempo una influencer sueca preguntó “¿con qué frecuencia pensás en el Imperio Romano?” y nació una tendencia en redes para conocer las obsesiones de pensamiento de la gente. Según una nota, “el hombre «heterobásico» piensa MUCHO en el Imperio Romano”) Yo pienso en la Segunda Guerra Mundial.
–Qué buena excusa una nota para rever en Netflix las dos temporadas de Eventos de la Segunda Guerra Mundial a todo color. Como dijo mi sobrino: “Mirar series de la Segunda Guerra y monetizarlo. No hay mejor plan”. Y ya que estaba, después volví a ver Dunkerque para llegar a ese momento final en el que por fin Tom Hardy se saca la máscara: la mirada perdida en el horizonte, el fuego consumiendo su Spitfire, todo rodeado de nazis.
–Lo penúltimo: Sir Winston Churchill, qué hombre.
–Lo último: el pacifismo está sobrevalorado.

Los mensajes de los lectores. Desde que empezó a salir el newsletter leo los mensajes en el correo y los contesto. La semana pasada un lector encabezó el suyo con un “Hola, señora” y me acordé de un tuit de Carolina Sanín con el que me acababa de cruzar y en el que, para variar, se estaba peleando con gente.

Fíjense en esto: cuando la caterva aspira a desacreditar haciendo un comentario, encabezan la insulsez que dicen (su “participación”) con el apelativo “señora”. Creen que decirle a una “señora” es una especie de insulto. (Y lo insultante es que jamás usen la coma del vocativo).

Nunca había pensado en “señora” como un modo de desacreditación, menos como insulto. Es más, siempre me gustó ese tono del “ma’am” que los norteamericanos usan para dirigirse a una mujer de la que desconocen el nombre: una adaptación del “madame” francés. Y ya que estamos con los apelativos, y con Francia en agenda, me pregunto cuál habrá sido el destino de esa disposición del Gobierno francés que en 2012 eliminó “mademoiselle” del lenguaje oficial por considerarlo sexista. La iniciativa fue llevada adelante por la entonces “ministra de Solidaridad” (¿?) Roselyne Bachelot, que se hizo eco de una campaña contra el sexismo de las organizaciones feministas Osez le Féminisme (Atrévanse con el Feminismo) y Chiennes de Garde (Perras Guardianas). Dijeron las noticias:

“A partir de ahora, las mujeres francesas ya no deberían tener que elegir entre mademoiselle y madame a la hora de rellenar un formulario público. El Gobierno ha enviado esta semana una circular a las administraciones locales en la que pide que se elimine la casilla mademoiselle, es decir, “señorita”, al considerar que el equivalente de “señor” es “señora”, independiente de su estado matrimonial.”

Agradecería que algún residente en Francia confirme o desmienta la desaparición de las mademoiselles.

Sobre las raras formas del periodismo parásito. Para otro trabajo, busco información sobre la obra periodística de Virginia Woolf y me topo con cuatro artículos que en realidad son uno. El mismo, pero en distintos sitios: InfobaeFrontera DNational GeographicBloghemia. Me hago varias preguntas: ¿cuál es el original?, ¿quién lo escribió?, ¿quién lo pagó? ¿cómo algunos medios pueden ser tan berretas?

Parece que el texto lo escribió la periodista francesa María Santos-Sainz para la revista The Conversation y todo hace suponer que ese es el original y que son ellos quienes le pagaron o, en todo caso, quienes hicieron el arreglo con la periodista en términos de empleo, honorarios, venta de servicios, cesión de derechos o cualquier otro tipo de convenio entre partes.

¿Cuál es la contraprestación de los otros medios con la periodista? ¿Cuál es la relación con el medio francés? ¿Pagaron? ¿Pidieron permiso? ¿Linkean a la nota original? ¿Tienen algún convenio de colaboración?

Más de una vez encontré mi firma y mi foto en medios para los que nunca escribí, que “levantaron” contenido pagado y publicado por otros, por ejemplo Seúl y Jot Down. Desde el lado de la producción (el medio + quien escribe, dibuja, saca una foto), parece que no hay mucho que se pueda hacer, no hay forma de evitarlo. La pelota queda entonces del otro lado de la cancha.

¿Podemos hacer algo los lectores? La respuesta es sí. Podemos no convalidar con clicks a cualquier medio, sitio o portal. Después de todo, apenas se rasca más allá de la superficie, cualquiera es capaz de identificar el engaño. Podemos no leer. Ojo que parece poco pero no, tal vez es el mayor poder que hoy tenemos los lectores.

Sobre los sinónimos. Como en el párrafo anterior no me terminaba de convencer la palabra engaño, me quedé dándole vueltas a las palabras. Ni siquiera estaba segura de querer decir lo que decía y ese es el primer problema que tienen las palabras; las usamos a veces como traducción del pensamiento pero:

a) No siempre pensamos con claridad.
b) El pensamiento se nos presenta límpido en la mente, pero no acertamos con la palabra.
c) Hay palabras gastadas o confusas o antiguas o demasiado modernas o que suenan mal con otra al lado o feas, como palangana o conversatorio.
d) Son una metáfora y no nos dimos cuenta.

Esto último me pasó con este párrafo porque estaba a punto de poner que no me cerraba la palabra engaño y entonces me di cuenta de que “a punto” es una metáfora gastada para decir que algo es inminente pero no puedo poner inminente sin sentir un chirrido y “no me cerraba” es otra metáfora para expresar que algo no nos convence aunque ya puse el verbo convencer entonces debería pensar en un sinónimo pero ya sabemos que los sinónimos no sinonimian nada para horror de las maestras de lengua.

Esta es la lista que me ofrece la RAE como sinónimos de “engaño”: estafa – timo – fraude – farsa – engañifa – burla – asechanza – insidia – trapacería – trampa – picardía – manganeta – pufo – infidelidad – adulterio – mentira – embuste – embeleco – falsedad – invención – argucia – embustería – abulencia – paco.

Aunque engañifa es mi preferida, no pude resistirme a clickear en paco. Entre decenas de definiciones por regiones y países: coloquial, Uruguay: engaño.

Sobre las palabras. Entonces me acordé del “azulino” de Borges. ¿Lo dijo o lo escribió? Resulta que lo dijo en una entrevista con Joaquín Soler Serrano (uno de los peores entrevistadores que tuvo Borges, por grandilocuente, por impostado, por pretencioso, por condescendiente, por su insistencia en la adjetivación: “los amables espectadores, esta grata efeméride, una pregunta tópica pero inevitable”, entre otras decoraciones).

“Cuando yo empecé a escribir, yo era un joven barroco, como todos los jóvenes lo son por timidez. El escritor joven sabe que lo que dice no tiene mucho valor y quiere esconderlo, simulando ser un escritor del siglo XVII, o un escritor del siglo XX, digamos. Ahora yo no pienso ni en el XVII ni en el XX, simplemente expresar lo que quiero y trato de hacerlo con las palabras habituales, porque solo las palabras que pertenecen al idioma oral son las que tienen eficacia. Es un error suponer que todas las palabras del diccionario pueden usarse. Hay muchas que no pueden usarse, por ejemplo en un diccionario, usted ve la palabra, como sinónimos, “azulado”, “azulino”, “azuloso” y creo que “azulenco” también. La verdad es que no son sinónimos. La palabra “azulado” puede usarse, es una palabra común, digamos, que el lector acepta. Si yo pongo “azulino”, por ejemplo, es una palabra decorativa. Es como si yo pusiera de pronto una mancha azul en la página. De modo que yo creo que esta no es una palabra lícita. Es un error escribir con el diccionario. Hay que escribir, yo creo, con el idioma de la conversación, un idioma de la intimidad”.

Una mancha azul en la página.

Sobre Venezuela. Creo que los venezolanos están viviendo bajo una dictadura pero, como no soy hija de politólogo, no opino.

Y ahora sí, lo último: un fragmento del discurso pronunciado por Winston Churchill ante el Parlamento el 4 de junio de 1940, después del rescate de sus soldados en las playas de Dunkerque.

We shall not flag or fail. We shall go on to the end, we shall fight in France, we shall fight on the seas and oceans, we shall fight with growing confidence and growing strength in the air, we shall defend our Island, whatever the cost may be, we shall fight on the beaches, we shall fight on the landing grounds, we shall fight in the fields and in the streets, we shall fight in the hills, we shall never surrender!

No vamos a languidecer o fallar. Llegaremos hasta el final, lucharemos en Francia, lucharemos en los mares y océanos, lucharemos con creciente confianza y creciente fuerza en el aire, defenderemos nuestra isla, cualquiera que sea el costo, lucharemos en las playas, lucharemos en las pistas de aterrizaje, lucharemos en los campos y en las calles, lucharemos en las colinas, ¡nunca nos rendiremos!

Nos leemos en quince días.

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Andrea Calamari

Doctora en Comunicación Social. Docente investigadora en la Universidad Nacional de Rosario. Escribe en La Agenda, JotDown, Mercurio y Altaïr Magazine.

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