IGNACIO LEDESMA
Domingo

Su único heredero: su marido

Los funerales de Estado de Eva Perón sirvieron para construir su mito, pero también para transferirle su capital social y emocional al líder del movimiento.

Martirio público. Agonía expuesta en comunicados, fotos y discursos oficiales. Cientos de misas y procesiones de antorchas para rogar por su salud. Un monumento, ese mausoleo que comenzó a discutirse en el Congreso cuando ella todavía respiraba. Sindicatos y oficinas nacionales, provinciales y municipales que se apuraron a instalar bustos para homenajearla en vida. Luego, un velorio de Estado que duró 15 días.

La construcción del mito de Eva Perón tuvo mucho de espontáneo y descontrolado. Hubo muertos por avalanchas en las primeras 48 horas, hasta que se anunció que el cuerpo sería exhibido todo el tiempo que fuera necesario. Pero, más allá de esa falta de previsión de arranque (convenientemente olvidada), la simbología mortuoria tuvo un guión para igualar su fallecimiento con un “sacrificio por el pueblo” y, de paso, transferir el capital emocional de la difunta a Juan Perón.

Nunca un velorio de Estado duró tanto. Nunca, de hecho, se le rindieron honores oficiales a alguien que no hubiera alcanzado la primera magistratura, por más que el Congreso, en mayo de 1952, la declarara “jefa espiritual de la Nación”, título inexistente, otorgado por única vez en la historia. Durante 14 días, Eva fue velada en el Ministerio de Trabajo y Previsión, el palacio de Diagonal Sur y Perú donde hoy funciona la Legislatura porteña, y donde ella “quemó su vida en jornadas de labor sin horario y sin descanso”, según la retórica de la época. Luego, el cuerpo fue llevado, en medio de un cortejo impresionante —con granaderos y otros cuerpos militares, incluyendo blindados— al Congreso, para otras 24 horas de exposición. Al día siguiente, a la parafernalia se le sumó el sobrevuelo de aviones de las Fuerzas Armadas para escoltar el féretro, montado sobre una cureña arrastrada por trabajadores de camisa blanca y representantes del Partido Peronista Femenino. El destino fue el edificio de la CGT, donde el médico español Pedro Ara concluiría el embalsamamiento a la espera del mausoleo que nunca se construyó.

En gremios, delegaciones de la CGT, casas de gobierno provinciales, sedes comunales o simples unidades básicas de todo el país hubo velorios en ausencia en los que se cumplió todo el ritual, simultáneos al de Buenos Aires, pero venerando día y noche a un retrato de la “abanderada de los humildes”. Algunos cuentan 16 días de funerales, porque incluyen el 26 de julio de 1952, fecha en que, a las 20.25, Evita “entró en la inmortalidad”. Esa noche y esa madrugada, Pedro Ara hizo las primeras tareas de conservación del cadáver. El velorio se inició a las 11 de la mañana del 27 y todo concluyó con la “inhumación” en la CGT el 10 de agosto. Total: 15 jornadas.

¿Cuántos fueron los muertos? Según publicaciones de las agencias internacionales de noticias, reproducidas en el exterior, pudieron haber sido tres, siete, quince.

En principio, se anunció que el velorio iba a durar hasta el 29 de julio. La gente se apuró. Hubo corridas, apretujones, heridos, sofocones y aplastamientos. ¿Cuántos fueron los muertos? Según publicaciones de las agencias internacionales de noticias, reproducidas en el exterior, pudieron haber sido tres, siete, quince. ¿Los heridos? Centenares. Entonces se resolvió extender las honras sin fecha. Eso motivó el viaje de delegaciones del interior y la concurrencia de colegios, fábricas y organizaciones enteras. La oposición radical y socialista cuestionó el “velorio eterno”, denunció su uso político y sostuvo que se contrataron “lloronas en los barrios” para contagiar angustia, lágrimas y congoja en la multitud, según reconstruye el libro Una pérdida eterna. La muerte de Eva Perón y la creación de una comunidad emocional peronista, de la historiadora Sandra Gayol (Fondo de Cultura Económica, 2023), la principal fuente para la redacción de esta nota.

¿Cuánta gente participó de los funerales? Millones. Es imposible dar una cifra ajustada. ¿Cuántas coronas se mandaron? Lo mismo. Están las fotos y las filmaciones que muestran cuadras enteras con ofrendas. Flores en la Diagonal Sur, en la Plaza de Mayo, en el Congreso; pétalos que caen de los balcones. A pesar del frío, el olor de tantas flores descomponía, sobre todo después de los días de lluvia. Hubo desabastecimiento. El Gobierno intervino y fijó precios máximos. Un grupo de quinteros eludió el agio y la especulación, llevando una corona de tres metros de diámetro hecha íntegramente con verduras. Entre otras figuras, los vegetales conformaban el escudo peronista.

Viendo los registros documentales con ojos post COVID, el velorio pudo haber sido el mayor contagio masivo de gripe, resfrío y otras infecciones respiratorias. El general Perón ordenó que se bajara la altura de la base sobre la cual se apoyó el ataúd, para que todos –los chicos, los ancianos encorvados– pudieran ver el rostro de Eva a través del cristal. La gente besaba y tocaba el sarcófago. Lloraba sobre él. Sufría crisis de nervios. Más allá de la opinión de cada uno, las imágenes todavía conmueven. Las lloronas suenan a verso. Veo los videos en YouTube y por un momento soy peronista. Después vuelvo a la normalidad.

Pompa y circunstancia

En la madrugada del 27 de julio se dio a conocer el decreto de honores oficiales, que probablemente se redactó días antes del deceso. La bandera permaneció a media asta durante diez días en cada edificio público. Para el momento del sepelio, todos los templos del país recibieron la orden de doblar a duelo sus campanas durante cinco minutos, y se invitó al pueblo a guardar 15 minutos de silencio. El Gobierno nacional mantuvo luto en sus dependencias y en la papelería durante 30 días. El no uso del brazalete, la corbata negra o la cinta en la solapa del mismo color por parte de empleados estatales se convirtió en motivo de cesantía, según el testimonio transmitido por generaciones en familias antiperonistas.

La CGT declaró tres días de paro nacional para adherir al velorio, salvo en los servicios esenciales como transporte y salud. Llegó a haber 50 cuadras de colas para acceder a la capilla ardiente. Hubo reparto gratuito de café y mate cocido, galletas y caramelos. Se daban también frutas y otras comidas para soportar las esperas. Se distribuyeron 24 camiones de provisiones por día. Esta tarea estuvo a cargo del Ejército y de la Fundación Eva Perón. Los espectáculos públicos (deportes, cine, teatro, circo, etc.) quedaron suspendidos y se reanudaron a partir del 5 de agosto. En los diarios, las historietas volvieron a publicarse el día 6. La radio transmitía noticias oficiales y música sacra, y marcaba las 20:25 como la hora nefasta. En ese momento, las iglesias también hacían sonar sus campanas todas las noches mientras duraron las exequias. La Marcha fúnebre de Chopin fue la banda de sonido que acompañó las ceremonias.

Perón vistió de civil, con traje y brazalete negro en el brazo izquierdo. Un doliente más.

La historiadora Gayol marca un detalle. En los momentos en que estuvo en el velorio, a lo largo de varios días, y en el traslado desde el Ministerio de Trabajo hasta el Congreso, Perón vistió de civil, con traje y brazalete negro en el brazo izquierdo. Un doliente más. En el último acto, el tránsito del Parlamento a la CGT, lo hizo con uniforme militar. Estaba otra vez al mando, listo para volver a la lucha.

Los funerales duraron tanto que a los pocos días se ligaron con otras fechas caras al sentir justicialista. El 22 de agosto fue el primer aniversario del “renunciamiento histórico” de Eva a la candidatura a la vicepresidencia, y el 26 se cumplió un mes del fallecimiento. La evocación no cesaba. En ningún momento se habló públicamente, por aquellos días, del cáncer de cuello de útero que mató a Eva a los 33 años. Era una palabra tabú. Solo se mencionaba que estaba gravemente enferma. La expresión “viva el cáncer” quedó cristalizada en la memoria colectiva como una pintada hecha por “los contreras”, al igual que los brindis con champán en los salones de la oligarquía.

Los orígenes del mal se sitúan entre 1947 (cuando Eva tuvo un súbito dolor en la ingle y una operación de la que no se informó en detalle) y 1950. Hasta mediados del ´51 no hubo indicios públicos de la enfermedad. A fines de septiembre comenzaron las manifestaciones populares para pedir por su salud. Entre octubre de 1951 y el 26 de julio de 1952, se emitieron 26 partes médicos sobre el estado de la señora. En los discursos de su último año de vida, ella hizo varias alusiones a la muerte.

Rotas cadenas nacionales

El 28 de septiembre del ´51, el general Benjamín Menéndez encabezó un intento de golpe de Estado contra Perón. Fracasó. Ese mismo día, Eva inició un tratamiento con radium. Por la noche, a través de la cadena nacional de radiodifusión, dio un mensaje en el que agradeció al pueblo su apoyo al general y le pidió que permaneciera junto a él hasta la muerte. Su voz sonó fatigada y en dos ocasiones se quebró por el llanto. Durante los festejos del 17 de octubre, desde el balcón de la Casa Rosada, pronunció la famosa frase: “Y aunque deje en el camino jirones de mi vida, yo sé que ustedes recogerán mi nombre y lo llevarán como bandera a la victoria”.

Cuando Eva fue internada, el 3 de noviembre de 1951, el partido de gobierno suspendió todos los actos proselitistas con miras a las elecciones presidenciales del domingo 11. Fueron los primeros comicios en que votaron las mujeres y la “jefa espiritual” había quedado fuera de la fórmula por presiones internas y militares. El sufragio fue muy anticipado. Se hizo casi siete meses antes del cambio de período. El 6 de noviembre operaron a Eva. Luego de la cirugía, la radio emitió un mensaje que ella había grabado antes de la internación. Con tono pausado, de agotamiento, llamó a votar a Perón el día 11. No hacerlo era “traicionar al país”, dijo. Días después, se plasmó la imagen de Evita emitiendo su voto desde la cama.

Hubo otra cadena nacional el 7 de diciembre de 1951. “Ya puedo morir tranquila porque Perón tiene su vida bien guardada, porque cada peronista ha tomado como suyo mi propio trabajo de eterna vigía de la revolución”, aseguró. El último discurso de Eva fue el primero de mayo de 1952, en Plaza de Mayo. Allí dijo que “la felicidad de un descamisado vale más que mi propia vida”. Aumentaba el dramatismo, pero no había nada nuevo en la forma de comunicación de Evita. Siempre apelaba a las emociones y a los sentimientos. “Les traigo mi corazón”, solía empezar sus discursos, o los cerraba con “Al irme, les dejo mi corazón”. A fines de la década de 1940 ya hablaba de que estaba “quemando” su vida y se manifestó dispuesta a “dar hasta la última gota de sangre”.

Su última aparición pública fue el 4 de junio de 1952, en los actos de asunción de la segunda presidencia de Perón. Se mantuvo en pie a fuerza de inyecciones de morfina y de un corsé oculto bajo la ropa.

Su última aparición pública fue el 4 de junio de 1952, en los actos de asunción de la segunda presidencia de Perón. Se mantuvo en pie a fuerza de inyecciones de morfina y de un corsé oculto bajo la ropa. El 20 de julio del ´52, el sacerdote Hernán Benítez, amigo y confesor de Eva, dio una misa en el Obelisco a pedido de la CGT. Su homilía pareció una necrológica anticipada. “Ya tenemos nuestra mártir”, sostuvo.

Los rumores sobre un desenlace crecieron el 26 de julio. Era sábado. Ya desde la tarde, cientos de personas se congregaron frente a la residencia presidencial, ubicada en el predio que ahora ocupa la Biblioteca Nacional. El anuncio de la muerte salió por radio a las 21.40. Ahí ya se informó que el velorio comenzaría a la mañana siguiente en el Ministerio de Trabajo. Para entonces, la población había recibido suficientes estímulos para equiparar la agonía de Eva con el calvario y la crucifixión de Jesús. Un sacrificio para salvar al pueblo no ya del pecado, sino de la pobreza y la injusticia.

Las imágenes y los relatos que quedaron del velorio fueron controlados, en su inmensa mayoría, por la propaganda oficial, a cargo de Raúl Alejandro Apold a través de la Secretaría de Prensa y Difusión. Apold encargó dos películas que se pasaron infinidad de veces en los cines. Una fue Y la Argentina detuvo su corazón, un cortometraje de casi 20 minutos realizado en colores bajo la batuta de Edward Cronjager, camarógrafo y director de fotografía de la Fox. Las imágenes son, por momentos, majestuosas. Más urgente, montado con materiales en blanco y negro de los noticieros Panamericano, Sucesos Argentinos y Semanario Argentino, el corto Eva Perón inmortal tuvo una duración de 30 minutos. Se conservan algunos menos. Aunque no la firma, se sabe que la dirigió Luis César Amadori, el gran director de Dios se lo pague, marido de Zully Moreno y, para más datos, amigo y socio de Apold.

El control que tenía este funcionario sobre todo lo que ocurría en el cine argentino (quién trabajaba y quién no, por ejemplo) queda corroborado por un dato de la crónica social: fue el padrino de bautismo de Marcela Tinayre, la hija de Mirtha Legrand, estrella ineludible de la época. Es de suponer que Apold supervisó cada fotograma de las dos películas. Ambas cumplen la función de ensalzar la figura de Eva y convertir a Perón en único heredero de sus virtudes declaradas de cuidado y amor al pueblo. El mito ya estaba en marcha.

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José Montero

Periodista, escritor y guionista. Autor de literatura infantil y juvenil.

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