Pocos días después de las elecciones PASO del pasado agosto, el periodista Jorge Lanata hizo unos comentarios sobre los resultados en la Puna salteña que sólo desde Buenos Aires se pueden hacer y provocó una serie de respuestas que, en muchos casos, tuvieron un carácter intolerantemente inclusivo. Pero para explicar estos resultados del norte y las respuestas a los comentarios de Lanata, tal vez haya que tomar algo de distancia de los acontecimientos más recientes.
La prosa jodida de Lugones que se propuso cantar el pasado de estas tierras para darles forma de pasado de la patria y así anular lo que él entendía como el proyecto informe de la inmigración y del liberalismo tuvo un inicio espinoso en La Guerra Gaucha publicada en 1905. Pero no fue espinoso por el tema (el heroísmo anónimo de los gauchos que en el norte frenaron la avanzada realista), ni por la época (la inmigración que alteraba la composición social del país), ni por la epopeya (la búsqueda de un canto patrio heroico que revistiera al ser nacional de las grandezas helénicas). Fue por su lectura: no se le entendía nada. Dice Lugones en una parte de La Guerra Gaucha: “Enhetrábase la masiega en un amuchigamiento capilar cuyos tallos vertían al romperse urticantes aguas y leches corrosivas”. Las pocas veces que me entero de alguien que se anima a leer este texto, inmediatamente le acerco los fragmentos sobre los que tengo dudas para que me ayude en la comprensión.
Borges dice que la fama de ‘La Guerra Gaucha’ no se debe a su lectura dificultosa, sino al tema patriótico y a la película que se hizo sobre sus relatos.
En el libro que le dedicó a Lugones, Borges dice que la fama de La Guerra Gaucha no se debe a su lectura dificultosa, sino al tema patriótico y a la película que se hizo sobre sus relatos. En 1942, Artistas Argentinos Asociados, una productora cinematográfica con forma de cooperativa, llevó al cine la obra de Lugones en una superproducción inimaginable incluso hoy para la inversión privada. Conservando el lenguaje ampuloso pero adaptándolo para el gran público, permaneció casi cinco meses en cartel y fue la película más exitosa de la cinematografía nacional. Aquel éxito se debió, además del renombre del autor cuyo suicidio cercano revalorizó su obra, a la participación de varias estrellas en el elenco y de grandes profesionales en la realización. El director fue Lucas Demare, la música estuvo a cargo de su hermano Lucio y de otros hermanos, los Ábalos, y la adaptación del guión les correspondió a dos poetas unidos por el radicalismo y separados por el exilio y por Perón: Homero Manzi y Ulyses Petit de Murat (este último muy famoso actualmente en Twitter por aquella anécdota que cuenta Bioy Casares sobre la vez que, ante la reticencia de Martínez Estrada para firmar un manifiesto en favor de los Aliados y contra el régimen nazi, Petit de Murat le dijo “de un lado está la gente decente; del otro, los hijos de puta”).
La obra de Lugones no es fiel a la historia y la película no es fiel a la obra. Manzi y Petit de Murat eligieron algunos relatos que mezclaron con otros episodios y así concluyeron un guión admirable que tuvo las típicas adiciones ahistóricas para hacer una película de época accesible al público, pero hubo una licencia en particular que tal vez contribuyó al éxito del film: el carnavalito “El humahuaqueño”. En las pocas veces que Lugones es claro en la obra se entiende que los gauchos bailan cuecas, gatos y escondidos, pero nada dice de carnavalitos. Porque mal podrían los gauchos de Güemes haber bailado el más famoso de los carnavalitos, no sólo porque “El humahuaqueño” fue compuesto 125 años después de las Guerras de Independencia, sino también porque fue la creación de un porteño que nunca había pisado el norte y que no tuvo como inspiración a los cerros yermos de la quebrada ni al andar retozón del coya, sino al sonido del traqueteo de un tranvía.
La película pionera del criollaje argentino no podía excluir de su banda sonora a la canción más famosa del folklore nacional.
Un año antes del estreno de la película, Edmundo P. Zaldívar compuso y grabó el carnavalito en cuestión. Fue un éxito inmediato en el país y en el exterior. Al parecer, se editó medio millar de veces en lugares tan poco puneños como Alemania, Francia y Estados Unidos. El éxito de la canción fue lo que motivó a los guionistas de La Guerra Gaucha a incluirla como número musical en la película justo en el momento previo en que un niño muere a causa de una bala realista. El contraste entre la música alegre y el hecho irreparable funciona como contrapunto dramático y como testimonio de la guerra. La película pionera del criollaje argentino no podía excluir de su banda sonora a la canción más famosa del folklore nacional, sobre todo si servía para darle ambiente al momento más triste de la historia.
Fue más la simpleza musical del carnavalito que su tono folclórico lo que lo expandió. Ocho versos inconexos y concatenados hasta que su regularidad diera sensación de sentido fue el secreto del éxito. Sin embargo, a mí como norteño y descendiente de norteños hasta que se pierde el rastro, lo que más me impresiona de “El humahuaqueño” no es que se haya cantado en Houston o en Estrasburgo, o que forme parte de la película más exitosa del cine argentino; lo llamativo para mí es que se canta en todo el norte. Los norteños hemos aceptado sin oposición como producto nativo de nuestra cultura a una composición hecha por un porteño cuyo linaje no presume herencia aimara o gauchesca alguna. Dada nuestra territorialidad cultural, este hecho no es para nada incidental.
El mismo año en que se conoció “El humahuaqueño”, Carlos José Pérez de la Riestra, pasado a la inmortalidad como Charlo, grabó el tango “Ave de paso” de Enrique Cadícamo. La notoria superioridad de la poesía de su letra, la delicadeza de su música y la voz bella, límpida y perfecta de Charlo pasó inadvertida desde Santiago del Estero a La Quiaca. Uno podría preguntarse qué lleva a que una composición hecha por un porteño resulte tan exitosa entre los norteños y otra composición hecha por otro porteño no la conozca nadie. Y podemos ir por más, reformular la pregunta y cuestionarnos cómo un político porteñísimo logra tantos votos y otros políticos porteñísimos logran tan pocos.
El voto norteño
El 13 de agosto pasado el diputado Javier Milei ganó las elecciones en las provincias de Tucumán, Salta y Jujuy y también en parte de los conurbanos y en las provincias inventadas en el siglo XX cuya masa poblacional desciende de norteños migrantes. La sorpresa de estos resultados no fue mayor que la arrogancia con que se trató de explicarlos una vez conocidos. Hubo quizás en muchas de esas explicaciones una intención a posteriori, como la de Lugones, de dar una forma concreta a un hecho difuso en busca de la creación de un ser nacional y transversal, previo y latente, que estuvo esperando el momento oportuno para manifestarse a través de un sufragio moroso. Desde la ciudad que extinguió su criollaje hace más de medio siglo se escuchan voces que resaltan la aparición de una tradición espiritual que es a la vez un invento y una justificación de un ideario nacional. La novedad violeta del mapa electoral los alienta a vindicar la cultura de las provincias como requisito de la identidad de la patria. La traza desierta que conforman los pueblos cuyas muertes precedieron a la muerte del ramal ferroviario muestra un reguero de victorias de La Libertad Avanza que confunde a los que no entienden que los nietos de los desocupados del tren voten privatizadores y envalentonan a los que, ante esa confusión, ofrecen respuestas identitarias.
Pero ese ser patriótico es un electorado veleidoso que con el mismo ánimo de agosto —y con mucha más insistencia— votó hace cuatro años por el kirchnerismo. Al parecer no eran entonces los salteños de San Antonio de los Cobres y de El Bordo tan baluartes del subyacente espíritu nacional que se desborda de a tercios en las urnas. El endiosamiento del gaucho que hizo Lugones —así también como el que hizo Ricardo Rojas del indio— para acreditar sus menguantes doctrinas de la patria se reedita en forma menor, sin la incesante elocuencia de Lugones ni el sincretismo imposible de Rojas, pero con el mismo propósito aglutinante y excluyente. Por un lado la patria se inicia y se termina en los confines en que su acervo prodigioso se repite consuetudinario, lejos de la ciudad que desiste de su identidad esfumada, no esta vez por los inmigrantes pues todos los dirigentes de LLA descienden de europeos recién llegados (menos el señor Benegas Lynch, que les concede el entronque aristocrático a esta suerte de nuevos “advenedizos peninsulares”, para usar la expresión de Halperin Donghi en Revolución y guerra acerca de las hijas de las buenas familias porteñas), sino por ideas políticas importadas o no equivalentes al supuesto ser nacional que resurge.
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No busco menoscabar el triunfo del diputado Milei ni subestimar las razones de mis comprovincianos para votarlo, que son muchas y legítimas, pero niego que se trate del resurgir brioso de la patria apartada. Los siete diputados y los tres senadores nacionales salteños que en el año 2010 votaron en contra de la universalización del matrimonio civil, haciendo de Salta la única provincia cuyos legisladores votaron en su totalidad de forma negativa, no hacían otra cosa que representar cabalmente los deseos de sus electores. En la elección siguiente, la señora Fernández de Kirchner, que utilizó como parte central de su campaña la apropiación del matrimonio igualitario, sacó casi el 70% de los votos en la provincia de Salta. El entrecruzamiento de un mapa electoral revelaría que en los mismos departamentos en que Milei ganó el mes pasado, la señora de Kirchner y sus sucedáneos arrasaron en elecciones anteriores. Ninguna explicación ideológica o identitaria puede satisfacer las inquietudes que se presentan ante la voluptuosidad de los comicios.
Tal vez sí las formas. Es seguro que la frase no le pertenece, mucho menos la idea, pero la recuerdo dicha por ella, así que para el caso es como si la frase fuera suya. En 2009, durante los debates sobre los límites de maniobra del extinto grupo A en el Congreso, la entonces diputada Patricia Bullrich, para sentar su postura, dijo que en una democracia las formas son el fondo. En otros debates durante la interna de Juntos por el Cambio, algunos halcones se preguntaban qué cualidades políticas tendría Horacio Rodríguez Larreta para que hubiera ciudadanos que alternativamente votaran por Sergio Massa o por él. La misma pregunta cabe para Milei: ¿qué cualidades políticas tendrá el señor diputado para que votantes del kirchnerismo (no un grupo de votantes específico, sino una cantidad relevante como para ganar una elección nacional) puedan votar alternativamente por él y por Cristina Fernández de Kirchner o algunos de sus sucedáneos? Sin dudas las respuestas están en las formas y no en el fondo. Pero en las democracias, como dijo la señora Bullrich, las formas son el fondo.
En las democracias, como dijo la señora Bullrich, las formas son el fondo.
Días después de las elecciones de agosto de 2011, cuando la presidenta de entonces ganaba en las PASO con el 50% de los votos y la sorpresa desorientaba al minúsculo grupo de argentinos que abominábamos de ella, había un acuerdo general en que parte del triunfo era consecuencia del confuso armado electoral opositor. Quintín, persistentemente minoritario, argumentó que poco era lo que la oposición podría haber hecho entonces, dado que ya la ciudadanía había elegido con tal contundencia una opción que incluso las listas que le seguían en votos representaban ideas parecidas (Binner, Duhalde, Alfonsín Jr.).
Todavía se leen cuestionamientos –sobre todo desde el kirchnerismo– sobre lo que tendría que haber hecho Juntos por el Cambio para evitar el crecimiento electoral de Milei. Tiendo a pensar que esos cuestionamientos son válidos para los votos perdidos en la zona núcleo de la Pampa Húmeda, pero nada explican sobre el voto de los provincianos profundos. En ellos ya había una decisión tomada que ninguna campaña de Juntos por el Cambio podría modificar. Hasta podemos preguntarnos cuántos de los votos que fueron a Milei no habrían sido de la señora Fernández de Kirchner si hubiera sido candidata (la misma pregunta vale para la zona núcleo si el candidato hubiera sido Macri) y tal vez así descubriremos que las razones de la elección están en las realidades claras de la decadencia del país y no en la emergencia de una mitología recóndita condenada a crear un nuevo y peligroso relato.
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