Semifinal: Argentina 3×0 Croacia
Queridos lectores. Así como les dije que la Argentina se iba a recuperar después de la absurda derrota inicial con Arabia Saudita y clasificaría en la fase de grupos, así como les dije sucesivamente que iba a pasar los octavos, los cuartos y las semis, hoy les digo que va a ser campeón. No sé si contra Francia o contra Marruecos (tampoco soy el pulpo Paul), pero el título está al alcance de la mano y, después de la exhibición de hoy que lo mostró como un equipo consolidado y lleno de confianza, creo que Argentina lo va a conseguir.
Estoy de un humor excelente, algo que no me ocurrió después del partido con Holanda en el que, una vez más, la selección tuvo que sufrir innecesariamente después de estar dos goles arriba. Pero hoy, en un partido limpio y hermoso para ver, apareció finalmente la ansiada templanza que un lector mencionó después del primer partido, ese aplomo para hacer lo que había que hacer sin apresuramiento, sin bajas de tensión pero también sin tratar de disimularlas de cualquier manera. Argentina jugó un gran partido y hoy ni siquiera tengo algo que reprocharle al técnico por su tendencia a apresurarse con los cambios y a tener miedo antes de tiempo. Los cambios de hoy fueron los del que dirige un equipo que tiene todo bajo control y se da el lujo de que los suplentes jueguen un rato.
Hay algo en los torneos, sean cortos o largos, que suele ser decisivo. Es, lo que se podría llamar, para usar una metáfora grosera, el efecto mayonesa, esa emulsión que empieza siendo una mezcla de elementos disjuntos y termina cuajando en una sustancia homogénea, resistente pero armoniosa, ni frágil como para deshacerse ni rígida como para romperse los dientes. Dicho de otra manera, a veces los equipos se arman y a veces no, como ocurre con la mayonesa. Y este es un equipo que se terminó armando, que tuvo avances y retrocesos dentro de cada partido, pero hoy terminó siendo lo que debía ser: sólido en defensa, fluido en el medio e inspirado arriba, pero también un equipo con las líneas conectadas y solidarias entre sí.
Hoy terminó siendo lo que debía ser: sólido en defensa, fluido en el medio e inspirado arriba, pero también un equipo con las líneas conectadas y solidarias entre sí.
Para que eso ocurriera y para seguir con la poco metáfora gastronómica, creo que la mayonesa necesitó batirse adecuadamente durante varios partidos, pero también aparecieron ingredientes inesperados, casi ocultos, que le dieron una calidad refinada, un sabor más sofisticado del que se compra en el supermercado. Porque, desde luego, se sabía que la Argentina tenía a Messi, pero también que era cuestión de que Messi se supiera acompañado y su juego se potenciara por la acción de sus compañeros. Se sabía que Dibu Martínez era un muy buen arquero y que Argentina tenía dos centrales de gran presente en el fútbol internacional, Romero y Lisandro Martínez. Se sabía también que había volantes de buen pie como Paredes y De Paul, un goleador eficaz como Lautaro Martínez y una buena compañía para Messi en la creación como Di María. Pero después de seis partidos, nos encontramos con que los ingredientes decisivos fueron otros. Porque es cierto que Dibu mostró su nivel en algunos momentos decisivos (el minuto final contra Australia, los penales contra Holanda), que Lisandro y Romero jugaron un buen torneo, pero el mejor de los centrales resultó Otamendi, de quien no se esperaba una prestación semejante. Por otro lado, había dudas sobre lo que podrían rendir los laterales, pero tanto Molina como Acuña jugaron grandes partidos y también contribuyeron Montiel y Tagliafico.
Pero el toque de distinción suplementario, lo que transformó a la Argentina en candidato, vino de tres jugadores que no estaban en los planes antes de Qatar, porque eran personajes secundarios o actores a evaluar: Mac Allister, Enzo Fernández y Julián Álvarez. Los tres se ganaron el puesto hasta hacerse indiscutibles. Uno por su enorme inteligencia, su sentido de la ubicación, por la mezcla de sacrificio y lucidez. El segundo por un talento enorme, que alcanzó su punto más alto en una liga que ni siquiera pasan por televisión (la portuguesa, donde también juega Otamendi). El tercero porque es un delantero único, imprevisible, atómico, que fue la gran figura en River, no desentonó en su llegada al Manchester City al lado de un animal como Haaland y en Qatar se superó exhibiendo en el más alto nivel una repentización, una velocidad mental y una capacidad para definir de la que muy pocos delanteros son capaces. Esos tres jugadores, con la colaboración de los que venían de antes, le proporcionaron a Messi el ámbito para desplegar su juego y para que la mayonesa argentina terminara de cuajar. Hoy, después de algunas insinuaciones en partidos anteriores, el equipo terminó jugando un gran partido.
Messi, siempre Messi
Y ahora, hablemos de Messi. Su torneo es comparable al que jugó Maradona en el 86: fue el gran capitán, se cargó el equipo al hombro y su presencia dominó progresivamente los partidos hasta llegar al de hoy, en el que jugó más de lo que se podía esperar de un futbolista de 35 años. La comparación entre lo que hizo Maradona a los 25 y lo que está haciendo Messi a los 35 tiene sentido solo para tomar un punto de referencia. Pero, además, hay otro factor a considerar: Messi llegó a Qatar con la obligación de hacer lo que está haciendo, de llevar a la Argentina a la victoria antes de despedirse de los mundiales (bueno…). Maradona no tenía en 1986 la presión que tiene Messi desde hace tres mundiales. Su situación es comparable a la de Pelé en 1970, obligado a revalidar ante el mundo su nombre antes de despedirse (Pelé tenía 30 entonces). Y Pelé en ese mundial hizo de todo. También Maradona en 1986 y Messi ahora, los otros dos casos en los que la figura esperable resulta la figura real. Hoy, Messi casi hace llover. Gambeteó, pasó, ejecutó, lideró y sonrió al final como no lo había hecho contra Holanda. Hoy, por primera vez en un mundial, fue el Rey. Cuando lo sacó a pasear al joven y talentoso central Gvardiol y le dio el pase a Julián para que definiera, Messi mostró que su talento no tiene límites.
Hablo como si Argentina ya fuera campeón y, desde luego, le falta ganar la final. Pero ésta fue una gran actuación y no fue ante cualquiera, sino ante un equipo que venía invicto, que juega buen fútbol, que había eliminado a Brasil y que, en el mundial anterior, había vapuleado a la Argentina. Y Croacia, hasta que el partido se le hizo imposible, no jugó mal. Una vez más, Modrić fue un artista mental y los croatas se pararon bien en la cancha, usaron la pelota con su sabiduría habitual y pelearon el partido contra un equipo tranquilo, que esperaba su oportunidad para sorprender. Lo hizo cuando a Enzo Fernández le quedó una pelota suelta, Julián picó y quedó solo para enfrentar al arquero. La tocó a un costado y chocó con el arquero para que el árbitro Orsato le diera a la Argentina su cuarto penal dudoso en Qatar (los argentinos no fueron los únicos beneficiados, desde luego). Messi pateó fuerte y arriba contra Livaković como para dejar claro que era el dueño de la noche. Minutos después, Julián se llevó todo por delante y, con esa capacidad para acertar aun cuando se equivoca, metió el segundo. No hubo más que hablar y pudo ser goleada. Croacia mostró que Modrić no tiene la compañía que Messi se consiguió en este campeonato. Acaso el técnico debió probar, como lo hizo Scaloni con Enzo, Julián y Mac Allister, con el joven Majer (24), el más talentoso del banco, que nunca fue titular.
A la Argentina le faltaba un triunfo así: claro, contundente, indiscutible, en el que no dejara escapar la ventaja ni la defendiera más allá de lo sensato. Lo de Holanda, ese partido en el barro, fue todo lo contrario aunque se ganara con justicia. Acaso ese partido haya servido para que los jugadores argentinos se convencieran de que podían y hoy, por primera vez en mucho tiempo, pudieran vencer sin apuros a una selección europea de nivel, una deuda pendiente que nunca se terminaba de saldar (el partido con Italia en la Finalissima fue el primer paso en esa dirección). Claro que ahora le puede tocar Francia, un equipo de los de arriba de todo. Pero hay con qué ganarles, algo que no era cierto en el mundial anterior y tampoco estaba al comienzo de éste. Allá vamos.
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