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El fin de semana pasado publicamos en Seúl dos artículos que tocaron un nervio en nuestros lectores y tuvieron amplia repercusión. Los dos hablan más o menos de lo mismo: ¿cómo se siente una persona que entiende la importancia de las reformas económicas que está llevando adelante el gobierno, cuando lo mira por su estrafalaria, improvisada y, con frecuencia, desagradable batalla cultural?
Los autores de los artículos pertenecen a generaciones distintas: Luis Alberto Romero es uno de los intelectuales más reconocidos del país y veterano como ciudadano de varios fracasos argentinos. Fue uno de los primeros en advertir, incluso desde Seúl, que el Estado argentino y las corporaciones que lo parasitan son una parte central del problema. Esta idea, antes minoritaria, reducida a pocos autores, como Jorge Bustamante o Sebastián Mazzuca, entre otros, que también lo dijeron en Seúl, se volvió mainstream en los últimos años. Políticamente se expresa hoy a través del programa de desregulación de Federico Sturzenegger, pensado originalmente para un gobierno de Juntos por el Cambio.
Iván Carrino, varias décadas más joven que Romero, plantea la disyuntiva explícitamente. Después de mostrar que Agustín Laje y Nicolás Márquez, dos influencias intelectuales del presidente Milei, parecen estar tan en contra de la diversidad en sí misma como de su uso político por parte de la izquierda y el kirchnerismo, rechaza la obligación de que haya que comprar o rechazar por completo el “combo” oficialista.
Tanto el Gobierno como sus opositores insisten en que el “combo” se compra o se rechaza entero: o se es oficialista o se es opositor. Patricia Bullrich lo ha dicho explícitamente, por ejemplo, en relación a la actitud del PRO. Muchos opositores, por otra parte, insisten en que, si uno no adopta una oposición militante, es tan “fascista” como Milei.
Carrino y Romero creen que no es necesario elegir. Yo tampoco. No me siento representado por este gobierno, no es mi proyecto político y tampoco tiene por qué serlo para reconocer el acierto en el diagnóstico económico y la audacia y la convicción en la gestión fiscal y monetaria de este año y pico. Ni tampoco para desear que tenga éxito en su estabilización de la economía y en poner los cimientos de algo que nunca tuvimos (al menos, no en los últimos tres cuartos de siglo): una macro ordenada, cuentas públicas equilibradas, un nivel razonable de gasto e impuestos, una actitud menos cerrada frente al mundo.
La inestabilidad económica es la gran deuda de la clase política en estos 40 años de democracia. Es realmente un papelón y una crueldad que, mientras todos nuestros vecinos se ordenaron y, más o menos, encararon sus caminos de crecimiento, con éxito dispar, pero ya sin crisis, nosotros hemos seguido empantanados, en buena parte, por culpa de la popularidad de ideas anacrónicas sobre las causas de la inflación o la importancia de no tener déficit. “Milei es un burro”, dicen ahora muchos, apuntando a tal o cual frase delirante del presidente, que las hay, como la del otro día sobre el supuesto izquierdismo de los nazis. Pero, al menos, Milei sabe que la emisión genera inflación. Ya eso lo pone uno o dos escalones por encima de la media de la clase política y de muchos de sus críticos que votaron por Sergio Massa, posiblemente el peor ministro de Economía de los últimos años.
Por otra parte, estoy convencido de que, con la estabilidad económica (y un consenso político-social alrededor de ella), desaparecerán varios de nuestros problemas políticos, incluidos los que genera Milei. La inflación alta, los déficits permanentes y la incertidumbre son caldo de cultivo ideal para la corrupción, el clientelismo político y el tongo legal empresario. La inflación es una niebla que borronea muchos problemas. La falta de inflación (y, sobre todo, la expectativa de que no habrá inflación por mucho tiempo) al menos pondrá esos problemas a la intemperie.
Es cierto que estamos a mitad de camino en ese proceso. Los próximos pasos son que el gobierno, que en su gestión económica muestra una parquedad y disciplina retórica escasas en otras áreas, alcance la normalidad, es decir, para resumir, una economía sin cepo. No estamos todavía en el “modelo económico” de Milei o Caputo; esto no es una vida cotidiana, es apenas una convalescencia, una resaca. Lo primero que debemos tener es, entonces, una economía con equilibrio fiscal, tipo de cambio libre y riesgo país de 200 puntos. Ojalá lo logremos, porque es lo que más necesitamos. A quienes les toca conducir ese camino ahora es a Milei, Caputo y Bausili; a ellos les tocó, y el costo de que fracasen para probar con otros mejores peinados sería gigante. Por eso no es una trivialidad apoyar la “agenda económica”. Es apostar a la posibilidad de cerrar un ciclo de medio siglo de fracaso económico y quién sabe cuándo será la próxima oportunidad.
Lo segundo, tan importante como lo primero, es que ningún candidato relevante quiera hacer campaña en contra de ese orden económico. Lo que tiene que cambiar es el país y esa tarea la puede empezar un gobierno, pero la tiene que continuar otro. Uruguay y Chile tienen 200 puntos de riesgo país, no por la iniciativa de un prócer, sino porque los (de izquierda) que vinieron después de los estabilizadores (de derecha) mantuvieron el rumbo.
Otra pregunta es si es posible tener esta convicción económica sin tener esta batalla cultural. ¿Hay un escenario alternativo con un Milei ortodoxo y ambicioso en lo económico y republicano-moderado en lo político? ¿O es todo parte del mismo paquete? Está cada vez más claro que viene todo junto, por psicología, pero también por estrategia política. Milei “inunda la zona”, como dirían los gringos. Mil mensajes por día. El mensaje es el hecho, como ayer con el tema de la OMS, cuyas consecuencias reales están muy por detrás en la consideración del gobierno. El mensaje es “seguimos haciendo y diciendo lo que otros no se animan o no ven”. A veces se va de mambo, como hace un par de semanas en Davos, pero el costo, si lo hay, es pagable, al menos hasta ahora.
Un argumento habitual es que el éxito económico de Milei es peligroso para la democracia, porque lo va a envalentonar, le va a permitir ganar elecciones y, ahí sí, impulsar su plan reaccionario/autoritario, que por ahora son solo palabras (estoy parafraseando el argumento). ¿Cuándo ocurriría eso, en 2028, 2029? Hacer ese tipo de predicciones en Argentina es delirante. Al revés que otros, yo confío mucho en la democracia argentina, que fracasó en lo económico, pero anduvo razonablemente en el resto, y apuesto a que tendrá los anticuerpos para evitar un proyecto autoritario (si lo hubiera, tampoco estoy convencido de que sea la intención de Milei). Ya lo hizo en 2013-2015, los años de la ley de medios, la democratización de la Justicia y los amagues re-reeleccionistas. No veo por qué no podría hacerlo otra vez.
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