Partes del aire

#82 | El regreso de Donald Trump

Cinco puntos acerca de cómo Donald Trump consiguió lo que parecía imposible. El fin de una época y lo que viene después.

Donald Trump volverá a ser presidente de Estados Unidos. Acá van cinco puntos de análisis rápidos y de menor a mayor, empezando por lo más cercano a los hechos y cerrando con lo más abstracto y especulativo.

1. Clases menos sociales

Trump ganó por una diferencia muy superior a la prevista por las encuestas, que veían un escenario de 50-50 hasta la mañana misma de la elección. Todos los swing states fueron para Trump, que también ganó el voto popular (51-47%), primera vez para un candidato republicano desde 2004. Es un triunfo claro, decidido en apenas horas, que además le dará a Trump una pequeña mayoría en el Senado, aunque no el poder absoluto que muchos están diciendo (para las cosas importantes el Senado requiere 60 votos, que Trump no tendrá).

La distribución del voto confirmó el desalineamiento electoral por clases sociales, que empezó hace al menos una década. Históricamente, pobres y trabajadores con menos educación votaban al Partido Demócrata; clase media y alta con educación universitaria elegían al Partido Republicano. Ahora es al revés: Trump ganó el otro día entre los votantes de hogares que ingresan menos de 100.000 dólares al año y perdió contra Harris en los hogares que ingresan más de 100.000 dólares al año. Además, ganó 56-42 entre los votantes con educación sólo secundaria y perdió por casi 15 puntos contra Harris entre los graduados universitarios.

El otro desplazamiento importante es el de los latinos, que aumentaron en 10 puntos su apoyo a los republicanos. Los varones latinos votaron 53-45 en favor de Trump, algo nunca visto.

Todo estos datos son para decir que el triunfo de Trump es importante por sí mismo pero también porque sacude los cimientos sobre los cuales estaba parado el sistema electoral estadounidense desde al menos medio siglo, cuando los estados del Sur, históricamente demócratas, empezaron a votar a republicanos. Son tendencias que, si continúan, pondrán en un lugar muy difícil al Partido Demócrata, que hace apenas una década estaba confiado en que, por los cambios demográficos y sociales (más latinos, más gays) se aproximaba a una “mayoría permanente”.

2. Tres problemas para Harris

Kamala Harris hizo una campaña sosa pero correcta, que al menos le permitió llegar con esperanza al último día. Tenía varias cosas en contra. La primera, la tendencia global post-pandemia de derrota de oficialismos. Pasó en Gran Bretaña, en Francia, en Austria, en Brasil, en Portugal, en Argentina y pronto ocurrirá en Canadá y en otros países. La inflación derivada del gasto extra en pandemia-cuarentena, que muchos países todavían están digiriendo, generó una percepción de debilidad económica, aunque los datos (sobre todo en Estados Unidos) muestren otra cosa. En estas horas muchos demócratas están exagerando la importancia de la economía, quizás como consuelo para no reconocer lecciones más duras, pero el desempleo es bajo, los salarios reales crecen, la pobreza es de un dígito. Difícil pensar que haya sido un factor central. En cualquier caso, los votantes estaban queriendo cambiar y Kamala era la candidata de la continuidad, un poncho que no se pudo sacar.

Otro problema de Harris es que llevaba poco tiempo como candidata y que fue subida ahí por el mismo establishment demócrata que estuvo meses negando los problemas mentales de Joe Biden. Sin experiencia electoral y sin más mérito que el dedazo, le faltó empaque para afrontar la campaña. El tercer problema fue ella misma, una dirigente insustancial, proclive a cambiar de opinión y con problemas para desarrollar una visión articulada de futuro. Sedujo a quienes le tenían miedo a Trump (la votaron el 80% de quienes creen que el principal problema de EEUU es “el estado de la democracia”), pero a pocos más.

Harris hizo una campaña centrista, poco woke, pero no alcanzó, porque las placas tectónicas del realineamiento partidario se están moviendo solas. Además, el Partido Demócrata “en las sombras” (ONG, medios de comunicación, fundaciones, celebrities), que ganó mucha relevancia en estos años, insistió con la campaña identitaria, que les gusta a sus nuevos votantes profesionales urbanos pero es rechazada por sus viejos votantes sindicalizados. Hubo mucha obsesión por frenar a Trump, demonizándolo como si esta vez pudiera funcionar (ya no había funcionado en 2016), y menos foco en ofrecer un camino. Lo novedoso de esta elección es que los demócratas ya no sólo están expulsando a los “laburantes” sino también a algunas minorías, sobre todo los latinos.

3. Cuál Donald

Trump: hay que destacar su testarudez para después de perder insistir en el camino de volver, algo que no lograba nadie hace más de 100 años. Lo dieron por muerto, le tiraron con todo el lawfare posible (en parte justificado) y el tipo se la aguantó.

Qué Trump se viene. Difícil de saber. Si uno escucha a los voceros progresistas, se viene un autoritario, un dictador, un extremista que pondrá fin a 250 años de democracia. Si uno lo escucha a él, sus ambiciones son más modestas, pero no hay por qué creerle a un bullshitter extremo como Trump, que no es un mentiroso (alguien que conoce la verdad y dice lo contrario) sino alguien capaz de decir cualquier cosa en cualquier momento. En su discurso triunfal se quiso mostrar como un osito de peluche que va a proteger a todos los ciudadanos, pero eso es lo que dicen casi todos los ganadores.

Sí parece claro que ahora tendrá a su lado a un Partido Republicano más alineado con su liderazgo. La Heritage Foundation, por ejemplo, histórico think tank neoliberal, que se pasó décadas pidiendo bajar impuestos y eliminar planes sociales, ahora se volvió full MAGA y su agenda reformista es conservadora en lo social, halcona en inmigración y a favor de darle más poder al presidente. Ya casi no quedan dirigentes republicanos importantes enfrentados con Trump.

Así y todo estos nuevos republicanos, con Trump, se corrieron al centro en algunas cosas (esto se dice poco). Por ejemplo, en el tema planes sociales y Estado de Bienestar. Al revés que sus antecesores neoliberales, Trump jamás habla de hacer recortes. También uno puede decir que Trump es más centrista que el establishment republicano de política exterior (y buena parte del demócrata), con su idea de “no empezar guerras” y terminar las que están. No digo que esté bien (me preocupa el acuerdo al que Trump pueda someter a la pobre Ucrania), pero sin dudas es una postura menos halcona y más aislacionista.

Lo mismo con la política comercial: Estados Unidos lleva 30 años bajando barreras al comercio, con el argumento de que puede ser malo para el empleo pero es bueno para los consumidores. Este consenso cruzaba ambos partidos. Trump promete (una de sus promesas más claras) poner aranceles y reducir el comercio internacional, más foco en la producción que en el consumo: a la izquierda del viejo republicanismo reaganiano.

¿Hay riesgo de autoritarismo? Los trumpistas dicen que ya gobernó una vez y que respetó la Constitución. Sus críticos dicen que ahora va a tener más poder y eso lo vuelve peligroso. El antecedente del 6 de enero de 2021 obliga a dudar y la base de su personalidad política es ser impredecible. Igual creo que quienes creen que Trump podría convertirse en un “dictador” (algo que debería conseguir rápido, porque no tendrá reelección) subestiman la robustez de la democracia más antigua y más consolidada del mundo, que por algo ha resistido. Además siento que a Trump le interesa sobre todo la batalla cultural, pelearse con los progres y alimentar su ego. Para refundar un país hay que trabajar mucho, y el nuevo presidente ha mostrado ser bastante vago para el trabajo minucioso y perseverante.

4. El volumen de la conversación

Es improbable que baje el volumen de la polarización, porque Trump la mantendrá viva y porque el establishment demócrata, si estos meses sirven de muestra, buscará cazar la piel del presidente desde el día uno. Será agotador. Los primeros dos años de la primera gestión de Trump se la pasaron investigando una supuesta injerencia rusa en las elecciones, que no terminó en nada. En la campaña, hace pocos días, hubo gran escándalo porque supuestamente Trump había dicho que quería fusilar a Liz Cheney (no había dicho eso) e incluso su famosa frase sobre ser un “dictador el primer día” fue distorsionada y recauchutada hasta el hartazgo. Todo eso va a seguir. Trump dirá sus cosas irritantes a propósito, testeando la retórica autoritaria, y los progresistas se volverán locos y retrucarán con acusaciones gravísimas.

Quizás haya una autocrítica de los medios de comunicación y las otras organizaciones del ecosistema demócrata sobre cómo cubrir y hablar de Trump y sus votantes. La tentación de despreciarlos, de decirles racistas o malvados porque están en contra de la inmigración ilegal, está siempre presente. O que son poco sofisticados (lo son) y votan en contra de sus intereses. O que no entienden el problema del cambio climático (cuya urgencia ha sido exagerada por expertos y activistas), o que son reaccionarios porque no quieren que mujeres trans compitan en deportes con otras mujeres. Este ha sido el piloto automático hasta ahora, el de una élite llena de credenciales que ha intentado imponerle sus valores a una población que pide ir más despacio y ser respetada. Muchos votantes de Trump sienten que los políticos y periodistas progresistas no los respetan, no los entienden, no los escuchan.

5. El fin del mundo neoliberal-progresista

Último punto, el más abstracto y apenas una hipótesis para desarrollar en otro momento. Da la impresión que el orden político y económico parido por el fin del comunismo en Europa está llegando a su fin, sin que esté claro el nuevo modelo. En estos 30 años, los países ricos vivieron un consenso que podríamos llamar neoliberal-progresista: inflación baja, apertura comercial e inmigración masiva combinadas con crecientes libertades y diversidad sexual y personal, gobernadas por tecnocracias semi-autónomas con creciente ambición regulatoria.

Fue un modelo exitoso, que dio crecimiento económico, estabilidad democrática y libertades personales y sobre el que, por ejemplo, se fundaron la Unión Europea y los consensos principales de demócratas y republicanos en Estados Unidos. Con los años ese proyecto se fue anquilosando, quedándose sin una idea de futuro, sin ofrecer un sueño a los que estaban adentro. Sigue siendo un sueño para los que no lo tienen: los ucranianos están dando su vida (literalmente) para ser neoliberales-progresistas. Ojalá los argentinos alguna vez nos cansemos de tanto éxito. Pero los de adentro se están rebelando, acusando a las élites de servirse sólo a sí mismas.

¿Por qué? Fukuyama, en el mismo libro donde declaraba el fin de la Historia, decía que un riesgo del éxito de la democracia liberal es que por aburridos nomás, porque las nuevas generaciones ya no tienen nada por qué luchar, se pongan a luchar en contra de la propia democracia liberal. Me suena una hipótesis posible. Quizás la elección de Trump sea un paso más en esa dirección.

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Hernán Iglesias Illa

Editor general de Seúl. Autor de Golden Boys (2007) y American Sarmiento (2013), entre otros libros.

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