La aventura interior

#8 | Las antiguas

Sobre el rescate desregulado de un linaje nacional de escritoras decimonónicas absolutamente sorprendente.

Sobre la FED, un escritor argentino se expresó el domingo pasado en Seúl con ideas, humor y desparpajo, y llovieron lágrimas en forma de DMs, chats, voces y susurros. Se transcriben a continuación algunos argumentos: es mala la intimidación cultural; una reseña debe indicar una lectura, vender un libro, promover la industria, generar bondad; ser irónico es malo; ser soberbio es horrible; todos los libros escritos son buenos; decir la verdad ofende; distinguir, un oprobio.

Stella (1905), primer best seller argentino, de una autora con firma de hombre.

Del reciente último éxito de la FED, todavía nos quedan joyas por comentar. Entrar fue como sumergirse en un hormiguero lleno de pasillos, túneles, colores tierra. Polainas, boinas, bufandas y la voracidad intacta de leer. ¿Cuál serás vos, lector, de todos los que vamos? ¿El que sólo compra ficción, el que consume por editorial, el que devora todo lo que es biografías, el que se guía por las teorías de género u otras modas teóricas? Seguro sos otro, uno que no sé, que no conozco. ¿Cuál soy yo? La que se topó con Buenavista Editora y ya no pudo mirar nada más. El canon, para justificar que son todos machos (Mariana Docampo, la editora, lo explica de manera elegante), suele decir que si no hay escritoras mujeres es porque fueron muy pocas, y las pocas, malas. La colección Las Antiguas prueba lo contrario: el rescate desregulado de un linaje nacional de escritoras decimonónicas absolutamente sorprendente. Cada tomo es una invitación a reconocer lo que ignoramos, lo que fuimos y nadie recuerda, como si no hubiéramos sido, como si fuese lo mismo escribir que no hacerlo. Pues no, mi ciela.

Esprit d’escalier

«Esprit de l’escalier» es una expresión francesa que en español podría traducirse por: “¿Cómo no se me ocurrió antes?” Describe el estado mental de quien se ilumina y da con la réplica perfecta cuando ya es demasiado tarde. Es el síndrome incómodo de no haber tenido la palabra precisa en el momento justo, y, como nada es más doloroso que el ingenio cuando se demora, en La aventura interior siempre estamos a tiempo de dar la estocada final y quedarnos con la última palabra. Hoy le ofrecemos nuestras páginas a una escritora picante, desquiciada, que nos cuenta:

–De haberlo sabido, me hubiera preparado. Hubiera releído un par de cuentos, hubiera ido con alguna cita de Wilde. Pensé que era comer en un lindo restaurante vietnamita con un matrimonio amigo para hablar de hijos y de colegios. Pero no. Ni bien nos sentamos, él me dijo  con tono amenazante: “Tenemos que hablar de tu libro”. Había enojo en su voz. En realidad, lo que me estaba diciendo era: “¡Cómo se te ocurrió escribir eso!”
–¿Qué te dijo? –le pregunté a la escritora desprevenida.
–Me dijo cosas como: “Escribir así sobre tu clase social es de resentida. Hay mucha bronca, lo único que tenés para decir es negativo. Parece escrito por otra persona.”
–¿Y vos?
–Yo le pregunté: “¿Más oscura?”, pero por adentro pensé: no me conocés tanto como para saber cuál soy. “Yo no lo leí”, acotó afligida su mujer, a lo que respondí: “No lo leas”. Increíblemente, su marido, el lector furioso, había leído sólo tres cuentos, y eso que son cortos.
–¡Tres empanadas! –la interrumpí, pero no agarró la referencia.
–Él siguió despotricando, y para terminar de convencer a la mujer del horror de lo que había leído, agregó: “Te doy un ejemplo, para que te des una idea: en un momento hablan de parir y una mina le pregunta a otra, que es madre de dos hijos: ‘¿Y la concha cómo te quedó?’”
–El tarado ni siquiera sabe leer –acoté (conozco el cuento en cuestión).
–¡Exacto! Porque cuando le preguntan eso, ella también se siente incómoda, un marciano, una antigua, se quiere morir.
–¿Y qué te hubiese gustado responderle?
–“A la protagonista la concha le quedó mejor después de dos partos que a vos la cabeza después de tres cuentos”. Algo así no hubiera estado mal, pero no, me paralicé; tuvo que salir a defenderme mi marido. Strange, una mina que escribe y que después no puede defenderse solita. Al parecer, ser atacada por un hombre no me vuelve más inteligente.

Tumbas vecinas

Un mensaje al presidente. Hay un living en Buenos Aires que algunas noches se transforma en salón. Porteña de alma, nunca imaginó su dueña que sería con invitados latinoamericanos que la soirée alcanzaría su clímax. Un mexicano llevó un mezcal que no era mezcal; un chileno, un pisco que sí era un pisco, y una pareja de colombianas propone un brindis. El alcohol penetra las mentes. La salonnière comenta, con aire de pachamama y la ilusión de hermanar, que en redes sociales la sigue un presidente de la región. Se cree inclusiva al ostentar exclusividad, como hacía Evita. Los invitados, eufóricos, le aconsejan mandarle un mensaje. Se la ve apartada, en un rincón del sillón, redactando enamorada, como un personaje de Jane Austen, una misiva por DM. El grupo festeja la osadía. Sirven otra ronda: “El primer trago, un mensaje a Boric, ¡el segundo, a Putin!”.

Flamante y ausente. En el barrio 12, una pareja de espléndidos –uno escritor, el otro payaso– descuellan en el arte de recibir. Ensaladas de sandía y feta, hummus libanés, cazuelas de arroz con hongos, hasta los nachos para el guacamole son caseros. Las mismas caras de siempre al acecho de alguna nueva, en este caso, la joven escritora argentina recién llegada a Francia. De esos éxitos que son como incendios, y hay tanta llama que la gente se queda viendo, aunque no lea. El grupo de intelectuales afrancesados espera ansioso la llegada de la flamante novelista, pero suena el teléfono y es su secretaria: “Les pide disculpas, le hubiese encantado asistir, lamentablemente no va a poder, está triunfando en Alemania”.

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