Partes del aire

#79 | Elon en el espectro

¿Tendríamos hoy SpaceX, Tesla y Starlink si su creador hubiese tomado psicofármacos de chico y no maltratara tanto a sus empleados?

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No sé si viste el domingo los videos de la última prueba de SpaceX, sobre todo la parte en la que el propulsor del cohete regresa manso a la Tierra y es atrapado por una torre con dos brazos de metal. Esto permitirá reusar el propulsor, bajar costos y acelerar el ritmo de lanzamientos, pero las imágenes me impactaron menos por estos argumentos técnicos que por una sensación de asombro y aventura. No tengo un interés particular por la exploración espacial ni por la ciencia ficción, pero los videos del domingo me conmovieron, me recordaron que soy parte de una especie (y de un universo) y me llevaron a dos de mis versos favoritos, del gran físico Richard Feynman, que se para frente al mar y piensa:

I, a universe of atoms,
an atom in the Universe.

También me puse a pensar en Elon Musk, el CEO y accionista principal de SpaceX, cuya biografía estoy leyendo en estos días. Elon fundó SpaceX con los 250 millones de dólares que cobró por la venta de PayPal. Durante años la única guita que entró a la compañía era la suya. No sabía nada de cohetes pero se puso a leer los manuales y a poner en duda cada cosa que los expertos le decían que no se podía hacer. En ese momento la industria aeroespacial estaba estancada, sin mística ni novedades, la NASA en estado vegetativo. Musk es un tipo que a los 20 años dijo que las únicas tres áreas que le interesaban, porque tenían el mayor impacto potencial en la humanidad, eran la Internet, la energía sustentable y los viajes al espacio. A las tres las dio vuelta como medias: fundó la primera plataforma de pagos online (y Starlink, la mejor empresa de Internet satelital), el fabricante más exitoso (lejos) de autos eléctricos (Tesla) y la empresa más exitosa de exploración espacial. Visto así parece una figura de otro tiempo, un héroe randiano, con su propio arco de caída (el maltrato del padre, el bullying en el colegio) y redención. Su éxito es la venganza de un nerd. El domingo tuiteó: “Es como ciencia ficción pero sin la parte de la ficción”.

Es cierto que Elon se convirtió en los últimos años en un personaje polémico, sobre todo desde su llegada a Twitter. Compró la empresa, la única red social interesante para la conversación pública, y lo primero que dijo fue: la voy a liberar de la censura progresista de estos años. Compartió con un grupo de periodistas documentos sobre cómo Twitter (ahora X) había colaborado con gobiernos para ocultar opiniones consideradas incorrectas, sobre todo durante la pandemia. Al mismo tiempo se hizo más insistente en su lucha o burla contra la cultura woke y el elitismo biempensante. Musk había sido vagamente demócrata en su juventud, como buena parte de Silicon Valley, pero se estaba transformando en un halcón: primero anti-demócrata, ahora (este año) en pro-Trump. Su explicación es que él no ha cambiado, sino que la izquierda se corrió tanta hacia la izquierda que él ahora parece de derecha. Pero ha llegado a decir que si Kamala Harris gana las elecciones de dentro de tres semanas, serán las últimas elecciones democráticas en Estados Unidos.

El odio del progresismo, que lo ha puesto en estos meses como enemigo público número dos (el uno ya sabemos quién es), no parece importarle. Para mí tanto activismo político lo arruina un poco, porque le hace decir o tuitear cosas que no son verdad, comerse curvas que son de tuitero novato. Además, me parece innecesario, porque no creo que esté en riesgo la democracia estadounidense y porque le quita brillo a su versión mejor, la del millonario-bondadoso-científico-loco capaz de hacer lo que nadie se anima a hacer y que en esta era de procesos, de sistemas, de grandes equipos para todo –un mundo diseñado por comités y planillas de cálculo–, le mete para adelante con originalidad y la fuerza de su visión y su testarudez.

Ahora, ¿de dónde sale esta fuerza? En el libro se le da bastante bola a que Elon probablemente sufre de Asperger o alguna forma moderada del espectro autista. El autor, Walter Isaacson, que ya escribió sobre otros genios locos como Da Vinci y Steve Jobs, no traza una causalidad pero la deja flotando en el aire, como un ingrediente de la coctelera. Este tipo, dueño de una inteligencia abstracta monumental y de un poder de concentración casi infinito, también es un tipo bastante incapaz de entender las emociones ajenas, famoso por sus exabruptos e insultos, por hacer trabajar a sus empleados hasta el borde de la extenuación, por deshacerse sin remilgos de las personas que ya no le sirven.

Todas estas cosas lo transforman en alguien rebelde, solitario y soberbio, capaz de desafiar cualquier statu quo y burlarse de los miles “esto no se puede hacer” que le dijeron en su camino, empezando por su padre. Pero también lo dejan con una dificultad importante para establecer relaciones estables y honestas con las personas a su alrededor, quizás con la excepción de su familia más cercana. Esto refuerza la épica sacrificial: la del tipo con una misión a cumplir incluso si eso va en contra de su felicidad y la de quienes lo rodean. No importa: al final todo (haber transformado a la humanidad, por ejemplo, en una civilización interplanetaria) habrá valido la pena.

¿Pero qué habría pasado si Musk hubiera sido diagnosticado “a tiempo” por un neurólogo infantil? Habría habido un tratamiento, quizás con psicofármacos, una adaptación de su conducta: un Elon Musk con algo de paz mental, capaz de sentir empatía, menos cabezadura, menos obsesivo. ¿Seguiría siendo Elon Musk? ¿Tendríamos SpaceX y Starlink y Tesla si Elon hubiera sido más “buen tipo”? Es una pregunta más vieja de lo que parece, aplicada durante siglos a artistas cuyas almas torturadas podían hurgar en profundidades a las que sus lectores no nos atrevíamos. Sufrían no para hacernos “felices”, pero sí para ser antenas de los demás. Teníamos a estos eunucos morales (los artistas, los filósofos, los poetas) investigando los bordes de la naturaleza humana y reportando qué habían encontrado. Ahora, en este mundo de procesos y comités, donde todo es más seguro y más agradable, pero también más uniforme, quizás ya no los dejaríamos ir a explorar: pero no por nosotros, sino por ellos. Les daríamos una pirula y un equipo de apoyo y desearíamos para ellos vidas más placenteras pero menos profundas. En lugar de poeta, creativo publicitario.

Pensé en esto también después de leer un posteo extraordinario de uno de mis ensayistas favoritos, Noah Smith, economista de profesión pero capaz de clavar casi cualquier tema. Noah escribió hace poco sobre Unfinished painting, una pintura brutal de Keith Haring, que moriría meses después (en 1990) de HIV. Si no hubiera existido la epidemia de HIV, no habría habido Unfinished painting, que es sin dudas una obra de arte pero, escribe Smith, menos valiosa que la vida del propio Haring. Sin el HIV el mundo quizás habría sido un poquito menos profundo, con menos tragedias. Pero nadie con dos dedos de frente desea que continúen las tragedias sólo para que la vida humana pueda seguir teniendo un pathos. “Un mundo donde Keith Haring llegaba a viejo y sus cuadros eran basura sería preferible al mundo que finalmente tuvimos”, dice el amigo Noah. Los beneficios de la adversidad valen menos que el costo de la adversidad.

Aplico esto a Elon y a tantos otros. ¿Vale la pena ordenarle un poco el bocho a un niño si el costo de ese tratamiento, que sin duda mejoraría la vida de ese niño y su familia, es no tener SpaceX, Starlink y Tesla? Es un caso distinto al de Haring, porque la tragedia no es una epidemia sino casos individuales. Pero igual no tengo una respuesta. Algunos dirán que si no aparecía Elon habría aparecido algún otro y habría hecho su propia versión de SpaceX, Starlink y Tesla. Quizás, no lo sé. Justo estos tres casos son innovaciones tan distintas, saltos tan grandes en sus industrias que dudo mucho de que los tuviéramos hoy. Pero pienso en los videos del domingo, en mi despertar como explorador (a mí, que solo salgo para tomar cafés y leer libros) y siento que es bueno que existan personas distintas, aunque sufrientes y a veces provocadoras de sufrimiento y que corremos el riesgo de perdernos miradas distintas sobre nosotros mismos y nuestras posibilidades si intentamos homogeneizar, suavizar, eliminar la diferencia.

Isaacson cuenta en un momento que cuando estaba investigando su biografía sobre Steve Jobs, otro genio insoportable, su primer socio en Apple, Steve Wozniak, le dijo que la gran pregunta para hacerle a Jobs era: ¿era necesario que fueras tan malvado, tan áspero y cruel, tan dramático? El bonachón Wozniak decía que si a él le hubiera tocado ser el CEO de Apple habría sido más amable y habría tratado a los empleados como una familia. “Pero también, si yo hubiera dirigido Apple”, cuenta Isaacson que le dijo Wozniak, “quizás nunca habríamos creado la Macintosh”.

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Hernán Iglesias Illa

Editor general de Seúl. Autor de Golden Boys (2007) y American Sarmiento (2013), entre otros libros.

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