Partes del aire

#76 | Milei contra la casta de la ONU

Ni amenaza socialista ni papelón histórico: todos exageran.

Esta fue la semana anual de en que decidimos prestarle atención a la ONU y lo hicimos dos veces: el domingo, cuando la Argentina se ausentó de la votación del “Pacto para el Futuro”, apoyado por 143 países y rechazado por parias e indeseables; y el martes, cuando el presidente Milei dio su discurso anti-ONU en la Asamblea General de la ONU. Ambos momentos generaron revuelo, euforia, indignación y polémica.

Para Milei, el “Pacto para el Futuro” es un camino de empobrecimiento y una amenaza para la soberanía de los países. Para sus críticos, la decisión del Gobierno es un papelón que nos deja afuera del mundo y una decisión irresponsable que tendrá graves consecuencias.

Para este newsletter, todos exageran.

Mi pronóstico es que el documento de la ONU no será ni amenaza colectivista ni panacea desarrollista sino algo absolutamente irrelevante, un conjunto de declaraciones (no todas buenas) con pocos efectos reales. Son apenas invitaciones a reflexionar, “exhortaciones” varias y compromisos con objetivos pero sin acciones. Lo más probable es que sea olvidado o que quede flotando en la jerga de los organismos internacionales, como una música de fondo.

Después de leer sus 64 páginas, me dio la impresión de que su objetivo oculto es revitalizar la centralidad perdida de la ONU: el manifiesto de una burocracia amenazada en defensa de su propia supervivencia. El pacto es el documento y el documento es el pacto: busca menos influir sobre la realidad que justificar el mendrugo de sus redactores.

El pacto-documento no es ni el proyecto de colectivización forzoso que denuncia Milei ni el tren al desarrollo que nos estamos perdiendo según políticos e intelectuales opositores.

Es decir que el pacto-documento no es ni el proyecto de colectivización forzoso que denuncia Milei ni el tren al desarrollo que nos estamos perdiendo según políticos e intelectuales opositores. Debajo de grandes lineamientos con los que nadie podría estar en desacuerdo, como “erradicar el hambre”, la mayoría de los puntos concretos empiezan con construcciones blandengues como “crear un entorno más propicio para”, “redoblar los esfuerzos en”, “proseguir los debates sobre”, “estudiar opciones para”. La nada misma. El viejo “tenemos que sentarnos todos alrededor de una mesa”, pero en versión internacional.

Si me preguntaban a mí qué debía votar Argentina, habría dicho de votar a favor, porque es lo que hicieron los países finos: el club de los que votaron en contra (Rusia, Irán, Nicaragua y otros), se abstuvieron (Bolivia, Cuba, Irak) o, como nosotros, se ausentaron (Burkina Faso, Kirguistán, Vanuatu, entre otros) está lleno de impresentables. Pero sobre todo habría dicho de votar a favor porque es un voto inofensivo, que no genera ningún compromiso y te permite gratis ponerte del lado de los buenos. Para qué llamar la atención, nos preguntamos los tibios de alma.

Un pacto exasperante

Dicho esto, el documento del Pacto para el Futuro me resultó exasperante, por dos razones. Una es el estilo: después de varios años de consumirla y (mea culpa) producirla, la prosa globalizada de think tanks, ONG y organismos internacionales se me volvió intolerable. Lleno de eufemismos y enumeraciones, su lenguaje de comité, escrito a mil manos, más de ChatGPT que de pensadores políticos, consiste en repetir fórmulas y vaguedades sin ofender a nadie ni decir nada sustancioso. Es una neo-lengua, escrita por élites para otras élites, inaccesible y sorda ante el vendaval anti-élites que asuela a medio mundo.

La otra razón es el contenido. Por supuesto que comparto con los autores las ganas de eliminar el hambre y mejorar la educación (quién no), pero me pasaron tres cosas:

1. Me irritó su diagnóstico excesivamente negativo de la situación actual.

2. Me pareció insólito su mínimo énfasis en el crecimiento económico.

3. Y, sobre todo, el nulo interés por la democracia como sistema político deseable.

El documento no habla nunca de democracia, no menciona la palabra “autoritarismo”, y aun así los países democráticos lo votaron a favor y muchos autoritarios, en contra, señal de que algo no está funcionando. ¿Tiene sentido promover los derechos humanos y la inclusión social sin democracia? Para la ONU, siga siga.

Sobre el diagnóstico, los problemas empiezan en el primer párrafo: “Nos enfrentamos a crecientes riesgos catastróficos y existenciales”. ¿Es así? ¿Nos enfrentamos a riesgos catastróficos y existenciales? Por supuesto que no. Sólo los militantes ambientales más alarmistas usan este lenguaje.

Pero la frase revela la necesidad de la ONU de pintar un panorama terrible sobre la civilización humana (es decir, el capitalismo), un clásico del alma progresista. No hay menciones en los párrafos sobre pobreza a la increíble reducción de la pobreza extrema, que pasó del 38% de la población mundial en 1990 al 9% el año pasado, un progreso por el que nadie daba dos mangos. Por supuesto que hay que seguir avanzando, pero la ONU prefiere insistir con que estamos en el peor de los mundos.

¿Nos enfrentamos a riesgos catastróficos y existenciales? Por supuesto que no. Sólo los militantes ambientales más alarmistas usan este lenguaje.

Lo mismo cuando, por ejemplo, habla de la educación de las mujeres. Le parece un escándalo la situación actual, pero en ningún momento destaca que las niñas duplicaron sus años de educación formal desde 1970. A veces presenta problemas que no existen, como el “rápido crecimiento de la población”, cuando el mundo entero debate el colapso de la natalidad. O (puños llenos de verdades): “No aceptaremos un futuro en el que la dignidad y las oportunidades se nieguen a la mitad de la población mundial”. ¿Cómo la mitad? ¿Cuál mitad? Así mil casos.

Después está el tema del crecimiento económico, al que el documento menciona acá y allá, pero siempre para recordar que tiene que ser “inclusivo, sostenible, equitativo”, bajándole el precio al que ha sido siempre el mejor atajo para bajar la pobreza: crecer. Más PBI per cápita, menos pobreza: no es exactamente lineal, pero es bastante lineal. No hay estrategia contra la pobreza que pueda prescindir del crecimiento de la economía. El documento, en cambio, dedica largos párrafos a la mitigación de la pobreza, a suavizar los síntomas, a darles dignidad a los pobres. Deprime un poco que Naciones Unidas no tenga una visión más positiva del crecimiento económico por sí mismo.

El discurso de Milei

Paso al otro tema de la semana, el discurso de Milei en la Asamblea General que generó tantas quejas en opositores e intelectuales.

Lo sintetizo antes de comentarlo: Milei arranca diciendo que la ONU al principio fue muy útil, supervisó benévolamente el período de mayor paz y crecimiento económico de la historia de la humanidad, pero que “en algún momento” abandonó sus principios fundantes, como los derechos humanos, y “empezó a mutar”. Antes la ONU perseguía la paz, ahora “impone una agenda ideológica a sus miembros”. La Agenda 2030, “bienintencionada en sus metas”, no es otra cosa que un gobierno “supranacional”, “de corte socialista” y que fracasó. Es el momento, concluye, de reemplazar esa agenda por la agenda de libertad.

Cito algunas de las reacciones: “El discurso de un fascista paranoico”, “uno de los mayores papelones de la historia diplomática argentina”, “la vergüenza que da tener como representante un presidente así”, “el oprobio que significó el impresentable en la ONU nos acompañará por años”. Pueden leer el resto en La Nación. Todas exageradas, en mi opinión.

Por un lado, porque todo esto será olvidado o ya ha sido olvidado. Los discursos de los presidentes en la ONU son de consumo local, no global. De hecho dos horas después Milei estaba a los besos con Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, más globalismo tecnocrático imposible. “Compartimos vínculos profundos y valores sólidos”, dijo la alemana, unaware del “papelón histórico”. Por otro, porque el discurso entiende mal muchas cosas pero acierta en otras.

Por un lado, porque todo esto será olvidado o ya ha sido olvidado. Los discursos de los presidentes en la ONU son de consumo local, no global.

Qué entiende mal Milei: lo principal es que toma las recomendaciones o los lineamientos de la Agenda 2030 o el Pacto por el Futuro como “imposiciones” o “legislación”, cuando no lo son, quizás con la excepción ambiental. Le sube el precio a algo que es gratis, no tiene control de cumplimiento ni premios o castigos. Se queja de que los países pierden libertad porque sus decisiones son tomadas por burocracias opacas, pero con la ONU, que apenas puede consigo misma, no es así. Agita, por lo tanto, un fantasma al que podría ignorar. Además, inesperadamente viniendo de un libertario, llora “soberanía”, ese viejo lamento peronista.

Qué entiende bien Milei: que el teatro de la ONU se volvió exageradamente hipócrita (en la diplomacia un poco de hipocresía es necesario) y que correr ese velo le podía funcionar, porque además está en consonancia con su identidad política anti-casta y anti-élites. Es cierto que la ONU es una burocracia como cualquier otra, alejadísima de la participación ciudadana, preocupada por su propia supervivencia, manejada por tecnócratas desconocidos que no han sido votados por nadie. Es decir: una casta. Y por eso va por ella. Que sea inofensiva y temerosa le juega a su favor, porque sabe que no habrá represalias a su desafío.

Cuando trabajé en el gobierno de Cambiemos, en un momento intentamos pasar los proyectos de cada ministerio por el filtro de los 17 Objetivos de Desarrollo Sustentable publicados por la ONU en 2015. Lo que los mileístas llaman peyorativamente la “Agenda 2030”. Todos objetivos loables: bajar la pobreza, mejorar la educación, “industria, innovación e infraestructura”. No funcionó, nadie quería hacerlo y tampoco era útil, porque eran todos objetivos muy obvios. Y eso que en aquellos años el centrismo tecnocrático vagamente progresista (Obama, Macron, Merkel, Renzi, Cameron) estaba de moda. El Pacto para el Futuro es un refresh de aquella Agenda 2030, admitido por la propia ONU. Entre que el mundo cambió, presidente, y que las segundas versiones nunca fueron buenas, pronostico que el nuevo pacto tendrá una vida más corta aún.

Hasta el jueves que viene.

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Hernán Iglesias Illa

Editor general de Seúl. Autor de Golden Boys (2007) y American Sarmiento (2013), entre otros libros.

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