Partes del aire

#67 | No escuchen, no corran la bola

La canción es desagradable e indefendible. Enzo Fernández hizo bien en pedir disculpas. No hay que llevar el asunto al terreno geopolítico.

Buenas! Cómo estás.

El martes tuve en Twitter una de esas noches de “no me puedo ir a dormir, alguien está muy equivocado en Internet”, como hace tiempo no tenía. Discutía con otros foristas sobre el episodio del video de Enzo Fernández, el domingo pasado, donde los jugadores cantaron las primeras líneas de una canción contra Francia tan agresiva y de mal gusto (“juegan en Francia / pero son todos de Angola”) que el propio Enzo cortó la transmisión cuando un compañero le dijo que no daba. El video se viralizó, la Federación de Fútbol de Francia (FFF) se quejó ante la FIFA, que aceptó tomar el caso, y el defensor francés del Chelsea Wesley Fofana, compañero de Enzo, compartió el video diciendo “Fútbol en 2024: racismo desinhibido 🤦🏽‍♂️🤦🏽‍♂️🤦🏽‍♂️”.

Enzo publicó unas disculpas sinceras, bien escritas, en el tono de “me mandé una macana, me dejé llevar, yo no soy así” y el Chelsea dijo que iba a iniciar una investigación. Ayer a la mañana el subsecretario de Deportes, Julio Garro, dijo que Leo Messi y el Chiqui Tapia debían “pedir disculpas”, porque “nos deja mal parados”, y fue fulminado por Milei casi al mismo tiempo que la vicepresidenta Villarruel le prendía fuego a la controversia con un posteo de épica nacionalista: “Ningún país colonialista nos va a amedrentar por una canción de cancha”.

Estos son los hechos. Las interpretaciones van por todos lados y llegan a lugares insólitos, pero básicamente las reacciones argentinas consistieron en atacar la reacción francesa con dos argumentos. El primero es que todo es parte de la locura woke y que no nos tenemos que dejar amedrentar, que la canción no es racista, es parte del folklore del fútbol y los franceses están ardidos desde que perdieron la final del Mundial: nos dicen racistas porque 1) nos tienen envidia, o 2) nos quiere dominar con la agenda woke.

El segundo, inesperadamente geopolítico, es que los franceses no pueden hablar de racismo porque tuvieron colonias en África durante un siglo, donde maltrataron a la población local. Todo enmarcado en una noción de “Francia” como un conglomerado monolítico, como si más de 50 millones de personas, incluidas las más de diez millones que votaron el otro día a Marine Le Pen (cuya propuesta principal es frenar la inmigración y el ascenso del islamismo), estuvieran en este momento marchando con antorchas acusándonos de racistas.

El intelectual oficialista Marcelo Duclos publicó ayer un artículo con este título: “Argentina es el país menos racista del mundo: ni Francia ni la FIFA pueden dar lecciones de moral”. Para mí esto es agrandar una discusión bastante específica (el video, Enzo, Fofana, la FFF) y llevarla a un extremo insólito sobre lecciones de moral que nadie está dando (si acaso, las dan los argentinos con sus peroratas sobre la Francia colonial) y a un enfrentamiento entre países que no existe.

Lo mismo digo sobre el tuit posterior de Villarruel, que atribuye a toda Francia una serie de actitudes particulares, con el agravante de que lo politiza y lo lleva innecesariamente al terreno de los gobiernos. Muchos defendieron el tuit de la vice diciendo que había mostrado orgullo y había defendido al país, pero para mí muestra complejo de inferioridad: sentirse perseguido por cualquier cosa es, ya que estamos hablando de fútbol, de equipo chico. (Igual creo que el tuit tuvo astucia política.)

En medio de discusiones caóticas, en las que casi siempre (no siempre) me porté bien, los dos puntos que yo quería marcar –sabiendo que estoy en minoría y sin pretender convencer a nadie– eran los siguientes.

1. Que la canción es desagradable e indefendible, por su contenido homofóbico (“son cometravas / como el puto de Mbappé”) y también por decirles que no son realmente franceses a 25 pibes que nacieron en Francia y que llevan toda su vida lidiando justamente con ese tema, en una sociedad que no siempre los ha hecho sentir 100% franceses. En un país construido en parte por inmigrantes, que tiene varios ídolos hijos de inmigrantes de cuya argentinidad nadie duda, me parece decepcionante amarretearles su condición de franceses a tipos que vivieron toda su vida en Francia. Además, es una canción nada popular, que no pegó y generó polémica desde que apareció, en Qatar, y los propios jugadores sabían que era inapropiada, por eso cortaron la transmisión. Cantarla en público es algo que ameritaba disculpas, corta la bocha, sin entrar a ver qué país es más racista. Insisto: hay personas involucradas, no países, no es Francia contra Argentina (o no lo era hasta el tuit de Villarruel). Fofana se sintió ofendido, varios compañeros suyos lo apoyaron, la FFF emitió un comunicado, el Chelsea hizo el suyo. “Me mandé una macana, pido disculpas”. La vida normal. Ya está.

2. Mi otro punto era que los argentinos acusamos a otros de no bancarse las gastadas del folklore del fútbol pero después tenemos la piel finísima cuando se burlan de nosotros. Defendemos nuestro derecho a ofender, pero nos ponemos locos cuando lo hacen con nosotros. Cuando en 2014 los alemanes festejaron burlándose de los “gauchos”, se armó un escándalo considerable. Una pavada, para mí, pero la protesta (aunque no de la AFA) existió. Y los alemanes se disculparon. El otro día una tuitera colombiana dijo que Argentina no le había dado nada de valor cultural al mundo y tuve que ver pasar infinitos retuits con la foto de Borges. Cada vez que un mexicano o un español dice algo negativo de Messi, miles se le tiran encima como pirañas. Si algún día otras hinchadas tuvieran el talento de la nuestra e hicieran una canción burlándose de nosotros porque nos sacaron las Malvinas, mi pronóstico es que nadie dirá “es el folclore del fútbol”: lo tomaremos como una ofensa inaceptable. Los argentinos siempre tuvimos un problema con la mirada ajena, nos obsesiona “cómo nos ven” y al mismo tiempo no dejamos que nadie hable sobre nosotros, sobre todo si incluye una crítica. Hay una inseguridad ahí, que se traslada a las acusaciones de racismo, que no me parecen lo más importante de este tema, y a nuestra reacción airada. Por eso fanfarroneamos, y fanfarroneamos el doble (como cualquiera, esto no es solo nuestro) cuando salimos campeones.

Parte de la irritación argentina con esta reacción al video es porque viene montada sobre las acusaciones, sobre todo desde Estados Unidos, de que en la selección no hay jugadores negros y que eso muestra un supuesto aniquilamiento de la población de origen africano, que hace 200 años era de alrededor de un tercio de Buenos Aires. Acá sí yo creo, como han dicho otros, que las acusaciones son ridículas, porque la selección refleja bastante bien a la población y porque nunca tuvimos una economía de plantación: los pocos esclavos que había (en un territorio casi deshabitado) fueron fusionados por el mestizaje y, sobre todo, por la inmigración europea y de Medio Oriente, que multiplicó en dos generaciones nuestra raquítica población inicial.

En este último caso se ve claramente la aplicación de un marco teórico exitoso para la polémica en Estados Unidos que no tiene nada que hacer en Argentina. Pero así como estos progres gringos opinan de Argentina sin tener ni idea, usando marcos propios para situaciones que desconocen, lo mismo hicieron los argentinos defensores del cantito y ofendidos por la reacción francesa y opinando sobre la cuestión racial en Francia, de la que desconocen casi todo. Alejo Schapire, autor de Seúl, hizo ayer un muy buen tuit al respecto.

Eso no quita que finalmente se prenda el motor global de la indignación woke y se inicie una cacería contra el pobre Enzo. La nota de ayer del New York Times ya marca un camino en este sentido, que seguirán otros. Si es así, será agotador: la sobreactuación de la condena y la sobreactuación en respuesta sobre la campaña anti-argentina.

¿Tuve éxito en mis discusiones? Uno nunca tiene éxito en Twitter, pero igual diría que no. La sensación de que los poderosos nos están castigando injustamente y severamente por una pavada folclórica y porque no toleran nuestro éxito –o porque nos quieren imponer su agenda ideológica– es demasiado fuerte. Así que depongo mis armas. Quizás el equivocado soy yo.

Me despido, por lo tanto, diciendo esto: la carrera de Messi y la selección de Scaloni han sido una oportunidad enorme para que el mundo nos quiera. Una mayoría quería que saliéramos campeones en Qatar y la energía del equipo ha sido en general alegre, simpática, con mucha unión y mística, liderados por la introspección zen de Messi y el estoicismo gringo de Scaloni.

Arruinamos esa buena fe no cuando nos mandamos una macana, porque a cualquiera le puede pasar. La arruinamos cuando deseamos ganar para que el resto del mundo nos tenga bronca. O para que nos envidien. Y veo a muchos con ganas de que nos tengan bronca. Hay una cepa de nacionalismo argentino muy profunda, transversal ideológicamente, que cree que el mundo está complotado contra nosotros y por eso cada victoria, deportiva o de cualquier tipo, debe ser celebrada como una venganza, una revancha de una herida antigua. El tuit de acá arriba, del periodista Matías Castañeda, poco después de Qatar, que me lo guardé porque me impresionó mucho, refleja bien esta actitud.

Yo prefiero que nos quieran, por más ñoño que pueda sonar. Porque sí, porque es mi temperamento, pero además porque creo que es de país sano llevarse bien con los demás, que los demás hinchen por nosotros. No quiero ser un grano en el orto en el concierto de naciones, ¿para qué? ¿Qué ventaja tiene? No le veo ninguna. Irán es un grano en el orto y no le sirve para nada.

En fin. Prometo no volver a discutir en Twitter, pero es una promesa que he roto demasiadas veces. Hasta el jueves que viene.

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Hernán Iglesias Illa

Editor general de Seúl. Autor de Golden Boys (2007) y American Sarmiento (2013), entre otros libros.

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