La semana económica empezó con el pie izquierdo con el fallo de la jueza Preska que pide que la Argentina entregue el 51% de las acciones de YPF. Todos sabíamos que en algún momento podía pasar algo, pero nunca es un buen momento. La Argentina apeló esta decisión que, de todas maneras, es inejecutable. Da la sensación de que esto se encamina a un arreglo que hará subir la deuda pública en algunos miles de millones de dólares. No serán ni 16 ni 18 y lo que sea, se pagará con bonos. No será un antes y un después porque tener 40 o 41 puntos del PBI de deuda pública es macroeconómicamente lo mismo. Pero, dada la mala reputación que tiene la Argentina con su récord de defaults, estas cosas no ayudan a que de una vez por todas baje el costo del capital, algo imprescindible para atraer más inversiones.
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La segunda cosa que pasó es que subió el dólar. Fueron unos 40 mangos. Nada descomunal. Los argentinos tenemos que aprender a que ocurran estas fluctuaciones. Esta suba difícilmente tenga un impacto grande sobre la inflación de julio. Sí la van a tener algunos precios estacionales y el combustible. Junio cerró en torno al 1,9% y julio quizás tenga alguna décima más. La inflación sigue siendo un activo del Peluca.
En la actividad, los números pintan masomenistas. Los datos de recaudación, ventas de autos y cemento no fueron malos, pero tampoco espectaculares. El crédito en pesos se tomó un respiro, pero en dólares todavía tracciona. Es claro que la suba de la morosidad y de cheques rechazados obligan a más cautela en las entidades financieras. Pero, de todas maneras, los números que vimos no son preocupantes. El promedio de la economía no es malo y seguimos insistiendo en que el crecimiento superará el 5% este año. Pero las heterogeneidades sectoriales son evidentes. Para los que miran mucho la cuenta corriente, esta cierta frialdad de la economía seguramente modere el aumento de las importaciones y el verano próximo no será tan Río de Janeiro como este. Además porque el real vale 5,4 y no 6 como en enero pasado.
Mientras tanto los gobernadores se empezaron a rebelar. Quieren más plata. La coparticipación no está tan floja como ellos dicen. Si se mira la planilla del Ministerio de Economía, se ve que en junio la parte que va a las provincias creció 48,8% cuando la inflación fue 41%. Es cierto que en mayo recibieron menos que la inflación, pero ahí el problema es que en mayo 2024 se habían ganado la lotería. Más allá de quién tiene razón, es un tema político que los gobernadores se le animen al Peluca. Y es también prospectivo pensando que el año que viene cualquier reforma tributaria digna tendrá que venir con algo parecido a un pacto fiscal con las provincias. Este es un tema que quizás le debamos prestar más atención que a la suba de jubilaciones que marcha en el Senado y que seguramente Milei va a vetar. Habrá berrinches acá y allá y quedará en la nada.
Otro tema preocupante en esta materia fue el discurso del gobernador de Santa Fe. No sabemos cuánto hay de fulbito para la tribuna. Eso de que somos el modelo productivo y no queremos el modelo financiero tiene un olor a naftalina terrible. Con un 9% de ingresos brutos a los préstamos, muchas provincias están condenadas a tasas altas. Y el que no ve que los negocios necesitan financiamiento para funcionar y que lo productivo y lo financiero son dos caras de la misma moneda no entiende mucho de qué va la cosa. Difícil atraer inversiones con ese discurso.
Para esta semana estaremos atentos a los datos de construcción e industria de mayo. La licitación de bonos siempre es un detalle a tener en cuenta. Sale la inflación de la Ciudad de Buenos Aires y se pone en marcha la nueva arquitectura monetaria sin las Lefis, lo que se dio en llamar la fase 3.5. Veremos qué pasa entonces con la tasa de corto plazo y si hay un vínculo con el billete.
Hasta la semana que viene.
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