Estuve ayer y anteayer en el Hilton en un evento llamado “El renacer de la libertad en Argentina y el mundo” pero al que me gusta decirle, porque soy muy gracioso, el “Libertapalooza”: la convocatoria de figuras libertarias internacionales fue exitosa y, también, había un espíritu celebratorio, de festejo alrededor del triunfo de Milei, de una comunidad intelectual y política finalmente valorada después de décadas de predicar en desiertos electorales.
El evento lo organizaron el Cato Institute, de Washington, que consiguió la plata, y la porteña Fundación Libertad y Progreso (no confundir con Fundación Libertad a secas), que aportó la logística y los contactos locales. Hablaron académicos, como el premio Nobel de Economía James Heckman, funcionarios locales (Toto Caputo, Diana Mondino, Federico Sturzenegger) y, mis favoritos, investigadores del Cato Institute como Bjorn Lomborg o Marian Tupy, a quienes leo desde hace años y entrevisté para Seúl (las conversaciones saldrán en las próximas semanas). Charlando ayer con Ian Vásquez, vicepresidente del Cato Institute, me reconoció que la organización de la conferencia fue un poco a contrarreloj para aprovechar el nuevo brillo que le está dando Milei al libertarianismo en todo el mundo.
Los panelistas gringos hablaron de ideas, los latinoamericanos, de política. Es entendible. Rosa María Payá, activista por la democracia en Cuba, por ejemplo, tiene problemas más urgentes que el cambio climático o los marcos regulatorios: está juntando apoyo para un plebiscito en Cuba, para ver si la gente quiere seguir o no siendo gobernada por el Partido Comunista. “Los cubanos los desprecian, ya no quieren saber nada con ellos”, me dijo el martes cuando tomamos un café en el lobby. “El colapso es total, sólo falta el empujón internacional”. Un empujón internacional que, dice Rosa, viene flaquito hace años, inexplicablemente, pero tiene la esperanza de que la llegada de Milei le dé un nuevo impulso al “espíritu de libertad” en la región.
Estas palabras de Rosa sintetizan bien el espíritu de los latinoamericanos y los gringos que pulularon por el Hilton en estos días: Milei como cabeza de playa de un nuevo resurgir liberal en la región. El checo-americano Tupy, habitualmente circunspecto, cerró su charla de ayer sobre cómo mejoró el mundo en los últimos 50 años con un sonoro “¡Viva la libertad, carajo!”, en castellano y ante una ovación de los asistentes, alrededor de mil, mitad argentinos, mitad extranjeros. En los coffee breaks hablé con varios de los visitantes y una cosa que saltaba todo el tiempo sobre su entusiasmo por Milei era que los libertarios están acostumbrados a sacar 2% en las elecciones. Ya que Milei haya ganado afirmando su identidad libertaria les parece un montón. Si además triunfa en su gestión y en su apostolado global sería un sueño. “Los liberales de Argentina nos están dando clases a los liberales de todo el mundo”, dijo ayer Félix Madariaga, opositor al régimen nicaragüense.
Escuché casi todas las charlas y voy a tratar de resumir lo que me pareció más interesante. Empiezo con los funcionarios: de Caputo no vale la pena decir mucho porque salió en los diarios, salvo que lo vi confiado y con mucha convicción, y a Mondino me la perdí. El más interesante fue Sturzenegger, que se mostró en su mejor versión y dio una mini-charla TED llena de ideas sobre los problemas argentinos. Empezó citando a Amartya Sen, quizás para irritar a progresistas, diciendo que la libertad es desarrollo e incluye la libertar para comerciar.
¿Por qué no somos Dinamarca?, se preguntó después. Unos minutos antes Robert Lawson, que elabora un ranking de libertad económica, había mostrado que Dinamarca y sus primos escandinavos son de los países con más libertad económica del mundo. Ahí me acordé de los progresistas y kirchneristas que suelen poner a Suecia y Dinamarca como sus modelos de país, porque tienen impuestos altos y Estado de Bienestar, pero se olvidan o ignoran de que son países muy abiertos y muy desregulados. Ojalá el peronismo quisiera imponernos el modelo escandinavo, pero anoche mismo, mientras escribía esto, se estaban negando con escándalo a dar dos o tres pasitos en esa dirección.
La respuesta que dio Sturze a su pregunta está en línea con la narrativa del Gobierno y también con algo que venimos diciendo en Seúl hace unos años de la mano de autores como Jorge Bustamante o Sebastián Mazzuca: la causa del estancamiento argentino no es el peronismo o el kirchnerismo sino, dijo, “intereses” de “grupos concentrados contra el público”, que logran defenderse con voz y fuerza frente a los intentos de desregulación que beneficiarían a un público desorganizado y sin lobby. “Son intereses los que nos impiden ser libres”, agregó. Para mí también juega un rol la popularidad de ideas anticuadas o equivocadas, pero celebro la creciente visibilidad del Estado corporativo como problema.
Uno de los momentos más festejados por la tribuna fue cuando Sturzenegger habló sobre el “Triángulo de las Bermudas” que nos tiene maniatados y cuyos vértices son las corporaciones empresarias, el sindicalismo y el PJ. “El peronismo es el gestor de la casta, es el partido conservador de la Argentina”. Ovación. Más tarde, mientras caminábamos hacia el Yacht Club de Puerto Madero para la cena oficial, un politólogo académico cuyo nombre voy a proteger dijo: “Y ese Triángulo de las Bermudas corporativo el año pasado puso como candidato a presidente a su gerente general, Sergio Massa”.
Más moral, menos economía
Axel Kaiser, estrella libertaria en ascenso, chileno, más divulgador que político, había dicho el martes algo interesante. Los defensores de la libertad, argumentó, se han enfocado demasiado en lo económico y se han “olvidado del alma del liberalismo clásico”. Esto pasó también durante décadas en Argentina hasta la llegada de Milei: los círculos liberales, la propia UCeDé, la gente nucleada alrededor del CEMA, tenía un discurso casi exclusivamente económico. No había un argumento moral en defensa del liberalismo o de la libertad. Pero Kaiser llevó el argumento en otra dirección. Hemos transmitido con éxito la idea de que liberalismo es hacer lo que quieras con tu vida y que el Estado no se meta: “No nos importa si sos drogadicto, si jugás a la PlayStation todo el dia”, ejemplificó. Pero mientras los socialistas se preocupaban por el otro, o por lo menos decían que lo hacían, los liberales proponían que cada uno que hiciera la suya. “Muchos se han sentido abandonado por el discurso liberal”, dijo Kaiser, en el sentido de que no contenía una dimensión moral sobre cómo adaptar las ideas de la libertad a lo que significa una vida bien vivida. “Necesitamos algo más potente que el desarrollo económico, necesitamos la idea de qué significa vivir una vida buena. ¿Tenemos una respuesta? Si no la tenemos, entonces a los liberales nos falta algo”. Otra vez Milei como ejemplo: su argumento de campaña, según Kaiser, no fue económico. Fue moral.
Todo esto ocurría, por supuesto, mientras a un kilómetro de distancia el palacio y la calle le planteaban un desafío estructural al gobierno de Milei. A medida que avanzaba el día, la Ley Bases iba perdiendo artículos y ardían autos y bicicletas, más provisorias sonaban las arengas libertarias internacionales de tomar a Milei como modelo. Es una sensación que vengo teniendo hace semanas: una parte del mundo está fascinada con o aterrorizada por Milei como si fuera el presidente de un país normal y no de Argentina, donde la fragilidad macro hace que todos los presidentes tengan pies de barro: se te va el dólar y no tenés nada. Y hay muchos muchos intentando que se te vaya el dólar. Saben que con eso alcanza. Anoche finalmente, por penales, el embate fue abortado. Pero no para siempre.
En fin. Cerraron el evento Elon Musk (por zoom) y el propio Milei (en persona), pero yo ya me había ido, porque llegaba tarde a un fútbol con amigos (prioridades). Me despido con dos cositas de Sturzenegger, que se volvieron más relevantes desde que las dijo el martes a la tarde. La primera, contraintuitiva: la democracia argentina está en un gran momento, dijo, el presidente propone una cosa, el Congreso refunfuña, se generan debates, negociaciones, el presidente se enoja, los senadores se la devuelven. Así también se hace una democracia vibrante, con ruido, con debates, con quilombo.
La segunda, una anécdota: cuando fue a Australia a ver cómo habían pasado en los ’80 de ser una economía cerrada, regulada y estancada a una abierta, flexible y pujante, Sturze se juntó con Paul Keating, primero ministro de Economía y después primer ministro. Keating le dijo algo con lo que coincido y es una gran lección de la política: “A la distancia parece que nuestras reformas estuvieron cuidadosamente planificadas y se implementaron como un relojito. Nada más lejos de la verdad. Cada noche yo llegaba sintiendo que había pasado el día esquiando sobre un solo esquí”. Así es y así será, incluso cuando las cosas salen bien.
¡Saludos! Nos vemos el próximo jueves.
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