Partes del aire

#50 | Que no te vistan de Superman

Un elogio de Daniel Kahneman y del aburrimiento.

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Dentro de un rato me voy de viaje unos días con la familia, a una conocida ciudad balnearia de la provincia de Buenos Aires. Me dio fiaca la planificación, me dieron fiaca los preparativos pero acá estamos, esforzándonos por generar recuerdos. Siempre que estoy a punto de viajar me acuerdo de esta parte del Borges de Bioy:

BORGES
Un viaje es una serie de incomodidades.

BIOY
Sí, pero son incomodidades que se transforman en buenos recuerdos. No se puede pedir nada más que buenos recuerdos.

BORGES
Es cierto. Hay que pedir un buen pasado. Lo único a que un hombre puede aspirar es a un buen pasado. No: quizás también se pueda aspirar a un buen futuro. Lo que es imposible es un buen presente. El que pide un buen presente no tiene noción de la realidad.

De joven viajé mucho, participé de la ética mochilera de los ‘90: viajar como una mística en sí misma, “no soy turista, soy viajero”, el que no viaja es un gil. Era, me di cuenta después, una manera de escaparle al presente y retrasar el futuro. Ahora soy más sedentario: el único viaje, la máquina de recordar, es lo que pasa adentro de tu cabeza.

Murió Daniel Kahneman, el verdugo del hombre racional de la economía clásica. Antes de Kahneman –y de su socio Amos Tversky: hay un libro muy lindo de Michael Lewis sobre la amistad entre ambos–, los humanos tomábamos decisiones lógicas: comprar tal shampoo, ahorrar en tal moneda, renunciar a este otro trabajo. Reuníamos la información disponible y después ejecutábamos. Después de Kahneman, los humanos tomamos decisiones casi a tientas, sin controlar nuestras emociones, dominados por una variedad de sesgos que nublan nuestro análisis.

Me gusta de esto que nos dio humildad. Al final no sabemos tanto sobre nosotros, avancemos con precaución. “Estamos ciegos ante nuestra ceguera”, escribió Kahneman una vez. “No tenemos ni idea de lo poco que sabemos. No estamos diseñados para reconocer lo poquito que sabemos”. Con el tiempo y con la fama –el Nobel, el best-seller–, se transformó casi en un filósofo estoico, un maestro de la vida: “Nada en la vida es tan importante como pensás que es en el momento en el que estás pensando en eso”. El único viaje es lo que pasa adentro de tu cabeza. Dejo una frase más, porque los optimistas somos pocos y tenemos que apoyarnos entre nosotros. “Es algo maravilloso ser optimista. Te mantiene saludable y te mantiene resiliente”. Si llego a viejo no será por mi dieta (lamentable) o mi ejercicio (esporádico), sino por haber sido un optimista toda mi vida. Elijo creer.

El 15 de marzo de 1968, el periodista francés Pierre Viansson-Ponté escribió en Le Monde: “Lo que define a nuestra vida pública es el aburrimiento”. Una semana después los estudiantes tomarían la Universidad de Nanterre y se iniciaría lo que todavía hoy, 55 años después, conserva su mística: Mayo del ‘68, la revolución de los boomers. Una vez leí un artículo de Primera Plana de principios de 1969 donde alguien se quejaba de casi exactamente lo mismo sobre Argentina: que no pasaba nada. En medio mundo había revueltas estudiantiles y efervescencia política y, acá en cambio, escribía el redactor anónimo, puro aburrimiento: sociedad de consumo y gobierno militar, Palito Ortega y lavarropas. Meses después vendrían el Cordobazo, Aramburu, la llamarada de violencia política y el terrorismo de Estado. Ojo con lo que deseás.

Me quedé pensando en esto. En El fin de la historia Fukuyama dice que si algo podrá despertar la historia en el futuro será el aburrimiento. El éxito: sociedades prósperas, libres, pacíficas, donde nadie te pregunta qué hacés con tu guita ni con quién te metés en la cama. Los países ricos lograron darle esto a una gran mayoría de sus habitantes en estos 35 años. Y sin embargo, acá estamos, en una nueva era de efervescencia, de revueltas, todos con ganas de que pase algo, de que la Historia le dé un propósito a sus vidas. ¿Cuántos iPhones te podés comprar? Hagamos la revolución, no importa cuál.

Los argentinos, otra vez a trasmano, estamos agotados de revoluciones. De que pasen cosas. Y encima estamos con una revolución recién empezada. Yo soy tibiemos: quiero una política de baja intensidad, el runrún del Estado tecnocrático ofreciendo servicios públicos, la política como un teatro donde hay poco en juego, sociedad sabrosa con gobierno insulso. La democracia, para triunfar, tiene que ser un poco aburrida, como advertía acá arriba Humor en 1983. Lástima que la pifiaron: no nos aburrimos nunca, tampoco hubo golpes de Estado y así estamos, 40 años divertidos (“¡en este país no te aburrís nunca!”) pero histéricos, pobretones, agotados.

Última pastilla, que tengo que hacer la valija y mi mujer me empieza a mirar raro. En junio de 1974 (hoy estoy muy Guerra Fría), dos meses antes de que el Watergate se llevara puesto a su jefe Nixon, Henry Kissinger salió vestido de Superman en la tapa de Newsweek con el título “Súper K”. David Runciman, uno de mis ensayistas favoritos (y gran podcastero), escribió hace poco sobre el episodio: “Aquellos a quien los dioses quieren destruir primero los visten como Superman”. Que no te vistan de Superman.

Abrazo! Felices Pascuas o Feriado Súper Puente, según tu religión. Hasta la semana que viene.

 

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Hernán Iglesias Illa

Editor general de Seúl. Autor de Golden Boys (2007) y American Sarmiento (2013), entre otros libros.

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