Termino de escribir esto cuando está por empezar la final entre River y Estudiantes, una de las micro-copitas anuales que entrega la AFA a los duelos entre campeones y campeones de campeones y campeones de campeones de campeones del año anterior. Es una final pero nadie la siente así, porque con tanta copita a un partido, por méritos que ya casi nadie recuerda, cuyos ganadores son rápidamente olvidados, es difícil ponerse nervioso o ansioso, que es lo lindo de las finales.
Todo esto es mérito de la AFA del Chiqui Tapia, a quien por primera vez las balas empiezan a picarle cerca. Las recientes críticas de jugadores y técnicos contra la calidad del arbitraje hicieron enojar al presidente de la AFA, que el otro día juntó a los clubes para advertirles que se van a castigar las futuras declaraciones fuera de tono. Aun así, los problemas seguirán, porque el Chiqui parece haber perdido credibilidad en su manejo del torneo local. Le va bastante mejor con la selección, donde salió campeón del mundo y esa cucarda no se la quitará nadie. Pero la continuidad del frustrante torneo de 28 equipos, los cambios reglamentarios constantes, el aparente favoritismo para su club, Barracas (y su hermanito Riestra), y los arbitrajes dudosos, que incluyen un uso estrafalario del VAR, lo han puesto en una posición difícil, sólo sostenible porque los clubes dependen mucho de la AFA y tienen una tradición, iniciada por Julio Grondona, de respetar al jefe y quedarse callados.
Después del fin de la Superliga (2017-2020), que le quitó poder a la AFA sobre el fútbol local, el Chiqui ha vuelto a ser un emperador, como lo era Grondona. Pero el runrún en su contra es cada vez más audible, explicado por la sencilla razón de que el país campeón del mundo está lejos de tener un fútbol de campeones del mundo. Se ha instalado en la conversación futbolera que el Chiqui no sabe qué hacer con el torneo, que lo maneja como si fuera un torneo del ascenso, y que esto que tenemos no le sirve a nadie. Con Grondona, que tampoco era un as como organizador de campeonatos (nos tuvo 15 años con los torneos cortos y se inventó al final el de 30 equipos), nadie se animaba a expresar su insatisfacción tan en público.
Del aguante a Instagram
Aun así, en estos años ha habido muchos cambios en el fútbol argentino, quizás más de la cancha para afuera que de la cancha para adentro. Alguno de ellos me parecen positivos, como el declive de la “cultura del aguante”, en la que se celebraba o toleraba a las barras bravas y el estereotipo del hincha era el pibe fisura o fierita, reemplazada en parte por una cultura algo más “clasemediera”, por decirlo de alguna manera, con canchas llenas, más presencia de mujeres y niños y tribunas sin alambrado en varios estadios: el fútbol menos como un folklore y más como un espectáculo, menos como una batalla tribal y más como un programa que se puede disfrutar. No digo que los segundo haya reemplazado a lo primero, sólo que ahora conviven en proporciones distintas, más parejas. Esto es parte de una tendencia mundial que en Argentina ocurrió más bien fuera del radar de la AFA, que no tiene ni idea ni se preocupa por saber qué quieren los hinchas.
Hace unos días comenté en tuiter que veía a las canchas del fútbol argentino mucho más llenas que hace 20 o 30 años y arriesgaba dos hipótesis de por qué. La primera, que el fútbol es más popular que nunca (siento que todos los pibes de ahora son futboleros cuando en mi época sólo lo éramos algunos); la segunda, que la ausencia de hinchadas visitantes, desde 2012, transformó el programa de ir a la cancha en algo más seguro y atractivo para quienes no quieren participar de la cultura del aguante. Los foristas me agregaron una tercera: crecimiento de la población frente a un stock fijo de butacas en estadios, lo que me parece atendible pero que sin embargo no ayudó a otros deportes que en el mismo período (turf, boxeo, automovilismo, incluso el básquet) mantuvieran ni de cerca la cantidad de seguidores que tenían en los ‘90.
O sea que hay algo específico en la popularidad del fútbol en este siglo, y lo curioso es que ocurrió casi al mismo tiempo que el caos organizativo de la AFA. Este año se cumplen diez años el torneo de 30 equipos y en ese lapso bajamos a 26, después subimos otra vez a 28 y tres veces cambiamos el final de la temporada de invierno a verano, después otra vez a invierno y ahora otra vez a verano. En sus dos divisiones superiores el fútbol de AFA tiene 66 equipos, más de los que tiene Brasil (60) en sus ¡tres! categorías principales. El porcentaje de descensos desde primera división (2 sobre 28) es el más bajo del mundo sacando la MLS, que no tiene descensos (en Brasil descienden cuatro de 20). Los hinchas, los jugadores, los técnicos y ahora también los periodistas, que antes no lo veían tan claro, reclaman desde hace años un torneo más inteligible, más consistente: seamos como todo el mundo, 20 equipos, dos rondas, un campeón. Pero el Chiqui, por ahora, resiste con la receta histórica de los presidentes de AFA, látigo y chequera, no muy distinta de la que hasta hace no mucho usaba la Casa Rosada con los gobernadores provinciales.
Se nos va Brasil
Otra tendencia de estos años es el estancamiento de los clubes argentinos frente al creciente dominio brasileño en la Copa Libertadores. Desde la final en Madrid (9/12/18), ocho de los diez finalistas y trece de los 20 semifinalistas fueron brasileños, contra dos (River en 2019 y Boca en 2023) y seis argentinos, respectivamente. El crecimiento de los brasileños se dio a expensas de los otros países, que ya casi ni figuran, más que de los argentinos, pero el dominio en el último lustro es clarísimo. Hubo tres finales seguidas entre equipos brasileños (2020, 2021, 2022), que además ya llevan años llevándose a varios de los mejores jugadores del fútbol de AFA.
¿Por qué ocurre esto? La principal explicación es que los equipos brasileños tienen mucha más plata que los argentinos. Y a los equipos argentinos les falta plata en parte porque la economía argentina, estancada y con cepo casi todo el tiempo, no los ayuda. Pero tampoco los ayuda la AFA, que no le saca a su campeonato local todo el jugo económico que podría, porque es difícil vender en el exterior su estructura rocambolesca y cambiante, porque la AFA no promueve una cultura comercial de generar más ingresos para los clubes (sí lo hace con la selección) y porque los clubes están legalmente impedidos de recibir inversiones, ya sea para traer o mantener a los mejores jugadores o para modernizar sus estadios o mejorar sus instalaciones.
Esta es la novedad sorprendente que trajo el gobierno de Milei, que incluyó en su DNU inicial la posibilidad de que los clubes se conviertan en sociedades anónimas, algo que en general va en contra de la cultura futbolera local y cuyas máximas figuras en noviembre hicieron campaña abiertamente por Sergio Massa. No tengo posición tomada sobre las sociedades anónimas deportivas (SAD), pero me da un poco de curiosidad que se dé la opción, a ver cómo se mueve el avispero. En Uruguay y Brasil existen desde hace algunos años (como en casi todos los países de Sudamérica) y no parecen haber afectado especialmente la cultura futbolera local, a pesar de que algunos clubes tradicionales, como Cruzeiro (del gordo Ronaldo), Botafogo (de un inversor texano, que lo sacó de la B y casi lo hace campeón de primera) y Vasco da Gama, son ahora empresas privadas. Creo que en Argentina el modelo funcionaría mejor en equipos chicos, sin recursos, que no llenan sus canchas y están desde hace tiempo en un loop interminable de sobrevivir como se puede. De todas maneras me resulta improbable que alguien de adentro o afuera quiera hoy invertir en clubes argentinos, con esta economía y esta AFA, por más que la Justicia o el DNU o quien sea autorice el cambio societario.
Más guita
En cualquier caso es innegable que, para volver a competir con los brasileños, el fútbol argentino necesita más guita. Para eso necesita un país ordenado y una AFA más moderna. ¿Podrá hacerlo el Chiqui Tapia? No creo que quiera. Su modelo parece más el de mantener las apariencias actuales, el de las asociaciones civiles en los papeles con dueños de hecho, como Riestra, manejado a voluntad por el abogado Víctor Stinfale. Creo que muchos dirigentes son mejores que la AFA y varios clubes bien manejados, como River, Estudiantes, Lanús, Argentinos y Talleres, entre otros, son parte de la vanguardia del cambio. Pero lo hacen solos, a veces en contra de la propia AFA.
Un paso fundamental sería recuperar la Superliga, que se creó durante un gobierno modernizador y se abandonó en un gobierno que no lo era. Ahora la política, que siempre tiene alguna influencia en el fútbol, parece estar indicando otra vez otro camino. Y el mundo del fútbol está de a poco haciendo sentir su impaciencia con la mediocridad de nuestro torneo. Los propios hinchas ya están cambiando, con menos aguante, más redes sociales, un acercamiento que mantiene el “folklore” pero pide más espectáculo. El fútbol está cambiando, presidente Chiqui.
Veremos. El fútbol es una de las instituciones más conservadoras y corporativas de un país ya muy conservador y coporativo. Defenderá su statu quo, como lo están defendiendo otros, con uñas y dientes.
Abrazos! Nos vemos la semana que viene.
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