Nota mental

#4 | El Chocoarroz de Milei

Este gobierno tiene muchos defectos, no le critiquemos pavadas.

Hace unas semanas la red antes conocida como Twitter entró en corto y me suspendió la cuenta. Nunca entendí bien por qué. “Actividad sospechosa” fue la somera explicación. La cuestión es que para recuperarla tuve que ingresar en una maquinaria soviética de formularios y mails automatizados que pusieron a prueba mi paciencia. Al cabo de tres o cuatro días recuperé el acceso sin mayor problema, pero durante esas horas aciagas me sentí amordazado y fuera del mundo, sobre todo ante la incertidumbre de si la recuperaría alguna vez.

“¿Cómo pude haber vivido 32 de mis 47 años sin manifestarle mis opiniones al mundo?”, pensé esos días. Sé que no es una pregunta original. Porque, aunque yo soy particularmente activo en redes (y de todas las redes, la de Elon es la más proclive al opinionicidio), todo el mundo está online diciendo lo que piensa en Facebook, en Instagram, en los estados de WhatsApp, en los chats de YouTube, de Twitch… hasta he visto gente discutiendo sobre política en los foros de Subdivx.

Uno podría pensar que este mundo en el que todos tienen la posibilidad de expresarse y de ser escuchados es un mundo en el que reina la sinceridad extrema, parecido al de aquella película de Ricky Gervais The Invention of Lying. O por lo menos más parecido al de esa película que el mundo anterior, en el que los únicos que conocían tu opinión sobre la Ley Bases eran tu familia y tus veinte amigos más cercanos.

Pero me parece que ocurre lo contrario. La segunda entrega de este newsletter la abrí con un epígrafe de Kendall Roy, el malogrado hijo mayor de Logan, que me gustaría gritárselo a todos los que vociferan en redes sociales y a mí mismo también: “You’re too online, ok? You’ve lost context”. La mayoría de las veces creo que la gente no dice lo que piensa sino lo que quiere que los demás piensen que piensa, cosa que puede no ser inherente al mundo de la hipercomunicación pero ahora está llevado al extremo, y también, y esto sí es algo exclusivo de Twitter, creo que lo que piensa no tiene que ver con la realidad de los átomos sino con la dinámica propia de los conflictos que ocurren dentro de la misma red social. Perdemos el contexto.

Durante muchos años las trincheras estaban definidas con nitidez. Kirchneristas de un lado, antikirchneristas del otro. Ante cada tema, uno sabía de qué lado ubicarse, porque la opinión que uno tenía sobre cada tema coincidía siempre con la posición que adoptaba sobre el tema la trinchera a la que pertenecía. Con la irrupción de la trinchera libertaria y la implosión de Juntos por el Cambio, esto cambió.

En estos meses conversé con dos personas que vinieron de Europa para hacer notas sobre el gobierno de Javier Milei. Querían una versión diferente de la que se escucha allá filtrada por corresponsales perezosos: que se trata de un gobierno de ultraderecha como el de Jair Bolsonaro o el de Donald Trump. Nunca nada es igual a nada. Les propiné un conjunto de opiniones a borbotones que iban del elogio a la crítica y después al elogio otra vez. Un aporte más a la confusión general, como decía La noticia rebelde.

Lo que sí traté de hacer fue no dejar que el resentimiento ni las rencillas tuiteras ni las broncas personales influyeran en mis juicios, al menos más de lo inevitable (uno no es de amianto). Eso es lo que veo que no logran varios críticos de este Gobierno, sobre todo ex JxC. Y no porque no tenga varios wines criticables, por cierto. Pero los delata el apuro por criticarse encima. Hacen acordar a aquellos que denunciaban al ministro Nicolás Dujovne por comprar Chocoarroz o a Luis Novaresio quejándose del precio de la lechuga.

La obsesión por los perros de Milei, las anécdotas económicas personales para refutar las estadísticas oficiales, la equiparación de los exabruptos presidenciales con la maquinaria estatal kirchnerista puesta al servicio de la difamación, son todas cosas que cuando las escucho me dan ganas de defender al Gobierno. Logran lo contrario de lo que se proponen: hacen parecer que este gobierno no tiene nada verdadero que criticarle.

Y lo tiene, claro. Por lo pronto, y aunque no sea lo mismo que 678, la AFIP ni Télam publicando la información del pasaje de Aerolíneas de Damián Pachter (ni cerca), no está bien que el presidente insulte a periodistas, aunque tenga razón. No parece haber un plan serio en casi ningún área de gobierno más allá de la motosierra. No queda claro si quieren sacar las leyes o no. Y Ariel Lijo.

A mí no me importa si en 2018 Milei fue a una marcha con Moyano o si una vez un troll libertario me puteó en Twitter. Estoy demasiado online, pero trato de no perder el contexto. Ya no estoy en ninguna trinchera, o en todo caso estoy en la mía propia. Una trinchera individual.

Quizás ahora haya que desaprender lo que aprendimos estos últimos años y volver a la normalidad. Antes quienes se identificaban con un partido eran los menos. Uno pensaba determinadas cosas sobre distintos temas y después votaba al que más se le acercaba. Me parece más sano. Lo que no vamos a poder desaprender es a vivir en las redes sociales. Tratemos de no alienarnos.

Nos vemos en quince días.

 

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Diego Papic

Editor de Seúl. Periodista y crítico de cine. Fue redactor de Clarín Espectáculos y editor de La Agenda.

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