Gracias a Dios es viernes

#38 | El busto de James Brown

La deshumanización está de moda. El premio consuelo de Israel.

El chiste lo hicieron muchos en las redes sociales (bah, en X) y, por si se lo perdieron, lo podemos hacer una vez más acá: ya era hora de que la Casa Rosada homenajeara de manera apropiada a un grande entre los grandes, a un prócer como James Brown.

Hablando en serio, nadie que le haya prestado un mínimo de atención al vertiginoso ascenso de Javier Milei y del partido que lidera debería sorprenderse mucho por su reivindicación de la figura de Carlos Menem. Desde los inicios del ahora presidente como performer televisivo y de la actividad de su fervorosa y joven militancia, el rescate de los años ’90 como una suerte de paraíso perdido de estabilidad económica, apertura y desregulación ha sido una constante en su discurso.

Aunque una revisión exhaustiva y equilibrada de las dos presidencias del riojano es una tarea que podría ocupar bibliotecas enteras, esta misma semana tuvimos esta aproximación que, entre otras cosas, plantea una distinción entre los recuerdos de aquellos años (reales o imaginados, según la edad del que los evoque) y las interpretaciones más rigurosas de los hechos históricos. También, hace dos años y subidos a un revival noventista todavía algo difuso, propusimos un repaso de dos de los libros dedicados al menemismo en su apogeo que más repercusión tuvieron al momento de su salida.

Pero ahora estamos en mayo de 2024, el presidente es Javier, que es Milei, el que gestiona el ajuste es Luis, que es Caputo, y el que maneja la comunicación del Gobierno es Santiago, que también es Caputo. Y esta comunicación es necesaria y estratégicamente un bombardeo diario desde el centro de la escena mientras la inflación baja, rezamos por la recuperación en V de “verdes brotes” y confiamos en que todo deudor se convenza de que tiene su derecho a recibir su bono dolarizado. La oposición muy, algo o nada dialoguista quizás la vea, pero no la habla. Porque el que habla, además del vocero Adorni cada mañana, es el propio presidente. Habla con las radios y con los canales de televisión, habla en los almuerzos y en las cenas, habla acá y habla allá, habla con Donald y habla con Elon. Incluso si excluimos su intensa actividad como tuitero, resulta que Milei habla mucho.

Y habló también, desde luego y por un buen rato, cuando inauguró el mentado busto “del Carlos”, como lo llamó en confianza y cariñosamente. Vale la pena leer la transcripción completa de ese discurso. Porque puede que hoy, que sabemos que apenas si zafamos de la híper y que el miedo no es sonso, tendamos a restarle importancia. Pero, si las cosas salen bien y resulta que en un tiempo el Bopreal termina pagando menos que un bono del Tesoro americano, entonces estos discursos van a tener otro peso. Y quizás, sólo quizás y sólo entonces, nos volvamos a acordar de esta interpretación de un Carlos Menem salido del pujante sector privado riojano, vidente y profeta, líder en pantaloncitos de tenis, mientras el Mingo y el Guido resolvían el quilombo de la mini-híper (¿?) de Erman González.

Apa, ¿qué pasa? ¿Temores anticipados de una nueva hegemonía, una nueva reescritura delirante de la historia? Es difícil decir que sí, pero ¿quién es capaz de apostar fuerte porque algo sea definitivamente imposible en la Argentina?

El pasado 6 de mayo, al alba, en una pensión de Barracas, Justo Fernando Barrientos (68) se levantó de la cama, agarró una bomba molotov y la tiró en la habitación vecina, donde dormían Pamela Cobas (52) y Roxana Figueroa (52). Despertándose en medio del fuego, la pareja trató de salir para salvarse. Dicen que Barrientos las esperaba en la puerta y las pateaba de nuevo para adentro, orgulloso de que ese infierno que había logrado crear pudiera limpiarlas del horror de ser lesbianas.

Murieron las dos. Las tres: otra pareja amiga dormía esa noche en el lugar. Una de ellas, Sofía Castro Riglos, consiguió salir viva, pero Andrea Amarante (42), una neuquina que hace veinte años había sobrevivido a la tragedia de Cromañón, murió el domingo pasado en el Hospital Penna de Parque Patricios con el 75% del cuerpo quemado.

Muchos creen que si el odio verbal de Barrientos pasó al acto –solía gritarles “engendro”, “torta”, “gorda sucia”– es por culpa del clima visceral que promueve el Gobierno (hipótesis que cobra más sentido cuando nos enteramos de que el asesino es un cristinista férreo). Otros, como la Reini, tiktokera porteña, se asombran ante la falta de reacción por parte de la sociedad, que parece seguir con su vida como si el acto terrorista de Barrientos contra cuatro lesbianas argentinas no hubiese ocurrido en un barrio de la Ciudad de Buenos Aires. Pero la deshumanización está de moda en todas partes del mundo.

Lo saben quienes caminaron con carteles, banderas y velas desde la Plaza Colombia hasta la pensión en donde tuvo lugar el crimen, pidiendo: “Justicia por las cuatro compañeras y las víctimas del atentado; el cambio de la carátula en el tratamiento del caso porque fue un crimen de odio por ser lesbianas; basta de violencia y de discursos de odio; políticas públicas para las feminidades y la comunidad LGTBIQ+ y la apertura del Inadi y del Ministerio de Mujeres Géneros y Diversidad”. Así dice el cartel que sostienen en las fotos.

Lo saben, aunque no marchen por las mujeres que están ahora mismo secuestradas, con las vaginas calcinadas, en los túneles de Hamás.

Da la sensación de que Israel ha perdido la batalla cultural. Entre la ONU votando a favor del ingreso de Palestina como miembro pleno, Joe Biden amenazando con dejar de mandar armas si las Fuerzas de Defensa de Israel entran en Rafah, las protestas en los campus universitarios americanos y la postura de la mayoría de los grandes medios (el último ejemplo en Argentina fue la lamentable columna del miércoles de Ezequiel Fernández Moores en La Nación), la tapa de marzo de The Economist the “Israel alone” parece más vigente que nunca.

Por eso sorprendió, aunque más no sea como premio consuelo, esa especie de victoria moral de la cantante israelí Eden Golan en Eurovisión. Para Israel, Eurovisión es una especie de Mundial de Fútbol. Ganó el concurso en cuatro oportunidades y casi siempre hace un buen papel.

Este año su participación estuvo en duda hasta último momento por los pedidos de boicot. Incluso debió cambiar el título y la letra del tema, que hablaba de la masacre del 7 de octubre, por ser “demasiado político”. Se llamaba «October Rain» («Lluvia de octubre») y en una parte decía: “and I promise you that never again / I’m still wet from this October rain” (“y te prometo que nunca más / todavía estoy mojada por esta lluvia de octubre”). Ahora se llama «Hurricane» («Huracán») y esa parte dice: “Baby, promise me you’ll hold me again / I’m still broken from this hurricane” (“Nene, prométeme que me abrazarás de nuevo / Todavía estoy rota por este huracán”). No parece haber demasiada diferencia, salvo que sacaron la referencia al mes de octubre.

La cuestión es que las protestas en Malmö, Suecia, donde se llevó a cabo el festival, que incluyeron un show de la exactivista climática y actual activista propalestina Greta Thunberg, pasaron de castaño oscuro y Golan tuvo que ser escoltada por la seguridad durante todo el evento. Finalmente, el ganador fue el suizo Nemo con su canción «The Code», pero Israel, a pesar de la mala prensa, fue quien ganó el voto popular en la mayor cantidad de países: 14 de los 37 participantes más el voto del “resto del mundo”.

Una victoria con valor simbólico cuando el mundo parece estar en contra. Claro que es sólo simbólico. La guerra sigue y todavía hay 128 secuestrados, entre ellos ocho argentinos.

 

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