Ya sé que estas cartas de novedades no tienen nada de cartas ni de novedades pero no me salen de otra manera. Juro que antes de ponerme a escribir me digo hoy voy a ir para otro lado y acá estoy, escribiendo al final este primer párrafo de atajada porque lo que sigue me salió como me sale siempre.
Escribo sobre lo que me ocupa la cabeza y lo que me ocupa la cabeza, fuera de las cosas domésticas y familiares, está hecho de palabras. No va más allá de lo que leo y escribo.
Resulta que en estos días, leí una reseña de Quintín sobre Alguien que canta en la habitación de al lado , el último libro de Alan Pauls que reúne una serie de ensayos literarios publicados antes en distintos lugares. Me interesó desde el comienzo (el artículo) porque Quintín escribe bien, sí, pero también por lo que dice de Pauls: que toma como método la integración de la obra con la vida de los autores como un modo de mirar la escritura desde adentro. Y como la vida de los autores me gusta tanto como la literatura me interesó también el libro y lo estoy leyendo, pero no vine a hablar de ese sino de otro: Autorretrato, de Édouard Levé.
Estuve hablando de este libro la semana pasada en el taller, volví a revisarlo, repasé mis subrayados y anotaciones y volví a cruzar lo que leía con lo que se sabe del hombre que lo escribió. No sé separar al hombre del artista (o al hombre de su obra, ¿cómo es la fórmula?) ni querría hacerlo y menos en este caso en que el hombre hizo un artefacto literario tan preciso como Autorretrato.
Cómo está hecho
Son 1.400 frases consecutivas que, en un solo párrafo, cuentan la vida de un hombre. Escribí “cuentan” y el verbo enseguida empezó a chirriar pero lo dejo para mostrar el desconcierto que acarrea la lectura. Voy otra vez: el libro es el retrato de un hombre. El retrato está hecho con palabras. Las palabras están ordenadas en oraciones. Las oraciones son independientes y declarativas (expresan un hecho, una idea o una opinión, las hay afirmativas y negativas). La acumulación lineal de declaraciones, al final, produce el efecto de un cuadro impresionista: a la distancia adecuada, las pinceladas nos dan una imagen del personaje.
El libro entonces no cuenta. Quizá muestra o pinta o fabrica el retrato de un hombre que, por efecto de lectura en el título y la firma, asumimos como Édouard Levé, nacido el 1ro de enero de 1965 en Neuilly-sur-Seine y muerto el 15 de octubre de 2007 en París, ahorcado.
Es el retrato de un hombre, no una vida. No es lineal ni cronológico sino fragmentario. Podés ir armando el rompecabezas desde cualquier punto en que lo abrís:
Tengo sesenta pantalones, cuarenta camisas, dieciocho camperas o sacos y veinticinco pares de zapatos, o sea un millón ochenta mil maneras de vestirme. No me gusta la fantasía ni la palabra fantasía. Soy hostil al concepto de aperitivo. A uno de mis amigos no le gustan las mujeres a las que les gustan los hombres.
O:
Ya no recuerdo la cantidad exacta de países en el mundo, creo que son algo más de doscientos. Afilo los cuchillos. Lavo los platos. Limpio la mesa. Paso la aspiradora. Limpio los vidrios. Mis temperaturas ideales son veinte grados puertas afuera, veinticuatro puertas adentro.
¿Por qué uno habría de leer esto si es una acumulación de nimiedades? Porque es una acumulación de nimiedades.
Porque la escritura es un artilugio que comúnmente esconde su naturaleza artificial con la máscara de la comunicación, la narrativa, la verdad o el argumento y algunas veces decide, como esta, mostrarse en toda su complejidad. Pero claro que no es la escritura quien la muestra sino el autor.
El hacedor
Si existiera una máquina dispensadora de post-its , esa sería la imagen que yo usaría para graficar la voz narrativa que construyó Levé. De ese dispositivo parecen haber ido saliendo las 1.400 anotaciones con forma de registro: por un lado, la función autor nos lleva a leer todo como verdad personalísima (qué libros prefiere, cómo le gusta dormir, qué palabras usa con más frecuencia, qué siente por su familia, qué piensa sobre la política) y, por el otro, la hechura de cada frase insiste en la sobriedad impersonal.
Quizá he hablado sin saberlo con alguien que ha matado a alguien.
Ya no tengo diez años.
Que yo sepa, no tengo hijos.
Si giro mientras me miro en un espejo, llega un momento en que no me veo.
He pasado dos veranos en una camioneta roja.
La levedad en la lectura nos lleva a pensar que es el texto de una persona que se conoce tanto a sí misma que no pudo resistirse a ese gesto frívolo de saltimbanqui: voy a mostrar al mundo quién soy. Y sin embargo creo que es un libro ejercicio: a ver qué sale de este procedimiento literario que acabo de inventarme.
Lo fundamental en el texto literario es la estructura —si la tenemos, podemos volcar ahí cualquier cosa— y el autor armó acá una estructura impecable sin compromisos argumentales: la levedad de Levé.
No olvidemos que la levedad es una, la primera, de las seis propuestas que hizo Italo Calvino para la escritura de este milenio. Decía que a lo largo de toda su carrera fue tratando de quitar peso: a las ciudades, a las figuras humanas, a los cuerpos celestes y, sobre todo, a la estructura de los relatos y al lenguaje. Frente a un mundo pesado, como de piedra, las palabras que lo cuentan han de ser livianas y la figura que usa para explicarlo es la de la Medusa: si la mirás directamente te convertís en piedra. El único que la enfrentó sin riesgo fue Perseo, que se consiguió unas sandalias con alas, se apoyó en lo más leve que existe (el aire, las nubes), miró al monstruo indirectamente (usó un espejo), le cortó la cabeza y se la llevó, oculta, para usarla contra sus enemigos.
La fuerza de Perseo está en evitar siempre la visión directa y ahí estará la fuerza de la literatura en el siglo XXI, apoyada, como la ciencia, en entidades sutilísimas: los ceros y unos de la informática, los mensajes del ADN o los neutrinos errantes en el espacio. Calvino explora distintas formas de levedad en la literatura —Dante, Ovidio, Lucrecio, Cyrano— y se detiene después en una de sus formas: la búsqueda de levedad frente al peso de vivir.
Y entonces retomo la idea de Alan Pauls. Hay libros, quizás obras completas, que no pueden leerse desprendidos de sus autores. Hay libros, quizás obras completas, que tienen fuerza gravitatoria: atraen hacia sí una diversidad de materiales ajenos al propio texto de manera tal que ese texto ya no funciona solo. Se lee en relación. ¿En relación a qué? A la vida del autor, a su obra, a otros textos ajenos y propios.
La metamorfosis de Kafka pide ser leída en relación a sus Diarios o su Carta al padre, a la vida de ese autor cuya firma aparece en la portada y también pide ser leída con sus precursores que no fueron puestos ahí por el señor Franz Kafka: fueron convocados por el artefacto literario que nació de su escritura y por otra fuerza gravitacional como es la obra de Borges, indivisible también del hombre que la firma.
Volviendo a Autorretrato, la estructura que armó el hacedor está hecha para que se convoque, cada vez en la lectura, la figura del autor Édouard Levé que se iba precipitando hacia el suicidio con el mismo vértigo que sus frases. Una detrás de otras, inexorables.
He intentado redactar testamentos cuando tenía ganas de suicidarme, pero me detuve mientras lo estaba haciendo. Soy bueno escuchando. No creo que las cosas fueran mejores antes, ni que serán mejores más tarde. Uno de mis amigos está muerto. Ninguna de mis amigas está muerta.
Ensayo de Autorretrato
Últimamente, he intentado interesarme por la coyuntura pero no lo logro. Durante años, lo primero que hacía al levantarme era abrir los portales de los diarios. Si me cruzo con una nota de Quintín tengo que leerla, aunque sea sobre fútbol. Mientras escribo esto tengo 16 libros sobre la mesa. Todavía encuentro los libros que busco en los estantes: tengo un desorden controlado. Un verano, ordené los libros por colores. Conservo 20 libros negros en el estante de abajo de una biblioteca: no identifico a ninguno de ellos pero sé que algunos son sobre anarquismo. No me acuerdo por qué ni cuándo compré libros sobre anarquismo.
Voy a suspender acá el ejercicio de escritura para no sobrepasar la cantidad de caracteres.
Nos leemos en quince días.
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