Partes del aire

#31 | Bielsa y los nerds

Contra el anti-bielsismo.

Hoy iba a hablar sobre otro tema pero decidí escribir otra vez sobre el fútbol y la vida, que son casi lo mismo, después de ver la conferencia de prensa de Marcelo Bielsa en Montevideo y la demolición del Manchester City al Real Madrid, mitad geométrica, mitad artística, en las semifinales de la Champions.

No sabía que ayer hablaba Bielsa hasta que empezaron a gotear por wasap los comentarios sarcásticos de mis amigos del colegio, que lo quieren poco: “Bielsa y Uruguay se merecen mutuamente”, “se avecinan tiempos insoportables a cargo de los enamorados de este farsante”, “no entiendo cómo hace para seguir convenciendo gente ese muchacho”, “esta en mi top 3 de infumables de escuchar, junto a la shegua y Alberso”. Ese era el tono, habitual en una mayoría de argentinos de mi generación, que no le perdonan a Marcelo el “nos volvimos en primera vuelta” de 2002.

Como soy bielsista hace mucho tiempo y los bielsistas somos, como nuestro líder, personas muy serias y con poco sentido el humor, respondí: “Leeds ascendió después de 15 años (y lo mantuvo en la Premier), el Athletic jugó su primera final europea, Chile volvió al Mundial después de 12 años y pasó de ronda. El equipo ideal de Bielsa es el medio pelo venido a menos, con tradición y potencial, que quiere volver a relucir. Por eso Uruguay, sobre todo en esta nueva era post-Suárez y post-Cavani, le calza impecable”.

Como tengo tantas cosas para decir sobre Bielsa y me cuesta ordenarme, le pedí a mi amigo Pablo Marzocca, filósofo y futbolero, que lo definiera mejor que yo. Esto me dijo, y es tan bueno que podrían dejar de leer el newsletter después de su mensaje:

Arranquemos por decir que como estratega es un fuera de serie: la forma en que sus equipos juegan en forma ofensiva, agresiva y con presión alta acelera el corazón del más escéptico. Es una especie de científico loco, empujando los límites y haciendo evolucionar al fútbol en el camino. A eso, Bielsa le suma una ética de trabajo que está en otro nivel: vive y respira fútbol, analiza todos los detalles de los partidos, entrenamientos y rivales. Y todo lo que trabaja él se lo pide a su equipo como contrapartida, todos se matan, no hay atajos para jugar bien. La frutilla del postre es su foco en la integridad, el juego limpio y el respeto como guía. Medio que con cualquiera de las tres características alcanzaría para que el tipo tuviera fans, pero uno es bielsista –y un montón de jugadores y de técnicos lo admiran– porque el Loco las tiene las tres al mismo tiempo: un genio táctico, laburador como ninguno y con una vara moral altísima.

Pasa algo raro con Bielsa. Es como esos a los que llaman “escritores de escritores”, porque tienen prestigio pero venden pocos libros. En el caso de Bielsa es que los otros técnicos lo admiran muchísimo, a pesar de que, como admitió ayer él mismo, nunca dirigió un equipo de élite en Europa (ni se lo ofrecieron) y su vitrina de trofeos es más bien escuálida. El propio Guardiola, el mejor entrenador del mundo (no acepto discusión sobre esto), dice que Bielsa fue una de sus mayores influencias. Cuando le comentan esto, Bielsa muestra una perplejidad que creo genuina y no falsa modestia.

¿Hace cuánto soy bielsista? Me puse a investigar. Me acordé de que una vez comí con él en un restaurante de Madrid muy frecuentado por el mundo del fútbol. Yo trabajaba en la sección de Deportes de El País y me llevó ahí mi jefe, Santiago Segurola, amigo de Bielsa y con quien compartía una psicología muy particular, huraño-tímido pero carismático, una especie de anti-líder. En la mesa también estaban dos periodistas de la sección y Jorge Valdano, en su apogeo como sumo pontífice de la opinión políticamente correcta sobre fútbol. Conté aquella comida en un blog antediluviano publicado en 2005 y que milagrosamente sigue online. El post era contra Horacio Pagani, una de mis bestias negras de la época, y la entonces hegemónica ideología nacionalista buen-salvaje sobre el fútbol. Incluía estos dos párrafos:

Segurola era, y probablemente siga siendo, bastante amigo de Marcelo Bielsa. Cuando pasaba por Madrid, Bielsa lo llamaba a Segurola a las dos de la mañana y se lo llevaba a caminatas arriba y abajo por la Castellana, hasta el amanecer, todo el tiempo hablando de fútbol. Una noche fuimos a comer a De María, el restaurant de los futbolistas argentinos en Madrid, y Bielsa llegó en jogging, todo transpirado. Yo decía boludeces sin parar y Bielsa suspiraba, concentrado en su cerebro, con la servilleta extendida sobre la panza.

Pagani odiaba a Bielsa, y le criticaba sobre todo su falta de códigos. Había dos grandes grupos de críticos anti-Bielsa: los utilitaristas-menemistas, que lo despreciaban por la eliminación en primera rueda en Japón 2002; y los nostálgico-peronistas, que le reprochaban una supuesta falta de identidad argentina en sus planteos. Fernando Niembro era el vocero de los primeros, y Pagani de los segundos. Siempre dije que defender a Bielsa era defender al fútbol argentino de los carcamanes como Pagani que insisten en llevarnos otra vez para atrás, y cuyo pensamiento mantiene al fútbol argentino en el berretismo y el folclore mediocre. Bielsa ya no está [en la selección], Pagani sigue en lo suyo. Pero no es sólo fútbol: el fracaso de la modernidad y el regreso al nacionalismo están en el aire del país.

Eso fue hace 18 años. La situación en el fútbol argentino mejoró mucho: la mayoría de nuestros técnicos son modernos e innovadores (entre ellos los más exitosos, Gallardo y Scaloni), respetan la tradición argentina pero se sienten parte del fútbol global, a cuya influencia no se resisten como los habitantes de una aldea gala. Ya no hay periodistas pidiendo que en la selección jueguen “los del fútbol local”, algo muy habitual durante décadas. En el país, volviendo al cierre del post, aquel fracaso de la modernidad y regreso del nacionalismo que veía ya en 2005 (!) duró una década larga más. Quizás estemos viendo el fin de esa época, pero no es el tema de hoy.

Lo que quería decir es que Bielsa ya me gustaba entonces por cómo fusionaba una característica del fútbol argentino (jugar siempre al ataque) con ideas innovadoras que no tenían nada que ver con lo argentino, como las posiciones flexibles, las transiciones rápidas, la defensa (a veces) de tres centrales, las decisiones basadas en información y no en intuición. Cuando leí Moneyball y vi a esos entrenadores de béisbol que tomaban decisiones basados en que “siempre se hizo así”, pensé en Bielsa, que ponía en duda todo y era capaz de empezar de cero si no estaba convencido de algo. Eso podía hacerlo insoportable para los que trabajaban con él, pero el que más trabajaba era él.

Agonía y éxtasis en Leeds

Cuando fue a Leeds me hice hincha fanático del equipo. Vi casi todos sus partidos en la segunda división de Inglaterra, seguía en Twitter a media docena de periodistas y cuentas de hinchas (todavía sigo a Phil Hay) y me involucré emocionalmente con un equipo al que entonces casi no le había prestado atención. ¿Por qué sigue poniendo a Tyler Roberts y lo deja en el banco a Joe Gelhardt?, me irritaba también, como tantos otros hinchas. Me emocionaba el vínculo que Bielsa había logrado con la ciudad, donde era adorado por su sencillez y su caracter particular, y también con sus jugadores, que confiaron en él de una manera que no había visto antes. En su primera temporada perdió el ascenso con un derrumbe final típicamente bielsista; en la segunda lo logró, después de 15 años; en la tercera puso al equipo en mitad de tabla de la Premier; y en la cuarta, a pesar de un par de fichajes importantes, lo que parecía anudado se empezó a desanudar y el equipo a comerse una goleada atrás de otra, porque si los equipos de Bielsa no están al 100% se vuelven frágiles y desorientados. A Kalvin Phillips, la joyita local que llevaba años sin explotar, Bielsa lo agarró y lo transformó en un kaiser del mediocampo: ese proceso lo llevó primero a la selección inglesa y después al Manchester City, que pagó 70 millones de dólares por él (aunque casi no juega). Los videos de Phillips con su abuela, que lo crió, después del ascenso a la Premier me emocionaron como si hubiera nacido ahí. Pero se fue Bielsa de Leeds y dejé de ser hincha. Ahora están a punto de descender otra vez, después de probar y fracasar con otros tres técnicos, y me da un poco de pena, pero tampoco tanta. ¿Eso significa que me haré hincha de Uruguay, un equipo que en general me ha caído poco simpático? Probablemente.

Kalvin y Phillips y su abuela, después del ascenso del Leeds.

Me gusta de Bielsa que fue un pionero en la idea de que en la cancha los 11 jugadores atacan y los 11 defienden. Esto es ahora un lugar común, una idea central del primer Pep Guardiola, pero hace 20 años no lo era. En el fútbol tradicional, sobre todo en el argentino, había una división clara del trabajo: estaban los creativos y los picapiedra, con roles diferenciados. Los creativos casi nunca defendían, los picapiedras casi nunca atacaban. Si un técnico le pedía a un creativo marcar a un rival, recibía la rechifla unánime de los puristas: el crack tiene privilegios, ¿cómo lo vas a poner a correr? Con Bielsa se terminó todo eso, porque sus equipos son igualitarios, y digo esto en un sentido muy liberal: igualdad de oportunidades e igualdad ante la ley. Cada equipo es una red de jugadores donde todos son igual de importantes y todos tienen que trabajar juntos para lograr el objetivo. Si uno falla (si uno abandona), se rompe todo.

Esta perspectiva de Bielsa puede parecer un poco anti-genios, como las de aquellos viejos técnicos defensivos que preferían burros atléticos y largos pelotazos. Pero no lo es: les exige a todos los jugadores la misma actitud y eso le genera el respeto de todos. Además esto acompaña cambios más amplios en la sociedad sobre cómo relacionarnos con genios. Antes les perdonábamos todo: si Picasso fajaba a la mujer zafaba, porque era un genio; si Orson Welles era insoportable (no digo que lo fuera) también zafaba. Hoy no zafa nadie: ni los genios ni los terrícolas. En general creo que es algo positivo, derivado de algo con consecuencias positivas y negativas que es la enorme crisis de autoridad que estamos viviendo y en la que ya nadie le tiene miedo a nadie. En el fútbol, menos dramáticamente, eso quiere decir que ya casi no quedan esos técnicos dictatoriales, que trataban a sus planteles como a un regimiento. Ni existen prerrogativas para los jugadores talentosos que no estén también disponibles para los supuestamente menos talentosos. Todos los jugadores son iguales y Leo Messi, el más talentoso, el que más podría haber pedido excepciones, privilegios, trato preferencial, nunca reclamó nada, mucho menos en la selección.

Diez bolas al agua

Me conmueve también de Bielsa lo cabezadura que es. Las cosas le empiezan a salir mal y él insiste en lo que cree, un poco atraído por el fracaso dramático, por la catástrofe romántico, como el golfista de Kevin Costner en Tin Cup (1996), otro rebelde testarudo, que tiraba diez bolas seguidas al agua en la definición de un torneo sólo para ganar una discusión y autosabotearse. Hay algo hermoso y trágico ahí en Bielsa, también inexplicable: al final su Leeds se iba deshilachando, le metían un gol cada contragolpe y él insistía con las marcas personales y la presión feroz, a pesar de que quedaba expuesto ante cada error o el talento de rivales más talentosos. Esto no es una señal de un gran técnico, pero sí de alguien distinto, capaz de tomar riesgos en un mundo donde cometer errores es muy costoso.

Hace un rato leí en Twitter a un hincha de Newell’s diciendo que a Bielsa un poco se lo había comido el personaje, pero creo que no es así: Bielsa siempre fue ese personaje súper serio, con algo de capacidad para la ternura pero más habitualmente muy convencido de la importancia de su misión y que por eso no hay tiempo para chistes. Su obsesión, mamita. Dame esa obsesión con algo, lo que sea, que me permita estar menos tiempo en Twitter. Después la repudiaré, cuando mi matrimonio se empiece a derrumbar y me quede sin amigos, pero por lo menos quiero sentirla. En otro post de mi viejo blog, justo después del Mundial de 2010, había escrito lo siguiente: “Ante la inminente ola de anti-bielsismo que ya se ve asomar en el sindicato de comentaristas futboleros argentinos, rompo una lanza por Marcelo, de quien me conmueven sus aciertos pero también sus errores, porque se parecen a los míos”.

Siento que recién estoy arrancando con Bielsa y ya me fui quedando con poco espacio para hablar del partido de ayer, que es histórico, por el resultado, por la lección táctica de Guardiola a Ancelotti y, finalmente, por la lección mental, la única que le faltaba al City después de haber bailado al Madrid en el mismo lugar el año pasado y haber sufrido sobre el final una remontada increíble. En los últimos meses había habido una revalorización de Ancelotti y su estilo, que refleja un poco el clásico argentino de técnicos como el Coco Basile y Ramón Díaz: “Salgan y jueguen al fulbo, muchachos, hagan lo que saben hacer”. Corría en el aire un tufillo de que trabajar los equipos hasta el detalle era innecesario y contraproducente, que en el fondo el fútbol era un juego simple donde hay que dejar a los jugadores expresarse libremente. El discurso del futbolista como el buen salvaje, disciplinado después por la coerción maligna de los entrenadores y los dirigentes.

Guardiola hoy puso todo eso a descansar un rato. No sólo le dio un enorme baile al Madrid sino que lo hizo usando su última e insólita innovación táctica de los últimos meses, que consistió en subir a John Stones, un central clásico, no muy dúctil, al mediocampo y con eso transformar completamente el centro de gravedad del equipo. Cómo se le ocurrió una idea así, no lo sé, pero viene funcionando de maravillas y Stones fue el que picó contra el corner para recibir y devolver en el primer gol de ayer. Es decir, que todavía se puede innovar en el fútbol, que se pueden encontrar soluciones nuevas a los problemas de siempre, que no está todo inventado. Y una inspiración para todos los que piensan así (lo reconoce el propio Guardiola) ha sido Marcelo Bielsa.

Ahora sí me despido. El newsletter más largo hasta ahora, pero me apasiona Bielsa y me enfurece el anti-bielsismo, cuyos argumentos en general son simplones e injustos. Soy así, un nerd del fútbol, que juega el Football Manager y del Brighton, la revelación del Premier, lo deleita no sólo su juego sino también su scouting: ¿cómo hicieron éstos, que son el Platense de allá, para encontrar a Enciso, Caicedo, Alexis y Buonanotte y llevarse a todos juntos por menos de 25 palos? Así somos los nerds. Vemos el fútbol menos desde el paravalanchas que desde una tabla de Excel, pero podemos ser buena gente.

La seguimos (ja) dentro de dos jueves.

 

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Hernán Iglesias Illa

Editor general de Seúl. Autor de Golden Boys (2007) y American Sarmiento (2013), entre otros libros.

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