Partes del aire

#29 | Tangalanga y el dólar blue

'El método Tangalanga' sorprende como una comedia romántica amable que reconstruye muy bien el clima de época de los '60 en la Argentina.

“Estuve 30 años sin resfriarme, no sé qué me pasa”, le dije el otro día a la pediatra, que revisaba a mi hijo. “Tenés un chico en jardín de infantes, eso es lo que te pasa”, me contestó. Por eso hoy te escribo desde la niebla del Qura Plus, en la que estoy hace ya demasiados días, embotado por el moco y achuchado por el sudor frío, con el objetivo inicial de decir que me pareció muy simpática El método Tangalanga (Star+), el origin story del malhablado doctor que insultaba desprevenidos por teléfono y al que escuchábamos en los ‘80 en cassettes grabados mil veces.

La película ocurre en 1962 y está armada como una comedia romántica: oficinista gris sufre por su timidez pero encuentra, después de un confuso episodio, un alter ego guarango que le permite hacer reír a los demás y animarse a hablar con la chica que le gusta. El método lleva sus temas con ligereza, los personajes son queribles, los actores están todos bien, el guion va para adelante sin arrebatarse ni ponerse demasiado estricto: una película de las que podría haber mil, pero no hay ni media docena por año.

Lo que me llamó la atención a mí, que últimamente leo todo en clave “cuándo se jodió la Argentina”, fue la naturalidad con la que está reconstruida la Buenos Aires de 1962 y algunos aciertos del contexto social. En un momento, la fábrica de cosméticos y jabones donde trabaja Jorge Rissi aka Tangalanga (Martín Piroyansky) está a punto de perder un cliente importante. “En los últimos dos años los americanos se han quedado con más del 30% de nuestro mercado”, dice su jefe (Luis Machín) en una reunión. Jorgito, súbitamente poseído por Tangalanga, escupe: “Entiendo que los americanos nos tienen agarrados de las pelotas”. Sus compañeros se quedan mudos ante el exabrupto, pero lo que me hizo gracia del intercambio fueron dos cosas: la precisión histórica y la falta de nacionalismo. La precisión porque desde 1958, con Frondizi, había empezado la primera gran ola de inversiones extranjeras en más de 30 años, en todos los campos: llegó a haber más de una docena de plantas automotrices, por ejemplo. Hay quien dice (creo que Pablo Gerchunoff, o quizás Roy Hora, pero no puedo encontrarlo) que gracias a esa lluvia de inversiones la economía argentina tiró decentemente, consumiendo capital, disimulando problemas, hasta el agotamiento final del modelo de sustitución de importaciones, en 1975. O sea que era normal ver a empresas nacionales compitiendo contra extranjeras recién llegadas.

Y lo de la falta de nacionalismo lo digo porque en ninguno de los diálogos sobre los “americanos” hay ni una pizca de resentimiento o de “go home”. Los pingos se ven en la cancha: Corporación Cosmética S.A. les está pidiendo a sus gerentes que laburen mejor para ganarles a los competidores extranjeros, no está yendo y viniendo por los pasillos del Ministerio de Economía silbando la cantinela de la industria nacional. Una actitud cosmopolita, recordemos, compartida entonces por buena parte de la sociedad y la clase media en ascenso. Aunque la política de los ‘60 fue unánimemente nacionalista –radicales, desarrollistas, militares, peronistas: todos eran nacionalistas–, la sociedad argentina vivió una de sus décadas más cosmopolitas del siglo XX (en el arte, las costumbres, el periodismo, los negocios, la cultura), casi tanto como 40 años antes y como no lo volvería a ser hasta los ‘90. Y la película refleja ese talante.

Jorge Rissi, oficinista pionero, hombre contemporáneo

Hay otras cosas que la película agarra bien sobre la época: los hombres acababan de dejar de usar sombrero (usaban casi todos en 1942, casi ninguno en 1962), las mujeres empezaban a trabajar y a ir solas a los bares y recién arrancaba la figura del “oficinista” como una categoría social y cultural: The Apartment, o Piso de soltero, fundadora del subgénero “comedia de oficina”, es de apenas dos años antes. Sin saberlo, Jorgito Rissi era un pionero, un nuevo tipo de varón en el mundo nuevo, próspero y urbano de la posguerra, con nuevas posibilidades pero también nuevas reglas. Quizás esa confusión es lo que lo deja mudo cada vez que tiene que afirmarse o expresar sus sentimientos.

Otra cosa que la película emboca es el tema del dólar. En una de sus primeras grabaciones, Tangalanga gasta a un parapsicólogo que promete predecir su cotización. “¿El oficial o el paralelo?”, pregunta Tangalanga. “El paralelo, señor”, responde el otro. Cuando consulta por el costo del servicio, la tarifa, como tantas ahora, está en moneda dura: 500 dólares. “¿Usted me quiere cobrar de antemano sin saber cómo me va a ir con sus consejos?”. Risas generales, pero estaba bien: después de un pico de inflación en 1959 (más de 120%), que se sumaba a la década larga de vaivén inflacionario en el peronismo, la clase media argentina ya estaba empezando a acostumbrarse a medir las cosas en dólares. No sé si los responsables de la película hicieron esto por precisión histórica o para darle actualidad, pero lo cierto es que la referencia es exacta.

Y también, por supuesto (y deprimentemente), tiene actualidad, porque 60 años después –¡es mucho tiempo 60 años!– seguimos en la misma ruedita de hámster de correr todos los días detrás precio del dólar. Sesenta años antes de 1962 era otro mundo; 60 años después es el mismo. ¿Cómo puede ser? Estoy leyendo El nudo, el libro de Carlos Pagni sobre el conurbano (voy por la mitad de sus más de 700 páginas), uno de cuyos puntos centrales es que 2001 fue una bisagra estructural en la historia de la Argentina: un país antes de la crisis, otro país después. Viendo a Tangalanga hablar sobre el dólar mientras me llegaban al teléfono las alertas de @ValorDolarBlue (“el dólar blue subió a $414,00”, el dólar blue subió a $418,00”), sin embargo, me puse a pensar en que si el país de hoy se parece en tantas cosas al de 1962, entonces aquella crisis, aun la mayor de nuestra historia, no puede ser una bisagra, porque bisagra implica un cambio de dirección y nosotros seguimos hasta los muslos en el mismo pantano (no sólo con el dólar) que cuando los oficinistas eran una novedad y en J.C. Paz se fabricaban dos modelos de BMW.

En fin, amigos. Se vienen momentos difíciles, creo que ya nadie puede negarlo. Recordemos igual que en Argentina las crisis siempre parecen inminentes pero al final tardan años en llegar: son choques de trenes en cámara lenta. Al día siguiente todos podrán decir que era inevitable y la vieron venir. Cuando fumábamos teníamos este truco: prender un pucho en el restaurante para acelerar la llegada del demorado vacío con papas. Ahora va a ser igual: la devaluación va a llegar el día que dejemos de pronosticarla.

Nos vemos dentro de dos jueves, espero que ya destetado del Qura Plus y con el dólar por debajo de los… Ni loco pongo un número. ¡Saludos!

 

Si querés anotarte en este newsletter, hacé click acá (llega a tu casilla jueves por medio).
Si te gustó esta nota, hacete socio de Seúl.
Si querés hacer un comentario, mandanos un mail.

 

Compartir:
Hernán Iglesias Illa

Editor general de Seúl. Autor de Golden Boys (2007) y American Sarmiento (2013), entre otros libros.

Seguir leyendo

Ver todas →︎

#52 | La Bruja Bertie

Los dichos de Benegas Lynch provocaron una catarata de respuestas serias, pero no hacía falta: él es parte de la comedia de este gobierno, no de la tragedia.

Por

#51 | Tiempo de pantalla agotado

En el debate interminable sobre niños y dispositivos electrónicos, soy más permisivo que la media.

Por

#50 | Que no te vistan de Superman

Un elogio de Daniel Kahneman y del aburrimiento.

Por