Hay seis muchachos de poco más de veinte años que hace un año que están presos, a la espera de ser sometidos a juicio. Están acusados de haber cometido un delito sexual grave: violación en grupo. El episodio ocurrió en febrero del año pasado, en un feriado de carnaval, alrededor de las 15 horas, en Serrano y Cabrera, en el corazón del barrio de Palermo. El episodio habría ocurrido dentro de un auto, estacionado en una esquina, y fue denunciado por unos comerciantes de la zona que intervinieron y, supuestamente, rescataron a la víctima.
El hecho, como suele suceder, conmovió y sorprendió a la sociedad, ocupó espacio en los medios durante algunos días y finalmente fue reemplazado por otro y quedó en el olvido. En estos días resurgió debido a la acción de los padres de los imputados y a algunos videos que circularon en las redes.
Para el fiscal Eduardo Rosende y el juez Marcos Fernández, aquel feriado del 28 de febrero los seis acusados “idearon un plan” que tenía como objetivo alejar a la víctima del amigo con el que estaba, para luego llevarla hasta el Volkswagen Gol blanco de uno de ellos y que estaba estacionado sobre Serrano al 1.300 en Palermo, para luego abusar sexualmente de ella.
El delito así descripto resulta especialmente indignante: una confabulación entre varones para drogar y luego abusar a una chica sin defensa. En una larga noche de excesos, extendida hacia el mediodía y la tarde posterior, seis muchachos drogan a una niña contra su voluntad y se turnan para violarla dentro del auto mientras los que quedan afuera ofician de campana.
Sin embargo, si se mira cuidadosamente la filmación de una cámara de seguridad que muestra el lugar de los hechos, la narrativa impuesta se pone en duda. Los hechos son mucho menos nítidos, menos claros, y resulta casi imposible confirmar ese relato. Más bien todo lo contrario, más allá de la constatación de un delito posible dentro del auto, lo que se puede apreciar desmiente muchos de los puntos allí presentados.
Según las imágenes, los muchachos y la chica llegan por propia voluntad al auto, luego de pasar por un kiosco para comprar bebidas alcohólicas. Se puede apreciar que uno de ellos se sienta en el asiento trasero mientras que la víctima y un acompañante están en los asientos de adelante. El resto queda afuera del auto, salvo un instante muy breve en que entra y sale uno de ellos mientras el resto conversa junto al vehículo. A lo largo de veinte minutos, tres o cuatro muchachos merodean los alrededores, algunos de pie, otros sentados en el piso justo en la entrada de una panadería. Parecen ser la típica congregación de muchachones pasados de rosca después de una juerga molestando a los vecinos. Los dueños de la panadería los increpan y luego de unos minutos hacen la denuncia a la policía de que en un auto en la puerta hay una violación grupal de una chica que está inconsciente. La denuncia en términos literales es falsa. La persona que hace la denuncia –la “panadera”– hasta ese momento no había salido de su negocio.
Lo que pasa dentro del auto no se puede ver pero es claro que la chica no está inconsciente y tampoco parece estar retenida contra su voluntad. Baja la ventanilla del lado de su asiento, conversa, la vuelve a subir. Pasa gente constantemente (es la tarde de un día feriado en el corazón del barrio más frecuentado de Buenos Aires), nadie mira al auto ni nadie del auto reclama por ayuda.
Aproximadamente a los veinte minutos, la situación se pone violenta entre los muchachos y algunas personas que los increpan, aparentemente relacionados con los panaderos. Estos, finalmente, salen de su negocio con palos y comienza una trifulca que queda en parte fuera del campo de registro de la cámara de seguridad. En ese momento de violencia y descontrol, sale la chica del auto, vestida, y camina normalmente. Quiere entrar a la panadería y el dueño del negocio se lo impide y la agrede violentamente. La panadera le pega una patada y una trompada y el panadero una fuerte trompada en la cara. Uno de los muchachos la protege y la retira del lugar. Al poco tiempo, llega la policía y el episodio termina.
Todo lo que acabo de describir puede ser corroborado viendo este video de la cámara de seguridad. Vi atentamente la media hora larga que dura, revisé cada una de las partes cruciales y es difícil salir del asombro. La única instancia de violencia contra la víctima es producida por los denunciantes, los panaderos. El que la protege es uno de los acusados, preso desde ese momento.
El video fue puesto en circulación por una youtuber que realizó un interesante informe de media hora en donde explica el contexto del caso y agrega otros datos para decir que los seis acusados son inocentes. La influencer es enfática y su retórica es recargada; probablemente muchas de las cosas que enuncia son suposiciones y no hechos constatados; sin embargo, algunos de los datos y la evidencia de la cámara de seguridad hablan de un caso, por lo menos, confuso. Es realmente insólito que seis personas estén presas esperando el juicio desde hace un año.
La cámara no deja demasiadas dudas sobre la no participación de tres de los seis acusados pero quedan por demostrar los episodios sexuales ocurridos dentro del auto. La idea de consenso en una unión sexual para determinar violación es esencial. Sin embargo, bajo el efecto de las substancias, la voluntad deja de ser tan determinante. Los protagonistas del episodio estaban atiborrados de alcohol y drogas, tanto los posibles perpetradores como la posible víctima. Termina siendo una contradicción de testimonios sin verificación posible, lo cual nos lleva al nudo del problema.
La irrupción del movimiento #MeToo puso sobre el tapete una realidad que los varones no podríamos haber experimentado. Había una relación asimétrica entre hombres y mujeres en cuanto a poder y requerimientos sexuales. Muchas mujeres habían estado sometidas a todo tipo de acosos sin la menor posibilidad de defenderse por vía legal. Los delitos sexuales son habitualmente producidos en la intimidad y resultan muy difíciles de demostrar. Para el derecho penal tradicional, la mera denuncia no alcanza y es necesario demostrar los hechos. Si se le suma el machismo imperante en las fuerzas de seguridad, encargadas de tomar y encaminar las denuncias, la indefensión era total.
La fuerza del #MeToo, con su aluvión de denuncias verosímiles y consistentes, puso al derecho en una disyuntiva. La salida fue de hecho y no de jure: relajar en los casos de delitos sexuales denunciados por mujeres los requisitos de prueba. La denuncia tenía un peso mayor que en otros casos, la presunción de inocencia no era tan fuerte y la carga de la prueba quedaba invertida en la práctica. Fue una solución práctica, no formalizada, que salvó muchas injusticias pero generó otras.
En este episodio colisionan dos visiones del derecho provenientes del mundo progresista. Una es el famoso y mal llamado “garantismo”. Garantistas somos todos los que nos atenemos a los derechos y garantías de la Constitución, pero hoy se aplica ese nombre al zaffaronismo abolicionista. El otro es el feminismo y la idea de ver todo con “perspectiva de género”. Bajo el “garantismo”, no hay delincuentes sino víctimas sociales. Bajo el feminismo radical, “el violador eres tú”. El episodio muestra cómo el “garantismo” sucumbió dentro del progresismo como discurso dominante, al menos en lo que refiere a los delitos sexuales. El progresismo es “garantista” en general y “punitivista” en cuanto a los delitos sexuales. Es una contradicción sobre la cual todavía no se ha comentado demasiado.
Queda, como alternativa, el derecho penal tradicional, de impronta liberal (si uno quiere, el verdadero garantismo). Su idea no expresada es simple: es mejor un culpable libre que un inocente preso. El delito debe ser probado más allá de toda duda razonable. Es cierto que este paradigma ha demostrado ser insuficiente a la hora de considerar este tipo de delitos, pero lo cierto es que abandonarlo es dejar a los individuos al arbitrio del Estado y del clima de época. El péndulo de la sociedad se ha corrido de una manera extrema al punitivismo, ya sea el de derecha, que idolatra a un demagogo autoritario como Bukele, como al feminismo, que, empoderado, puede llevar hombres a la cárcel simplemente con una denuncia.
El episodio, por otra parte, demuestra lo peligroso que es la detención de los acusados antes de ser sometidos a juicio. Es altamente probable que cuatro de los seis sean totalmente inocentes del delito imputado y no es improbable que los dos restantes –los que quedaron dentro del auto con la “víctima”– también lo sean. Son, por ahora, judicialmente inocentes. Sin embargo, están presos y seguirán estándolo por mucho tiempo más. Hay algo que claramente no funciona bien.
Por último, hay algo de todo esto que hace sintonía con muchos hechos policiales ocurridos y comentados en los últimos tiempos. Me refiero a los crímenes de Fernando Báez Sosa y Lucio Dupuy, también al insólito asesinato de la policía Maribel Salazar, al intento de asesinato de la vicepresidenta por parte de los copitos, y a muchas muertes violentas acaecidas en la vía pública cometidas y sufridas por sujetos en estado de marginalidad absoluta. Todos los casos parecen ser síntomas de una degradación enorme, consecuencia de años de estancamiento económico y decadencia cultural. Parece que vamos a convivir con esto: con jóvenes que no pueden administrar con prudencia sus consumos, con gente totalmente marginada del sistema, con otros que han perdido hasta su equilibrio psíquico y su buen juicio. Es un panorama aterrador y no parece ser lo mejor enfrentarlo con nuestras anteojeras ideológicas.
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