Mientras veía una sucesión interminable de videos y fotos y memes relacionados con el mundial, me crucé con un tuit que mostraba algo espectacular. Dos chiquitos pelirrojos miran con mucha atención el video de Whitney Huston cantando “I Will Always Love You”, el tema con que cierra la película que en 1992 protagonizó con Kevin Costner, El guardaespaldas. Como todo el mundo recuerda, la gran Whitney en la tercera iteración del estribillo pega su tremendo grito afinado: “And IIIIIIIIIIIIIIII will always love youuuuuu”. Pero además, en un arreglo bien noventoso, esa forma rimbombante de cantar el estribillo es precedida por un golpe seco e inesperado de los tambores, impregnando a una canción pop de una inminencia solemne. Algo impresionante está por pasar y es la interpretación por parte de la cantante de lo que va a ser la estrofa más famosa de su carrera. Allí, los dos niños pegan un salto, asustados, sin dejar de mirar absortos a la cantante. Del sobresalto, a uno se le salen unas galletitas de un envase. Muy amorosamente y sin dejar de prestar atención a la pantalla, el niño recoge con cuidado las galletitas. Es un video gracioso y tierno que además de regocijarme y hacerme olvidar del mundial un rato, me disparó una relación de ideas.
La canción es una de las más conocidas de la historia; lo que quizás no es tan sabido es que no fue escrita para la película sino un par de décadas antes por la cantante country Dolly Parton. En la versión de la autora, la canción había alcanzado el número uno del ranking en dos décadas consecutivas, la del ’70 y la del ’80. En los ’90 volvió a ese top en la versión de Whitney. Además esta última versión se convirtió, con 20 millones de copias, en el disco interpretado por una mujer más vendido de la historia. “I Will Always Love You” es la manera de empezar a saber que Dolly, además de ser un personaje peculiar y una gran cantante, es una de las más grandes escritoras de canciones de la música popular norteamericana, es decir, del mundo.
Entrar en el universo Dolly Parton es ser abducido por historias extraordinarias. Se trata, quizás, del único personaje que une a todos los norteamericanos, por encima de la grieta que divide rednecks de universitarios de las costas, republicanos de demócratas y amantes de los late night shows de asistentes al Grand Ole Opry, el programa de radio de música country grabado en vivo en Nashville. Todos aman a Dolly Parton.
Para los prejuiciosos, Dolly es una caricatura, con su voz de registro increíblemente alto, su peluca rubia desmesurada, su maquillaje, las tetas enormes y siempre expuestas, sus altísimos tacos aguja y su acento sureño. Nunca se la vio sin la peluca o el debido maquillaje. Es como se ha presentado al mundo desde que el mundo la conoce.
Sus orígenes, en cambio, son extremadamente humildes. Nació en las montañas humeantes de Tennessee, en una cabaña de un solo ambiente, sin baño en el interior, acompañada de sus padres y once hermanos. Sin radio ni televisión, la música hecha por ellos mismos era la mayor forma de entretenimiento. Su capacidad para cantar y escribir canciones le abrió un camino. Muchas de sus canciones rinden tributo a la precariedad de su infancia. La más bonita es, para mí, “Coat of Many Colors” (saco de varios colores), la amorosa descripción de un abrigo que la madre le había hecho emparchando retazos de telas viejas.
En 1967 comenzó a actuar en el programa de televisión de Porter Wagoner, un cantante country tradicional de enorme éxito. Grabaron juntos varios discos de duetos (escuchados hoy suenan extraordinariamente bien) y su fama fue creciendo. A medida que ganaba en confianza, Dolly comenzó a proponer cada vez más canciones escritas por ella. Su producción era extraordinaria y superaba en mucho a la de su mentor, quien le ponía más límites y la trataba en cámara con condescendencia. La tensión entre los dos crecía y los contratos hacían que Dolly Parton, ahora una artista en crecimiento, estuviera limitada a trabajar con Wagoner. Luego de varias peleas, Dolly Parton decidió cambiar de estrategia haciendo lo que mejor hacía: escribió una canción para transmitirle su situación a Porter. Esa canción era “I Will Always Love You”.
Se reunió con Wagoner y le dijo: “Esto te lo explico cantando”. Cantó:
Si me quedara
Solamente te molestaría
Así que me voy, pero sé que
Pensaré en ti a cada paso del camino
Y siempre te voy a querer
Recuerdos agridulces
Eso es todo lo que llevo conmigo
Así que adiós, por favor, no llores
Ambos sabemos que no soy lo que necesitas
Y siempre te voy a querer
Espero que la vida te trate bien
Y espero que todos tus sueños se hagan realidad
Te deseo alegría y felicidad
Pero, sobre todo, te deseo amor
Y siempre te voy a querer
Wagoner, impactado, se puso a llorar, le dijo que era la mejor canción que ella había escrito nunca y que su única condición para liberarla era que le dejara producir el disco. Dolly le aceptó la propuesta y salió de la reunión feliz y libre.
El resto es conocido. Dolly Parton se convirtió en una estrella, su carrera, con altos y bajos, tuvo un crecimiento sostenido y, como decíamos al principio, los norteamericanos decidieron entregarse a ella sin distinciones: a su arte, sus canciones inspiradas y también a su humor. Los conductores de los shows televisivos a los que fue siempre con sus tacos aguja, el escote y la peluca descomunal quedaban desconcertados porque cada vez que le hacían un chiste sobre las tetas, ella se los anticipaba o doblaba la apuesta en la respuesta. Su éxito es tan descomunal que hasta tiene un parque temático en Tennessee, apropiadamente llamado Dollywood, en donde sus fans, de todos los orígenes posibles, van a peregrinar.
Aunque jamás aceptó ser feminista, el ejemplo de su empoderamiento y la gracia con que superó todos los obstáculos posibles inspiraron a muchísimas mujeres. Existen libros como Pilgrimage to Dollywood, de la experta en estudios helénicos británica Helen Morales, o I’ve Had to Think Up a Way to Survive: On Trauma, Persistence, and Dolly Parton, de la poeta norteamericana Lynn Melnick, en donde se analiza el extraordinario cruce entre su imagen de muñeca sexual e ícono feminista. En ambos libros las autoras relacionan el peso que alguna de las canciones de Dolly tuvo en su superación de algún trance emocional especialmente dificultoso.
Volvamos a la década del ’90. En ese momento, se está produciendo una película de las llamadas tanque, jugando con la interacción entre dos superestrellas provenientes de distintos campos: la extraordinaria cantante Whitney Huston y el carismático actor Kevin Costner. Una parte importante del paquete a vender era la banda de sonido y de eso estaba encargado David Foster, un productor musical de primera línea. Les faltaba solamente la última canción, la que marcaba la despedida del guardaespaldas (Costner) y la estrella (Huston) sin concretar su evidente amor. Evaluaron varias canciones y ninguna parecía estar a la altura del desafío. Hasta que el propio Costner, no sólo actor y productor de la película sino músico muy versado en el country, dijo: “Ya sé. ‘I Will Always Love You’, de Dolly Parton. Esa es la canción”. “¡Perfecto!”, dijo Foster, ocultando el hecho de que no tenía la menor idea de la canción que le estaban refiriendo. Sencillamente nunca la había escuchado. Sin agregar más para no delatarse, fue a una disquería en Malibú y pidió alguna versión de la canción. La tenían por Linda Ronstadt, la escuchó, entendió su atractivo y su relación con la película, compró el disco y se encaminó a producir el track cantado por Whitney Huston.
Corte a unos días después. Por respeto, más allá de los arreglos entre las productoras, tenían que avisarle a Dolly que iban a usar su canción. Foster la llama y Parton se muestra encantada, dice que ama a Whitney y que van a hacer una gran versión. Le dice a Foster: “Y ese tercer verso, es lo que yo le quería decir a Porter, ese es el que más quiero”. “Claro”, le dice Foster mientras ahora piensa: “¿Qué tercer verso?”. Se pone a investigar y se da cuenta de que en la versión de Linda Ronstadt, la única que habían escuchado para grabar, no hay tercer verso, esas líneas son reemplazadas por la melodía puramente instrumental. Ahora se tiene que enfrentar a la otra superestrella, Whitney, y decirle que hay que grabar la canción otra vez porque les falta un verso ¡y a la autora le parece el verso más importante!
Así la canción se completa y aparece el mensaje más explícito de Dolly Parton a Wagon Portener:
Espero que la vida te trate bien
Y espero que todos tus sueños se hagan realidad
Te deseo alegría y felicidad
Pero, sobre todo, te deseo amor
Luego de una pausa intencionada, luego de esos versos, en los arreglos de David Foster aparece el golpe de tambor que sobresaltó a los encantadores pelirrojos del comienzo de nuestra historia, y que anticipa la extraordinaria performance de la cantante.
Sin embargo, a pesar de la siempre bienvenida circularidad, no vamos a terminar nuestro relato en esa versión sino que vamos a retomar cómo siguió la historia entre Dolly y Porter Wagoner. La relación no terminó tan bien como parecía indicar la aceptación por parte de él de lo que la canción decía. Porter quedó shockeado y, según la hija, pasó algunas semanas retirado, mirando un lago en uno de sus ranchos, absorto. No hacen faltan muchos datos para imaginar que, además de su masculinidad herida, el hombre estaba sencillamente enamorado y con el corazón destrozado. Luego, vino el rencor (“tengo miedo que seas amor”, dice el tango) y comenzó a hablar mal de Dolly en todas las entrevistas y hasta llegó a invocar la letra del contrato para hacerle un juicio por un millón de dólares, dinero que ella todavía estaba lejos de tener. Hubo algún tipo de arreglo y la vida continuó para los dos.
Finalmente, las cosas sucedieron como uno se imagina: Dolly se convirtió en una superestrella universal y Porter comenzó a declinar con un estilo musical que ya no era tan popular. El dúo que hicieron, que en su momento pareció un momento cúlmine de la historia de la música country (lo fue), pasó a ser una nota a pie de página en la increíblemente variada carrera de Dolly Parton.
En 2007, ya hacía dos décadas y media que no se emitía el show de Porter Wagoner. Su carrera había languidecido desde hacía tiempo y comenzaban los homenajes en vida. Buena parte de sus dificultades económicas habían sido resueltas en silencio por su antigua compañera de duetos, Dolly Parton. En agosto, al cumplir 80 años, fue homenajeado en el Gran Ole Opry. Dos meses después, con un cáncer avanzado, agonizaba en un hospital cuando recibió la visita de Dolly. La cantante le tomó la mano, le dijo suavemente que le perdonaba cualquier diferendo que podrían haber tenido en su vida y que, a su vez, le pedía perdón por cualquier deuda emocional que él pensara que ella todavía tenía con él. Porter apenas pudo asentir apretando su mano. Pocas horas después de que Dolly se despidiera, murió.
Cumplimos en pocos días un año entero de estas entregas en el marco de la revista Seúl que hemos dado en llamar Relación de ideas. Nos vamos a tomar un descanso y retomamos el jueves 17 de febrero. Gracias por un feedback tan cariñoso y sustancial, estamos muy agradecidos por eso. I will always love you, guys.
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