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#26 | Humor con el Holocausto

Esta vez me tocó a mí. A bancársela.

–No me estoy riendo de vos. Me estoy riendo con vos.
–Pero yo no me estoy riendo.
Lara Flynn Boyle y Jane Adams en Felicidad (Todd Solondz, 1998)

Quiero confesar algo, con vergüenza. Me ofendí por un chiste. En su stand up más reciente, Louis C.K. at the Dolby (podés bajarlo de su sitio oficial por 10 dólares o bien darte maña y torrentearlo), el comediante dice lo siguiente: “Auschwitz fue algo horrible. Mataron gente, mataron chicos que podrían haber crecido y se podrían haber mudado a Brooklyn para odiar a los negros”.

Toda la familia de mi abuelo fue asesinada en Jasenovac, el Auschwitz de los Balcanes: su padre (su madre había muerto antes), ocho hermanos (cinco mujeres y tres varones), sus respectivos maridos y esposas, y sus hijos (siete, hasta donde sé, cinco varones y dos mujeres de entre 6 y 12 años). Aunque mi abuelo contaba su escape a través de Italia y el Adriático con mucho humor, el trauma atraviesa las generaciones. No voy a decir como Juan Cabandié que yo me banqué el Holocausto, pero digamos que es un tema que me afecta.

Con esto no quiero decir que cualquier chiste sobre el Holocausto me ofenda. Siempre me acuerdo de uno de Gilbert Gottfried:

Un anciano sobreviviente de un campo de concentración compra un boleto de lotería. Gana 200 millones de dólares. Lo entrevistan los periodistas y le preguntan: “¿Qué va a hacer con el dinero?” El anciano judío contesta: “Voy a construir una estatua gigante para honrar a Hitler”. Y el periodista le pregunta: “Pero usted estuvo en un campo de concentración, ¿por qué construiría una estatua para honrar a Hitler?” Y él anciano, arremangándose la camisa, dice: “¿De dónde cree que saqué el número?”

Me parece extraordinario este chiste. ¿Qué diferencia tiene con el de Louis C.K.? No puedo hacerme el boludo: suma que Gottfried sea judío, claro. Pero hay algo más. Lo más molesto del chiste de Louis C.K. no es el Holocausto, sino la idea de que los judíos somos racistas (al menos los viejos de Brooklyn). Está claro que muchas veces el humor se basa en estereotipos y generalizaciones, y no me gusta ponerme en censor: está bien que así sea. “Mi mujer me pidió que esté más en contacto con mi lado femenino, entonces choqué el auto y después no le dirigí la palabra en todo el día sin ninguna razón”, “¿Sabés lo que es un varón cis? Es alguien que nació varón y se identifica como varón. Es una manera de marginar a una persona normal”, “Warner Bros. está produciendo una nueva película con un Superman negro. De hecho tiene sentido cuando te acordás de que Superman fue abandonado por sus padres cuando era bebé”.

El procedimiento está en la generalización, pero hay algo más. Causa gracia que digan cosas incorrectas. El chiste de Superman lo tiró Colin Jost en el Weekend Update de Saturday Night Live con Michael Che (negro) al lado, riéndose de lo horrible que estaba diciendo (hay una trampita, es cierto: el chiste lo escribió Michael Che). Es un poco como los roasts: especiales en los que hay un invitado y los distintos estandaperos (usualmente amigos suyos) cuentan chistes para reírse de él. Me acuerdo de uno con Joan Rivers: “Joan se cogió a más viejos judíos que Bernie Madoff”; o con Justin Bieber: “¿Es cierto que la dejaste a Selena Gómez porque le creció el bigote antes que a vos?”; o con Caitlyn Jenner: “Quiero agradecerte todo lo que hiciste por el movimiento trans y por la industria de los stilettos talle 49”.

Algunos chistes negros o racistas son como un roast a parte de la humanidad; a los negros, a los judíos, a las mujeres. Por eso, después de la molestia inicial con el de Louis C.K., sonreí incómodamente como Caitlyn Jenner con sus stilettos talle 49, pensando “bueno, esta vez me tocó a mí, a bancársela”.

Y ahora que escribo esto y me obligo a pensar un poco más profundamente en el asunto, más me asombra esa gente que cuando se siente ofendida por un chiste toma una actitud beligerante y activa: protesta en redes, intenta que ese chiste no pueda decirse sin consecuencias. Ricky Gervais lo dice muy claramente: “La gente tiene que dejar de decir que tal chiste es ofensivo. Tienen que decir «yo lo encuentro ofensivo». Es una emoción tuya, solo me estás diciendo qué sentís vos al respecto. No hay nada intrínsecamente ofensivo en ese chiste”.

No sé si estoy de acuerdo con Gervais (dejémonos de joder: sí hay chistes intrínsecamente ofensivos; suelen ser los más graciosos), pero me gusta lo que sugiere porque creo que es central: basta de buscar que todo conflicto humano sea colectivo. Creo que en ese afán se cifran muchos de los grandes problemas de la cultura woke. Lo dijo el domingo la escritora colombiana Carolina Sanín en estas páginas: “La política de la identidad no solo niega la posibilidad de la compasión y de la ciudadanía. También niega la individualidad, la diferencia de todo individuo con respecto a los demás, la singularidad radical de cada individuo”.

El otro día vi un chiste en el stand up de Louis C.K. que no me gustó. El problema es todo mío.

Nos vemos en quince días.

 

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Diego Papic

Editor de Seúl. Periodista y crítico de cine. Fue redactor de Clarín Espectáculos y editor de La Agenda.

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