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#24 | Lectores sensibles

El mercado de la corrección política.

Damn other people.
–Tom Ripley en Ripley Under Ground (Patricia Highsmith, 1970)

 

Cuando era progre era fan de Bill Hicks, un estandapero muy capo que murió demasiado joven de cáncer de pulmón. Tenía solo 32 años. Sus últimos meses fueron tristes, no solo porque fueron los últimos y se estaba muriendo, sino también por una situación desagradable en el programa de David Letterman, en donde le censuraron su monólogo por unos chistes sobre aborto y religión. Hicks murió cuatro meses después, en febrero de 1994. Quince años más tarde, Letterman invitó a la madre de Hicks, le pidió disculpas y emitió el monólogo censurado cuando ya no le molestaba a nadie.

Digo que era fan de Hicks cuando era progre porque su humor era ante todo ideológico, más del estilo del de George Carlin. Había gags, por supuesto, pero solían ser producto de alguna observación ideológica. Verlo hoy no es lo mismo, aunque como era inteligente y talentoso puede trascender hasta cierto punto su postura. Y creo que el mejor ejemplo es el monólogo en contra del marketing (noviembre de 1992).

Hicks empieza diciendo que si hay alguien en el público que trabaja en marketing, que se mate. Todos se ríen porque están en sintonía ideológica con él, claro: el capitalismo es el mal, y los que pergeñan estrategias para hacerlo funcionar son sus personeros. “No, de verdad, no es un chiste, mátense”, sigue diciendo, ante las carcajadas cada vez más estentóreas del público. “Ya sé lo que está diciendo la gente de marketing: «Ah, está tratando de conquistar el mercado del antimarketing. Es un buen mercado. Es muy inteligente», y más risas. “¡No estoy haciendo eso, escorias malvadas de mierda! «Ah, ¿sabés lo que está haciendo Bill ahora? Tratando de conquistar el mercado de los indignados. Hay mucho dinero ahí. Mucha gente se siente indignada»”. Y más risas. El monólogo es una especie de bola de nieve en la que Bill Hicks insulta con cada vez mayor violencia y él mismo se contesta, parafraseando a los destinatarios de sus insultos, que en realidad solo está haciendo su negocio y por lo tanto jugando al mismo juego que ellos.

Es tan genial este monólogo que funciona aunque yo ya no esté de acuerdo ideológicamente (su muerte le escamoteó la oportunidad de evolucionar, aunque quién sabe si lo hubiera hecho; Carlin no lo hizo). Y me acuerdo bastante seguido de él, sobre todo en esta época en que los artistas bajan línea simulando una rebeldía que no es otra cosa que otro nicho de mercado. (Hay que decir que Bill Hicks se burló de sí mismo, pero que de todas formas sí fue censurado por Letterman. Kudos para Hicks.)

Ahora me vino a la mente otra vez porque se supo que HarperCollins está modificando las novelas de Agatha Christie para borrar términos “ofensivos”. Es cierto que no es la primera vez que pasa, y todas las notas mencionan el caso de Diez negritos, que en el original de 1939 se llamó Ten Little Niggers (es gracioso que no pueden escribir la palabra “niggers”, entonces dicen: «Her 1939 novel And Then There Were None was previously published under a different title that included a racist term»), pero ahora modifican los textos usando un equipo de “sensitive readers”.

Las de Agatha Christie se suman a las de Roald Dahl y las de Ian Fleming (curiosamente, los tres ingleses) en ser revisadas. Por supuesto que no hay mucho que decir al respecto, más allá de que estamos en contra, y que el mundo no es un lugar segurodeal with it. Pero para no ser un old man yells at cloud y repetir lo de siempre, prefiero volver al viejo Bill Hicks o quizás a Sal Tessio: “It’s only business”.

 

 

Pero no me gusta ser tan cínico, así que acá voy por otro lado. Hay una expresión muy tuitera que detesto, aunque la he usado en más de una oportunidad, que se suele decir ante un acontecimiento de ingenio y ocurrencia argentinos, pero que demuestra a la vez nuestro subdesarrollo: “mejor país del mundo”. ¿Vuelca un camión con diez novillos y los vecinos los carnean? Mejor país del mundo. ¿Un diputado le chupa la teta a su novia en un zoom? Mejor país del mundo. ¿Difunden una cámara oculta en la que un juez visita un prostíbulo? Mejor país del mundo. Hay hasta un programa de radio kirchnerista que se llama Mejor país del mundo (Radio con Vos, L a V de 16 a 18 h.)

Hubo, incluso, una idea –llamémosla así– que empezó a prender en el relato kirchnerista: que la oposición (nosotros) creemos que Argentina es un país de mierda. Se agarraron medio de un pincel de una afirmación de Macri (“La sociedad argentina es la más fracasada”) y ahí fueron ellos con toda su tropa de burócratas a machacar con que Argentina no es un país de mierda como decimos los gorilas. Un poco como cuando la dictadura había inventado el eslogan “los argentinos somos derechos y humanos”, trasladando a los ciudadanos las críticas que se le hacían al Gobierno.

Porque, claro, nosotros no decimos que Argentina sea un país de mierda, sino que es más de mierda que lo que podría ser. En realidad, pasa lo contrario: le tenemos más fe al país que ellos. En la celebración exaltada de nuestros defectos, por más pintorescos que estos sean, se esconde la idea funesta de que son constitutivos de nuestro ser nacional. Nosotros, en cambio, pensamos que podemos cambiar para mejor. Los soñadores, los que buscamos la utopía, somos nosotros. Los que nos tenemos una fe quizás ingenua somos nosotros. Pero es que no es una utopía.

El otro día en los reels de Instagram me apareció Eduardo Galeano hablando de la utopía (algo falló en el algoritmo, que en general me muestra culos o comida). Una frase muy trillada que yo había escuchado por primera vez en el documental Cazadores de utopías y que fue una epifanía para mí a los 20 años. Dice algo así como que uno camina en busca de la utopía, pero que a medida que se acerca la utopía se va alejando, y así. Entonces ¿para qué sirve perseguir la utopía? Para caminar.

A los 20 años, claro, fue un descubrimiento. No era inútil ni ingenuo luchar (el verbo es excesivo, eran los ’90) por “un mundo mejor”, porque aunque ese mundo nunca llegara, la sola búsqueda nos ponía en movimiento. Obviamente que esto es una pelotudez, además de falso. En primer lugar, el más evidente, es que hay que ver cuál es el objetivo que uno persigue y para dónde caminamos, porque por ahí estamos caminando para atrás. Pero además, desde un punto de vista geométrico, aunque uno camine en la dirección correcta, la distancia al infinito nunca se acorta. Por eso la idea de buscar lo inalcanzable es lo más conservador que hay.

No es casual entonces que los mismos que dicen perseguir utopías, sueños revolucionarios, aquellos que pretenden cambiar el sistema en realidad sean los más conservadores, los que terminan celebrando nuestros defectos más arraigados, conformándose con ser lo que somos. Por eso creo que en el fondo, quizás, yo no cambié tanto y sigo siendo el mismo joven soñador que a los 20 años, no contaminado por el cinismo, que cree algo ingenuamente que puede haber un país mejor.

Nos vemos en quince días.

 

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Diego Papic

Editor de Seúl. Periodista y crítico de cine. Fue redactor de Clarín Espectáculos y editor de La Agenda.

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