LEO ACHILLI
Diario del Mundial

#24 | La tercera estrella

El diario se despide de la mejor manera posible: con Argentina campeona de la Copa del Mundo.

Final: Argentina 3(4)x3(2) Francia

Lo más difícil de evitar en una circunstancia como ésta son las grandes palabras, aunque tampoco es cuestión de comentar esta final inolvidable y absurda como si fuera un partido como los otros. Les dije a los amables lectores que la Argentina iba a ser campeón, como antes les dije que iba a ir pasando ronda tras ronda. Debo confesar que una de las razones por las cuales deseaba tanto el triunfo era para que el azar del fútbol validara ese último pronóstico que atravesó un duro camino, jalonado por alegrías y padecimientos, por certidumbres definitivas y dudas desgarradoras.

“Todo está bien si termina bien”, dice Shakespeare, pero es falso. Lo de hoy no estuvo bien porque terminara bien, sino porque merecía terminar bien. Pero no solo terminó bien para los argentinos sino para esa inmensa y contradictoria entidad que es la masa de los aficionados al fútbol. Hoy el fútbol les hizo un regalo a todos, incluidos los franceses, que pueden reclamar para sí haberle puesto las cosas muy difíciles a un equipo destinado a ser campeón. Si el campeón hubiera sido Francia, el resultado no habría estado universalmente bien como finalmente ocurrió. 

Hoy vimos cómo Lionel Messi se transformaba definitivamente en una de las mayores leyendas que haya dado el fútbol. Fue como un cuento de hadas en el que las brujas hacen todo lo posible para evitar el final feliz, pero luego de que el relato hizo llorar varias veces a los niños, el príncipe se termina casando con la princesa. Es que las brujas también tienen sus méritos a la hora de hacer que recordemos los cuentos. Hoy el fútbol se tuvo que rendir simultáneamente ante la fortuna y la adversidad para hacer más esplendorosa la coronación de Messi. 

Los equipos tienen sus fortalezas y sus debilidades y Argentina las exhibió sistemáticamente a lo largo del torneo.

Los equipos tienen sus fortalezas y sus debilidades y Argentina las exhibió sistemáticamente a lo largo del torneo. En todos los partidos se puso en ventaja, en cinco de ellos esa ventaja llegó a ser de dos goles pero, en los dos que termino empatando, dejó que esa ventaja se diluyera. Hoy, para colmo, dejó ir el partido una segunda vez. En otras entradas de este diario, traté de atribuirle esa caídas de tensión del equipo a los errores del técnico, a su política cautelosa y a la intención de conservar la ventaja en lugar de aumentarla. Pero hoy sería necio no reconocer que Scaloni planteó el partido brillantemente, mucho mejor que su rival, e incluso sorprendió a todos con la fructífera ubicación de Di María sobre la izquierda. Pero, sobre todo, organizó al equipo para que jugara ese fútbol orgánico, asociado, sutil y contundente que solo la Argentina supo practicar  en este torneo, razón por la cual dijimos que sería el campeón. Y fue campeón por eso, pero también por el Dibu Martínez, un arquero guarango y descomedido que representa las fuerzas oscuras del fútbol pero otra vez fue fundamental en la victoria. Argentina necesitó no solo de su gran ídolo y de sus lugartenientes a la hora del fútbol exquisito, sino también de sus propias brujas. Martínez no solo se destacó a la hora de los penales sino que, sobre la hora del tiempo agregado, evitó la victoria francesa. 

Si Scaloni me sorprendió con su astucia, su colega Deschamps cometió el error de no leer nuestro diario, donde le aconsejé que no pusiera a Dembélé de titular. No me hizo caso y Dembélé tuvo otro mal partido, además de que le cobraron un penal que no fue (como no fueron al menos cuatro de los cinco que le cobraron a la Argentina) menos que por la jugada en sí, que por su actitud desgarbada. Después del penal y del golazo de Di María tras toques de Messi, Julián y Mac Allister (qué gran partido que jugó Mac Allister), Deschamps sacó a Dembélé pero también a Giroud, al que la pelota no le llegó nunca. Hizo entrar a Kolo Muani y a Thuram hacia los 40 minutos.

El partido enloquece

En el segundo tiempo, Francia tuvo más la pelota que en el primero, pero no creó peligro hasta cerca de los 80 minutos. Argentina saboreaba el triunfo, esperaba el final, pero se descuidó: dejó de usar juiciosamente la pelota y Francia lo atacó con peligro. Contribuyó el hecho de que, para reemplazar a Di María, Scaloni ensayara poner dos laterales izquierdos: el peligro vino por el medio y Otamendi cometió (no estoy seguro) un penal. Fueron los momentos de gloria de Mbappé: convirtió ese penal y, en seguida, consiguió el empate tras pared con Thuram. Argentina, como había ocurrido con Holanda, se vino abajo. Pero Francia no aprovechó el envión y fueron al suplementario. Allí, otra vez, renació el fútbol argentino y Messi, tras otro gol perdido por Lautaro, la empujó detrás de la línea con un toque de derecha. En ese momento, Messi ganaba el mundial con un gol suyo. Era la apoteosis. Pero, otra vez, no supo defender la ventaja y Montiel cometió un penal (este fue penal) poniendo la mano delante de un tiro de Mbappé. Tres a tres y Mbappé goleador del torneo por delante de Messi: fue lo único que la nueva estrella le pudo sacar a la vieja. Después, ambos convirtieron sus penales, Dibu le atajó el suyo a Coman, Tchouaméni erró el suyo y los argentinos convirtieron los cuatro que tuvieron que patear. El último fue Montiel: todo un símbolo de que los jugadores argentinos cumplieron con creces, aun los que tuvieron un error ocasional. La entrega y la voluntad individual de cada uno fue también parte de la receta ganadora.

¿Por qué se sufrió tanto ante un equipo que, en un momento, parecía resignado a la derrota y que incluso estaba para recibir un tercer gol? Creo que escapa a mi entendimiento. Alguien podrá ver la final varias veces y encontrar la respuesta. Seguramente tiene que ver con la posición del equipo en la cancha en algunos momentos: como ocurrió con los holandeses, los franceses también se encontraron con la pelota y con espacios para atacar, mientras que Argentina no podía conservarla lo suficiente. También se puede pensar que sobre los jugadores argentinos pesaban maldiciones y penurias colectivas que los excedían. Pero este era el mundial de Messi y no había nada que pudiera quitárselo. También fue el mundial de todos los que pudimos ver como se escribía la leyenda: de algún modo somos parte de ella, más allá de que no tengamos palabras para describir esos momentos en los que la historia nos desborda y nos arrastra para mostrarnos su mejor cara. 

Escribir este diario fue un trabajo enorme. Pero también un gran placer. Hasta siempre. 

 

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Quintín

Fue fundador de la revista El Amante, director del Bafici y árbitro de fútbol. Publicó La vuelta al cine en 50 días (Paidós, 2019). Vive en San Clemente del Tuyú.

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