Con el penal convertido el último domingo por el Cachete Montiel, Argentina toda entró en una fiesta larga, enloquecida, feliz y desbordante. Lo fue ese día, con la gente todavía hiperventilando por una final emocionalmente insuperable, volcándose a la calle durante horas, liberando las tensiones cantando y bebiendo. Lo fue el lunes, mientras esperábamos a los jugadores consumiendo videos, entrevistas, fotos y conversaciones. Y explotó el martes, con la posibilidad de expresarles de manera personal y directa a los jugadores el agradecimiento por la gesta deportiva. Fue una fiesta incompleta, sí, porque el deseo de contacto era tan enorme que la concurrencia superó no sólo las expectativas más razonables sino que se convirtió en un episodio único en la historia de nuestro país. No existe una forma práctica de poner a una veintena de muchachos al contacto directo de cuatro, cinco o seis millones de personas. No la hay.
En primer lugar hay que decir que se trató de una expresión de amor por parte de público y jugadores de una exposición física inusual. El plantel de Argentina, luego de un mes y medio viviendo una tensión extrema, jugando literalmente seis finales, es decir, seis partidos en los cuales la derrota implicaba el fin del torneo, culminando en ese partido contra Francia, que dejó exhaustos a los que simplemente lo mirábamos por televisión, viajó un día entero, demorando el reencuentro con sus familias, para retribuirles a los argentinos el cariño expresado durante el mundial. Luego se sometieron a un maratón extenuante en un micro a paso de hombre, expuestos a los rayos de sol durante horas para avanzar apenas unos 14 kilómetros, mucho menos de la mitad del recorrido imaginado. Los riesgos iban desde la insolación hasta la invasión de la muchedumbre que, a medida que se iban acercando a la ciudad, envolvía más amenazadoramente el paso del micro (sin mencionar a los dos dementes que se descolgaron de un puente). Era un micro que, además de seres humanos, incluía activos deportivos por miles de millones de dólares anuales. Imagino a los dueños de clubes y aseguradoras mirando aterrados las imágenes emitidas desde la Argentina y respirando aliviados cuando los helicópteros dejaron a los jugadores nuevamente en el predio de Ezeiza.
El comportamiento de esa inédita multitud fue sencillamente ejemplar.
La gente, por su parte, también puso el cuerpo durante horas, para expresar de una manera única e irrepetible ese amor desbordante. Es imposible saber cuánta gente estuvo a la vera de la Ricchieri, por la 25 de Mayo y a lo largo de la 9 de Julio y la Plaza de Mayo. Pongamos, como se dice ahora, una cifra simbólica de cinco millones, puede ser. El comportamiento de esa inédita multitud fue sencillamente ejemplar. Bastaba echar un vistazo a cualquiera de esos lugares a tiro de dron para darse cuenta de que la ciudad y sus alrededores estaban tomados y que la aplicación de la ley por parte de las autoridades era imposible. No había manera de ejecutar el famoso enforcement of the law del mundo anglosajón, con su componente de fuerza física para asegurar el imperio de la ley. La ciudad, buena parte de ella, fue de la gente, sin la posibilidad de un control externo y, sin embargo, los desastres no fueron mayores a los de cualquier concentración en la cual hay 100.000 personas, es decir, una vigésima parte de quienes allí estaban. Hubo algunos fallecidos, es cierto, pero hay que decir que es algo que está correlacionado necesariamente con cualquier concentración masiva a ese nivel, sobre todo considerando el comportamiento casi suicida de una parte de ellos. En Woodstock murieron tres personas, y es un evento de medio millón de personas que pasó a la historia como “tres días de paz y amor”.
Mucho más llamativa que esta restricción autoimpuesta por la propia gente es pensar que un porcentaje muy alto de ellos viven en una realidad cotidiana en la cual el respeto a la ley no existe, así como las nociones de estudio, trabajo, hogar, horarios y esperanzas. Algunos pocos de ellos, sin tener nada de eso en los días venideros, se quedaron a realizar su fiesta demoníaca ritualizada de apedrear policías junto al Obelisco. El contraste entre el comportamiento de ese puñado de marginales y el de la multitud que colmaba la avenida unas pocas horas antes debería ser lo suficientemente persuasivo como para demostrar que la inmensa mayoría se comportó ejemplarmente, incluso cuando sus objetivos fueron frustrados.
Kirchnerismo equipo chico
Desde ya que pertenezco a las dos terceras partes de la población que piensa que el kirchnerismo es tan maligno como incapaz y soy también de los que disfrutan de aprovechar cualquier oportunidad que nos dan de criticar sus incompetencias. El material que nos brindan es diario y parece no tener fin. Sin embargo, creo que hay que ser cuidadosos de subirse a este tren (o micro) en particular. Obviamente la organización podría haber sido mucho mejor y más transparente. Sin embargo, tengo la sensación de que, ante un desborde semejante, cualquier tipo de organización, incluso la planificada por gobiernos ideales, habría generado imágenes semejantes.
Mucho más significativo que la imposibilidad de organizar un evento inmanejable para cualquiera fue su persistente mezquindad, esa concepción del mundo que les hace enfrentar a cualquier acontecimiento con la misma batería de ideas: el feriado automático, la foto, el encuentro, el rédito político, las zancadillas al adversario, etc. Con esa perspectiva chiquita no podían menos que no darse cuenta del fenómeno que estaba sucediendo, de la dimensión histórica que tenía ese encuentro entre el público y los jugadores. La búsqueda de la imagen “redituable” no sólo fue un fracaso para la Casa Rosada sino que generó otras, lesivas para el kirchnerismo. El video de Wado De Pedro siendo gambeteado por Messi y Scaloni aprovechando la cortina del Chiqui Tapia pasó a ser una de las imágenes del mundial, junto al baile a Gvardiol y la precisión sobrehumana del contrataque que provocó el gol de Di María en la final. (Nobleza obliga: la misma miopía fue sufrida por el antikirchnerismo más visceral que, a través de sus representantes más conocidos, aprovechó las circunstancias para reaccionar de la misma manera automática, criticando para adentro y afuera, tratando de procesar un evento histórico con los mismos parámetros de la política cotidiana.)
Sin embargo, voy más allá. El dato político del día no fue ni la incapacidad del Gobierno de organizar un evento ni la miseria frustrada de la búsqueda de la foto. Lo relevante fue otra cosa y es lo que los desespera. Se trata de una expresión masiva que no generaron ni pueden controlar. El kirchnerismo en todo este episodio fue sencillamente ignorado. No existió el domingo en la mente de nadie y fueron motivo de alguna burla casual el martes, con los medios adictos tratando de presionar para que los jugadores fueran a la Casa Rosada.
El kirchnerismo en todo este episodio fue sencillamente ignorado.
Hay una palabra de la Guerra Fría que hoy suena anticuada pero que es extraordinariamente descriptiva: totalitarismo. El kirchnerismo es totalitario en el siguiente sentido: su ambición es abarcarlo todo, las movilizaciones, las causas, los procesos, la ley, las políticas, el amor, el odio y la vida privada. Todo debe ser expresado y regulado bajo su manto protector. Quien lo dude, revise el video de Cristina en 2014 recibiendo a los jugadores subcampeones, un vergonzoso stand up egocéntrico usando al plantel como figurantes. Sin dudas, esa experiencia humillante fue uno de los motores para que Messi y compañía se resistieran a volver a ser usados.
Esa manifestación masiva que se escapaba a sus designios mostró desde la noche del domingo un malhumor de los kirchneristas a contramano de la alegría generalizada. Desde los panelistas de la TV Pública aplicando la jerga Puán para explicar la desazón que les provocaba su falta de centralidad hasta las feroces internas en materia de seguridad que trascendieron después de los hechos.
El kirchnerismo puede manejar a su manera una derrota electoral, lo han demostrado. Inventan triunfos, responsabilizan a los medios, se reparten culpas, pasan facturas y se rearman para la siguiente batalla. Lo que no pueden admitir, soportar ni elaborar es convertirse en insignificantes. No digo que ya lo sean, pero es cierto que lo fueron en estos tres días de fiesta interminable. Otro motivo para festejar.
Tenemos el privilegio de ser contemporáneos a Lionel Messi y a su última, tan inesperada como merecida consagración. Y fuimos testigos y participantes de la fiesta colectiva más grande de nuestra historia. También somos contemporáneos del kirchnerismo, pero eso es algo que hoy pasa a un plano muy menor. A disfrutar.
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