LEO ACHILLI
Diario del Mundial

#19 | Quedan cuatro

Un semifinalista imposible, un lindo y previsible partido y un clima enrarecido: ¿creerá Messi que enojándose tiene más chances de ganar la copa?

Cuartos de final: Portugal 0x1 Marruecos
Cuartos de final: Francia 2×1 Inglaterra

Me quedé preocupado por lo que vi ayer durante y después del partido entre Argentina y Holanda, que pareció completamente ajeno al clima de un mundial en el que reinó la cordialidad. Reconstruyendo los hechos, se puede decir que todo empezó con las declaraciones de Louis van Gaal previas al partido, cargadas de cierta soberbia y la intención de trabajar un poco al rival, pero nada del otro mundo, nada que los jugadores de élite no hayan escuchado antes ni sepan cómo manejar. Por eso es difícil entender que los jugadores argentinos, y muy especialmente Messi, hayan quedado tan obsesionados por esas declaraciones, al punto de tener al técnico holandés en la mira y hacerlo objeto de burlas durante el partido y volver a él en las declaraciones posteriores, algo poco usual en el fútbol. La obsesión argentina por vengarse de van Gaal, viejo conocido que hoy está enfermo de cáncer, hizo que el partido se jugara en un clima enrarecido, en el que los dos equipos se intercambiaron provocaciones que el árbitro no supo controlar, continuaron hasta la tanda de penales y pudieron desembocar en una gresca generalizada. Tanto los argentinos como los holandeses terminaron el partido al borde del descontrol. Se esgrime como justificación de la conducta argentina un video en el que se ve a los holandeses rodeando a los jugadores argentinos que iban a patear los penales. Pero es de muy mala fe afirmar que todo empezó ahí, como si esas escenas hubieran salido de la nada.

Con el tiempo, aprendí a esperar (y a temer) provocaciones de Dibu Martínez, de De Paul o de Paredes, pero no esperaba que Messi estuviera tan beligerante. Es evidente que el cuerpo técnico argentino tampoco contribuyó a bajar la temperatura previa, si es que no la fomentó o la incentivó como manera de motivar a los jugadores. Así, vimos a un Messi inédito haciendo gestos de burla después de un gol, desafiando a un rival frente a los micrófonos y pidiendo la cabeza del árbitro. Tanta animosidad, unida a la tendencia del técnico a exagerar los cambios defensivos y a la dificultad argentina por mantener el resultado, pudo costarle la eliminación cuando era futbolísticamente muy superior. Cuando Argentina quiso cerrar el partido y no supo cómo, lo traicionaron los nervios, el equipo perdió la concentración y cometió una serie de errores no forzados que culminaron en el empate. Holanda no había hecho las cosas mucho mejor en lo futbolístico: abandonando su planteo de partidos anteriores, pareció haber salido a buscar los penales y volvió a ese plan en el tiempo suplementario. Contra ese rival tan poco ambicioso, las precauciones argentinas no parecieron necesarias ni resultaron suficientes.

Vimos a un Messi inédito haciendo gestos de burla después de un gol, desafiando a un rival frente a los micrófonos y pidiendo la cabeza del árbitro.

Y un párrafo para el árbitro Mateu Lahoz, el acusado. Dirigió mal, pero se equivocó parejo. No le resultaron la verborragia y las bromas, esa estrategia que suele usar para distender a los jugadores. Es que los jugadores no querían distenderse. Entonces multiplicó sin sentido las tarjetas amarillas, pero evitó a cualquier precio sacar las rojas (que tampoco hubieran calmado los ánimo dadas las circunstancias). Los diez minutos que dio de descuento fueron lógicos dentro de los parámetros mundialistas (e incluso del fútbol español en el que dirige Lahoz), porque el segundo tiempo se interrumpió constantemente. Por otra parte, no hubo ninguna incidencia que justificara las afirmaciones de Messi. Desgraciadamente, no tengo ninguna esperanza de que el capitán argentino recapacite: está convencido de que, además de su genio futbolístico, su nueva personalidad y una compañía propensa al desborde lo llevarán a ganar el mundial, aunque bien puede ocurrir que esa actitud sea justamente lo que lo impida, como casi ocurre ayer.

Famous last words

El otro día comenté que había salido por radio en el programa de Jorge Fontevecchia y allí hice una afirmación rotunda que resultó fallida. Dije que el gran candidato para ganar en Qatar era Brasil. Pero eso no fue lo peor. Cuando me preguntaron sobre el progreso de los equipos africanos y asiáticos, dije que no era tan así y agregué que había una paradoja en eso: que los africanos y asiáticos habían mejorado, pero los demás también, de modo que la distancia se mantenía o acaso se incrementaba. La frase me pareció muy ingeniosa en ese momento y la completé diciendo que estos países ahora tal vez pudieran competir, pero no podían ganar. Trágame tierra.

Bien, acá tenemos a Marruecos semifinalista, el primer africano en llegar a esa instancia. Le ganó a Portugal y nadie puede decir que no haya sido justo. Solo puedo decir que no lo había puesto en el Prode imaginario que se va construyendo en estos diarios. De hecho, esperaba mucho más de Portugal una vez que, habiéndose librado de Cristiano Ronaldo para felicidad de nuestro amigo Ferreira, su potencial ofensivo se había haberse liberado contra Suiza. O, al menos, eso parecía.

Claro que mi optimismo no estaba basado en mi propio pensamiento futbolístico, era simplemente una expresión de deseos: ver un equipo que pueda atacar sin complejos y sin remilgos, algo que este mundial no está ofreciendo, aunque Brasil hizo méritos para figurar en esa categoría, aun si su juego nunca fluyó demasiado. Pero vengo renegando hace años con el equipo dirigido por el técnico Fernando Santos por sus planteos defensivos, sus posiciones rígidas y la falta de un funcionamiento eficaz. Portugal, exceptuando la goleada contra Suiza, siempre fue un equipo con vocación de mediocre. Y lo confirmó ahora, con un plantel más rico que en otros torneos.

Por el otro lado, hablamos en días anteriores del potencial de Marruecos, de la calidad de sus jugadores, pero también de su falta de convicción a lo largo del tiempo. Qatar sirvió para que Marruecos creyera en sí mismo. Empezó empatando con Croacia en un partido soporífero, después les ganó a Bélgica y Canadá, terminó primero en su grupo y en cuartos eliminó a España por penales, pero después de crear las mejores oportunidades de gol, no concretadas por un misterioso delantero suplente llamado Walid Cheddira, acaso el jugador más torpe del mundial. Contra Portugal jugó mejor aún: tuvo un primer tiempo excelente en el que se defendió con tranquilidad e hizo circular la pelota con distinción, en clara oposición al trabado y estéril juego portugués. Todo Marruecos jugó bien salvo uno, el citado Cheddira, que no sólo entró para perderse goles, sino que se hizo amonestar dos veces en los 25 minutos que jugó y se fue expulsado (el primer expulsado “real” de la copa, los otros dos fueron por una jugada de último recurso y por sacarse la camiseta).

En esa gran actuación colectiva, se destacaron particularmente el arquero Bono, Hakimi y también Amrabat, el preferido de Varsky. En-Nesyri, que convirtió el único gol tras un salto formidable, mostró sus condiciones de delantero. Pero el que la rompió fue mi pollo, Boufal (de quien el comentarista de DirecTV dijo que “se presentaba en escena”, cuando venimos hablando de él desde hace años después de verlo en el Southampton y en el Celta). Y mejor aun jugó el 8, Azzedine Ounahi, un volante finísimo, jugador de 22 años del Angers (compañero de Boufal). Marruecos jugó con elegancia, con limpieza y con inteligencia. En el segundo tiempo se fue retrasando pero, sobre el final y con diez hombres, casi convierte el segundo como había hecho contra Bélgica. Hay algo en Marruecos que lo emparenta con Croacia: en ambos equipos uno ve en escena la vieja tradición del fútbol: armonioso, creativo, pausado, todo lo contrario de la efectiva pero limitada blitzkrieg japonesa que llamó la atención pero se fue temprano. Marruecos jugó un fútbol noble y clásico en el que pocos creían. Aunque tal vez la masiva presencia marroquí en Qatar tenga que ver con que los hinchas sabían que se podía esperar algo importante del equipo.

Tal vez la masiva presencia marroquí en Qatar tenga que ver con que los hinchas sabían que se podía esperar algo importante del equipo.

Es más difícil saber a qué jugó Portugal. Ya sin Cristiano y también sin João Cancelo, cuya ausencia fue menos comentada, arrancó con Rubén Neves de volante central en lugar de William Carvalho. A Neves creo que lo vi jugar más de cien veces, pero sigo sin saber cuáles son sus virtudes. Además, João Félix salió amurado contra la banda izquierda y Ramos en el área (este chico venía de hacer tres goles, pero sus condiciones no son las de Haaland como para pensar que podía repetirlos). La disposición del equipo era tal que los futbolistas nunca se juntaban y, en cambio, tiraban pases largos sin ninguna profundidad. Portugal era un equipo muerto contra un equipo vivo. En el segundo tiempo, Santos renunció a sus recientemente adquiridas convicciones e hizo entrar a Cristiano (ante el aplauso de los comentaristas, que no parecían haberlo visto jugar en el útlimo año) y a Cancelo. No sirvió de mucho y, entonces entraron también Rafa Leão,  Vitinha y Ricardo Horta. Una vez más, la política de llenar la cancha de delanteros o de jugadores ofensivos después de haberlos escatimado no dio resultado y Marruecos llegó al final sin demasiados sobresaltos. La trampa de los cinco cambios sigue haciendo caer a los incautos, que son casi todos.

La buena noticia para Portugal es que, tal vez, renuncie Santos. Pero parece de los que se aferran al cargo, como el maestro Tabárez. Inquirí la opinión de nuestro corresponsal Ferreira, pero se mostró muy lacónico y se limitó a decir: ” Hasta el mismo Alá bostezó”. Dirigió muy bien el árbitro argentino Facundo Tello. Muy pero muy bien, de lo mejor del mundial. Y muy bien Mauro Vigliano en el VAR, que sigue sin inventar nada raro. Sin embargo los portugueses denunciaron un complot para eliminarlos (las malas lenguas dicen que lo encabezó Cristiano) y Pepe declaró que era una vergüenza que el árbitro fuera argentino. Las razones que dio fueron desopilantes. Pero en todas partes hay malos perdedores. Y también en todas partes hay tontos.

Un bonito partido

Francia – Inglaterra fue el partido más predecible del mundial. No por el resultado, sino por el desarrollo. Los dos sabían cómo jugaban los contrarios, cómo querían jugar ellos y lo hicieron. Parece que no es necesario jugar a las escondidas con las tácticas. Dos planteos cautelosos a partir de una preocupación por la defensa y la confianza en las armas de ataque respectivas. Francia y la contundencia, Inglaterra y las grandes maniobras para encontrar un hueco. Jugaron bien los dos y pudieron ganar los dos, aunque lo de Francia fue más efectivo: un perfecto tiro desde afuera de Tchouaméni (sorpresa), un perfecto cabezazo de Giroud tras centro de Griezmann (ninguna sorpresa), que otra vez hizo un gran partido moviéndose por todas partes, defendiendo, conectando las líneas y metiendo pases decisivos. Esta vez, Mbappé no fue necesario, pero Inglaterra dispuso sus jugadores para cercarlo: Walker lo marcó de cerca y Henderson dio una mano. Los ingleses buscaron que Kane, Saka, Bellingham y Foden inventaran algo y lo hicieron, pero no demasiado. Sólo consiguieron dos penariolas cobrados por el seudo-árbitro Sampaio (el segundo fue Penariola – VAR). El primer penal fue el gol del empate, el segundo pudo ser el segundo empate y Kane, que había convertido el primero, la tiró a las nubes. Como dije alguna vez, lamento que Kane se vaya de este mundial con la pesadumbre del penal errado. No es justo que los grandes jugadores sufran de ese modo.

Como siempre, Inglaterra pudo haber sido un poco más audaz y tal vez ensayar alguna sorpresa en la alineación (Rashford seguro, tal vez Maddison) y tratar de forzar un poco más el ataque cuando empataban y no sólo cuando perdían. Francia también pudo hacer algo más y no todos sus jugadores tuvieron un buen partido (Theo Hernández, Rabiot, Dembélé estuvieron flojos). Pero Deschamps sólo hizo un cambio a los 80 minutos (el que hace siempre, Coman por Dembélé). Al fin un técnico que entiende que es mejor malo conocido que bueno por conocer y que los cambios tienden a debilitar el juego del que gana. Pero Southgate hizo lo mismo, sus dos primeros cambios llegaron después del segundo gol de Francia. Tampoco quiso embarullar el juego, aunque, en su caso, hubiese necesitado de algún revulsivo, aunque más no fuera para romper la monotonía. Con pocos ingleses y pocos franceses en las tribunas (los europeos no asistieron masivamente a Qatar), el partido tuvo algo de desafío entre dos oficinas de una misma empresa. Todos se conocían de un modo u otro, en particular Kane y Lloris, a los que les tocó dos veces enfrentarse a doce pasos de distancia.

Y ya están los cuatro semifinalistas. Dos favoritos, uno previsible y el cuarto llegado de otro mundo.

 

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Quintín

Fue fundador de la revista El Amante, director del Bafici y árbitro de fútbol. Publicó La vuelta al cine en 50 días (Paidós, 2019). Vive en San Clemente del Tuyú.

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