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#18 | Una verdad superior

Los documentales no son la verdad y las ficciones no son mentira.

Uno de los argumentos que más me irritan en la discusión sobre Argentina, 1985 (no te asustes: no voy a hablar de Argentina, 1985) es el que dice que “es ficción, no es documental”; o su versión más tosca: “es una película, no un documental”, como si los documentales no fueran películas. Los que dicen eso no entienden qué es una ficción y tampoco qué es un documental.

Voy a exagerar: la diferencia entre ficción y documental no es tanto la veracidad de lo que se cuenta sino el material con el que se lo cuenta; la ficción crea o recrea imágenes (en general con actores, aunque no siempre) y el documental usa imágenes “verdaderas”, no mediadas por un creador. Esto, por supuesto, es muy relativo. Hay mil películas de ficción que se valen de imágenes documentales y en los documentales también hay un creador atrás que construye las imágenes (y no me refiero solo a las dramatizaciones), pero en definitiva toda ficción tiene una deuda con la realidad y todo documental construye una narración con los mismos procedimientos que una ficción.

Hay un documental que me parece un ejemplo perfecto de esto y creo que por eso me gusta tanto. Se trata de Capturing the Friedmans (podés verlo por HBO Max) y cuenta la historia de una familia de Long Island cuyo padre es acusado de abusar sexualmente de varios chicos a los que les daba clases de computación.

La película tiene muchas singularidades (las imágenes en Super 8 de la intimidad familiar quizás sean la más llamativa), pero lo que a mí me maravilló desde la primera vez que la vi fue cómo está construido el relato: el director Andrew Jarecki dosifica la información con una destreza tal que lleva al espectador de las narices haciéndole creer primero que Arnold Friedman es culpable, después que es inocente, después que es culpable, y así. Es tan efectiva que luego de su estreno en el Festival de Sundance de 2003 la Justicia reabrió la investigación. Por supuesto: no encontraron nada nuevo, no cambiaron el veredicto. La realidad era mucho más aburrida.

Eso no quiere decir que lo que muestra el documental sea falso o que haya alguna información tendenciosa o confusa. Pero la manera en la que están yuxtapuestas las escenas predisponen al espectador de una manera o de otra. Esto ocurre casi a nivel psicológico. Los grandes teóricos soviéticos del montaje lo explicaron. Lev Kuleshov, uno de los fundadores de la primera escuela de cine del mundo, la Escuela de Cine de Moscú, decía que nuestra percepción de una imagen estaba influida por la imagen anterior, y para demostrarlo editó un primer plano de un actor precedido por una imagen de un plato de sopa, luego por una imagen de una niña en un ataúd y luego por una imagen de una mujer recostada en un diván. A pesar de que el rostro del actor no cambiaba (la imagen era literalmente la misma), el espectador percibía su expresión de diferente manera: luego del plato de sopa, hambre; luego de la niña muerta, pena; luego de la mujer, deseo. Hitchcock hizo toda una película con esa idea: La ventana indiscreta.

Esto que puede enojar a algunos (“¡Andrew Jarecki es un manipulador!”) a mí me parece extraordinario, siempre y cuando uno sepa que mientras haya montaje (mientras haya cine) hay punto de vista y si hay punto de vista no puede haber una verdad absoluta.

Es cierto que la ficción agrega una capa de artificio y que entonces, según dice el sentido común, estaría más lejos de la verdad que cualquier documental. Pero el cine (tal vez el arte en general) aspira a una verdad profunda, filosófica diría. Lo que dice Tony Montana en Scarface bien lo podría decir el cine: “Siempre digo la verdad, incluso cuando miento”.

Y lo dice más precisamente Abbas Kiarostami, que trabajó siempre sobre el límite difuso entre ficción y documental. En el capítulo dedicado a él del programa de TV francés Cinéma, de notre temps, recorre los pueblos de Koker y Poshteh donde filmó ¿Dónde queda la casa de mi amigo?, La vida continúa y A través de los olivos. Señala el camino en zigzag que sube la cuesta y se jacta: “Yo lo diseñé”. Conversa con los lugareños, que nos recuerdan a sus personajes. Señala: “Esta es la casa en la que vivía la pareja de la película”. Y agrega: “Transformé el pueblo en un set de filmación. Hice lo que quise: construí paredes, las tiré abajo, saqué techos”.

Y luego dice lo que creo que es un manifiesto y estoy tratando de decir yo desde el principio de esta nota: “En mi opinión, sea ficción o documental, nosotros le estamos diciendo una gran mentira al espectador. Creo que nuestro arte consiste en mentir de forma tal que el espectador se lo crea. Lo importante es que el espectador se dé cuenta de que hilvanamos esta serie de mentiras para alcanzar una verdad superior”.

Quizás, después de todo, sí estoy hablando de Argentina, 1985.

Nos vemos en quince días.

Abbas Kiarostami en ‘Cinéma, de notre temps’.

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Diego Papic

Editor de Seúl. Periodista y crítico de cine. Fue redactor de Clarín Espectáculos y editor de La Agenda.

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