Octavos de final: Marruecos 0(3)x0(0) España
Octavos de final: Portugal 6×1 Suiza
Esta mañana salí por radio en el programa de Jorge Fontevecchia y me preguntaron quiénes eran los candidatos para ganar el mundial. Respondí que el gran candidato era Brasil, y después Argentina y Francia, que es lo mismo que pensaba antes de empezar. Pero después me quedé pensando: ¿y qué pasa con España, con Inglaterra, con Portugal? ¿No son candidatos?
Bueno, si España era candidato, ya no lo es más, porque lo sacó Marruecos. Pero en ese momento el partido recién empezaba y me di cuenta de que dirigía el árbitro argentino Rapallini. Como no veo fútbol sudamericano, no lo había visto mucho a Rapallini y entendía por qué le habían dado el partido potencialmente más difícil, el de Suiza y Serbia, en el que los dos se tenían bronca previa y la expresaron durante el juego. Es que Rapallini pone cara de loco malo y, con los ojos saltones, les mete miedo a los jugadores. Por lo que vi, había dirigido muy bien Rapallini ese día y también dirigió muy bien hoy, aunque no fueran necesarias las precauciones: no se equivocó, intentó darle continuidad al juego y tampoco exageró en materia de advertencias y amenazas.
Si empecé hablando del árbitro, es porque no hay mucho que comentar sobre el partido que terminó cero a cero y se definió por penales. Los españoles, además, se sacaron un doble cero, porque no lograron convertir un solo penal de los tres que alcanzaron a patear antes de quedar eliminados cuando Hakimi la metió despacito al medio.
Lo de España fue un triple cero, porque el otro cero se lo sacó en materia de coraje, resolución y calidad.
En realidad, lo de España fue un triple cero, porque el otro cero se lo sacó en materia de coraje, resolución y calidad. Alguien podría decir que no jugó peor que Marruecos, que tuvo la pelota y que tal vez pudo convertir en la última jugada. No sé. Marruecos jugó a algo: marcar en el medio, esperar e intentar un contragolpe sin maltratar la pelota. Lo hizo con decisión y con alegría. España, con la pelota en su poder todo el partido, se limitó a hacer pases laterales esperando que, mágicamente, se produjera un hueco en la defensa para intentar una jugada profunda. Eso había ocurrido repetidas veces en su primer partido, menos y menos en los siguientes dos y hoy no ocurrió nunca.
Pero esa manera de jugar respondía en realidad a un planteo profundamente conservador de Luis Enrique: para él, lo más importante era que la defensa propia no cometiera errores y, a partir de allí, pasar y esperar, pasar y esperar. Pero la posesión, como la paciencia, tiene un límite y es que debe transformarse en ataques. Y España no sabe de eso, más allá de que algunas veces lo logre. Lo vinimos diciendo en este diario. España no tiene una mala defensa, el medio campo es realmente bueno (aunque yo esperaba de Pedri una actuación muy superior en Qatar), pero ese trío formado por Busquets, Gavi y Pedri tiene delante en el Barcelona a Dembélé, Lewandowski y Raphinha, mientras que aquí los delanteros son el yerno Ferrán, Asensio y Dani Olmo. La diferencia de jerarquía es muy grande, aunque Olmo no haya jugado del todo mal hoy.
Varsky insistió durante la transmisión en que el secreto del partido era que Marruecos, a diferencia de Costa Rica, había marcado a Busquets y es cierto que lo hizo. Pero en Barcelona lo marcan a Busquets todos los fines de semana y el equipo (al menos a veces) se encarga de llegar de otra manera. Hoy, gracias justamente al planteo mezquino del técnico, España se resignó a jugar parado, sin subir a los laterales, sin desbordar por las puntas y sin combinar en el medio. Los cambios no mejoraron la cuestión: los suplentes entraron con la cabeza baja, como si no esperaran nada y tampoco tuvieran la voluntad de buscarlo. España fue un equipo resignado y vacío, acaso por una merma física considerable, pero también porque Luis Enrique se negó a probar con otros jugadores de los que usa habitualmente o con otras variantes posicionales. Alguien sugirió al joven Yeremi Pino, que se quedó en el banco, y otros hablaron de Thiago Alcántara, que se quedó en su casa. Pero el fracaso español fue feo, triste, con algo de incomprensible. Y muy merecido.
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Marruecos terminó agotado físicamente, pero muy entero anímicamente. Habíamos hablado de sus buenos jugadores, algunos conocidos como Hakimi, Mazraoui, Ziyech, otros menos, como Boufal, un favorito de esta casa, o Sofyan Amrabat (26), el volante de la Fiorentina quien probablemente será su figura en el torneo, a quien elogié el otro día porque lo confundí con su hermano Noureddinne, a quien vi jugar bien en el Watford, pero hoy tiene 35 años y está retirado (parezco el Bambino Pons hablando del mundo de ayer). En Marruecos hay técnica y hoy se vio que también hay espíritu y disciplina. El partido le salió a la perfección, e incluso lo pudo ganar si Walid Cheddira, el torpe centrodelantero que reemplazó a En-Nesyri, hubiera aprovechado alguna de las tres o cuatro oportunidades que tuvo.
Lo de España excedió una derrota normal. Llegó a los penales queriendo irse a casa. Hay algo en la preparación del equipo que no funcionó y el mundial se le agotó en el espejismo del primer partido. Pero tal vez ese ostensible agotamiento no haya sido producto del cansancio físico sino de la fatiga mental que produce jugar de un modo tan mecánico y poco inspirado.
Después de la eliminación, Juan Villegas tuitéo: “Cuando le atajaron el penal a Busquets me acordé de lo que dijo Quintín hace unos días respecto a las definiciones por penales. Es muy injusto que la historia en los mundiales de un crack como él termine así.” En realidad creo que, a diferencia de otros casos en los que un crack falla un penal decisivo, Busquets ya estaba metido en esa nube gris que fue su equipo. Por lo general, cuando un equipo grande se queda afuera contra un chico, en su país arrecian las críticas al técnico y a los jugadores. Me parce que los españoles ya estaban podridos de Luis Enrique y su máquina de aburrir. Los penales de Marruecos fueron un manto de piedad. Peor era seguir y volver a jugar así.
Portugal nos recuerda que es candidato
Y después jugó Portugal, cuya participación en esta copa se vio enturbiada por las veleidades de Cristiano Ronaldo. Por suerte, este diario contó con los aportes desde Lisboa de Francisco Ferreira que, entre otras cosas, mostraban que los futboleros portugueses no eran tan tontos como los periodistas argentinos, que corrieron detrás de las estupideces de Cristiano y le dieron un estatuto de estrella del que su juego ya lo alejó definitivamente. En el último de sus desplantes, Ronaldo se fastidió por su reemplazo contra Corea, actuando groseramente y poniéndose en ridículo como lo venía haciendo en el Manchester United. Pero hasta el técnico Fernando Santos consideró que ya era demasiado y lo mandó al banco contra Suiza. Como nuestros lectores, yo esperaba ansioso el comentario de Francisco, pero este se limitó a decir: “Insultado públicamente en el césped por la prima donna arrogante en el partido anterior, el cansado Santos finalmente tuvo un pequeño rasgo de discernimiento.”
Con Cristiano en el banco y con Gonçalo Ramos, el goleador del Benfica de 21 años en su lugar, con la vuelta de Otávio y la presencia de Dalot como lateral, Portugal enfrentó a una Suiza que en este torneo lució más desmilitarizada, más ligera y menos preocupada por defender que otras veces. Con una base de viejos conocidos (Sommer, Schar, Rodriguez, Akanji, Shaqiri , Xhaka) y algunos más nuevos como Vargas, un delantero interesante, Suiza planteó partidos bastante abiertos, fue siempre a buscar el resultado y participó, a su modo, de algo curioso que está ocurriendo en Qatar y es que los europeos no parecen estar tomándose este campeonato totalmente en serio. Si España nos aburrió casi ex profeso, Suiza, después de superar la guerra con Serbia, nos divirtió por las mismas razones, aunque suene raro decir que nos divirtió Suiza.
Portugal tiene lo que le falta a España: delanteros explosivos y volantes creativos.
Portugal tiene lo que le falta a España: delanteros explosivos y volantes creativos. No pocos equipos pueden juntar a Bruno Fernandes con Bernardo Silva, con João Félix más Ramos, o Rafa Leão o este Otávio que tuvo un muy buen partido, y respaldarlos con una defensa sólida. Libre de las dependencia de Cristiano, con un rival amable, Portugal se floreó. Empezó ganando a los 17 con un zurdazo furibundo al ángulo de Ramos tras pase de João Félix y, cuando Pepe conectó de cabeza un corner de Bruno, el partido entró en una especie de vals en el que nadie se preocupaba demasiado por defender y hacía pensar en los mundiales del 54 o del 58, cuando Just Fontaine hizo trece goles en un torneo. El pibe Ramos terminó convirtiendo el primer triplete del torneo y algunos de los goles fueron producto de jugadas muy bonitas.
Santos no mantuvo el castigo de Cristiano hasta el final, y lo hizo entrar faltando 15 minutos. En solidaridad con Ferreira, me pasé el resto del partido deseando que no hiciera un gol, mientras el Toti Pasman hinchaba rabiosamente para que convirtiera uno. No sólo no lo hizo sino que, en ese lapso, Rafa Leão, que entró a la cancha después que él, hizo el sexto. Al final, derrotado, Pasman dijo una tontería sublime: que hoy era el día en el que Cristiano les pasaba el testimonio a los jóvenes. No sé qué pensará Ferreira porque no se dignó comunicarse.
Hasta hace una hora, no había dedicado un minuto de mi vida a pensar en la posibilidad de que Portugal sea campeón en Qatar. ¿Pero ahora qué hacemos?
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