Hace unos años estaba de moda hablar de la “fatiga de superhéroes”. Se decía que tarde o temprano el público se iba a cansar del aluvión de películas de superhéroes interconectadas entre sí, principalmente de Marvel, y el fenómeno iba a languidecer. A mí en general no me gusta hacer predicciones (ni en la vida ni en el cine: prefiero sorprenderme), pero me ubicaba más bien en ese grupo no porque creyera que era lo que iba a pasar sino porque era lo que quería que pasara. Creo que el vaticinio del fin de Marvel era en todos más una expresión de deseos que el resultado de un análisis sociológico muy serio.
Hoy está claro que esa predicción no se cumplió. En noviembre se estrena la trigésima película de Marvel (Black Panther: Wakanda Forever), hay trece películas más en desarrollo, y a las películas se les sumaron una gran cantidad de series: ocho nuevas solo en los últimos dos años y otras diez planeadas para los próximos, sin contar segundas o terceras temporadas de las que fueron más exitosas. Y solo estamos hablando de Marvel.
Una de las cosas que hice durante la cuarentena fue ponerme a ver todas las películas y series del Marvel Cinematic Universe. Ya había visto algunas, pero esta vez lo hice en orden y en poco tiempo, como para capturar el sentido total. Así confirmé que el exceso de CGI y la falta de imaginación volvían a las escenas de acción muy aburridas y parecidas entre sí, pero por ejemplo descubrí que la serie Agents of S.H.I.E.L.D. es extraordinaria (y si te da fiaca mirar las siete temporadas, te sugiero que veas aunque sea el 9no episodio de la 7ma: masterpiece).
Y cuando llegué al final de Avengers: Infinity War, cuando Thanos chasquea los dedos y hace desaparecer a la mitad de la humanidad, incluyendo a la mitad de los personajes con los que estaba conviviendo hacía semanas en mi living pandémico junto con mis dos gatos, la mopa nueva y los intentos fallidos de masa madre, el esfuerzo de ver tantas películas garpó. Es un poco como cuando te dicen que determinada serie se pone buena en la tercera temporada. Es cierto que no parece una buena idea, habiendo tantas cosas para ver y para hacer, perder el tiempo viendo dos temporadas malas de una serie. Supongamos que son dos temporadas de diez capítulos de una hora cada uno: en ese tiempo podríamos ver la filmografía completa de Robert Bresson o la de Terrence Malick o la de Sergio Leone; podríamos leer Moby Dick, Madame Bovary o El gran Gatsby; o podríamos hacer cosas realmente útiles también, como ordenar la casa o mandar currículums. Pero cuando la serie se pone buena, el peso de todo lo que ya vimos hasta ese momento multiplica el placer. Es una sensación que no se puede lograr de otra manera.
Y estas multificciones que se extienden por años, que pasan de la pantalla grande a la chica y otra vez a la grande, tienen esa virtud. Creo que en el fondo sus detractores más irritados intuyen que hay un disfrute al que no están accediendo porque, para hacerlo, deben sacrificar horas y hacer un poquito de esfuerzo. No me refiero a los detractores línea Martin Scorsese: claro que el tano tiene razón, lo que pasa es que las películas de Marvel son algo distinto que el cine.
Y no solo Marvel. Ninguna de las once películas de la franquicia de Star Wars es una gran película. Tampoco las series. Me dirán que The Mandalorian es genial: creo que está un poco sobrevalorada, al crítico lo comprás siempre con el western, pero en todo caso seguramente vamos a coincidir en que la mitología de Star Wars en su conjunto es muchísimo más interesante que cualquiera de sus productos. Difícil estar a la altura.
Algo parecido pasa con El señor de los anillos o Game of Thrones: el estreno de The Rings of Power (Amazon) y House of the Dragon (HBO Max) expanden los universos y hartan a los boomers, que como el meme de los Simpsons de “old man yells at cloud” se quejan de que ya no se inventan cosas nuevas y que todos son franquicias. Para esos boomers tenemos Top Gun: Maverick, que expande el universo de Top Gun y fue la película más taquillera del año.
Es cierto que todas estas multificciones parece inasibles, que hay demasiado para ver y el síndrome FOMO acecha (“Fear of missing out”, la angustia que nos provoca sentir que nos estamos perdiendo de algo). Pero como ex detractor malhumorado tengo que avisarte que si te entregás y dejás de lado el cinismo, te vas a encontrar con mucho placer.
Después de todo, dicen los que lo leyeron que En busca del tiempo perdido se pone bueno de verdad recién en el cuarto tomo.
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