PATRICIA BRECCIA
Mucho texto

#15 | La película del circulito gris

En Estados Unidos se estreno 'I Am Racist?', un documental que cuestiona al universo woke. La crítica oficial la ignoró, pero tiene un 99% de aprobación del público.

En los últimos días estuve mirando algunos debates sobre una película documental que se estrenó el 13 de septiembre en Estados Unidos. El título es una pregunta: “¿Soy racista?”; y es un buen gancho.

El director es Justin Folk, que debutó en la industria del cine en 2003 haciendo los efectos especiales para The Matrix Reloaded y empezó a dirigir mucho después, con el documental No Safe Spaces, en 2019. Sus siguientes proyectos fueron de la mano del más famoso Matt Walsh, el otro gancho de la película. Si lo buscás en Wikipedia, lo primero que vas a saber sobre Walsh es su posicionamiento político: activista de derecha, presentador de un podcast diario, columnista en el sitio web conservador The Daily Wire, protagonista de dos documentales: What Is a Woman? (2022) y Am I Racist? (2024) y autor de varios libros.

Para saber sobre qué tipo de cosas escribe, podemos echarle un vistazo al título de su debut: The Unholy Trinity: Blocking the Left’s Assault on Life, Marriage, and Gender (La impía Trinidad: Contra el ataque de la izquierda a la vida, el matrimonio y el género). Según su descripción en Amazon, en este libro Walsh exige a los votantes conservadores “luchar por el centro moral de Estados Unidos y detener la marcha de la izquierda que altera los valores y destruye la cultura de nuestro país”.

¿Qué dice Walsh de sí mismo? En Twitter, con 3 millones de seguidores, se define así: fascista teocrático, autor de bestsellers infantiles, consultor DEI de renombre mundial.

Como se ve en el poster, lo de consultor DEI tiene que ver con el documental. El presentador/narrador/protagonista actúa de encubierto (se hace pasar por progre) y se consigue una certificación DEI expert (Diversity, Equity, Inclusion), que significa que es un experto en diversidad, equidad e inclusión. Aunque parezca mentira, resulta que en Estados Unidos eso es una carrera universitaria, una licenciatura en el campo de los recursos humanos. Un ISO 9000 de la progresía.

¿Tu empresa o tu gobierno andan flojos en diversidad? ¿Son todos muy blancos o demasiado heteronormativos? ¿No incluye a suficientes minorías? Podés contratar a un consultor DEI para “desarrollar iniciativas o mejorar tus acciones en materia de diversidad, equidad e inclusión”. El experto analizará la organización de manera objetiva y sugerirá nuevas estrategias “para apoyar prácticas y políticas antirracistas y antisesgos que aborden diversas identidades, incluida la raza, el género, la religión, la discapacidad, la identidad de género, la sexualidad”.

Esto no lo inventé yo, así describen sus incumbencias profesionales.

Donde hay una necesidad, nace un título

La currocarrera nació tras una constatación: las minorías están subrepresentadas.

La palabra que se usa es esa porque si sos negro, marrón, no blanco, transgénero, mujer, no sos un individuo sino que venís en representación de todo un grupo (el colectivo).

Los campus universitarios en Estados Unidos son raros. Me tengo que acordar de hablar algún día de los sensitivity readers que leen manuscritos antes de la publicación de un libro para determinar si se está hiriendo alguna sensibilidad, pero hoy vamos con los expertos DEI. La carrera es un boom con alta salida laboral, porque no hay empresa ni organización ni establecimiento que quiera cargar con la culpa blanca y machista, así que todos contratan a uno de esos que les hacen el chequeo anual de diversidades y les prescriben la cura. Es el trabajo del futuro.

Ya sabemos que los famosos trabajos del futuro son siempre para adelantados, cambiantes y, ante todo, muy diferentes a los que tenemos nosotros. Si a finales de los ’90 estudiaste Management o Marketing porque era lo que se venía, si después creíste que la posta estaba en la Investigación de Mercados o la Gestión de Proyectos, si hace poco te anotaste en un posgrado de Negocios Digitales o cursaste un programa sobre Lavado de Activos, deberías saber que estás rezagado.

En Argentina siempre vamos un poco atrás y, como aprendimos porque lo leímos en Twitter o fuimos a la universidad, todo es más complejo. Además, todavía no sabemos bien dónde estamos parados con eso del racismo. Y si no, pregúntenle a Enzo Fernández. Pero si alguno quiere ir adelantándose y caerle al Chiqui Tapia con una propuesta para una Selección inclusiva, puede anotarse en la Diplomatura en Gestión Estratégica en Diversidad e Inclusión & Pertenencia en la Universidad del CEMA fundada por Carlos Rodríguez, Roque Fernández y Pedro Pou, funcionarios del gobierno peronista del peronista Carlos Menem. Tres adelantados.

Volviendo a la película, empieza con Matt Walsh (pelo corto castaño peinado hacia atrás, lentes negros, barba y bigotes) diciendo: en los ’90 no pensábamos en la raza en absoluto y ahora es un tema central; yo no creo ser racista pero ¿y si lo soy? Para averiguarlo, tiene que ir a hablar con los que hablan de eso todo el tiempo; pero no puede ir así, de cuerpito gentil, a hacer su recorrido. Es conocido (él y sus opiniones); ya hizo un documental en el que se metió con las políticas de cambio de género en menores y no es bienvenido entre los progresistas, ni siquiera jugando el papel de “liberal moderado”. En los lugares donde se discuten cosas como los espacios seguros para los no blancos, lo reconocen y lo terminan echando a la mierda.

Entonces se hace pasar por un aliado.

Peluca larga y atada con una colita como al descuido, algunos mechones sueltos por delante, unos lentes más leves, la barba más rala, algunas canas. Y un monopatín. Como dice una de las consignas de venta: “esto no es un documental, es un experimento social”, porque el personaje va a meterse en territorio extraño para poner en cuestión sus privilegios de hombre blanco (his whiteness).

Lo de las parroquias

La película está llamada a generar polémica y profundizar los sesgos de confirmación. El protagonista se pregunta si es racista. Si te cae bien, la respuesta es no; y si te cae mal, es sí porque, aunque nos hagamos los socráticos, sabemos que no son las preguntas lo que nos alimenta diariamente. No tengo opinión sobre él. O tal vez sí, soy una coreacentrista, pero me pregunto qué pasaría en la Argentina con una película así. ¿Cuál sería la pregunta incómoda? ¿Quién la haría? ¿Hay alguien con ese tipo de perfil mediático? ¿No tendría yo por anticipado mi respuesta antes de ver la película?

Para promocionar el documental, Walsh echa mano a lo que le queda más cómodo: el papel de antiestablishment cultural.
Así comienza su hilo fijado en Twitter: “Muchos se han preguntado cómo es posible que nuestra nueva película no haya sido reseñada por ningún crítico convencional, incluso con una puntuación de audiencia del 99%, una calificación de Verified Hot en Rotten Tomatoes y un debut en taquilla entre los 5 primeros”.

Después se encarga de pegarles al New York Times, a Variety, al New Yorker, a Time, a la Rolling Stone: la productora les ofreció proyecciones anticipadas y no aceptaron; la película se estrenó en 1500 salas y ninguno la reseñó. Sabe que ahí no está su target, pero igual va a revolver ese caldo para dirigirse a su público objetivo, el que piensa como él.

En Rotten Tomatoes la película tiene un circulito gris. Es el sitio web más famoso que recopila reseñas de cine y televisión y, con eso, arma sus categorías de puntaje en una especie de Tomatómetro: Fresco certificado para las que tienen más del 75% de críticas positivas, Fresco si tienen más del 60% y Podrido si tienen 59% o menos de reseñas positivas hechas por críticos reconocidos. Cada una de ellas tiene un color. Eso sí, si no hay ni una sola crítica de alguien medianamente reconocido, el color que aparece es un gris triste. Eso les pasa a las películas que se estrenan sin pena ni gloria y suele estar asociado a otro ranking del mismo sitio: el Pochoclómetro, que reúne los comentarios de los espectadores de a pie. Am I Racist? tiene el 99% de comentarios positivos en el Pochoclómetro.

No vi la película, pero sabemos que eso no impide opinar. Lo que sé lo fui armando con el trailer, algunos fragmentos, las entrevistas, los comentarios e intercambios en las redes. Hay quienes la comparan con Borat (2006), pero el personaje de Sacha Baron Cohen es diferente al de Walsh y, por lo tanto, también la película.

Abiertamente ficcional, Borat es un falso documental y el humor radica en el personaje que es capaz de hablar con un ciudadano norteamericano, sorprenderse de que las mujeres puedan votar y explicarle su propio rango de importancia: “Dios, hombre, caballo, perro, mujer, rata, y esos bichitos pequeñitos que se arrastran por el suelo”. En Borat las personas reales y Estados Unidos sirven de entorno para desplegar la comedia. La gente cree estar formando parte de un documental cuando en realidad son extras al servicio del personaje. En cambio, el Walsh progre en monopatín no es un personaje de ficción sino un arquetipo (un arquetipo no es gracioso, un personaje sí) y por lo tanto el humor no recae en él sino en sus víctimas involuntarias. Encubierto como un aliado, está ahí para entrevistar o relacionarse con gente que de otra manera lo sacaría a patadas. La comedia no está en él sino en la escucha.

Ya hablamos de esto en una entrega anterior: nos reímos siempre en grupo, los que formamos parte de la parroquia. Y cuando nos burlamos, nos burlamos de otros, y eso es lo que reflejan las reacciones a la película: los parroquianos progres que recitan lo de “hombre blanco heterosexual y cisgénero privilegiado” no quieren verse en pantalla diciendo lo que siempre dicen porque están puestos ahí para ser burlados por los de afuera.

Así que quizás tengan razón los críticos que renunciaron hace tiempo a la crítica para dedicarse a defender la parroquia y reseñar sólo cuando la burla va para otro lado.

Nos leemos en quince días.

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Andrea Calamari

Doctora en Comunicación Social. Docente investigadora en la Universidad Nacional de Rosario. Escribe en La Agenda, JotDown, Mercurio y Altaïr Magazine.

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