No creas que no sufro, temido lector, cuando siento subirme por las venas un ardor justiciero contra el cual solo puedo deponer mi tibieza y alzar las palabras como si fueran armas. No creas que no me duele ofrecerme a tu juicio incógnito, y al desprecio corporativo de quienes toman el patio de Puan con poesía o se decoran, desde sus espléndidas casas extranjeras, con tuits de repudio heroico (es la última moda). Por supuesto que me duele, ¿pero no son acaso las reglas del juego? ¿Alguien ignora que la literatura no sirve para nada y sin embargo te puede matar? ¿O por qué creen que en cada entrega cavo un pozo alrededor de mis murallas y acepto las consecuencias de observar el universo sin amparos? Porque con tal de defenderla de chantas y mala praxis, elijo la soledad. Alguien tiene que cuidarla.
Los suecos lo hacen a su manera desde hace años, aunque no nos guste siempre y sepamos que el Nobel es un premio “que se otorga por razones de equilibrio internacional”, como decía Borges, divertido: “¿Qué me dice de Australia para este año? Yo diría el Paraguay…”. ¿Y por qué no Corea del Sur, que no tiene ninguno? Una reflexión que sin dudas permeó la elección del jurado 2024, que por primera vez coronó a una mujer nacida en Asia, la número 18 en recibirlo contra más de 100 hombres premiados, y a un país con una literatura efervescente y ningún Nobel. Muy agradecida, Han Kang, la escritora de 53 años que festejó la noticia comiendo sola con su hijo en la tranquilidad de su hogar, decidió aceptar la plata pero rechazar la ceremonia. ¿No hay muchas guerras en el mundo como para tener que tomarse un avión a Estocolmo con un vestido paquete en la valija?
Que Han Kang haya elegido, en la cima del reconocimiento, ostentar un rostro progre en lugar de ser mínimamente educada con la Academia Sueca para asistir a su propia entrega de premios fue juzgado desde el Museo del Prado por el escritor irlandés John Banville como un acto de infantilismo, y en lugar de llamarse al silencio nos hizo el don de un correctivo elegante y necesario: “Los artistas deben actuar con responsabilidad y no hacer declaraciones estúpidas”, afirmó (exactamente lo contrario que un talento nacional como Madame Pichot arenga en X al negarle al presidente el derecho a la pavada del que sólo podrían gozar, al parecer, artistas provocadores como Dillom).
Pero no hay que pecar de occidental y hacerse ecos de Banville; en todo caso, mejor es ceder a un orientalismo de pacotilla e imaginar sin la menor dificultad que una mujer coreana puede hacer que un desaire sea zen. Quizá para ella salir progre, negándose a una foto oficial, no sea como haber salido linda en ella; quizá no haya vanidad en su gesto de sacrificio íntimo por la paz mundial. Han Kang nació de un padre novelista y joven, por lo tanto pobre, y se crió en una casa que a falta de muebles tenía torres de libros por todos lados, “un tsunami de libros”, según sus palabras, contra el cual hizo crecer su pluma. Ahora es una artista consagrada a nivel transnacional, una autora mundial, lo que para Gisèle Schapiro –conocida alta funcionaria del Centre National de la Recherche Scientifique (CRNS) que cultiva una pequeña obsesión por responderle a Foucault qué carambas vendría a ser un autor– es emprender un camino hacia la canonización para llegar un día al panteón de los clásicos.
El lenguaje de los buenos modales es, de todos los que existen, el que mejor conserva el amor al otro (sea la patria o sólo un ser humano). La coherencia es un rasgo moral que se aprecia en términos de respeto hacia el prójimo: es ahorrarle tus dobleces, tus miserias, tu secreta falsedad. No hay placer más grande que ser educado; es como hablar bien todos los idiomas, y es también manifestar a diario un amor por las formas que nos hace inmensos. ¿Es preferible una actitud brutal, como la de Thomas Bernhard, el vienés antipatria que cada vez que recibió un premio se paró frente a aquellos que lo habían financiado y elegido para manifestarles su profundo desdén?
“Bremen me disgustó desde el primer momento –dijo en la entrega del premio del Bremer Literaturpreis– es una ciudad pequeño-burguesa, increíblemente estéril. No obstante, acepté el premio por la suma considerable de dinero. Me parecía absurdo rechazar un cheque de diez mil marcos sólo porque detestaba la ciudad y todo lo que ella representaba”.
George Bernard Shaw, como Sartre, también rechazó el Nobel; en su caso, no era cuestión de evitar instituciones, simplemente, según dijo, al revés que el austríaco, no le hacía falta el dinero. Debe ser el único escritor que además del Nobel también ganó un Oscar por el guión de Mi bella dama en 1939, y era, como Yeong-hye, el personaje de la novela de Kan Hang que ganó el Man Booker International Prize en 2016, vegetariano. El irlandés, que dejó nuestro mundo a los 94 en 1950, no hubiera podido nunca prever la masacre que los militares surcoreanos llevarían a cabo en Gwangju en 1980, y que tanto marcaría la literatura de Han Kang; igual compartía el sentimiento de su personaje: “Un hombre de mi intensidad espiritual no come cadáveres”, declaró alguna vez. Y como está bien que no pase otro año sin que conozcas al menos un incipit del más reciente Nobel, acá tenés el comienzo de La vegetariana (2007):
Antes de que mi mujer se hiciera vegetariana, nunca pensé que fuera una persona especial. Para ser franco, ni siquiera me atrajo cuando la vi por primera vez.
Si me casé con ella fue porque, así como no parecía tener ningún atractivo especial, tampoco parecía tener ningún defecto en particular.
Nunca he pretendido más de lo que creo merecer. Así pues fue natural que eligiera casarme con ella, que tenía el aspecto de ser la mujer más corriente del mundo. De hecho, jamás he podido sentirme cómodo con las mujeres bonitas, inteligentes, sensuales o provenientes de familias adineradas.
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