PATRICIA BRECCIA
Mucho texto

#12 | ¿Cómo no nos vamos a reír?

La semana que pasó mostró, una vez más, el horror en el que este país se obstina pero, tras la superficie, están siempre los elementos graciosos.

Una bola de nieve empieza a rodar y, al hacerlo, se va volviendo más y más grande hasta arrasar con todo.

Unos soldaditos de plomo están dispuestos en fila: si le damos un empujón al primero, cae sobre el segundo, que tumba al tercero y la situación va creciendo, se va agravando de manera tal que en poco rato están todos en el suelo.

O un castillo de naipes. Se fue montando con tiempo y esfuerzo, uno sobre otro, y en un momento, por su propia fragilidad o por su desmesura (ninguna estructura hecha de cartón puede durar tanto y llegar tan alto) o por la gravedad o porque alguien le da un tincazo a una de las cartas, como sea, el castillo se desmorona. La primera carta que se siente tocada quizás vacila en caer, resiste un poco, pero la de al lado se siente sacudida y se decide más rápido, cae y arrastra a la siguiente. El trabajo de destrucción no deja de acelerarse hacia la catástrofe inicial. El mecanismo lo conocemos todos pero, por si hay algún distraído, se puede ver una representación gráfica en la ilustración de Javier Furer para la nota del domingo de Hernán Iglesias Illa.

Una bola de nieve, los soldaditos en efecto dominó y el castillo de naipes son tres cosas distintas pero sugieren una misma visión abstracta, la de la aceleración creciente: “un efecto que se propaga sumándose a sí mismo, de manera que la causa, insignificante en su origen, conduce mediante un progreso necesario a un resultado tan importante como inesperado”.

La cita es de La risa, el ensayo que Henri Bergson escribió para describir y explicar el significado de la comicidad. Qué cosas nos hacen reír. El libro es de 1899 así que las categorías y los ejemplos son hijos de su época: no hay memes ni emojis ni reels, hay vodevil, comedia de enredos y sátiras. Pero lo que el hombre hizo fue el primer intento de explicación sobre la comicidad o, mejor, sobre cómo se fabrica la comicidad, qué categorías supone y cuáles son sus reglas.

Me gusta pensar de qué nos reímos y descubrir por qué lo hacemos. Sin ser francés ni teórico ni filósofo, el que siempre le está dando vueltas a eso es Jerry Seinfeld, por eso se armó un programa donde junta las dos cosas que más le importan: los autos y la comedia. Comedians in Cars Getting Coffee está en Netflix: episodios cortísimos que empiezan con la descripción de un auto (el que mejor marida con el invitado) y sigue con dos personas hablando de la vida y la comedia (para Seinfeld son lo mismo).

El invitado es Jimmy Fallon y el auto, un Chevrolet Corvette convertible verde agua con detalles en beige claro, interior blanco, cubiertas blancas, dos marchas. Se hicieron sólo 290 autos como ese en 1956, y eran un emblema del optimismo norteamericano de la posguerra: “un auto feliz”, dice Seinfeld.

–¿Qué auto te hace sonreír y querer divertirte?
–Este.
–¿Cuándo dejamos de usar colores como este?
–¿Por qué la gente dejó de divertirse? Es más, ¿por qué la gente dejó de tener trampolines? Todos tenían uno en los ‘50.

Eso es lo que más me gusta del programa: todo está pensado en función de la diversión, desde lo más trivial hasta lo más profundo. No hay nada lo suficientemente grave o solemne, no hay límites para el humor: que nada arruine un buen chiste. Así como hay gente que sólo piensa en cómo tener más poder o cómo sacar tajada o cualquiera de esas cosas que obsesionan a las personas, Seinfeld busca cómo reírse. Y eso, de yapa, le generó un montón de plata. Ganancia pura.

Pero volvamos a Bergson, que se pregunta por la comicidad. ¿Dónde hay que buscarla? ¿Qué cosas la caracterizan? En su libro, que en realidad es un compendio de artículos, ensaya algunas respuestas que voy a tratar de resumir:

No hay comicidad fuera de lo propiamente humano. Un paisaje es lindo, no nos hace reír. Un sombrero no nos hace reír en sí mismo sino por la forma o el uso que un hombre hace de él. Lo mismo pasa con un animal, hay un efecto cómico cuando descubrimos en él un comportamiento o gesto humano (como en esos libros de Judith y Ron Barrett: Los animales no se visten y Los animales no deben actuar como la gente).

Debe haber algo de insensibilidad para reírse. El mayor enemigo de la risa es la emoción: “En una sociedad de inteligencias puras es probable que ya no se llorase, pero tal vez se seguiría riendo”. Bergson no podía imaginar entonces que la humanidad habría de crear una inteligencia artificial sosa y sensible con algunos temas. Su consejo era: “Asista a la vida como espectador indiferente: muchos dramas se volverán comedias”. La comicidad exige algo así como una anestesia momentánea del corazón pues se dirige a la inteligencia pura.

La inteligencia debe permanecer en contacto con otras inteligencias. No nos reímos solos: nuestra risa es siempre la risa de un grupo porque supone entendimiento y, sobre todo, complicidad. La risa es un gesto social. Nos reímos los que formamos parte de la misma parroquia y nos reímos, justamente, de los que no forman parte.

Una condición para la risa es la flexibilidad. Hay una cierta rigidez en la sociedad y en las personas que la humanidad tiende a eliminar y el modo de hacerlo es a través del humor. La rigidez –del cuerpo, de la mente, del carácter, de las ideas– es cómica y la risa es su castigo. Lo mismo una y otra vez, ¿cómo no va a ser gracioso? Y, en algunos casos, no sólo por ser trágico sino justamente por eso. Mientras más drama y solemnidad ostente el mecanismo, o los personajes, más fuerte es el castigo de la risa sobre la obstinación y la rigidez.

Reímos todas las veces que nuestra atención se desvía hacia lo físico cuando de lo que se trataba era de moral. Habla mucho del cuerpo Bergson: la fealdad, lo deforme, la torpeza. Y lo resume en la comparación entre comedia y tragedia: el héroe trágico no come ni bebe ni se abriga porque eso implicaría recordar que tiene un cuerpo. Napoleón dijo que un hombre puede pasar de la tragedia a la comedia por el solo hecho de sentarse. Es el cuerpo superando a la mente.

Se obtendrá un efecto cómico trasponiendo la expresión de una idea a otro tono. La trasposición más común, la más efectiva, es la que pasa algo del tono solemne al coloquial y ahí tenemos el primer efecto de la parodia. Lo risible nace cuando se nos presenta algo –o alguien–, antes respetado, como algo mediocre y vil.

Bergson habla también de la caricatura, de los juegos de palabras, del ingenio (“un pueblo ingenioso es un pueblo apasionado”), de la ironía, de la burla al sentido común imperante y a las frases hechas (“un personaje que siempre se expresase con ese estilo sería inevitablemente cómico”).

“Uno agarra una metáfora, una frase, un razonamiento, y los vuelve contra el que los hace o podría hacerlos”. Es la lógica del atracador atracado que se basa en un procedimiento típico de lo cómico: la inversión. La inversión de papeles es un clásico que se podría resumir como el mundo del revés: el detenido que sermonea al juez, el niño que da lecciones a sus padres, el embaucador embaucado, el perseguidor que termina siendo víctima de su persecución. Lo cómico aparece cuando la situación se vuelve contra el que la crea.

Finalmente, el autor se detiene en tres juegos infantiles, divertimentos físicos para niños del siglo XIX, para explicar algunos mecanismos del humor.

El diablo con resorte. El juguete es una caja: si la abrimos, sale con fuerza la cabeza de un diablo en la punta de un resorte, si lo aplastamos hasta el fondo se incorpora con más fuerza aún. “Es el conflicto de dos obstinaciones”, dice Bergson y en la repetición de las obstinaciones, cuando lo material se desplaza al orden de las ideas, surge la risa: es cómico todo mecanismo de repetición montado sobre una idea fija.

El títere con hilos. Todo lo que la vida tiene de serio proviene de nuestra libertad: los sentimientos que desarrollamos, nuestras creencias, ideas y luchas, lo que deliberamos, decidimos y ejecutamos, el voto que pusimos con tanta convicción (eso no lo dice Bergson), todo eso es bien nuestro y eso es lo que hace que nos tomemos en serio a nosotros mismos, incluso a veces con dramatismo. ¿Qué habría que hacer para transformar todo eso en comedia? “Habría que imaginarse que la libertad aparente esconde un juego de hilos”.

La bola de nieve. De esto hablamos al principio. La bola de nieve, el efecto dominó, el castillo de naipes operan bajo el mismo principio: una pieza cae y arrastra a todas las demás. Eso es gracioso y toda la tradición de humor físico hecho de tropezones, caídas y empujones que llevan a otras caídas está ahí para demostrarlo. Lo que nos hace reír es la sucesión y esa sensación vertiginosa de estar asistiendo a un fenómeno de aceleración creciente.

Son todos juegos de chicos que, tras su mecanismo físico, esconden una idea, esa abstracción de lo cómico que hay en la repetición: “El mecanismo que describíamos ya es cómico cuando es rectilíneo, lo es más cuando se vuelve circular y los esfuerzos del personaje, debido a un engranaje fatal de causas y efectos, lo llevan pura y simplemente de regreso al mismo lugar”.

Que la historia de una persona o de un grupo –o de un país– parezca un juego mecánico hecho de engranajes, resortes, hilos, se vuelve gracioso porque desnuda su rigidez. Y contra eso se alza la risa.

Hay un gran episodio de Comedians in Cars Getting Coffee en el que Jerry Seinfeld habla con Christoph Waltz, el actor que hizo al inolvidable Hans Landa en Bastardos sin gloria. Waltz no es, estrictamente hablando, un comediante, pero eso el presentador lo sabe. También sabe que no hace falta hacer stand up y contar chistes para tener un sentido cómico –no dramático– de la vida. El personaje era un nazi y además era gracioso. Dice Waltz: “Landa dejó suficiente espacio para que el espectador se decidiera: ¿me enfoco en el elemento gracioso o veo el horror superficial?”

Podríamos decir que la semana que pasó mostró, una vez más, el horror en el que este país se obstina pero, tras la superficie, están siempre los elementos graciosos; me incliné por estos y eso resultó en un consumo prolífico de la mejor comedia argentina. ¿Cómo no nos vamos a reír cuando la bola de nieve se los lleva puestos?

Nos leemos en quince días.

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Andrea Calamari

Doctora en Comunicación Social. Docente investigadora en la Universidad Nacional de Rosario. Escribe en La Agenda, JotDown, Mercurio y Altaïr Magazine.

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