En otros lugares encontrarán mejores análisis políticos sobre el batacazo de ayer y, en el newsletter de Andrés Borenstein , un mejor análisis sobre las posibles consecuencias económicas del resultado. Pero quería hacer esta edición extra de Partes del aire para marcar en caliente un par de puntos que me parecen relevantes.
El primero es un análisis optimista (para el Gobierno) sobre cómo se distribuyeron los votos en la provincia de Buenos Aires. No para minimizar la paliza, que fue contundente e inapelable y debería generar una reacción política dentro del oficialismo. Pero sí para sugerir que ayer no hubo una reconciliación de los bonaerenses con el peronismo ni un repudio contundente al plan económico.
Lo preocupante para el Gobierno (y casi game over) sería que votantes históricos del PJ en el conurbano, seducidos en 2023 por Milei, hubieran regresado ayer al nidito peronista. ¿Es lo que ocurrió? Alguno habrá habido, pero parecen haber sido pocos. En 2023, el entonces llamado Unión por la Patria sacó el 44,4% de los votos para la Legislatura bonaerense, casi tres puntos menos que ayer. Es decir, medido en porcentaje se ve un crecimiento que podría mostrar un regreso de peronistas arrepentidos de su fugaz romance con los libertarios.
Pero medido en personas, el ahora Fuerza Patria sacó ayer 3,86 millones de votos, casi 400.000 menos que sus 4,23 millones de votos de 2023. Insisto que este cálculo no es para ningunear el tamaño de la derrota, sino sólo para afinar la pregunta de si LLA perdió votos que le había robado al peronismo o si sólo falló en seducir a un espectro más amplio de los votantes del ex Juntos por el Cambio. Y parece haber ocurrido sobre todo lo segundo.
Ayer LLA sacó 2,75 millones de votos, 400.000 votos más que hace dos años, pero dejó sobre la mesa más de dos millones de votos antikirchneristas.
En 2023, LLA y JxC sumaron 4,92 millones de votos (siempre para legisladores): 2,35 millones de LLA y 2,57 millones de JxC. Ayer LLA sacó 2,75 millones de votos, 400.000 votos más que hace dos años, pero dejó sobre la mesa más de dos millones de votos antikirchneristas que con otra estructura de oferta electoral y otra cultura política podría haber intentado seducir. Nunca habría logrado convencer a todos, porque muchos están genuinamente en desacuerdo con sus ideas o sus formas y porque el enfriamiento económico también tiene un impacto. Pero sí parece claro que el camino hacia una posible recuperación del Gobierno en octubre en PBA pasará por recuperar algunos de esos ex votantes de JxC que pusieron la boleta de Milei en el balotaje de 2023 y ayer o votaron a otras opciones no peronistas ni de izquierda (redondeando, un millón de votos) o votaron en blanco (unos 600.000 en total) o se quedaron en sus casas (otro millón de todo el padrón).
Por lo tanto, la buena noticia para LLA es que el peronismo sacó más o menos los mismos votos de siempre en los lugares de siempre y que depende de sí misma para mejorar en una elección más tradicional y más nacional, con una oferta algo menos fragmentada y menos peso de la movilización de los intendentes. La mala noticia es que el palazo de anoche agarra al Gobierno en su momento de mayor desconcierto desde diciembre de 2023, con divisiones internas profundas sobre la estrategia política, la balubi de la corrupción adentro y una situación económica volátil que será difícil de calmar en estas siete semanas dados los resultados de ayer.
Pero, sobre todo, y esto es lo segundo que quería decir, agarra al Gobierno más solo que nunca, sin amigos y con el Congreso en rebeldía abierta. Y esto ocurrió por decisión del propio oficialismo, que, sintiéndose predestinado por las fuerzas de la historia (o del cielo), creyó que podía meterle para adelante en soledad, enfrentado a todo el mundo, apoyado sólo en sus convicciones y el apoyo de la mitad de los argentinos. Creyendo, en definitiva, que la única forma de ser parte del proceso de cambio en la Argentina era siendo un soldado leal de Milei y que todos aquellos que no fueran soldados eran rivales: así cayeron bajo su ojo severo los dirigentes de (ex) JxC, los economistas mandriles, muchos periodistas y ñoños republicanos de todo tipo.
Ese oficialismo es el que ahora tiene solamente siete domingos para cambiar el talante fanfarrón y salir a pedir ayuda o apoyo a quienes hasta hace dos minutos venía verdugueando.
Ese oficialismo es el que ahora tiene solamente siete domingos para cambiar el talante fanfarrón y salir a pedir ayuda o apoyo a quienes hasta hace dos minutos venía verdugueando. No parece Karina Milei la persona indicada para liderar este proceso, dada su indiferencia o incluso su hostilidad en estos años a todo lo que tuviera que ver con JxC. Así como Cristina Kirchner leyó mal el famoso 54% de 2011 (“vamos por todo”), Karina y su hermano presidente parecen haber leído mal el 56% de 2023, creyendo, igual de equivocadamente, que esos votos eran todos propios y eternos, un piso sobre el cual lanzarse sobre el resto. El tema es que Santiago Caputo, por razones distintas, tampoco parece ser el más apto para los gestos de apertura: aunque más pragmático y estratégico que su adversaria en el triángulo de hierro, también es el líder de la nafta ideológica del mieísmo, el responsable de su mística arrasadora y agrandada, difícil de moderar o contener después de tres años sin controles y a toda velocidad. Veremos.
Ahora se vienen siete semanas indescifrables, un largo limbo donde nadie hará nada a la espera del partido principal. Lo que sí parece claro es que el espíritu libertario de estos años de “yo no negocio con nadie, nos vemos en las urnas” alcanzó ayer un límite.
Gracias por leer. El jueves volvemos a la programación habitual.
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