Septiembre de 1945. Marcha por la Constitución y la Libertad, la manifestación más importante de la historia argentina (récord que perdería un mes después). Pedían que se fueran los militares y asumiera la Corte Suprema.
Partes del aire

#116 | La invención del antiperonismo

Dos últimos apuntes sobre 'Homo Argentum' y una queja gorila contra un podcast de Historia.

Me queda poco para decir sobre Homo Argentum después del ajustadísimo newsletter de nuestro Diego Papic, pero lo voy a decir igual antes de pasar a uno de mis temas favoritos: la invención del antiperonismo.

Primer punto sobre la película, que vi en el cine y me hizo reír muchas veces. Si hubiera estado codificada como progre (es decir, con actores y directores reconocidos por su lucha contra el neoliberalismo), varios de sus episodios estarían siendo festejados como valientes denuncias contra el sistema. Intentando no spoilear demasiado, doy tres ejemplos. En el primer corto hay un porteño de clase media alta, sociológicamente macrista, que primero repite clichés sobre la argentinidad (individualmente somos capos, nos falta organizarnos) y después hace algo terrible que contradice la parrafada inicial. En otro, un fanático mano dura del estilo “bala o cárcel” desafía a los chorros a entrar en su casa so pena de ser baleados: cuando llega el momento, en cambio… Y un tercer episodio cuenta la desesperación de tres hijos adultos por adelantar la herencia de su viudo padre burgués, que se acaba de poner de novio con la mucama.

En los tres hay personas con discurso o sociología de derecha haciendo cosas miserables, casi como en un eco de la mirada del kirchnerismo sobre los antikirchneristas, los votantes de Macri y la clase media en general, a la que atacan porque se declara buena pero en el fondo, dicen, sólo es racista, clasista, gorila. Por eso digo que muchos progres podrían haber festejado Homo argentum si el envoltorio hubiera sido distinto. Hipotética cadena nacional de Cristina en el Salón de las Mujeres: “¿Vieron esa película nueva donde Raúl Rizzo hace 16 personajes? Qué cosas interesantes dice, qué perceptiva para identificar actitudes sociales. A mí me gustó mucho porque soy muy cinéfila”.

Es cierto que otros episodios parecen anti-progre, sobre todo el del director de cine que maltrata indígenas y después (spoiler) les dedica un premio. O el del curita villero que quiere bajar línea mientras su rebaño le pide otra cosa. Pero eso sólo muestra que a Cohn y Duprat, los directores, les interesa menos la división izquierda-derecha o woke-antiwoke que la división entre lo que la gente dice y lo que la gente hace. El gran tema de sus obras ha sido siempre la hipocresía: el que fanfarronea es un cagón, el que se hace el bueno es el peor de todos. Es una forma de misantropía que artísticamente, y sobre todo en la comedia, muchas veces funciona y les funciona.

El segundo y último punto sobre la película es que me aburren los exasperados con la polémica que generó: este país siempre es un River-Boca, dejemos de meter todo en la grieta, no podemos disfrutar una película sin pelearnos… A mí la polémica me divierte, no me parece dañina y puede ser un signo de vitalidad. El debate público es esto. Algunos sueñan con un país en vilo mirando discutir a dos varones en TV munidos de sendos gráficos de barras, pero eso no pasó nunca, ni acá ni en ningún lado. Si te gusta el debate sobre temas públicos, bancate esta pelusa, que es que a veces se discutan cosas que parecen pavadas y de formas peor que pavas. Es imperfecto, es irritante, pero qué no lo es. Prefiero tomar estos episodios como pasos de comedia, que dicen poco o nada sobre la salud de la república. Recordemos que todo esto pronto será olvidado, quizás incluso esta misma semana.

Llevo la mitad de la extensión habitual del newsletter y todavía no empecé a escribir de lo que venía a escribir, que era una reflexión sobre No entender , el libro de memorias de Beatriz Sarlo, que me pareció excelente pero frío como un témpano, atada a lo que me generó el penúltimo episodio de Historiar, el muy buen podcast de la asociación de historiadores, titulado Antiperonismo , que ya desde el nombre comete su error principal, que es fusionar en la etiqueta “antiperonismo” toda oposición al peronismo. No son los primeros que lo hacen: a pesar de ser un concepto maleable y gaseoso, que el peronismo expande o contrae según su conveniencia, cuesta ver en la historiografía argentina el retrato de opositores al peronismo con razones legítimas para serlo. Y se prefiere, con una frecuencia que incluye el podcast, repasar anécdotas de Victoria Ocampo, las menciones al aluvión zoológico y las generalizaciones sobre clasismo y racismo que tan bien le caen al peronismo.

En el episodio, la anfitriona es la historiadora Flavia Fiorucci y el invitado, el historiador Jorge Nallim, profesor de la Universidad de Manitoba, en el borde de la tundra canadiense, que estudió la primera oposición a Perón, incluso la anterior a su triunfo electoral. Fiorucci habla abiertamente de “antiperonismo” a la situación de 1943, 1944 y 1945, lo que me parece medio forzado por dos razones. Primero, porque el peronismo todavía no existía, a pesar de la creciente relevancia de Perón en el escenario político; los imaginarios que despierta ahora la palabra “peronismo” son todos posteriores. Y segundo porque para buena parte de la oposición a aquella dictadura, la que después reunió en una boleta a radicales, socialistas, comunistas y otros partidos, Perón era sobre todo el candidato de un régimen filonazi al que no querían darle continuidad democrática. Parte del error electoral de esa coalición fue creer que a los votantes les importaba tanto como a ellos lo que había pasado en la Segunda Guerra Mundial, el gran parteaguas político en la Argentina de esos años. Pero no eran “antiperonistas” en ningún sentido reconocible del término: su caballito de batalla, poco sexy para las urnas, era recuperar la vigencia de la Constitución sin la participación de la dictadura pro-alemana.

Nallim a veces introduce un matiz ante el convencimiento de Fiorucci (reconoce la existencia del no peronismo), pero no llega a salirse del marco habitual. Ya durante el gobierno de Perón a los opositores ambos les ponen la etiqueta de “antiperonistas”, como si estuvieran enceguecidos o resentidos y no tuvieran motivos legítimos para oponerse a un gobierno que ya desde el principio puso su propia Corte Suprema, le dio la reelección al presidente, cambió el sistema electoral para tener el 80% del Congreso con la mitad de los votos, expropió todas las radios y la mitad de los diarios, tenía presos políticos y desde 1950 soportó una terrible crisis económica, con dos años de salarios congelados. No estoy haciendo un juicio sobre el gobierno peronista: estoy diciendo que había motivos políticos legítimos para ser opositor sin ser etiquetado, 80 años después por historiadores profesionales, con una palabra muy cargada de sentido y construida en buena parte por el propio peronismo.

Cuando habla de la actualidad, sin embargo, Nallim insiste en quitarles legitimidad a las críticas al peronismo y verlas como herederas de prácticas rancias y de “desprecio de clase”. Por ejemplo, sobre las críticas a la corrupción del kirchnerismo, “uno tiene que abrir los diarios o mirar ciertos programas de televisión y ver cómo son exactamente lo mismo”, es decir, el gorilismo secular de toda la vida. No hay argumentos reales ni crítica legítima posible: es solamente un “eco” del antiperonismo de toda la vida, “que viene de los años ‘40”. Nada ha cambiado. Fiorucci dice que el antiperonismo tuvo “un impacto importante en nuestra vida política” y que en su nombre “se construyeron alianzas”. Esto es falso: ninguna coalición política reciente (supongo que habla de Cambiemos) ha sido explícitamente antiperonista. Algunas, incluida Cambiemos, fueron calificadas como antiperonistas por otros, sobre todo por los peronistas. Y no digo sí fue o no fue (me da igual), pero de lo que estoy seguro es de que no fue una alianza construida “en nombre del antiperonismo”. Como también es falso que el triunfo o la popularidad de Milei se haya construido (“discurso antiperonista, mezclado con populismo de derecha, un discurso retrógrado”, dicen) desde el antiperonismo. Curiosamente, el mayor momento de antiperonismo real de la Argentina (las casi dos décadas de proscripción), apenas son mencionados.

En fin. En 80 años de vida, el peronismo muy pocas veces ha reconocido la existencia del no peronismo, es decir, un adversario con desacuerdos genuinos no motivados por el odio de clase o los intereses espurios (“la embajada”, “los grupos concentrados”). Cualquier opositor al peronismo ha sido casi siempre, para el peronismo, un antiperonista. Salvo excepciones (Cafiero, Menem, Duhalde: el peronismo no agonal de 1987-2005), sin término medio. Los historiadores profesionales, por lo tanto, deberían hacer un esfuerzo mayor al que hacen para desmontar este marco binario. A veces son tas perspicaces para leer sutilezas de discurso a lo largo de décadas en otros, pero no lo ven en el peronismo, al que des-historizan con esta visión inmóvil y esencialista y que luego trasladan a una idea abstracta e inmóvil de antiperonismo. ¿Existen los antiperonistas? Claro que existen, quién podría negarlo. ¿Habrá alguno cuyo antiperonismo es rancio, clasista y (gulp) racista? Seguramente. Pero ése no es el tema.

Me quedé sin caracteres (esto ya se hizo demasiado largo) para escribir sobre el libro de Sarlo. Ya tendré oportunidad. Gracias por leer y la seguimos el jueves que viene. Y gracias a los que preguntaron el otro día por mi salud. No fue nada, apenas una intoxicación alimentaria (algo me cayó mal) que me dejó fuera de combate justo en el momento clave de la redacción de la semana pasada.

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Hernán Iglesias Illa

Editor general de Seúl. Autor de Golden Boys (2007) y American Sarmiento (2013), entre otros libros.

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