Partes del aire

#114 | Bullish Fiambalá

Recorriendo la puna catamarqueña con mi familia, encuentro un destino con paisajes de clase mundial que espera su momento para despegar como Cafayate.

Esta semana tenía pensado tomarme vacaciones del newsletter, porque estoy de viaje con mi familia, pero ayer, mientras bajaba de Fiambalá a Villa Unión por la increíble Cuesta de Miranda de la Ruta 40, se me formaron en la cabeza un par de párrafos que paso a compartir. Quizás no cuenten como un newsletter completo, pero supongo que son mejores que nada.

Uno a veces escucha que la puna catamarqueña está de moda, pero muchas de las personas a las que les conté que veníamos se sorprendieron del destino. Está en ascenso, eso seguro, pero todavía le falta, y eso se nota en la infraestructura turística del pueblo, que es más bien pobre. Las excursiones a media, una o dos horas de distancia, en cambio, son increíbles, y ahí reside su potencial, que para mí es enorme.

El lunes fuimos a las Dunas de Tatón, las más altas del mundo según los guías, y el martes subimos al Balcón del Pissis, un observatorio a 4500 metros de altura desde donde se ven varios volcanes (como el Pissis) y otras montañas de más de 6000 metros. Las dos son excursiones de clase mundial, que se hacen en camionetas 4×4 que avanzan en manada, salvaje y majestuosamente, saltando sobre las dunas, trepando por el ripio.

Pero el pueblo en sí es más pobre que pintoresco, lejos de un Tilcara o un Cachi, un centrito sin restaurantes y calles llenas de baldíos y casas abandonadas o a medio terminar. Como en otros pueblos de provincia, los edificios públicos (las escuelas, el polideportivo municipal) están en buen estado y parecen bastante nuevos, pero la infraestructura privada es lamentable. Un modelo conocido, en definitiva, donde el único que tiene plata para invertir es el Estado. Esto habla más o menos bien de los políticos locales (no se la afanan ni la derrochan toda), pero es un modelo insostenible y, esperemos, en decadencia. Los pueblos prosperan también (o sobre todo) cuando sus habitantes son los que tienen guita para mejorar sus instalaciones.

Fiambalá está anclada en la historia antigua, preespañola, pero su futuro está apostado a dos industrias muy contemporáneas: el turismo y el litio. A un costado de la Ruta 60, que viene desde Córdoba y sigue por la espectacular Ruta de los Seismiles hasta la frontera con Chile, hay una enorme planta de procesamiento de litio de una empresa china, donde trabajan cientos de catamarqueños y también muchos chinos, que a veces bajan al pueblo los fines de semana, se emborrachan y generan problemas con los locales. Las Toyota Hilux de los guías (hay cientos: se invirtió antes en camionetas que en hoteles y restaurantes) comparten los caminos de montaña con los camiones de la mina, que saca sus materiales de bien adentro de la cordillera, no muy lejos de donde los turistas sacamos fotos al Pissis.

En cuanto a paisajes y excursiones, Catamarca tiene poco o nada para envidiarle a Salta o Jujuy. Realmente creo que está a ese nivel. Todavía está retrasada, sin embargo, en cuanto a comodidades. En parte, es entendible: el turismo es relativamente reciente. La excursión a las dunas, a las que es imposible llegar en auto, empezó a ofrecerse hace unos 10 años. La del Balcón del Pissis (y las más largas que no hicimos o no se podían hacer por la nieve, como el Campo de Piedra Pómez y las bajadas a las lagunas de colores) son todas posteriores a la pandemia. El camino nuevo al Pissis, de ripio aplastado y empinación amable, lo hizo la mina china. Antes era casi imposible llegar.

La fama reciente de sus paisajes, por lo tanto, no se debió a programas de la secretaría de turismo provincial sino, más que nada, dicen todos los emprendedores locales, al boca a boca de las redes sociales, especialmente Instagram y TikTok. Yo mismo me enteré de la existencia de estos lugares por unos posteos en IG de mi amigo Mati Fernández hace un par de años.

Además, muy importante, hasta 2020 o 2021 la conexión a internet, que llegaba por parabólica desde Tinogasta, era pésima. En el año de la cuarentena, los chicos no tuvieron clases presenciales ni por Zoom, porque casi ninguna familia podía conectarse. Después, llegó la fibra óptica, que empezó bien pero con el tiempo se la comieron los loros barranqueros (textual). Lo que cambió la vida cotidiana y comercial de Fiambalá fue la llegada de Starlink, la empresa de internet satelital de Elon Musk: no sólo todo el pueblo está conectado desde sus casas y negocios; las Hilux van con la antena Starlink portable hasta el medio de la nada.

El martes, estábamos todos transmitiendo en vivo o haciendo videollamadas con nuestras familias desde el corazón de la cordillera, rodeados de volcanes y glaciares, a decenas de kilómetros de la señal 4G más cercana. Uno abría el menú wi-fi del teléfono y aparecían, a pesar del entorno y la falta de oxígeno, no menos de una docena de redes disponibles.

Balcón del Pissis, transmitido en vivo por Starlink.

Me gustaría que Fiambalá siga creciendo, porque las experiencias son increíbles. El cuello de botella hoy por hoy, insisto, son los hoteles, los restaurantes y la vidita general del pueblo, que sigue desangelada. En comparación, Famatina y Chilecito, por las que pasamos ayer, parecen metrópolis globales. La buena noticia es que llegó hasta acá ante la indiferencia (si no la hostilidad) del Estado y la política, de la mano de un grupo entusiasta de emprendedores que se dan una mano entre sí y quieren crecer juntos, pero les falta, me dio la impresión, más coordinación y estrategia. Todas las personas con las que interactuamos fueron excelentes y están enamoradas de su lugar. Eso, más una mejora en la economía que depende más de cuestiones nacionales que locales, debería ser suficiente. En cualquier caso, soy bullish Fiambalá, no veo por qué no puede ser el próximo Cafayate. Hasta tiene (todavía poquitas) sus propias bodegas y su propio vino.

Esta tarde, Talampaya, otro desarrollo relativamente reciente. Intentaré vivir el momento y no dedicar una parte de mi cerebro a armar párrafos, deformación profesional de todos los que vivimos de escribir. Me la paso diciéndoles a mi mujer y mi hijo que pocas cosas me hacen más feliz que estar en la ruta con ellos y es verdad. Pero será más verdad si uno no está contrabandeando newsletters en secreto.

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Hernán Iglesias Illa

Editor general de Seúl. Autor de Golden Boys (2007) y American Sarmiento (2013), entre otros libros.

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