Partes del aire

#109 | Tigre, Londres, Florencia, Austin

Dos libros sobre matrimonios, uno de hace cien años, otro contemporáneo. Era más libre el de 1924.

Entre 1872 y 1878, a medida que Inglaterra se transformaba en el principal acreedor, inversor y socio comercial de la Argentina, un señor llamado Lionel Sackville-West vivió en Buenos Aires como embajador de la Corona británica. Era un clásico aristócrata victoriano, formal y taciturno, no especialmente influyente, de quien los libros registran poca actividad política pero sí deportiva: fue el primer presidente del Buenos Aires Rowing Club, en Tigre, de cuya inauguración participó Sarmiento como presidente y quedó maravillado, como siempre, por todo lo que era novedoso o anglosajón. “Estoy deleitado por la inauguración de este nuevo género de diversión en este país”, dijo en su discurso. Después miró a Sackville-West y agregó: “Vuestros intrépidos antepasados debieron mucho de su grandeza a la destreza y osadía en el mar y los robustos británicos del presente han conservado el físico fino de la raza mediante estas diversiones dignas de una nación viril, libre y enérgica”.

Sackville-West se presentaba en Buenos Aires como soltero, lo cual era técnicamente correcto pero escondía un secreto: en Europa había dejado los cinco hijos que había tenido con una bailarina andaluza llamada Pepita Durán. Pepita había muerto en 1871 y no es un delirio pensar que el aristócrata Sackville-West había pedido irse lo más lejos posible de los cuchicheos y el escándalo de la alta sociedad londinense. A pesar de su discreto talento como diplomático, en 1881 lo mandaron a Washington, donde estuvo otros siete años como embajador de la Corona hasta que metió la pata: engañado por un operador político, confesó por escrito que prefería la victoria del candidato demócrata frente al candidato republicano.

El escándalo terminó con su carrera diplomática, pero fue un escándalo con suerte: un mes después murió su hermano mayor y heredó el título de Lord Sackville-West, que incluía los derechos sobre Knole, una hora al sur de Londres, el castillo privado más grande de Inglaterra, construido en el siglo XV. Dedicó los últimos 20 años de su vida a disfrutar de su nueva fortuna y a ordenar su caótica situación familiar

El escándalo terminó con su carrera diplomática, pero fue un escándalo con suerte: un mes después murió su hermano mayor y heredó el título de Lord Sackville-West.

De los cinco hijos su favorita era Victoria, a quien sacó del convento francés donde había pasado su adolescencia y la llevó con él a Washington, donde se transformó en el centro de la vida social. Hermosa, sociable y atenta al exotismo que le daba su mitad española (ella decía que también tenía algo de gitana), Victoria se hizo amiga –o, según la prensa, más que amiga– de J.P. Morgan (el original) y Auguste Rodin y anfitriona en Knole de buena parte de los grandes personajes americanos (empresarios) y europeos (nobles) de la época. Como no podía heredar a su padre, que no tenía hijos legítimos, hizo lo que más a mano tenía para quedarse en Knole: se casó con su primo, también llamado Lionel Sackville-West, y unos años después, tras la muerte del viejo Lionel, se transformó de carambola en la Baronesa Sackville.

Los primos Sackville-West tuvieron una hija, a la que también le pusieron Victoria pero a la que llamaron siempre Vita. Criada en el castillo familiar, enseguida empezó a escribir novelas y obras de teatro. Con los años se transformaría en una escritora de éxito y, sobre todo, en un personaje rebelde y escandaloso por sus romances con Violet Keppel, otra rica heredera, y, más adelante, con Virginia Woolf, la mejor escritora de su generación. Vita admitía que Virginia era la verdadera artista y Virginia admitía que las novelas de Vita se vendían mejor. Virginia era 15 años mayor y ya prestigiosa, pero Vita era más desinhibida y experimentada sexualmente. Orlando, la sexta novela de Woolf, está inspirada en la vida de Vita y ambientada en Knole. Está considerada (no la leí) un clásico de la literatura feminista.

Las redes sociales buenas

A pesar de sus escándalos, Vita estuvo casada casi 50 años con Harold Nicolson, un diplomático que en 1919, mientras negociaba el Tratado de Versalles para el gobierno británico, tuvo que ir a Francia a rescatarla después de una crisis de su relación Violet. Eran una pareja abierta –ella tenía romances con mujeres, él con hombres– pero, según todos los reportes, feliz. Esto se sabía más o menos y sin detalles hasta que Vita, antes de morir, en 1962, le indicó a su hijo Nigel dónde había guardado una autobiografía de su juventud, el diario de toda su vida y las cientos de cartas que se había escrito con Violet, Virginia y otras mujeres. Con ese material Nigel publicó en 1975 un libro extraordinario llamado Portrait of a marriage (Retrato de un matrimonio), que combina largas secciones de la autobiografía de Vita con capítulos escritos por el propio Nigel, que va chequeando los datos y las historias de su madre y va comentando de lo que se entera en el camino. Leyendo el libro, que terminé el otro día, es como llegué a la historia de Vita y a la saga amorosa de los Sackville-West, que empieza con una mediocre bailarina de flamenco y un embajador escondido en Buenos Aires.

Llegué al libro, a su vez, por un reel de la cuenta de Instagram de la editorial Penguin, donde le preguntaban a Alan Pauls cuál era el libro que más había regalado y respondió Portrait of a Marriage . Lo describió tan bien y con tanto entusiasmo que lo compré (digital) casi en el momento. Y acá viene un poco lo que quería contar hoy, antes de distraerme con la historia de los Sackville-West, que uno empieza a contarla y después no puede parar.

Esta semana leí dos libros, el de Nigel Nicolson sobre sus padres y Los días perfectos , una novela del escritor español Jacobo Bergareche, que también conocí via Instagram, de la cuenta de la escritora argentina Dolores Gil, que compartió la tapa en una story y algo, no sé bien qué, me llamó la atención. Pensaba ayer que gracias a las infaustas redes sociales, de fama subterránea en estos días, acusadas de quemarnos el cerebro y erosionar nuestra democracia, leí dos libros geniales, sobre todo el de Nicolson, y de cuya existencia jamás me habría enterado, sobre todo el de Nicolson, si no existieran.

Comedias de matrimonio

Ambos libros, además, están unidos temáticamente, porque son dos libros sobre el matrimonio. Lo curioso es que la pareja más libre es la de 1924 y la más convencional, la de 2024. Así como Vita y Harold pudieron quererse durante medio siglo casi sin tener sexo y compartiéndose con otras personas, el narrador de Los días perfectos lleva como una carga la presión por el matrimonio perfecto. Convive pacíficamente con la madre de sus tres hijos, pero es casi una parodia de la crisis de mediana edad: compra y arregla motos viejas, toca la guitarra en una banda con otros papás, viaja a Austin a un congreso de periodismo digital y tiene un apasionado romance con una arquitecta mexicana. Su manera de salir de la cárcel monogámica es con un affaire secreto, a 8.000 kilómetros de casa, y cuya utilidad principal es despertarlo de la mediocridad en la que vive (ayuda poco trabajar en una industria en declive como el periodismo) y rogarle a su legítima esposa hacer algo para recuperar la vitalidad perdida.

Harold y Vita, en cambio, toleran los romances del otro, a veces con angustia, pero siempre con la confianza de que al final seguirán juntos. Nunca se pelean, duermen en cuartos separados, los dos viajan bastante pero casi todos los días se escriben cartas de amor, de Teherán a Florencia, de Londres a Montecarlo, que Nigel en su libro decide no publicar porque, dice, son demasiado empalagosas. Tienen claro qué los une y qué no, y el corazón de la relación fue siempre sólido como una piedra. El matrimonio es algo que se construye, parecen decir, con las propias reglas de cada pareja. El narrador contemporáneo de Bergareche, en cambio, tiene un solo modelo, que se puede seguir o rechazar, pero no adaptar ni cambiar.

En 1929, Harold y Vita dieron una entrevista conjunta en la BBC. En un momento Harold le pregunta a Vita: “¿Estás de acuerdo en que un matrimonio exitoso es lo mejor que le puede pasar a una persona?” Sí, responde ella. “¿Y que tiene que estar basado en el amor guiado por la inteligencia?” Sí. “¿Y qué una condición esencial es tener valores compartidos?” Sí. “Y debe haber cariño mutuo. No creo en la durabilidad de ningún amor basado en la lástima o los instintos maternales. Tiene que haber respeto”. Vita: “Estoy de acuerdo. La pareja del cavernícola y la chiquita dulce ya no va más”. Un pequeño manual para quien pueda servirle.

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Hernán Iglesias Illa

Editor general de Seúl. Autor de Golden Boys (2007) y American Sarmiento (2013), entre otros libros.

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