El otro día vi por TN el discurso de Cristina en el balcón, minutos después de que la Corte confirmara su condena. El camarógrafo había quedado apretado entre los fieles cristinistas, por lo que se oía poco del discurso y mucho de la gente. Una mujer, en la primera pausa, gritó: “¡Magnetto, la concha de tu madre!”. Todos se rieron, la actriz en el balcón hizo una pausa y respondió: “Amén”.
Fue la primera señal de que estábamos viviendo un día que parecía arrancado de 2025 y transportado a 2012 o 2013, a aquel auge de los patios militantes en Casa Rosada, el “poder económico concentrado”, la obsesión con Macri, la obsesión con Clarín, la manía persecutoria. Todo el clima del acto era un déjà vu de años pasados, no mejores, con aquellos veinteañeros ahora cuarentones mirándola desde abajo embelesados y embelesadas, recibiendo en éxtasis, a pesar de la mala noticia, el evangelio del púlpito.
En los últimos meses Cristina había sido una de los pocos dirigentes peronistas que llamaba a repensar cosas, a decir “con el empleo público nos fuimos de mambo” o “el Estado tiene que ser grande pero también eficaz”. Con esto de la Corte volvió a su lugar más cómodo y se llevó con ella a su gente, que venía confundida por el éxito de Milei y la interna con Kicillof y ahora podía por un ratito volver a hacer full cristinismo eufórico: nos persiguen por lo que hicimos bien, todos los malos son amigos entre sí y enemigos nuestros, esta democracia es una farsa al servicio de los poderosos. “Cristina Cristina, Cristina corazón acá tenés los pibes para la liberación”, cantaban, como en 2014, a pesar de que ya no eran tan pibes y la liberación se les volvió un género literario.
Era tan un viaje al pasado que casi no se nombró a Milei: Macri y Magnetto volvían a ser los villanos, como en las buenas épocas.
Era tan un viaje al pasado que casi no se nombró a Milei: Macri y Magnetto volvían a ser los villanos, como en las buenas épocas. La vieja grieta de toda la vida, en la que el kirchnerismo siempre se sintió cómodo, porque tenía una idea nítida de lo que odiaba: el neoliberalismo, la derecha, la justicia, los medios concentrados. El viaje al pasado, a la Argentina pre-Milei, se confirmó a la noche, en los comentarios de los analistas: los anti-K disfrutaban de volver a estar contra Cristina, sin tener que decidir qué les parece Milei, y hasta volvió Corea del Centro, sobre todo con el argumento de la “doble vara”: cómo puede ser que Cristina vaya presa y a otros (Macri) ni siquiera se los investigue. Con Milei, Corea del Centro había desaparecido: sus mayores exponentes se habían vuelto full opositores, abandonando su intención de encontrar el equilibrio entre los extremos. Entre Macri y Cristina, la única posición virtuosa era el centro, decían. Con Milei, en cambio, el centro es una posición cómplice e inmoral. Nos han corrido la cancha simbólica.
Otra cosa que pasó a la noche es que jugó la selección contra Colombia en el Monumental y uno pudo ver que había al menos 80.000 personas a las que les preocupaba bastante poco lo que había pasado en la calle Talcahuano o en la calle Matheu. Una parte de todo esto igual me lo perdí porque a esa hora fui a un curso para aprender a hacer empanadas salteñas, lo más parecido a una salida romántica que tenemos con mi mujer, y ninguno de los asistentes hizo ningún comentario sobre la noticia del día. Pero no porque parecieran estar guardándoselo, por timidez o miedo a decir lo incorrecto, sino porque parecían en otro planeta. Mientras yo dejaba mis dedos enharinados para chequear memes y chicanas, los demás (las demás, casi todas mujeres) charloteaban, se reían, pifiaban los repulgues, revolvían bechameles. A la vuelta le comenté esto a mi mujer y me dijo: “Ah, ¿la condenaron?”
A quién no le pasó
La opinión a la que quiero llegar con estas impresiones es que veo improbable una movilización popular o un estado de alerta de las masas ante la prisión domiciliaria de Cristina. Pasa el tiempo para todos: la “política argentina más importante de la historia” estará presa y con liderazgo menguante ante, intuyo, la indiferencia general; y el que se creía un aspirante a escritor rebelde y viajero ahora hace cursos para hacer empanadas. A quién no le pasó.
Hasta el otro día dudaba de si no era mejor para el país que la Corte demorara la decisión y Cristina compitiera y perdiera en las elecciones de septiembre en la tercera sección. Derrotada en la cancha, pensaba, su antorcha se apagaría sin excusas, y eso a su vez permitiría la renovación hacia un peronismo menos terraplanista en lo económico y más conviviente en lo político. Temía, al mismo tiempo, que la condena (¡la proscripción!) la victimizara y le creara un halo sagrado al que peregrinarían millones hasta el fin de los tiempos.
No sé si 24 horas son suficientes para cambiar de opinión, pero no veo que haya ocurrido un terremoto político por fuera de los tres puntitos de rating que miramos los canales de noticias y los otros locos que nos sacamos el cuero en tuiter. Además, la actitud sana en estas cosas es: que la Corte haga lo que tenga que hacer, mirando el expediente bien de cerca, sin especular políticamente, basta de analizar todo en términos políticos. En ese sentido creo que la Corte cumplió: sus argumentos parecen sólidos (gente en la que confío dice que lo son) y las críticas de kirchneristas y “doblevaristas” van por lados que no tienen nada que ver con el contenido de la sentencia.
Porque además hay otra cosa con el análisis político que mira todo buscando ganadores y perdedores o descifrando indicios de conspiraciones: banaliza la corrupción. Voy a decir algo extremadamente polémico y pido perdón por adelantado a mis lectores.
Robar está mal.
Que robar está mal debería quedar fuera de toda duda y bien adentro de los análisis, porque si no parece que el problema no es afanar sino que te descubran o que hay niveles tolerables de corrupción o que peor es que gobierne la derecha. Queda grasa decirlo, porque los intelectuales prefieren enfocarse en otras cosas (te dicen “honestista”), pero la corrupción es un problema grave y en la Argentina hemos tenido mucha corrupción. Muchas veces asociada al peronismo pero incrustada también otros niveles de la sociedad, incluido el sector privado. Eso es algo que hay que combatir, perdón que me ponga serio, pero la corrupción perjudica a los de más abajo, a los que vienen de afuera, a los que no tienen un primo o un cuñado o un comisario amigo. Cuando era chico íbamos con mi viejo a sacar el pasaporte a la sede de la Policía Federal en Avenida Belgrano y a mí me hacía sentir importante que nos dejaran pasar a una sala VIP más rápida. Después se me iba el fanfarroneo al piso cuando veía que la cola en la sala VIP era casi igual de larga que la de los que no tenían un amigo de un amigo comisario. Cuando todos tienen acomodo, nadie lo tiene.
La condena a Cristina, anunciada secamente, sin aspavientos, más como un deber que como un trofeo, como quien anuncia una resolución cualquiera, hará bien. Nos hará bien. Robar está mal. Cristina seguirá despotricando porque es su personalidad pero también porque empezará a sentir lo peor que le puede pasar a alguien como ella: empezará a sentir que quizás la Historia no la juzgará tan benévolamente.
La seguimos el próximo jueves.
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