Partes del aire

#106 | Abundancia para todos

Una propuesta interesante para revivir al Partido Demócrata en Estados Unidos. Y que no le vendría mal al peronismo.

Uno de los debates más interesantes de este año en Estados Unidos es el que se generó alrededor del libro Abundance , de los periodistas Ezra Klein y Derek Thompson. Por cómo se fueron acomodando las reacciones de los distintos bandos del Partido Demócrata, me hizo acordar al debate que tienen pendiente en Argentina el peronismo y su usina intelectual, el progresismo.

El argumento principal de Klein y Thompson es que el progresismo estadounidense, representado por el Partido Demócrata, se ha transformado en una máquina de impedir. Más enfocados en los derechos y en el cuidado, los progresistas llevan medio siglo poniendo mucha energía en bloquear cosas que les parecen malas, como los rascacielos y gasoductos, que en ofrecer su propia visión de cosas buenas. Esto, dicen, ha llevado a una galleta enloquecedora de regulaciones (ambientales, urbanísticas, energéticas) que han vuelto imposible construir nada ni desde el Estado ni desde el sector privado.

El mejor ejemplo del libro es el del tren bala entre Los Angeles y San Francisco, que se empezó a construir en 2008 con la idea de inaugurarlo en 2020 y ahora está semiparalizado, sin fecha de inauguración a la vista, después de triplicar su costo a más de 110.000 millones de dólares. El informe de impacto ambiental lleva más de una década y no está terminado. Las propias energías limpias, histórico caballito de batalla progresista, protestan los autores, hoy se han vuelto casi imposibles de construir por la enorme cantidad de permisos, trámites, juicios y obstáculos.

Klein y Thompson dicen que esto es un problema para Estados Unidos, sobre todo en su competencia con China, que construye trenes bala sin pedirle permiso a nadie, pero también para las ideas progresistas, porque quedaron presas de un espíritu de resistencia que puede servir para, digamos, oponerse a Trump pero no necesariamente para ganar elecciones. Iniciativas bienintencionadas como la preocupación por el cambio climático o la protección de barrios donde viven minorías fueron deformadas después por una montaña de trámites e intereses que volvieron imposible la construcción de infraestructura o de vivienda u otros bienes públicos valorados por la gente.

Los autores les reclaman a los demócratas salir de esta parálisis: abrazar un “progresismo de oferta”, es decir, un progresismo reconciliado con la creación de bienes públicos a través de la inversión y la creación de riqueza. O, como la llaman ellos, una “agenda de la abundancia”: abandonar la mentalidad de escasez, de conformarse con desacelerar al capitalismo, para transformarse en impulsores de un capitalismo mejor, más humano, más justo, pero siempre mirando desde el lado de la abundancia.

En un Partido Demócrata que todavía está haciendo el duelo por la derrota de noviembre pasado y no termina de entender qué pasó, el libro tuvo un gran impacto. Lo recibieron bien y lo levantaron figuras más moderadas, como el congresista en ascenso Ritchie Torres, que vienen lamentando el corrimiento del partido hacia el wokismo y posiciones a su juicio radicalizadas. Pero fue rechazado por la corriente más de izquierda, que acusa al libro de ofrecer apenas el mismo neoliberalismo clintoniano de siempre pero con otra ropa. Los más “socialistas” acusan a los moderados de haber vendido el partido a Wall Street, los moderados acusan a los “socialistas” de impulsar una agenda ideológica que es impopular y lleva a la derrota electoral. En cualquier caso, las encuestas parecen estar dándoles la razón a los más de izquierda: preguntados sobre si coinciden con el argumento populista (tenemos problemas porque los poderosos están entongados) o con el de la abundancia (tenemos problemas porque hay cuellos de botella que que hacen imposible construir infraestructura), el 59% prefirió el populismo y sólo el 17% se inclinó por el de la abundancia.

Como soy moderado y pro-capitalista, siento simpatía por el argumento de Thompson y, sobre todo, por el apostolado de Klein, un periodista que sigo desde que era apenas un bloguero en su casa hace 20 años. Es mucho más progre que yo, que ya no soy progre (si alguna vez lo fui), pero es honesto, inteligente, no sobreactúa y mira los problemas de cerca. Un defecto de la izquierda reciente no fue sólo su conversión religiosa woke, que la alejó de los temas económicos y de una visión universalista sobre la condición humana, sino también este espíritu de resistencia al cambio, a la tecnología y a cualquier tipo de innovación. Klein y Thompson son abiertamente pro-tecnología: la inteligencia artificial, por ejemplo, llegará, hagamos lo necesario, dicen, no para desacelerarla o frenarla o cortarle las alas sino para aprovecharla para el mayor bien posible lo mejor repartido posible.

Escasez peronista

En estos meses, mientras seguía este debate, no podía evitar pensar también en el progresismo argentino y su más reciente brazo político, el kirchnerismo, que también lleva décadas eligiendo el reparto de escasez por encima de la creación de abundancia.

Como los demócratas durante las presidencias de Trump, la oposición argentina, incluido el peronismo, está en modo resistencia, apostando al fracaso del gobierno de Milei e intentando evitar preguntas incómodas sobre por qué perdió las elecciones. Hay denuncias y deditos levantados, algunos con razón, pero no aparece un plan alternativo ni una visión de futuro. No es un problema nuevo para el kirchnerismo, que nunca tuvo un modelo de crecimiento económico sostenible. Mucho menos después de poner el cepo en 2011, cuando entró en fase resistencia pero esta vez desde el gobierno.

En Estados Unidos, los grandes estados demócratas, como California y Nueva York, vienen perdiendo habitantes y empresas porque la vivienda está carísima y las regulaciones y los impuestos pueden ser insoportables. Muchos de esos habitantes los reciben estados republicanos, como Texas y Florida, donde construir y emprender es más fácil y, por lo tanto, las casas son más baratas y los negocios, más rentables. En Argentina este tipo de migración interna es menos frecuente, pero por primera vez el Gobierno está haciendo competir fiscalmente a las provincias. Veremos si tiene éxito, pero lo que quería decir con esto es que transformarse en una máquina de impedir es un fracaso para cualquier partido político, no sólo a nivel nacional. Los demócratas, como los peronistas, han sido siempre el partido que cree en el Estado y defiende al Estado. Pero, también como los peronistas, han puesto menos énfasis en hacer funcionar bien a ese Estado.

Klein y Thompson escribieron su libro como una advertencia y un llamado a la acción para la gente de su partido: si no les decimos a los votantes que podemos solucionar problemas, no vamos a ganar nunca más. En el peronismo y sus alrededores esta discusión aún está en estado embrionario, si es que existe. Think tanks como Fundar a veces publican reportes novedosos para el ámbito progresista, pero todavía están lejos de la política, donde el conflicto principal es entre Cristina, que gobernó con una mirada de escasez pero ahora cada tanto se le prende la lamparita, y Axel Kicillof, la definición misma del desdén por la abundancia.

Algo curioso del argumento de Klein y Thompson es que Donald Trump, dicen, tampoco tiene una mirada de abundancia. Su ataque al Estado estuvo mal dirigido (mucho foco en ñoquis, poco en desregulaciones) y ya produjo la eyección de Elon Musk. Su política comercial es de suma cero, como la de los peronistas: importar un tornillo es una derrota. Si los republicanos también abandonan la agenda de la abundancia, entonces quizás haya un espacio para esta nueva visión de los demócratas moderados. Se le cumpliría el sueño al amigo Ezra.

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Hernán Iglesias Illa

Editor general de Seúl. Autor de Golden Boys (2007) y American Sarmiento (2013), entre otros libros.

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