Shirley MacLaine, chocha en Los Angeles a la vuelta de su viaje a China
Partes del aire

#103 | Te está mintiendo, Shirley

Deng Xiaoping le para el carro a una ganadora del Oscar.

No ignoro que el domingo hubo elecciones y que el PRO, el partido donde trabajé una década y del cual todavía soy hincha, se comió un sopapo importante. Pero de eso voy a escribir el domingo. Intento proteger esta cartita del análisis político y mantenerla como una conversación entre dos, en la que tiramos de un hilo y vamos viendo hacia dónde nos lleva.

El hilo de hoy arranca la semana pasada, en una madrugada de inmersión en Wikipedia, con una entrada sobre el viaje a China que hizo en 1973 un grupo de mujeres estadounidenses liderado por Shirley MacLaine, que ya era una actriz famosa y comprometida . Estuvieron tres semanas visitando fábricas, escuelas y hospitales, el campo y la ciudad. China recién empezaba a abrirse, después de 25 años cerrada, pero seguía bajo la Revolución Cultural de Mao, una purga “anti-burguesa” demencial, de masacres y ejecuciones, en la que murieron millones, se cerraron las universidades y mandaron a los profesores a trabajar al campo para curarles su “derechismo”.

Cuando volvieron a Estados Unidos, MacLaine y Claudia Weill, también parte de la comitiva, estrenaron un documental llamado The Other Half of the Sky, donde mostraban la vida en China con admiración y entusiasmo y daban lecciones para imitar por las sociedades capitalistas. A pesar de su insólita simpatía por el maoísmo y las evidentes restricciones para ir a lugares no autorizados, el documental fue nominado a un Oscar.

A pesar de su insólita simpatía por el maoísmo y las evidentes restricciones para ir a lugares no autorizados, el documental fue nominado a un Oscar.

Como sigo leyendo, mientras empiezo y termino otros libros, la monumental biografía de Frank Vogel sobre Deng Xiaoping que me recomendó un usuario anónimo de Twitter, el viaje de Shirley MacLaine me recordó dos cosas. La primera es una escena unos años posterior, contada por Vogel y aparentemente verídica. En enero de 1979, Deng viaja por primera vez a Washington como jefe de Estado. Ya ha muerto Mao y China está iniciando su impresionante transformación económica. Lo recibe Jimmy Carter, le hacen homenajes, le organizan banquetes. En uno de estos banquetes, en la Casa Blanca, Deng está comiendo en su mesa cuando se le acerca Shirley MacLaine, que quiere compartir sus experiencias sobre China. Le cuenta sobre un intelectual chino amigo suyo que, dice, aprendió valiosas lecciones de vida cuando lo mandaron a plantar tomates al campo. Deng, que tiene poca paciencia, la interrumpe: “Te estaba mintiendo”. Y pasa a contarle lo horrible que había sido la Revolución Cultural, para él y para los millones ejecutados, masacrados y defenestrados. La corta en seco, sin falsa cortesía y sin intimidarse ante el glamour, sin simpatía a la frivolidad y la ingenuidad política.

La otra cosa que me recordó es que cuando aquellas mujeres (feministas, activistas, artistas) visitaron China, Deng estaba en sus años de exilio interior en Xinjiang, casi 3000 kilómetros al oeste de Beijing, cerca de la frontera con Kazajstán. Ahí lo había mandado Mao después de acusarlo de “seguir el camino capitalista”, a pesar de que era uno de sus funcionarios más respetados, y ahí estuvo más de cuatro años trabajando como operario en una fábrica de tractores.

Deng, que luego sería el gran transformador de la China moderna, pasó esos años tranquilo, rodeado de su mujer y su hijo cuadripléjico. Un tipo más pragmático que dogmático, comunista de la primera hora pero cansado de la campañas ideológicas de Mao, Deng dedicó el exilio interno a pensar reformas, estudiar los temas, esperar su momento, sin dejarse comer por la venganza, a pesar de que su hijo estaba en silla de ruedas porque los médicos del hospital no se animaron a atenderlo, temiendo represalias, sabiendo que Deng había caído en desgracia. Un día les preguntó a sus compañeros de fábrica si alguno tenía una radio para reparar, porque su hijo se daba maña con las radios, y un compañero le respondió que ningún obrero ganaba lo suficiente como para comprarse una radio. Cuando volvió a su le contó la charla a su familia: “Me estruja el corazón darme cuenta de que después de 20 años de socialismo una familia trabajadora todavía no puede comprarse una radio”.

Con esto quiero decir que cuando Shirley MacLaine y sus compañeras paseaban en China, llevadas y traídas por los censores oficiales, Deng Xiaoping y cientos de miles de dirigentes, artistas e intelectuales estaban siendo torturados, ejecutados o desterrados, quizás a metros de donde estaban ellas. El clima en Beijing era irrespirable, por el miedo y la desconfianza. Cualquiera podía ser etiquetado como “derechista” de un día para el otro. Todo saber técnico o solución pragmática podía ser acusada de “burguesa”. Esto frenó la ciencia, la investigación, cualquier debate. Cuando finalmente murió Mao y ganaron los moderados la interna por la sucesión, China estaba atrasada varias décadas en casi cualquier medida de progreso económico o tecnológico, pero Shirley se lo perdió o no lo quiso ver.

El libro de Vogel es una sucesión de comités, discursos, plenarios y actualizaciones doctrinarias. Avanza frenético y cuenta todo con mucho detalle. Para contar los años de Deng en Xinjian, sin embargo, se toma un descanso, el libro frena y nos permite conocer mejor a este tipo bajito, ambicioso, gruñón, que alejado del poder vive austeramente y rutinariamente con su mujer y dos de sus hijos. Me hicieron acordar, estas escenas, al comienzo de López Rega , excelente libro de Marcelo Larraquy, donde se ve a un Perón en camiseta, en el balcón de su hotelito en Panamá, enganchado con Isabelita y escribiéndoles frenéticamente a los amigos para que le manden guita. Larraquy no se apura para sacarlo a Perón de Panamá: nos lo muestra pasando el tiempo, sin mucho para hacer, menos desesperado por haber perdido el poder que por su subsistencia inmediata, rodeado ya del circo triste (Isabelita y López Rega) que lo acompañaría hasta su último día.

El festejo posterior se tuvo que suspender porque un grupúsculo guerrillero había puesto una bomba en la casa de Perón, el amigo de su padre que los había invitado a almorzar.

Esta imagen de Perón en Panamá me hizo acordar a su vez a Rolando González-Bunster, un argentino que conocí en Nueva York y me contó que había tomado la primera comunión en Caracas, en mayo de 1957, y que el festejo posterior se tuvo que suspender porque un grupúsculo guerrillero había puesto una bomba en la casa de Perón, el amigo de su padre que los había invitado a almorzar. El padre de Rolando era Luis González Torrado, un empresario peronista, cercano a Jorge Antonio, que se había escapado de Argentina después de la Revolución Libertadora. González Bunster creció después en República Dominicana y Estados Unidos, estudió en la Universidad de Georgetown, donde fue compañero de cuarto de Bill Clinton (todavía es director de su fundación) y se transformó en un importante empresario eléctrico de República Dominicana. Acá lo podés ver contando su historia.

La última vez que lo vi fue en el estacionamiento del estadio de los Giants, en Nueva Jersey, dos horas antes de un amistoso Argentina-Brasil que ganamos 4-3. González Bunster y sus hijos participaban de la hermosa y muy gringa ceremonia del tailgating , tomada del fútbol americano, que consiste en llegar muy temprano a los partidos, hacer un asadito en el estacionamiento, tomar unas birras, poner música al mango. Esa tarde había miles de argentinos y brasileños morfando, chupando y bailando, una camioneta al lado de la otra, pelotas yendo y viniendo. Un espectáculo sensacional, gringo y latinoamericano al mismo tiempo. Yo había ido a cubrir el partido para La Nación , como segundo cronista, en apoyo al que habían mandado desde Buenos Aires. Les imploré a los editores escribir una nota sobre el tailgating, pero no me dieron bola. Al menos me pude consolar con los tres goles de Messi, sobre todo el último, inolvidable, uno de los más espectaculares de su carrera.

Paro acá. Shirley MacLaine, que todavía vive, después ganó su Oscar, Deng Xiaoping diseño el capitalismo autoritario que China mantiene casi medio siglo después, Juan Perón todos sabemos y Leo Messi también. Gracias por leer. Hasta el jueves que viene.

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Hernán Iglesias Illa

Editor general de Seúl. Autor de Golden Boys (2007) y American Sarmiento (2013), entre otros libros.

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