La aventura interior

#1 | Escritores a las piñas

El sueño de Borges y el rostro de acero de Ernest Hemingway.

¡Buenas! El origen de este newsletter es el apego a la cultura argentina y, por lo tanto, a la regional, transnacional, continental, planetaria. La inspiración –involuntaria– es el espíritu jocoso e idiosincrático de la revista Martín Fierro (1924-1927), su estilo informal, afectivo, oral. Queremos ser un newsletter, como decía Sebreli de Martín Fierro, de metáforas y exclamaciones. Tenemos muchas secciones pensadas, hoy empezamos con tres: «Esprit d’escalier», «Tumbas vecinas» y «Escritores out of context».

Esprit d’escalier

Esprit d’escalier es una expresión francesa que en español podría traducirse por: “¿Cómo no se me ocurrió antes?” Describe el estado mental de quien se ilumina con la réplica perfecta cuando ya es demasiado tarde. Es el síndrome incómodo de no haber tenido la palabra precisa en el momento justo, y, como nada es más doloroso que el ingenio cuando se demora, en La aventura interior siempre estamos a tiempo de dar la estocada final y quedarnos con la última palabra. Hoy hablamos con el mexicano Rafael Toriz, antropólogo tropical, curador y amante del bolero.

–¿Conocés la expresión?
–Pues fíjate que no la conocía, pero qué chingón.
–¿Te pasó alguna vez?
–¡Miles!
–¿Te acordás de alguna?

Mientras revisa su memoria, reflexiona sobre el ingenio anacrónico y comenta: “El rescoldo de todo fuego son unas cenizas que no te sirven, cuando se han apagado las brasas, más que para pintarte la cara”. Y se alumbra con el recuerdo de una ocasión argentina:

–Pues resulta que venía yo de una parrilla, y sabía yo que estaba Beatriz Sarlo dando una conferencia sobre no sé qué en el Centro Cultural de la Ciencia. Me acuerdo que llegué con unos vinos encima y la escuché, la escuché, la escuché. Y de repente quise hacer unas preguntas capciosas, con doble vuelta, con jiribilla, diríamos en mexicano, y me sorprendió porque la señora adivinó mis intenciones no del todo bondadosas, y me acuerdo bien porque sacó la ficha de lo que yo le estaba diciendo. No reconoció al autor del que le hablaba, pero sí su forma de escribir y la escuela a la que adscribía (era Simon Leys, el intelectual belga australiano que quedó fuera de la universidad francesa por oponerse a Mao y al régimen cubano en los ‘70). Me pareció muy interesante, hablando de este maldito síndrome de la escalera, porque yo quería contestarle algo a la señora, pero la verdad es que me dejó sin palabras, y me sentí muy bien por un momento de no tener nada que decir, de tener muchas ganas de hacerlo y darme cuenta de que había dado con la horma de mi zapato. Fue un placer ver eso: una inteligencia chispeante, con la cabeza perfectamente amueblada, que me hizo ver que el esprit d’escalier es también un síndrome que se puede llevar con dignidad, aunque nunca llegue su anacronismo, ni su elegancia inesperada.

Tumbas vecinas

Porque el chisme nunca está muerto, «Tumbas vecinas» es una conversación que sigue desde el más allá. Anécdotas jugosas, primicias en secreto, recuerdos falsos para memorias verdaderas: acá escucharán el runrún de la vida cultural y sus miserias. En el preludio de este invierno austral, los rumores pican como los nuevos mosquitos: aturden pero no dejan roncha.

Caída en desgracia. Se dice que un conocido empresario de la noche porteña –ex joven de perfil alto y exquisito cosmopolita– podría ser un auténtico estafador, la versión nacional más reciente del viejo cuento del esquema Ponzi. Las chicas de Recoleta harán bien en desconfiar de sus intenciones: si te invita a un programa glamoroso, quizá no sea más que para darse una fachada de credibilidad. En el último año, cosechó relaciones calurosas con periodistas serias y alguna que otra novelista mature; cultivar amigos flashy es un requisito clave para cualquier aspirante a fraude piramidal. Dicen que una carta documento habría llegado a casa de sus padres. En una Argentina trabada, que te obliga al negro y a los favores de una mula bien vestida, era un candidato perfecto. Si alguna vez te prestó su depto en la rue de la Pompe, es probable que tengas un marido rico y en peligro, salvo que sea un poco artista, bastante piola, y le divierta que tengas, por lo menos, un amigo bandido.

En pleno apogeo. Se sabe que una importante personalidad de la cultura mexicana habría sido acusada de maltratos laborales. Sus pobres y hasta ahora silenciosos subordinados lamentarán no haber podido verla salir por la puerta de atrás, habiendo pagado por sus pecados. Salvada, en cambio, por la gracia del antisemitismo internacional, la suerte (y otros emisarios de la injusticia) quiso que, en lugar de enfrentar sus delitos, partiera becada a una prestigiosa universidad neoyorquina; un destino de lo más acertado, donde quizá encuentre acampes lo suficientemente violentos como para hacerla sentir en casa.

Aires de grandeza. Un laureado dibujante de nuestro suelo patrio emigra a Estados Unidos. Instalado en un pueblito a cuatro horas de una gran ciudad, descubre que hay, además de él, otro argentino. Al cruzarse por la calle una tercera vez, ambos compatriotas se saludan. El dibujante, humilde en su fama, baja la cabeza, y con un gesto resignado que imposta una modestia infinita, se presenta como quien dice: “Soy el Diego”. El otro argentino lo mira desconcertado. Se nota que es la primera vez que escucha el nombre. “¡El de los dibujitos!”, aclara el dibujante, convencido de que esa pista hará que el otro por fin lo reconozca. “Disculpame –fue la respuesta que recibió–, me fui como hace veinte años, ni idea, pero seguramente seas muy conocido”.

Viejas costumbres. Cuentan que un reconocido promotor del arte argentino (cuya predilección por un color en las obras que adquiere es bien sabida) adopta un modo pícaro a la hora de pedir, con el objetivo de cerrar un trato, incómodos y específicos favores sexuales a los jóvenes pintores que le abren las puertas de sus talleres. Se ve que, en estas épocas de escasez, las viejas costumbres no escasean. Como decía Oscar Wilde: “En la vida todo se trata de sexo, salvo el sexo, que se trata de poder”.

Escritores out of context

Sacar a un escritor de contexto es una excelente manera de intimar con él sin que se dé cuenta. Por eso, en esta sección nos divertimos armando colecciones de autores célebres a partir de premisas caprichosas. Un modo transversal de reunirlos por fuera del tiempo, de la ideología y del espacio: la convivencia impensada de grandes almas. La premisa de hoy: ESCRITORES QUE SE AGARRARON A PIÑAS.

Hemingway vs. Stevens. En 1936, Hemingway estaba en su casa de Key West, en Florida, cuando escuchó a su hermana Ura volver llorando de la casa del poeta Wallace Stevens, que al parecer le había hablado horrores de su hermano mayor. Su reacción fue inmediata: ir a la casa de Stevens, al que encontró maldiciéndolo en la puerta, y encajarle un buen par de trompadas hasta tirarlo al piso. El poeta se levantó y le clavó un cross en la mandíbula. Lamentablemente, la cara de Hemingway quedó intacta, pero la mano de Stevens se fracturó en dos lugares. Cuando hicieron las paces al día siguiente (Ura se pasó toda la noche llorando por miedo a que Stevens amaneciera muerto) acordaron inventar una historia para salvar el honor del vencido. Ernest tenía 37 años y Wallace, 66.

Borges vs. Rest. En 1974, Borges tiene un sueño. Cuando se levanta, alarmado, piensa en llamar por teléfono al crítico Jaime Rest para disculparse por haberlo agarrado a trompadas en su inconsciente, por haberle pegado como un demente hasta dejarlo convertido en una masa deforme de sangre. Se da cuenta, tubo en mano, de que no es una gran idea. Llama, entonces, a Bioy.

Valle-Inclán vs. Bueno. El escritor español Ramón del Valle-Inclán, conocido por su ingenio y su disposición al duelo verbal, solía pasar horas de tertulia en el Café de la Montaña de la Puerta del Sol. Una tarde del verano de 1899, en medio de una acalorada discusión con Manuel Bueno, otro escritor de la época, sucedió lo impensado: un punto álgido, en el que Bueno le propinó a su contrincante un golpe de bastón. Ni lerdo ni perezoso, Valle-Inclán levantó su antebrazo izquierdo a modo de escudo, con tal mala suerte que el bastonazo le incrustó un botón de la camisa en la piel, herida que, al infectarse, derivó en la amputación de su brazo izquierdo. La buena suerte es que siguieron siendo amigos; el manco, a quien desde entonces compararon con Cervantes, no conocía el rencor. Al reconciliarse, le dijo a Bueno: “No te preocupes, que el brazo de escribir es el derecho”.

Vargas Llosa vs. García Márquez. Fue en una sala de cine. Gabo estaba sentado cuando vio entrar a Mario y se paró a recibir a su amigo con los brazos abiertos. Pero no; Mario estaba furioso. Dicen que gritó sacado como Verónica Castro en un clímax del despecho: “¡¿Cómo te atreves a saludarme después de lo que hiciste con Patricia en Barcelona?!”, y que le hundió el puño en el ojo. Nunca más fueron amigos, aunque tiempo después fueran a recordarse como algo más que simples examigos, esos que la distancia convierte en errores, en nombres vacíos o en destellos diminutos de una época. Porque no es lo mismo bloquear que sentir el peso del remordimiento al responder cuando te preguntan si perdiste a un amigo alguna vez: “Sí, a uno”.

De Francisco Garamona, poeta apasionado y mente singular que sin dudas tendrá varias peleas memorables en su haber, nos toca, desgraciadamente, denunciar la golpiza que recibió el último día de la Feria del Libro 2024. Una conducta inadmisible por parte de los agentes de seguridad de la Feria, que al parecer actuaron motu proprio al reprimir el canto político espontáneo del que participaba el célebre editor de Mansalva.

¡La seguimos dentro de dos semanas!

 

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