Partes del aire

#75 | Un clóset, una boleta y un accidente

Tres temas de la semana, mientras la tele acelera y no informa.

Uno. Los costos de salir del clóset.

El lunes Scientific American, una de las principales revistas científicas de Estados Unidos, pidió a sus lectores que voten por Kamala Harris en las elecciones de dentro de 50 días. “Por el apoyo a la ciencia, la salud y el ambiente”, tituló la revista, que durante 175 años no había expresado preferencias por ningún candidato pero en 2020 pidió el voto por Joe Biden y ahora lo hace por Harris. Esto es parte de una doble tendencia reciente en Estados Unidos, donde instituciones históricamente neutrales han decidido salir del clóset político y, casi siempre, para apoyar a candidatos demócratas, argumentando que Donald Trump es un riesgo para la democracia. Creo que están en su derecho, cada uno es libre de decir a quién apoya, pero tienen que saber que salir de la neutralidad tiene costos.

El año pasado un economista llamado Floyd Jiuyun Zhang hizo un experimento donde le mostró a un grupo de personas los apoyos políticos de Nature, otra revista científica, y después les pidió que juzgaran la credibilidad de su información sobre el COVID. Encontró que el pedido de voto de Nature por Biden produjo una “gran reducción” de la confianza en la revista entre los simpatizantes de Trump y, más en general, una caída importante de su confianza en la ciencia y los científicos. Entre los simpatizantes de Biden, el experimento mostró efectos positivos pero “estadísticamente insignificantes”.

Me parecieron interesantes los resultados porque en Argentina varias organizaciones científicas y universitarias vienen mostrando sus preferencias políticas (casi siempre en contra de los rivales del peronismo) y ahora se encuentran con un Gobierno que no les cree nada ni siente empatía cuando le reclaman más apoyo o presupuesto. Siguiendo los resultados del paper, que son de sentido común, uno podría decir que el CONICET, algunas facultades la UBA y otras universidades nacionales se compraron solos la crisis de credibilidad social en la que están metidos: al expresar tan claramente sus preferencias, sobre todo a la hora de designar enemigos y “peligros para la democracia”, redujeron su credibilidad entre los simpatizantes de Milei ahora o de Cambiemos antes. Con esa credibilidad dañada, sus discursos sobre lo importante que son para el país tienen menos impacto que antes. Y, curiosamente, facilitan la tarea de un Gobierno que no tiene claro qué hacer con el CONICET o las universidades pero seguro no se dejará amedrentar por las quejas de quienes eligieron voluntariamente salir del clóset político y tomar partido en público en contra de Milei.

Lo mismo le pasa al mundo del cine y al INCAA, que se perjudica a sí mismo cuando adquiere una posición militante en temas que exceden las cuestiones del sector. Al demonizar a Milei (o, antes, a Macri), pierden credibilidad y buena voluntad con los votantes de Milei, que son un montón de personas. Al definirse ellos mismos como parte de una facción política, y no como un sector con valor transversal a toda la sociedad, se perjudican a sí mismos y, otra vez, facilitan la tarea de quienes, a falta de un mejor plan, se los quieren llevar puestos. Insisto: cada organización tiene la libertad de expresarse políticamente como mejor le parezca, pero esa libertad, como cualquier libertad, tiene costos. Cuando uno decide lo primero, debe aceptar lo segundo. Atacar como militante y defenderse como neutral no sólo es éticamente dudoso. Aparentemente tampoco funciona.

Dos. Boleta única mata veto.

Otro tema del que quería hablar hoy, pero del que sospecho sólo voy a rascar la superficie, es de la locura de la agenda de la actualidad política, que los diarios intentan seguir pero siempre un poco con la lengua afuera. La TV, en cambio, es parte del remolino: recibe un estímulo de la política, lo multiplica por diez y se lo devuelve a la política. Un caso de estas semanas es el asado de Milei con los diputados que sostuvieron el veto la semana pasada: una noticia normal, el asado político de toda la vida (hace décadas que el peronismo se manda señales a través de asados), transformada en torbellino. Muchos de los que criticaban el asado, es cierto, también habían criticado el veto y el sostenimiento del veto, o sea que en su enjundia (“cómo pueden festejar haberles quitado el pan de la boca a los jubilados”) había algo más que el mero asado. Y está bien: la política también es eso, exagerar y patalear un poco de más para lograr un efecto.

Aclaro, aunque nadie me preguntó, que el veto me pareció bien. La reforma jubilatoria del Congreso proponía un aumento ahora y, mucho más importante, una nueva fórmula de actualización para reemplazar a la desastrosa fórmula sancionada por el peronismo en 2020. Los efectos fiscales de la nueva fórmula no estaban del todo claros, no habían sido parte de la conversación (no la mencionaban ni sus defensores) y suponían un compromiso de varios años para las cuentas públicas que, en mi opinión, los opositores deberían negociar o consensuar con los gobiernos. Es lógico que el oficialismo participe de estas grandes decisiones de gasto intertemporal, con efectos de largo plazo. Nunca pasó lo contrario. O pasó una vez, en 2010, con la Ley del 82% móvil, más impagable que la de ahora, que Cristina (autora de mil otras macanas con el sistema jubilatorio) vetó también correctamente: unpopular opinion.

Tanto aquel proyecto como el de ahora fueron falta envidos de oposiciones mayoritarias a Ejecutivos minoritarios cuyo objetivo primario era esmerilar políticamente al Gobierno y el secundario (o equivalente, para ser buenos), ayudar a solucionar un problema concreto. El que niegue este doble objetivo no está siendo honesto. Macri vetó dos leyes: una “anti-despidos” en 2016 y otra “anti-tarifazos”, en 2018. Las dos aprobadas en sintonía con el clima del momento, con las preguntas de los movileros en Constitución, con lo que decía Bonelli en la TV. Las dos apuntadas a debilitar políticamente al gobierno. Correctamente vetadas ambas, ante una indignación opositora similar a la de estos días por el veto jubilatorio. Y olvidadas días después. (El caso de las jubilaciones será distinto porque todavía queda pendiente una nueva ley de actualización de haberes).

Dado todo esto, era inevitable que las secciones de política de los diarios informaran y comentaran sobre el ida y vuelta parlamentario-jubilatorio. Sin dudas era una naranja con mucho jugo. Lo que se les escapó, en la excitación, especialmente en sus ediciones de sábado y domingo, fue la (para mí) noticia parlamentaria principal de la semana: la sanción en el Senado de la Ley de Boleta Única, que cambiará para siempre nuestra manera de votar, eliminará curros, tongos e intermediarios por todas partes y ha sido un reclamo-apostolado del bando republicano desde hace al menos una década. El tiki-taka jubilatorio (en lo inmediato estaba en juego un aumento del 8%) era más urgente, caliente y River-Boca, pero la Boleta Única será mucho más importante e influyente en la estructura de nuestro sistema político. Algunos columnistas, acostumbrados a que su género periodístico sea medir quién tiene un poquito más o un poquito menos de poder con respecto a la semana anterior, se lo pasaron por alto. En alguna columna futura volverán a criticar a la clase política por pelearse demasiado y no enfocarse en solucionar problemas, sin recordar que cuando eso efectivamente pasa tampoco reciben premio.

Tres. Cuesta abajo.

Ya casi no miro tele a la noche, porque su velocidad me exaspera, el nuevo formato de seis rectangulitos parlantes simultáneos me parece una derrota. A veces miro Odisea Argentina, a veces pongo a Sehinkman en TN en el poco espacio que le queda libre tras el recorte de su horario y el blabla de los pases. Sigo las cosas un poco más de lejos y quizás por eso les pido un esfuerzo más a los diarios, porque me gustaría que fueran ellos los que me dieran el trigo sin la paja. Pero el paquete viene siempre todo junto. ¿Me estoy perdiendo algo? ¿Estoy menos informado? Qué sé yo. Prefiero leer otras cosas: newsletters, recomendaría Noriega.

Pensaba en estas preguntas leyendo el excelente Cuesta abajo (La Bestia Equilátera, 2024), de Juana Libedinsky, el libro que escribió sobre el accidente, las semanas en coma y la dura rehabilitación de su marido Conrado, que sólo de a poquito recupera la conciencia y la movilidad mientras la autora se ocupa de los bajo (trámites) y lo alto (familia), lo urgente (traslados, estudios) y lo sosegado: leer libros, jugar al tenis, pensar sobre libros, pensar sobre tenis. Conrado pierde el control de sus esquíes y se golpea contra una roca en Bariloche tres días después de las PASO de 2019; cuando finalmente parece que puede recuperar algo parecido a su vida anterior, empieza la pandemia. Son meses de una gran intensidad noticiosa, que derramarían sobre cualquier vida cotidiana, pero en el libro apenas aparecen. Libedinsky, periodista, fanática de las noticias, se desenchufa por otras prioridades y no lee ni comenta lo que está pasando.

Ese circo, al que a veces miramos interesados, otras ofuscados, otras deprimidos, pierde valor e importancia un instante después de que la vida nos pone en otro lugar. Es un lugar común decirlo, pero mirando la tele u obsesionado con tuiter (¡guilty!) uno siempre piensa que está en el día más importante de la historia de la Argentina. Rara vez lo es. Y si lo es, será más por una reforma electoral de efectos profundos y de largo plazo que por un veto que, como pasó con el de Cristina o los de Macri, pronto serán olvidados, como ya ha sido olvidada, por citar otro volcán político, la amenaza de Nacho Torres en febrero de dejar al país sin gas y petróleo.

Me quedé con ganas de comentar otras cosas del libro de Libedinsky (¡no es una novela!), que me gustó mucho. Pero ya escribí demasiado. Me despido con un chivo: recomiendo la entrevista en Seúl Radio a Jorge Bustamante, renacentista porteño, financista y escritor, mil vidas en una (YouTubeSpotify). Y con un saludo a los de Scientific American, que arrancaron este newsletter con la 10 en la espalda y se fueron reemplazados antes del entretiempo.

Hasta el jueves que viene.

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Hernán Iglesias Illa

Editor general de Seúl. Autor de Golden Boys (2007) y American Sarmiento (2013), entre otros libros.

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