PATRICIA BRECCIA
Mucho texto

#5 | ¡Ay!, dijo el ratón

Petter Moen estuvo preso durante la ocupación nazi en Noruega y murió cuando naufragó el barco que lo trasladaba a Alemania. Queda su diario escrito en la cárcel, con un clavo y papel higiénico.

Y yo, que empecé a escribir este newsletter para hablar de libros y contar historias sobre escritores, termino cada vez deteniéndome en alguna pavada que aparece en tuiter y me disperso.

No hoy.

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Hay una historia que me atrapó desde la primera vez que la leí; obviamente no recuerdo dónde ni cuándo. No eran más que un par de líneas: una mención a Petter Moen, el tipo que escribió –con un clavo– un diario en papel higiénico.

A veces pienso que jamás habría escrito una sola línea si me hubiera tocado hacerlo antes de Internet. Soy escritora tardía porque esperé hasta el último momento en que la red de redes me permitiera googlear cualquier cosa, aun partiendo de información mínima, y encontrar el infinito.

No sé si se acuerdan pero hasta hace muy poco los buscadores requerían términos exactos, y hasta comillas, para brindarte lo que buscabas. Ahora podés encontrar hasta lo que no sabías que estabas necesitando, pero te aparece en los resultados de Google, una cosa lleva a la otra y así podés estar todo el día.

El de Petter Moen es un relato que me gustó armar porque condensa varios ingredientes que me resultan atractivos.

  • El foco en una persona singular, como probablemente lo sean todas, anónima hasta un punto en que las circunstancias le dieron un nombre.
  • La posibilidad de reducir “la vida entera de un hombre a dos o tres escenas”, como quería Borges.
  • Un evento relacionado con la escritura, pero no sólo con lo que se dice sino también con lo más primario que normalmente pasamos por alto: dónde y en qué momento se escribe (con la lámpara encendida toda la noche como le gustaba a Kafka, tendido bajo un árbol como Whitman), con qué y sobre qué se escribe (pantalla, papel, papiro, cuña, lápiz, pluma, tinta). Esa cosa material que hay en toda escritura.
  • Es una historia con nazis. Aunque no soy especialista como mi amigo Matías Bauso, no me puedo resistir.
  • Cuando en septiembre de 1939 la guerra estalló, Dinamarca y Noruega dijeron: nos declaramos neutrales. Pero eso no sirvió, nunca alcanzan esos gestos con gente como Hitler. El 9 de abril de 1940, a las 4:15 de la madrugada, comenzó la Operación Weserübung: divisiones de infantería y de montaña, blindados, artillería pesada, barcos y aviones, paracaidistas alemanes cayeron sobre ellos. En Copenhague se rindieron enseguida, pero los noruegos se resistieron, con la ayuda de Inglaterra, Francia y Polonia, pero no por mucho tiempo. Después de dos meses, las fuerzas alemanas habían conquistado todo el país.

El rey Haakon se instaló en Londres y se armó un gobierno en el exilio para seguir luchando desde allá mientras los noruegos empezaban a vivir en un país ocupado. No le iba a resultar simple al Tercer Reich, que tuvo que destinar más de 400.000 soldados para controlar una resistencia civil y militar cada vez más fuerte y organizada: la Motstandskampen.

Mientras la Gestapo hacía el trabajo de rutina con los sospechosos (en principio, todos), el Nasjonal Samling, único partido político autorizado a funcionar, intentaba convertir al pueblo noruego al nacionalsocialismo con más coerción que persuasión.

Hasta entonces, Petter Moen había sido empleado de una oficina de seguros, pero no se puede seguir siendo quien se es cuando estás rodeado de nazis. Empezó a involucrarse en la prensa de la resistencia, durante tres años como editor del periódico London-Nytt y, desde noviembre de 1943, como coordinador general de todos los periódicos clandestinos del país.

Hay tres fechas para tener en cuenta.

El 3 de febrero de 1944, cuando lo arrestaron.

El 8 de septiembre de 1944, cuando murió.

Algún día incierto de 1945, cuando se supo lo que había estado haciendo durante los meses de encierro.

Hay un cuento que Franz Kafka escribió en 1920, “Fábula breve” (“Kleine Fabel”), y puedo reproducirlo completo porque, a diferencia de las viejas fábulas moralizadoras, esta toma la precaución de ser concisa.

¡Ay!, dijo el ratón. El mundo se hace cada día más pequeño. Al principio era tan grande que le tenía miedo. Corría y corría, y por cierto que me alegraba ver esos muros, a diestra y siniestra, en la distancia. Pero esas paredes se estrechan tan rápido que me encuentro en el último cuarto y ahí en el rincón está la trampa sobre la cual debo pasar.

–Todo lo que debes hacer es cambiar de rumbo –dijo el gato. Y se lo comió.

El mundo se había estrechado tanto alrededor de Petter Moen que se redujo a una habitación sin ventanas en el número 19 de la calle Møller, el cuartel general de la Gestapo en Oslo. Y ahí estuvo durante siete meses hasta que lo subieron a un barco con destino a Alemania (se estaba terminando 1944 y el sueño del gran imperio alemán parecía cada vez más lejano: el Führer empezaba a sentir sus propias paredes estrechándose contra él). Nunca llegó. El 8 de septiembre, en medio de una tormenta y frente a la costa sueca, el barco chocó contra una mina, se hundió y sobrevivieron cinco personas. Moen no estaba entre ellas. Sí, uno que había hablado con él a bordo.

La liberación de Noruega empezó pocos días después cuando las tropas soviéticas entraron en Finnmark, pero los alemanes resistieron más de lo previsto, forzaron la evacuación de miles de noruegos, arrasaron ciudades, volaron puentes y se atrincheraron en el sur hasta que en mayo del ’45 se rindieron. Rápidos para cerrar heridas y sobreponerse, en un mes el rey ya estaba de vuelta, llamaron a elecciones y los noruegos tuvieron nuevo gobierno.

Armaron comisiones para investigar lo sucedido: las acciones de los políticos, el comportamiento de cada uno de los oficiales antes de la guerra y durante la ocupación, las complicidades de los informantes y entregadores. Hubo procesos, juicios y condenas. Todo en los pocos meses que quedaban hasta terminar el año.

A una de esas comisiones llegó el sobreviviente del barco hundido en aguas suecas. Tenía algo que contar. Había conocido a Petter Moen, un activista de la resistencia que le confió a bordo lo que estuvo haciendo durante sus meses de arresto: el tipo escribió un diario y lo hizo desaparecer. O no tanto.

Elementos guardados

Moen llevaba una semana encerrado, salía media hora a mirar el cielo y lo mandaban otra vez a la celda, daba vueltas como un perro. Solo. Al regreso del primer interrogatorio, su cabeza se volvió insoportable y revolvió cada milímetro hasta dar con un clavo. Empezó a guardar el papel higiénico –duro, marrón– que le daban los guardias, pliegos de 16,5 x 19,5 cm. Iba a escribir.

Cada letra fue trazada con agujeritos y paciencia. Trabajaba a ciegas; difícilmente pudo haber sido capaz de identificar su propia caligrafía. Perforaba mayúsculas.

Esta fue la primera entrada en su diario.

Del 7.° día de mi estancia en la cárcel de la c/ Møller 19 (Jueves 10 de febrero)

Me han interrogado dos veces. Latigazos. Delaté a Vic (el papel desgarrado no deja ver lo que sigue, ¿a quién habrá delatado?). Soy débil. Merezco desprecio. Me aterroriza el dolor. Pero no tengo miedo a morir.

No dejó de escribir ni un solo día. Cada vez con menos dificultad, más extenso y más confiado en su técnica. Más atormentado también.

Oh Dios, cómo me arrepiento de haber delatado a Victor y a Erik. Nunca me lo perdonaré. Aun así volvería a hacerlo bajo tortura. Esto es el infierno.

Recuerda a su esposa, le habla. Se pregunta por el destino de sus compañeros de prensa. Invoca a su madre, le ruega que le enseñe a creer en Dios. Cuando acumula cinco pliegos completamente perforados, los enrolla, los envuelve en un sexto, los numera y los mete por una rejilla de ventilación bajo el piso de la celda. Allá estarán todavía escondidos, dice el náufrago a las autoridades. Alguien debería buscarlos. Las autoridades noruegas van, escépticas, hasta la antigua sede de la Gestapo, levantan el piso, siguen el curso de la ventilación y ahí aparecen los rollos.

La tarea de desciframiento fue lenta y larga. El método más práctico que encontraron fue poner los papeles sobre una plancha de cartón con la parte posterior (lo que sobresalía de los pinchazos) hacia arriba para después leerlos con un espejo. La tarea empezó en el laboratorio de la policía noruega y después siguió en las oficinas del filólogo Andreas Riis, un viejo colaborador de Moen en tiempos de la clandestinidad. Además del diario, aparecieron otros rollos numerados con ejercicios matemáticos, con diagramas y formas geométricas, cálculos sobre la superficie de la Tierra, anotaciones sobre estereometría y traducciones de neologismos.

Los decodificadores no lo podían creer: cientos y cientos de papelitos agujereados escondían la vida de un hombre. El Diario del preso n° 5842, como él mismo escribía en cada uno de los rollos arrojados por la rejilla de ventilación. Una vez que los lanzaba, no podía volver a verlos.

Después del trabajo de identificación y desciframiento, Riis hizo una revisión última y minuciosa para entregar a la Editorial Cappelen el Diario de Petter Moen, publicado en 1949, el mismo año en que Noruega abandonó completamente su política de neutralidad y se unió a la OTAN.

Por 214 días, Petter Moen dudó de todo, principalmente de sí mismo y su futuro –”Me importa una mierda lo que me pase”–. De una sola cosa no dudaba –”El nazismo nunca arraigará en Noruega”–, pero eso fue sólo al principio, con el tiempo fueron ganando lugar la reflexión y el pesimismo.

Día 182 – Muchos de mis pensamientos actuales están relacionados con la conducta humana habitual aquí en el mundo. Este tipo de pensamientos se ven necesariamente marcados por el pesimismo. La conducta humana es por lo general insensata e inmoral. Se sacrifica sin remedio al individuo en favor del reglamento de las hordas, y éstas no conocen más que el blanco y negro. Esta polarización de los conceptos y los sentimientos es la reacción normal a la realidad.

Hay un libro que el alemán Ernst Jünger escribió en 1951, La emboscadura, que tuvo una edición argentina traducida como Política del rebelde, pero rebelde, ya lo sabemos, tiene otra connotación. El emboscado es algo así como el que se retira al bosque, no vive en los márgenes, no subvierte con violencia el mundo que rechaza, no es un anacoreta ni un anarquista, es un ser común y corriente que dice “no”. El emboscado es parte de ese minúsculo porcentaje de la sociedad del que depende la civilización. ¿Un 1%? ¿Será suficiente?

El retiro de Peter Moen no fue voluntario, tampoco el de Noruega, que descubrió muy pronto los costos de la neutralidad, cuando los nazis ya estaban dentro. Y, sin embargo, como escribió Moen, no llegaron a arraigar.

El Diario es una de esas obras que nacen de objetivos no literarios –las más radicales, según Jünger–, que importan y conmueven precisamente por esa radicalidad, porque remiten una y otra vez a sus condiciones de producción. Allá están los pliegos de papel y el clavo original, con una maderita en el extremo para no dañar la mano, en el Museo de la Resistencia Noruega (Norsk Hjemmefrontmuseum) para recordarnos que este no es un libro como los otros.

Como este newsletter también es servicio, no me quiero despedir sin advertirles que el costo del libro varía mucho de un sitio a otro (este es el más barato que encontré, a 17 mil pesos y pico) y que no hay edición local. También, claro, se puede encontrar el PDF.

Nos leemos en quince días.

 

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Andrea Calamari

Doctora en Comunicación Social. Docente investigadora en la Universidad Nacional de Rosario. Escribe en La Agenda, JotDown, Mercurio y Altaïr Magazine.

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