Getting your Trinity Audio player ready...
|
Bergoglio, una biografía política
Loris Zanatta
Crítica, 2025
400 páginas, $45.900
Como todo ecosistema, Twitter se renueva constantemente y siempre aparecen talentos nuevos que se hacen notar. Uno de ellos, por ejemplo, se dedicó hace algunas semanas a reversionar una serie de viejos memes acerca de los candidatos a las elecciones de medio término de 2018 en Estados Unidos, creados por el caricaturista @beanytuesday. El resultado de esta versión argentina es increíblemente gracioso y vuelve sobre una cuestión a las que nos referimos una y otra vez: el peronismo en el poder es una catástrofe, pero en la oposición no sólo es una garantía de un piso de 500 puntos de riesgo país sino que es además un abanico de inviabilidades reñidas con casi cualquier noción de democracia liberal.
Al margen de la crisis de conducción que atraviesa por la derrota y el repliegue del kirchnerismo, no parece asomar en el horizonte del peronismo nada que se le parezca a la renovación de mediados de los años ’80 o un dirigente con las mañas y el olfato de Carlos Menem. Lo que hay es una federación de franquicias de aparatos provinciales tenuamente unidas por una tradición política de acumulación, control y transmisión de poder, todos ellos con sus correspondientes representaciones en el Congreso. Por esto mismo es que el meme resulta particularmente agudo: que Oldenio Blutfest pueda ser considerado un “peronista racional”, que la pampeana Sandra Goldwegsilverstein de Moloch tenga “buena relación con el PRO y la UCR” o que a Oferto Demández del PJ santafesino (podría ser del cordobés) le gusten las reformas de Milei pero quiera imprimir 119 bases monetarias a ver qué pasa, todo eso muestra que el sistema político argentino en su conjunto (además del periodismo y la academia) se ve constantemente obligado a normalizar y adoptar (e incluso disfrutar) comportamientos propios de estados fallidos o territorios feudales premodernos.
¿Cómo, otra vez con el cuento del gorilismo puro y duro? No necesariamente.
¿Cómo, otra vez con el cuento del gorilismo puro y duro? No necesariamente, y más aun a poco de la publicación en Seúl del largo ensayo de Sebastián Mazzuca, una teoría que propone la problemática de la territorialidad y la incapacidad estatal como una forma de integrar y superar las interpretaciones clásicas del fracaso argentino, teorías que el autor identifica como nacionalistas, progresistas de izquierda, progresistas liberales (y su solución institucionalista) y gorilistas-antiperonistas. Pero es posible que sobre el rol histórico del peronismo se pueda debatir ad nauseam, y de hecho algo así intentó Fernando Iglesias, invitado reciente en Seúl Radio y comandante en jefe gorila, que en una respuesta a Mazzuca en Twitter insistió en que el peronismo es algo más que aquello que empezó formalmente en 1946.
Es entonces cuando hacemos entrar en escena por fin a Loris Zanatta, el historiador italiano que ha escrito en Seúl y que también fue entrevistado acá hace ya casi cuatro años. Tanto en estas como en otras columnas periodísticas y en varios de sus libros, Zanatta ha repetido una caracterización del peronismo como un movimiento reñido con la democracia liberal. Recordemos esta cita de la entrevista: “El peronismo no es y nunca fue la socialdemocracia argentina. La raíz del peronismo, aunque se enojen los militantes, está en el imaginario populista latino-católico de inspiración autoritaria al que han pertenecido el fascismo, el franquismo, el salazarismo, el varguismo y el PRI mexicano”. Para Zanatta, el peronismo “no se considera un partido, sino la religión secular de la nación. Su ideología es la ideología de la patria”. Esta raíz religiosa explicaría por qué “un partido de esta naturaleza no es democrático y va a tener muchas dificultades para cambiar”.
Sin embargo, a Zanatta el peronismo no le interesa tanto como partido o fenómeno político, sino como expresión secular del ideal religioso de la nación católica, una construcción ideológica anterior en la línea nacionalista que hunde sus raíces y se entiende a sí misma como la heredera de la tradición del catolicismo hispanista y colonial. Jorge Mario Bergoglio, a él nos vamos a referir justamente, adhirió desde muy joven y jamás renegó de esta línea de pensamiento, y quiso el devenir histórico, la casualidad o vaya uno a saber qué que este cura jesuita como tantos otros fuera escalando posiciones en su carrera eclesiástica. Tanto que llegó a ser obispo, cardenal y finalmente papa. El Papa Francisco, aquel que hizo realidad aquello de que podíamos peronizar el mundo. ¿Para tanto? Que al menos lo intentó, de eso no caben dudas.
Nación católica
Es probable entonces que este Bergoglio, una biografía política de Zanatta sea una suerte de culminación y compilación de todos sus trabajos anteriores al respecto. Como su título lo indica, no se trata de una biografía demasiado interesada en los hechos de la vida del papa, sino en los orígenes, evolución y expresión de su ideología y pensamiento. Riguroso con las fuentes y honesto en su tratamiento e interpretación, Zanatta recorre de manera exhaustiva primero las fuentes que inspiraron el recorrido intelectual del futuro papa (principalmente los teólogos Alberto Methol Ferré y Lucio Gera, entre varias otras) y la manera en que éste determinó su carrera eclesiástica y, por qué no, política.
Hay evidentemente una intención en Zanatta de contraponer esta biografía a las muchas otras que se publicaron antes de la muerte de Bergoglio (y a las que seguramente se seguirán publicando), trabajos que —entiende él— no pueden o no quieren dejar de ser meras hagiografías. Pero también, explica Zanatta, por su desconocimiento de la historia argentina en general o de la Iglesia argentina en particular, estos biógrafos cometen el error de empezar por la figura del papa Francisco para luego remontarse a los orígenes de Jorge Bergoglio. Esta biografía política hace precisamente lo opuesto, porque no se puede entender al papa sin entender al oscuro curita de este lejano país del sur global.
Desde luego que Zanatta no esquiva las controversias biográficas que en más de una ocasión ensombrecieron la figura de Bergoglio a medida que fue ganando protagonismo público. Su conservadurismo, su relación con los sectores religiosos que se fueron radicalizando en los años ’60 y ’70 hasta llegar a la lucha armada, su afinidad con Guardia de Hierro y los lazos con la derecha peronista (innegable en medio del caos del tercer gobierno de Perón y agudizado luego de su muerte) y luego con los jerarcas de la dictadura. Por supuesto, los mártires: monseñor Angelelli, el padre Mugica, los curas palotinos de San Patricio. No importa tanto señalar o buscar culpables, establecer responsabilidades, sino observar una línea de comportamiento que no hace más que expresar fielmente la manera de pensar de Bergoglio.
Vamos observando con los años una suerte de gatopardismo en el cada vez más influyente Bergoglio: su discurso y sus actitudes parecen cambiar, incluso sorprender, pero sus ideas son siempre las mismas.
Vamos observando con los años una suerte de gatopardismo en el cada vez más influyente Bergoglio: su discurso y sus actitudes parecen cambiar, incluso sorprender, pero sus ideas son siempre las mismas. Pueden adaptarse, camuflarse, hasta disimularse, pero las cuestiones de fondo se mantienen incólumes. Da lo mismo si se trata de oponerse al alfonsinismo (con su laicismo, congreso pedagógico y ley de divorcio), al menemismo que se presumía nacional y popular y se entusiasmó demasiado (según Bergoglio) con el neoliberalismo o al kirchnerismo con el que compartía afinidades evidentes, pero que en su afán de acumulación de poder terminaba por meterse en territorios que Bergoglio entendía que le correspondían únicamente a la Iglesia. La reconciliación con Cristina sólo fue posible cuando el cardenal se convirtió en papa y, tras el disgusto kirchnerista inicial, Francisco se ocupó de emitir todas las señales necesarias para dejar en claro lo inevitable de su amistad.
Este desconcierto inicial en su propio país se reprodujo en cierta manera también en Europa en los primeros tiempos de su papado. Muchos se sorprendieron del papa “progresista”, “ecologista”, incluso “comunista”, pero todas esas etiquetas partían y terminaban en un equívoco que los abundantes discursos y los interminables viajes de Francisco no contribuían a aclarar. Pero Zanatta lo tiene muy claro: está aquel viejo “hilo jesuita” como la clave para entender la continuidad entre figuras aparentemente disímiles como Perón, Fidel Castro y Hugo Chávez, que se manifestaron luego en las amistades y enemistades de Bergoglio como clérigo y papa. Todos proceden de la misma fuente: la idea de construir un tipo de sociedad orgánica y colectivista como las misiones guaraníes creadas por la Compañía de Jesús a partir del siglo XVII en América.
Estas misiones jesuitas no fueron sólo un experimento evangelizador, sino el modelo concreto de una utopía cristiana que habría de influir profundamente en el imaginario político latinoamericano. Como explica Zanatta, son la piedra angular de la utopía cristiana, el sueño del reino de Dios en la tierra, impermeable a la corrupción del mundo y de la historia. Los populismos modernos comparten entonces tres pilares fundamentales. El primero es “la fusión entre política y religión, y la tarea del Estado es convertir a los ciudadanos a la única fe verdadera a través de una catequesis generalizada”. El segundo es “la impermeabilidad al pluralismo. La nación y las personas son organismos vivos, cuyo estado natural es la unanimidad y la armonía”. El tercero es “el corporativismo. La sociedad está formada por cuerpos, las organizaciones de masas en las que se ubica a cada ciudadano”.
Todo verso
Las etiquetas, entonces, son engañosas: Fidel Castro se apropió del comunismo, Perón inventó el término “justicialismo”, Chávez se subió al “bolivarianismo” y lo entusiasmó también a Evo Morales. De todos ellos, quizás fue Daniel Ortega el que no necesitó muchos conceptos para conformar y ejecutar su tiranía en Nicaragua, pero todo ello procede de la misma fuente: la utopía de una sociedad orgánica donde se fusionan política y religión.
Zanatta es implacable al citar y criticar cada viaje, cada encíclica, cada entrevista y cada discurso del Papa Francisco. Encuentra a un ideólogo farragoso, oscuro y acomodaticio, que afirma una cosa y la contraria, que le dice a cada interlocutor lo que quiere oír y después hace lo que le viene en gana. Que habla y habla sin parar, de cualquier cosa, como el típico chamuyero argentino que se las sabe todas, que le pretende explicar geopolítica a Putin o a Zelensky o el funcionamiento de las redes sociales y de los cohetes espaciales a Elon Musk. Un verdadero tachero tirapostas, exponente máximo de los boomers del “yo te la explico”. Pero Zanatta es particularmente sagaz para unir los puntos de la historia y la formación intelectual de Bergoglio con los del papa sanatero.
Como muestra de los muchos párrafos reveladores que contiene este libro, podemos citar el caso de Modelo argentino para el proyecto nacional, un escrito presentado por Perón el 1° de mayo de 1974, atribuido a distintos autores y que se considera una suerte de testamento político. Zanatta no puede confirmar la participación de Bergoglio en la redacción del documento, pero encuentra que comparando el texto con los escritos bergoglianos, “es evidente que era agua de la misma fuente: quería ‘poner fin a los planes de una minoría iluminada’, al ‘europeísmo libresco’, restaurar ‘la armonía como categoría fundamental de la existencia humana […] El ideal político era la ‘comunidad organizada’ […] armónicamente constituida y armónicamente estructurada bajo una conducción centralizada, un caudillo popular, un Estado protector de la sociedad como un todo. Un Estado fiel a las raíces de la patria y de la cultura del pueblo. Una summa del pensamiento bergogliano”. Y apenas un par de páginas después encuentra un ejemplo notable:
No por casualidad, con semejante humus, el Modelo Argentino mostró una precoz sensibilidad al tema ecológico. Enemigo de la modernidad, embebido de nostalgia holística, inclinado al comunismo evangélico, el peronismo tenía un enorme olfato para los escenarios apocalípticos. No pensaba que el progreso pudiera enmendar los daños del progreso. El progreso era el problema, la fuente de todo pecado: derroches y consumos, nuevas tecnologías y continuas innovaciones. El ecologismo debía resacralizar al pueblo puro corrompido por la mundanidad, reunirlo con la naturaleza de la cual la razón lo había separado. Era el lógico punto de llegada del anticapitalismo bergogliano. En el Modelo se incubaba la Laudato si”.
San Martín, Rosas, Yrigoyen, Perón, Papa Francisco, Greta Thunberg. Y así como se puede encontrar en Bergoglio el sedimento ideológico del apocalipsis ambiental anticipado hace 50 años, del mismo modo se pueden entender otras decisiones controvertidas del anterior papa. Zanatta remarca una y otra vez que los ataques de Bergoglio al secularismo y a la democracia liberal se deben a que entiende a estas últimas como consecuencias directas del laicismo y el despertar iluminista en Europa, así como también interpreta al calvinismo como el sustento teórico del materialismo y el cientificismo de los países sajones. Todo este bagaje teórico heredado a edad temprana y mantenido sin ninguna modificación importante a lo largo de las décadas se combinó luego con un pragmatismo muy peronista en los métodos de su papado.
No se trata solamente de que Francisco, más allá de sus tácticas discursivas, en América Latina siempre haya respaldado las tropelías de las dictaduras castristas y chavistas, sino que en su cruzada contra el Occidente desarrollado y secular tampoco se abstuvo de mostrarse cercano o directamente aliado a los regímenes más despiadados del mundo, algunos de ellos teocráticos. Con la excusa de un declamado ecumenismo, no dudó en visitar países islámicos en donde los cristianos no sólo no cuentan con ninguna libertad religiosa, sino que bien podían además ser perseguidos y masacrados. De manera análoga, evitó por todos los medios pronunciarse de manera clara en contra de la agresión de Rusia a Ucrania para darle prioridad a un entendimiento con el patriarca de los ortodoxos rusos. Entre un fundamentalismo religioso ajeno al catolicismo o un régimen despótico enfrentado a Occidente por un lado, y una democracia liberal por el otro, Bergoglio siempre y en todo momento optó por los primeros.
Fue por esto, interpreta Zanatta, que los países desarrollados se fueron cansando de los jueguitos retóricos del papa de los pobres y los débiles que nunca jamás le pudo encontrar un remedio práctico a ninguno de los males que se pasó una vida denunciando. Desde luego, porque aquello era a feature, not a bug. Y si en la tan vituperada Europa no llegó a perder del todo su prestigio fue por este espíritu decadentista que parece haberse extendido por el continente, mucho menos confiado actualmente en su poder real y en sus posibilidades a futuro pese a lo mucho que se avanzó desde la Segunda Guerra. Una Europa mucho más proclive a dejarse fascinar —sobre todo por izquierda— por el recuerdo triste de aquella época medieval del reino de Dios en la Tierra, inmutable, armónico y comunitario. Aunque oscuro, tanto como el futuro que se empeña en imaginar.
Si te gustó esta nota, hacete socio de Seúl.
Si querés hacer un comentario, mandanos un mail.
