Moderado, dialoguista. El armador sienta a la mesa a gobernadores, intendentes y sindicalistas, armoniza líneas internas, tiende puentes. Las referencias sobre el ministro del Interior, Eduardo de Pedro, regresaron con fuerza en estos días de la mano de las especulaciones sobre su eventual designación como candidato del kirchnerismo, a presidente según unos, a gobernador de la provincia de Buenos Aires según otros. En cualquier caso, parece ser el ungido por el dedo de Cristina, y nuevamente volvieron las semblanzas amables sobre su perfil político: De Pedro es, a modo de síntesis, el camporista con el que se puede hablar.
La calesita gira otra vez en torno a la búsqueda del recambio peronista que asegure la permanencia en el poder y la impunidad para el núcleo familiar Kirchner. Parecería una tarea imposible, porque el descrédito y el desgaste de su gobierno y el deterioro brutal de todos los indicadores económicos y sociales hoy es inocultable. Ya no se trata de falsificar las estadísticas oficiales desde el Estado: el daño social es visible a diario, palpable en todos los ámbitos. Desde las góndolas vacías de productos y la falta de insumos indispensables para producir bienes y servicios, hasta hospitales públicos sin personal médico y escuelas con egresados que apenas leen o escriben. Se ve y se siente como nunca la caída en la pobreza, en todas las variantes de la pobreza.
Pero una característica del peronismo (me resisto a llamarle mérito) es la vitalidad invencible del que redobla la apuesta para conservar el poder, sin que la molesta realidad ni las responsabilidades en el desastre se interpongan. Desde el fondo del pozo sacan pecho y arremeten: ahí llega el recambio, lo nuevo, de la mano de Axel y Wado. Kicillof es el gobernador de la provincia más rica y pujante, que hoy produce inundaciones silenciosas, balaceras cotidianas, y que exporta pacientes y médicos a la ciudad. Y Wado… ¿Wado quién es? Pues un muchacho joven y moderado, que pasó por un montón de cargos que no recordamos, en cabeza de un ministerio cuyas atribuciones son opacas, supuestamente con un rol clave en armados, acuerdos, construcciones políticas y todo otro sinónimo o neologismo que los analistas puedan encontrar. Pero todo esto es demasiado abstracto y sucede en un mundo ajeno al ciudadano elector, entre trajes, despachos oficiales, celulares y choferes. Entonces, venga esa semblanza sensible.
Desde el fondo del pozo sacan pecho y arremeten: ahí llega el recambio, lo nuevo, de la mano de Axel y Wado.
Por empezar, De Pedro no es el ministro De Pedro. Ya ni siquiera es Eduardo: es Wado, un irresistible apodo infantil y cariñoso. Dos ejes narrativos surgen de inmediato: hijo de desaparecidos protagonista de una escena trágica y portador de un trastorno en el habla como consecuencia del trauma. Wado. Todos datos rigurosamente ciertos y dolorosos que disparan el debate innecesario y repetido sobre los ’70, saldado por la sociedad en los ’80 sin intervención del peronismo, reabierto constantemente por el peronismo para recuperar centralidad y como herramienta de control político. Como sea, vuelta a la repetición neurótica: ¿son imputables al hijo los crímenes de los padres? ¿Quién es más víctima y quién más victimario? ¿La condición de víctima es capital político suficiente? ¿De qué lado estás? Sumemos algún comentario descalificador sobre la tartamudez y listo, cartón lleno: ya está instalado el perfil sensible y noble. Entonces hace su entrada la presidente a cargo de la vicepresidencia para entregar desde el atril la definición precisa y el rumbo discursivo a seguir: “Espero que los hijos de la generación diezmada tomen la posta”. Narrativa épica completa: herederos ungidos ante los feligreses, continuidad histórica familiar y política, reivindicación de los muertos y de la sangre derramada, no nos han vencido.
Aquí es donde muchos opositores se demoraron y casi todos se perdieron. Nótese como los que tenemos obra social y medicina prepaga ya postergamos un poquito temas como las balaceras cada vez más cercanas o la fuga de médicos de la provincia con la ominosa frase “tenemos que elegir a quién operar”, temas que son al mismo tiempo situaciones de vida o muerte para miles de personas y un indicador del nivel adonde nos está llegando el agua. Debatir si el único mérito de de Pedro es “ser hijo de desaparecidos” y su costado setentista es bailar la música que elige el kirchnerismo, una vez más. Pero también es inexacto. A De Pedro no sólo hay que dejar de llamarlo Wado, hay que reconocerle su cuarto de siglo de trayectoria política. Que no es precisamente buena, sino abominable, y bastante incompatible con el perfil de dialoguista moderado.
Wado Wado
De Pedro se inició en la agrupación H.I.J.O.S. y en el sindicato de judiciales al que pertenecía su padre desaparecido, trabajando junto a Julio Piumato. Fue funcionario de Aníbal Ibarra en la Ciudad de Buenos Aires y se sumó al kirchnerismo naciente junto a la camada de Larroque, Ottavis, Cabandié, Mendoza y otros con quienes en 2006 fundaría La Cámpora.
Moderado. El fundador de la orga paraestatal que llevó a cabo la construcción de un Estado paralelo para uso privado de la facción, el copamiento territorial y el posicionamiento de sus miembros en puestos clave para el control político, siempre con manejo de presupuestos superiores al de áreas enteras del Gobierno. Dirección de ANSES, AFIP y PAMI, rediseñadas a medida de las campañas políticas y la propaganda; Télam y Canal 7 y la difusión del relato para niños y adultos, SIGEN para pisar la auditoría interna, Inspección General de Justicia y el control férreo de sociedades privadas. Directorios y gerencias de empresas estatales o en representación del Estado: De Pedro a cargo de Aerolíneas Argentinas y Austral antes de que pasara a manos de Recalde, en la era de Kicillof en YPF y camporistas varios en Cammesa, Enarsa, Fabricaciones Militares. Fundador de los ejes políticos de una década de kirchnerismo: el perfil ideal de moderado apto para “una Argentina que nuestra generación, con Sergio (Massa), con Axel (Kicillof), vamos a repensar” .
De Pedro es el que condujo la organización durante toda la década que reconvirtió instituciones enteras en un gran hostel de la militancia. La orga que en 2012 generó el repudio de la Academia Nacional de Educación por su injerencia indebida en las escuelas, la que bajó desde la Rosada propaganda estalinista bajo la forma de juegos, planes y material de estudio, y los llevó físicamente a las aulas donde pusieron en práctica actividades partidarias con los niños, y llegaron a izar su propia bandera en el mástil instalando un mensaje claro de poder.
De Pedro es el que condujo la organización durante toda la década que reconvirtió instituciones enteras en un gran hostel de la militancia.
Todo quedó muy atrás, lo mismo que el pasaje del camporismo y del mismo de Pedro a los ministerios, las secretarías y a las bancas de legislaturas provinciales y nacionales, e incluso quedó en el olvido la etapa de de Pedro como operador judicial del kirchnerismo junto a su amigo y socio Julián Álvarez, sus lugares en el Consejo de la Magistratura, el sueño de remodelación judicial al servicio del Ejecutivo siguiendo los pasos del chavismo, la imputación de ser cajero de Justicia Legítima en la causa de los cuadernos. Hemos olvidado, en suma, su participación central en toda la etapa kirchnerista 2003-2015, incluyendo su acceso final a la Secretaría General de la Presidencia de Cristina Kirchner, y la campaña electoral en la que de Pedro apoyó la precandidatura a gobernador de Julián Domínguez pero terminó en el acto de cierre de campaña de Aníbal Fernández. Imposible pedir más recambio, moderación y renovación institucional.
Porque ésta es una nueva etapa. En la que no sólamente los medios masivos le hacen a de Pedro el servicio generoso de omitir su trayectoria política y trasladar el debate hacia los delitos cometidos hace casi 50 años por y contra sus padres, o hacia el prejuicio contra la tartamudez u otras discapacidades. Ésta es una nueva etapa en la que, además, tendremos que fingir demencia colectiva y olvidar que hace casi cuatro años de Pedro es ministro del Interior. El que comparó el fallo judicial por la restitución de fondos de coparticipación a la Ciudad con los golpes militares. La acumulación de noticias, canalladas cotidianas y desdichas funciona a favor de los responsables: ¿quién recordaba que “el camporista con el que se puede hablar” le frenó al gobierno opositor de Mendoza la central de Portezuelo del Viento a cambio de apoyo en el Senado para el pliego de Rafecas? Yo no.
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Y apuesto que a pocos les importa la firma del renovador institucional moderado al pie del decreto 297/2020 y todos los decretos sucesivos que les abrieron la puerta a las peores violaciones a los derechos humanos en democracia de la historia argentina. El decreto que condenó a muerte a ciudadanos por el delito de salir a hacer las compras (Magalí Morales), sentarse en la vereda (Franco Maranguello), visitar a la novia (Facundo Astudillo), llevar provisiones a la familia (Mario Cortés), quedarse sin quimioterapia (Nicanor Nievas) y varios miles de anónimos. Memoria valiosa, sepultada por los excesos de la moderación camporista. Sepultados en el olvido junto a las maniobras con la escasez de tests y vacunas, la discrecionalidad y favoritismo en el reparto de insumos vitales, la incapacidad de implementar rastreo y aislamiento de casos para favorecer el encierro colectivo, los grotescos vacunatorios militantes, los varados en otros países o en rutas provinciales, los campos de concentración formoseños, los generosos créditos y compras monopólicas a laboratorios amigos, la sobrefacturación de alcohol en gel y fideos, la locura de Pfizer tras los glaciares como excusa para lucrar con Rusia y China y con la muerte de 130.000 argentinos. El clásico autoritarismo peronista, esta vez con el toque de inoperancia y marginalidad kirchnerista.
De este depósito de autopartes incendiadas provienen los repuestos con los que Cristina Kirchner nos quiere renovar el Duna fundido en el que vivimos. Mientras, circulan videos de Tik Tok para vender un Wado a una sociedad lo suficientemente colaborativa como para no recordar la última media hora, en la que el “buen pibe” acusó a la oposición de “tocar la puerta de los cuarteles” cuando no logró aprobar el Presupuesto, a los medios de instigar el atentado a la vice (“no fue un loco suelto ni un hecho aislado: son tres toneladas de editoriales en diarios, televisión y radios”) y a la Corte Suprema de “avalar la persecución contra la vicepresidenta” porque “entramos en una etapa de proscripción” y con esta Corte “no hay democracia posible”. En fin.
De este depósito de autopartes incendiadas provienen los repuestos con los que Cristina Kirchner nos quiere renovar el Duna fundido en el que vivimos.
Los llamados hijos de la generación diezmada ya gobernaron, y ya experimentaron en carne propia la distancia entre la rebeldía sponsoreada y el copamiento triunfalista con la realidad de la gestión y la construcción política, donde ya fracasaron. Lo que está diezmado es el país, la ola camporista se desvaneció y hoy los de Pedro o los Massa sólo pueden mostrar una macroeconomía detonada y municipios que se caen a pedazos junto a hospitales sin médicos para bronquiolitis invernal, diarrea estival, cuchillazos en riña familiar o balazos narco. Y en un punto, ya no importa la vida y obra de San de Pedro Apóstol, no importan Massa, ni ningún otro: lo verdaderamente relevante es hacer consciente el mecanismo repetitivo de construcción de un clima de renovación para continuar en el poder y eludir la responsabilidad política por las consecuencias de la propia gestión. Y poner de manifiesto la participación en el mecanismo de quienes viven del statu quo y del sistema corporativo que nos gobierna desde hace casi un siglo: no sólamente el kirchnerismo, el gildismo, el schiarettismo o cualquiera de sus facciones, sino sectores productivos, empresarios, de medios, académicos, comerciales y hasta de la farándula, moldeados durante décadas a su imagen y semejanza y deseosos de aferrarse a lo conocido, creyendo que es posible seguir viviendo bien con el mismo método, perpetuando el norte que los guía: “¿Pero la mía está?”.
Los que busquen salir de esta bancarrota económica, ética y espiritual pueden empezar por lo básico. No llamarlo “Wado” al ministro de Pedro, porque no es tu primo. Ni Axel ni Sergio, ni tartamudez, niñez traumática o inauguración de trenes de 15 kilómetros de recorrido: nuestra agenda debe expresar el fin del ciclo del corporativismo que arrancó hace ocho décadas. No quedan repuestos de recambio en el taller de la vicepresidente, ni cisnes negros, ni peronistas prolijos, ni siquiera queda Macri. Esta vez la caja está vacía en serio, se multiplicaron las necesidades y esta vez se percibe el agotamiento del sistema. Frente a la impostura o el refugio en la magia política, nuestra responsabilidad es ofrecer medidas concretas, foco en las urgencias del ciudadano y autenticidad. La duplicidad y el diálogo con caníbales moderados “con los que se puede hablar” es de los Wados, de un ciclo que ya fracasó. A otra cosa.
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