ZIPERARTE
Domingo

Un Mesías barrani

Javier Milei es parte de un fenómeno global: los liderazgos mesiánicos antiprogresistas. ¿Cómo son las sociedades y los momentos históricos que los hacen aparecer?

Hará tres o cuatro años conversé con un economista que también se interesaba por los textos sagrados. Medio en serio, medio en broma, le dije que la historia de Caín y Abel podía tomarse como una parábola del mercado. “¿Cómo es eso?”, preguntó el economista.

Claro, le dije. En la historia bíblica, Abel es pastor y Caín es labrador. Cada uno hace una ofrenda a Dios. La ofrenda de Abel encuentra gracia en los ojos de Dios, pero la de Caín no. Caín se enoja. Dios le dice: “¿por qué te enojás? Si hacés lo correcto, vas a estar bien”. Pero Caín no hace lo correcto. Se lleva a Abel al campo y lo mata. El economista me escuchó con mediano interés. “¿Y de qué manera eso es una metáfora del mercado?”, preguntó. “Bueno –le dije–, digamos que Caín y Abel son empresarios. El mercado es Dios. Abel presenta un producto y el mercado lo aprueba. En cambio, el producto que presenta Caín no encuentra el favor del mercado. El mercado le está diciendo algo a Caín: si presentás un producto mejor, te va a ir bien. Pero Caín se niega a aceptar las reglas del mercado; en vez de eso, mata al empresario exitoso. Impugna la idea de mérito, rompe el sistema de precios, estatiza su empresa y se queda con todo. Caín representa la negativa a jugar según las reglas del mercado. Es el tronco del que surgen, con sus matices, todas las variantes de la izquierda”.

El economista sonrió y me dijo que incluiría esa idea en su próximo libro. El lector de esta nota ya adivina que nunca lo hizo; también adivina que el economista era Javier Milei. Esto sucedió en 2018, cuando aseguraba que no entraría en política, ya que lo suyo era la batalla cultural, y su editor era yo. Desde entonces Milei se convirtió en un fenómeno político y pasó a formar parte, al mismo tiempo, de un fenómeno global de esta época: el regreso de la religión a la política.

Cuando se habla de la religión en la política, en general es sólo para descalificar a quienes la practican.

Ahora bien, cuando se habla de la religión en la política, en general es sólo para descalificar a quienes la practican. Se dice de fulano o fulana: “es mesiánico”, “es una iluminada”, “sus seguidores le creen todo porque son un culto”. Y esas cosas pueden ser ciertas, pero hay una pregunta que no suele plantearse: ¿por qué funciona? Lo pregunto de manera más completa: algunos políticos actuales (Milei, Trump, Bolsonaro, Meloni) y algunos intelectuales (Jordan Peterson, Ben Shapiro, Agustín Laje) vienen pensando la política en términos afines a la cosmovisión judeocristiana (mito del origen, pecado original, sacrificio y redención, batalla última entre las fuerzas del Bien y del Mal). ¿Por qué les va bien? ¿Qué hay en estas sociedades y en esta época que se presta a esa forma de hacer política?

Cuando le propuse a Milei entender la historia de Caín y Abel como metáfora económica, me resultaba natural pensar las religiones de esa forma debido a la lectura, entre otros, de Robert Wright, el autor de La evolución de Dios. Wright pertenece a esa escuela de psicólogos de la evolución que empieza con Richard Dawkins y que sostiene que las ideas se reproducen con la misma lógica que los genes. Es decir que carecen de finalidad o de valor moral; no importa si son buenas o malas, útiles o destructivas, lo cierto es que si aparecen en un entorno conducente a su reproducción, simplemente se perpetúan. Esto incluye, por supuesto, a las creencias religiosas.

Wright especula, por ejemplo, acerca del origen del monoteísmo. En el antiguo Canaan, que después sería Judea, la religión era politeísta; el que llegaría a ser el Dios único de los judíos, Yavé, era sólo uno de muchos. Incluso tenía a otra deidad como esposa. Ahora bien, sobrevino un conflicto político entre dos sectores de aquella sociedad: por un lado la clase comerciante, que quería el libre tránsito de mercancías en el Mediterráneo, y por el otro los campesinos y artesanos, que se veían perjudicados por las importaciones y reclamaban una economía cerrada.

El monoteísmo nació del triunfo del proteccionismo sobre el libre comercio en un rincón del mundo antiguo.

Este conflicto también se expresaba en términos religiosos. El bando de los comerciantes era politeísta. Esto tenía sentido, porque los politeístas eran naturalmente tolerantes con los dioses ajenos, y si uno era un judío que comerciaba (digamos) con fenicios, griegos o tracios, era de buen tono aceptar a sus dioses y que ellos aceptaran a los dioses de uno: casi como intercambiar tarjetas de presentación. En cambio, los campesinos adoraban por encima de los demás dioses a Yavé, el dios de la tierra, y desconfiaban de los demás. En ese conflicto, en determinado momento, el Rey forjó una alianza con los campesinos; lo hizo por razones políticas, no religiosas, pero el resultado fue que se prohibió, por decreto real, adorar a todos los dioses excepto Yavé. De acuerdo con esta teoría, entonces, el monoteísmo nació del triunfo del proteccionismo sobre el libre comercio en un rincón del mundo antiguo.

¿Y nuestro rincón del mundo moderno? ¿Qué religión política está alumbrando? Por supuesto exagero, el batacazo de Javier Milei en las primarias está lejos todavía de ser una nueva política, no digamos una nueva religión, y ni siquiera está escrito que llegue a ser presidente. Pero es evidente que su éxito actual tiene que ver con el costado religioso de su candidatura: es el profeta de un Dios guerrero, como Mahoma, que viene a unir a los rappis, los parrilleros, los adolescentes y los desengañados dispersos por la geografía patria, para conducirlos a la batalla final contra la Casta.

Como escribió Victoria Liendo la semana pasada en Seúl, hay una Argentina que ya vive al margen del Estado: los actores de la economía en negro que no pagan impuestos ni aportes ni obedecen regulaciones, que trabajan 24/7, a quienes la corrección política les resulta incomprensible y repugnante, y que sólo temen que alguien les punguee lo que ganaron. Esa Argentina es la cría inesperada de los veinte años del kirchnerismo, el país que tuvo que salir del sistema para sobrevivir. Ese país aguardaba su campeón; era cuestión de tiempo que apareciera uno. Ahí está una parte de la respuesta: el discurso político-religioso prolifera cuando representa el ansia de redención de una multitud que se sabe mayoritaria, pero también despreciada. El Mesías barrani, eso es Milei. Por el camino se unirán a la procesión otros actores, pero la identidad mesiánica quedó fijada en aquel origen.

Son los mesías de aquellos a quienes el progresismo les repite desde hace veinte años que son moralmente horribles.

Por eso no resulta impostado (aunque a muchos nos horrorice) cuando Milei asegura hacer la obra de Dios:  “El triunfo en la guerra no viene de la cantidad de soldados –dice–, sino de las fuerzas del cielo”. Hasta su aspecto elaboradamente monstruoso parece una señal, igual que sucede con Trump. Son los mesías de aquellos a quienes el progresismo les repite desde hace veinte años que son moralmente horribles: muy bien, entonces seremos un ejército bajo el estandarte de la fealdad, y gozaremos con el horror que provocamos, igual que Jesucristo se rodeaba de ladrones y prostitutas para escándalo de los fariseos. Todo esto quizá ayude a explicar el éxito electoral de Milei, pero también puede contener las razones por las cuales un eventual gobierno suyo sería desastroso. Después de todo, no es el trabajo de los mesías gobernar una república; y como dice Robert Wright, una idea se reproduce cuando el entorno lo permite, sin importar que sea buena o mala, útil o destructiva.

 

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Gonzalo Garcés

Escritor. Publicó Los impacientes (2000), El futuro (2003), El miedo (2012), Hacete hombre (2014) y Cómo ser malos (2016). Hace una columna semanal en el programa Pensandolo bien, por Radio Mitre.

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