Getting your Trinity Audio player ready...
|
La victoria de Donald Trump y del Partido Republicano en las elecciones del pasado martes fue contundente: capturó el colegio electoral y triunfó en todos los swing states. Por primera vez desde 2004, un republicano obtuvo la mayoría en el voto popular, apoyado por un electorado transversal y variado en sus demografías.
Con el control de la presidencia y del Senado, y la casi segura mayoría en la Cámara de Representantes, el partido republicano ha recibido un mandato fuerte para avanzar en la agenda de Trump. Su mensaje, centrado en mano dura y valores tradicionales, ha encontrado eco en un electorado que ansía soluciones rápidas y efectivas.
Sin embargo, las políticas económicas que promete el candidato son controversiales (poco tienen que ver con una agenda liberal, y menos aún con la libertaria de Milei en Argentina), e incluyen aumentos generalizados de aranceles externos, grandes recortes de impuestos y medidas para limitar la inmigración. Aunque estas propuestas puedan generar entusiasmo en ciertos sectores, para las economías emergentes su impacto podría traer consecuencias adversas y desafíos financieros.
En este escenario, la gran incógnita es cómo estará compuesto el nuevo gabinete de Trump. En su primer mandato, contó con figuras importantes como John Kelly, Jim Mattis y Gary Cohn, quienes en más de una ocasión moderaron sus políticas más extremas. Esta vez, es posible que lo acompañen los más leales con menos experiencia, es decir, un gabinete sin contrapesos internos.
Esta vez, es posible que lo acompañen los más leales con menos experiencia, es decir, un gabinete sin contrapesos internos.
Un área de riesgo adicional es la política monetaria. Trump ha criticado repetidas veces a Jerome Powell y la Reserva Federal, y no ha ocultado su intención de influir en sus decisiones. En campaña, llegó a insinuar que la Fed debería consultarlo al momento de establecer las tasas de interés, y algunos de sus asesores mencionaron la posibilidad de designar a un reemplazo de Powell “en las sombras”, como modo de quitarle poder. Otros han sugerido remover a miembros de la junta de gobernadores. De concretarse, este tipo de intervenciones socavarían la credibilidad de la Reserva Federal, inyectando volatilidad en los mercados y afectando, en especial, a los países emergentes que dependen del financiamiento en dólares.
Proteccionismo ‘on steroids’
Durante su primer mandato, Trump puso en marcha políticas comerciales restrictivas, subiendo aranceles, sobre todo contra China, pero afectando también a otros socios. Esto tuvo consecuencias profundas en la economía global, forzando a muchos a reestructurar sus cadenas de producción.
Ahora, con una nueva oportunidad de llevar el proteccionismo al extremo, Trump promete imponer tarifas del 10-20% a todas las importaciones y aranceles de hasta un 60% a productos chinos. Aunque es improbable que estas medidas se implementen en su totalidad, se anticipa un aumento significativo de aranceles: en promedio, elevarlos a 20-25% para China y 5-10% para el resto del mundo. Europa, México y Vietnam, países con superávits comerciales con Estados Unidos, son potenciales primeros objetivos.
Es probable que los países afectados respondan con represalias comerciales, provocando una caída del comercio internacional e incluso una recesión global. Basta recordar el Smoot-Hawley Act de 1930, que condujo a represalias y a una contracción del comercio mundial que agravó la Gran Depresión.
Para Argentina, un contexto de mayor proteccionismo y recesión global implica precios más bajos para sus productos agrícolas, una fuente vital de divisas. La guerra comercial de 2018 entre Estados Unidos y China llevó los precios de la soja a caer un 20%; de repetirse una situación similar, el golpe a la economía argentina sería severo, en un contexto externo que de por sí ya es complicado dada la escasez de reservas y vencimientos de deuda crecientes.
Trump prometió un ambicioso plan de recortes impositivos y aumento de gastos, incluidos los de defensa. Sin embargo, EE.UU. ya enfrenta niveles récord de déficit fiscal y deuda.
En campaña, Trump prometió un ambicioso plan de recortes impositivos y aumentos de gastos, incluidos los de defensa. Sin embargo, EE.UU. ya enfrenta niveles récord de déficit fiscal y deuda, con un desbalance superior al 6,4% del PBI para este año y una deuda pública que roza el 130% del PBI. Es difícil imaginar la sostenibilidad de un estímulo adicional en este contexto.
Si Trump avanza con sus planes, el déficit podría aumentar hasta unos tres puntos porcentuales del PBI por año (sin contar la mayor carga de intereses), obligando al Tesoro a emitir más bonos. Sus asesores han propuesto compensar estas reducciones impositivas y aumentos de gasto con aranceles más altos (deberían ser monumentales para compensar, ya que las importaciones sólo representan 10% del PBI), o con recortes de gasto (sin tocar la inversión social, intereses o defensa) que parecen irrealizables.
La Fed enfrenta aquí un dilema: el mayor déficit aumentaría la presión inflacionaria, impulsando la demanda en una economía cercana al pleno empleo. Es probable que la Fed se vea obligada a mantener tasas altas para controlar la inflación, o incluso a subirlas en lugar de bajarlas. Esto elevaría los rendimientos de los bonos del Tesoro, encareciendo el financiamiento para los mercados emergentes y desplazando capital hacia Estados Unidos, restringiendo el crédito para economías como la argentina.
Trump ha prometido endurecer las políticas de inmigración, incluyendo la deportación masiva de indocumentados, cuya población se estima entre 12 y 13 millones, y la implementación de mayores restricciones a la inmigración legal. Esta postura enfrenta una realidad compleja: Estados Unidos se encuentra en pleno empleo y con una demografía envejecida, que necesita de la mano de obra joven que suelen aportar los inmigrantes. Reducir el flujo migratorio en estas condiciones podría agudizar la falta de trabajadores en sectores críticos como la construcción, la agricultura y los servicios.
Esto, además, generaría una presión al alza sobre los costos laborales, lo que impulsaría los salarios y la inflación en un contexto ya desafiante. Para la Reserva Federal, este escenario se convierte en un obstáculo adicional en su objetivo de controlar la inflación, limitando su margen para reducir tasas en el corto plazo.
Fuera del mundo
El regreso de Trump a la Casa Blanca acarrea riesgos profundos para la política exterior estadounidense y para el orden global en su conjunto. Su enfoque apunta a reducir los compromisos tradicionales de Estados Unidos en el escenario internacional, en una suerte de repliegue de su rol como garante de la estabilidad mundial. Esta retirada abre un espacio que Rusia y China se apresurarían a ocupar, ampliando su influencia en zonas como África y América Latina. Los conflictos que se desarrollan en Europa Oriental, Medio Oriente y Asia no son episodios aislados; son manifestaciones de una competencia global en la que China, Rusia e Irán actúan cada vez más como socios estratégicos, apoyándose en sus ambiciones comunes.
Trump ha sido crítico de la OTAN, cuestionando su efectividad y sugiriendo una reducción en el respaldo a Europa. Esto debilitaría la capacidad de disuasión de la alianza en un contexto de guerra en Ucrania, en el que Rusia avanza con una política cada vez más expansiva. Trump ha insinuado su deseo de propiciar rápidas negociaciones entre Ucrania y Rusia, lo que muchos interpretan como una concesión a Moscú que podría sacrificar la soberanía ucraniana en aras de reducir los costos de defensa para EE.UU. Este tipo de movimiento no solo dejaría un vacío que Rusia se apresuraría a llenar en Europa del Este, sino que también evoca episodios históricos de concesiones. En 2018, la retirada estadounidense de Siria permitió a Rusia consolidar su influencia en Medio Oriente. Y la historia ofrece advertencias aún más severas: las concesiones a Hitler en Checoslovaquia en 1938 solo avivaron su ambición, como advirtió Churchill con mordaz claridad: “An appeaser is one who feeds a crocodile, hoping it will eat him last”.
En Asia, la ambigüedad de Trump respecto a la defensa de Taiwán podría alentar a China a intensificar su presión militar sobre la isla.
En Asia, la ambigüedad de Trump respecto a la defensa de Taiwán podría alentar a China a intensificar su presión militar sobre la isla. Solo en Medio Oriente podría esperarse un atisbo de optimismo: durante su primer mandato, Trump mostró un apoyo sólido a Israel y señaló a Irán como el principal foco de inestabilidad regional. Un segundo mandato podría traducirse en una estrategia más precisa hacia Teherán, ya sea para presionar por un cambio de régimen o al menos para forzar una reducción de su postura beligerante. Sin embargo, persiste la incógnita de si Trump lograría superar la resistencia de las facciones más aislacionistas dentro de su propio partido, recelosas de cualquier intervención que implique un aumento en el gasto militar.
La historia ya ha mostrado los peligros de una política aislacionista por parte de Estados Unidos. En los años previos a la Segunda Guerra Mundial, el repliegue republicano, liderado por Charles Lindbergh, portavoz del movimiento America First de entonces, facilitó el avance de los fascismos en Europa, con resultados desastrosos para la estabilidad global. Solo con el estallido del conflicto, los republicanos comprendieron la magnitud de su error.
Argentina y Trump
Para Argentina, un escenario como el descrito plantea desafíos, pero también alguna oportunidad. La afinidad política y personal entre Trump y Javier Milei podría facilitar un acercamiento diplomático que ayude en las negociaciones con el FMI, donde Argentina podría necesitar apoyo adicional para flexibilizar su cepo y hacer frente a sus obligaciones de deuda externa.
Sin embargo, tasas de interés más elevadas, un dólar más apreciado, precios de commodities más bajos, y el crecimiento global impactado por volatilidad en las políticas comerciales de las principales potencias económicas del mundo sería particularmente problemático para Argentina, que enfrenta vencimientos de deuda por más de 100.000 millones de dólares entre 2025 y 2030 y requiere acceso a financiamiento externo en condiciones favorables para refinanciar sus obligaciones. La experiencia de 2018, cuando un dólar fuerte y tasas en alza sacaron capitales de los mercados emergentes, es una advertencia clara.
Para ser justos, no podemos concluir sin presentar un escenario alternativo más positivo. En el mejor de los escenarios, Trump podría ir por el bronce y enfocarse en desregular la economía y ordenar las cuentas públicas, especialmente si las facciones más conservadoras del Partido Republicano logran frenar los impulsos más populistas de su agenda. Una política de desregulación genuina podría revitalizar sectores estratégicos al reducir trabas que limitan la inversión y limitan la creación de empleo. Esto brindaría mayor margen para la innovación y el emprendimiento, beneficiando a las pequeñas y medianas empresas y mejorando la competitividad de Estados Unidos a nivel global.
En el mejor de los escenarios, Trump podría ir por el bronce y enfocarse en desregular la economía y ordenar las cuentas públicas.
En política exterior, un escenario positivo en un segundo mandato de Trump podría incluir el logro de la paz en Ucrania, donde se sacrificaría parte de su territorio a cambio de su ingreso en la OTAN, consolidando así su seguridad a largo plazo y conteniendo las ambiciones expansionistas de Rusia. Simultáneamente, una política más firme podría llevar a la contención o derrota significativa de Irán, reduciendo su influencia desestabilizadora en Medio Oriente. En cuanto a Asia, un compromiso claro de defensa hacia Taiwán podría enfrentar efectivamente la amenaza de China como competidor estratégico, disuadiendo acciones agresivas.
Con Rusia y China degradadas en su capacidad de influencia global, Estados Unidos podría buscar fortalecer relaciones comerciales en América Latina, incluida Argentina, de forma más metódica, promoviendo el desarrollo económico y estableciendo nuevas alianzas en la región.
Un triunfo republicano podría, además, impulsar una revisión de la política cultural en EE. UU. respecto al “wokismo,” un movimiento que, en ocasiones, ha derivado en posiciones antisemitas y divisivas. Si la nueva administración optara por no fomentar posturas extremas en cuestiones ideológicas, contribuiría a una atmósfera política más equilibrada y menos polarizada. Esta moderación permitiría el desarrollo de políticas que respeten la diversidad y la tolerancia, pero que también pongan en valor los logros de la democracia liberal y los aportes de Occidente al progreso humano.
La derrota demócrata podría, finalmente, servir como impulso para que el partido ajuste su enfoque ideológico y recupere el favor de su base moderada. Tal como ocurrió después del gobierno de Carter, un periodo fuera del poder podría ofrecer una oportunidad para redefinir sus estrategias, ampliar su alcance y reorientarse hacia el centro. La experiencia de Clinton es un ejemplo de cómo una derrota puede llevar a un pragmatismo político que sostiene ideales progresistas sin excesos, enfatizando la estabilidad económica, rechazando el populismo MAGA y promoviendo el respeto a todos los ciudadanos, incluidos aquellos que se han sentido desplazados por el ethos woke, como judíos y hombres blancos.
La estrategia de Milei
El regreso de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos plantea una serie de riesgos y probables desafíos económicos complejos para Argentina y otras economías emergentes. Aunque surgen posibilidades de cooperación política y diplomática, y un escenario positivo nunca puede descartarse del todo, lo cierto es que, en el terreno económico, la agenda proteccionista de Trump y sus repercusiones en los mercados financieros son cuestiones que deben preocuparnos.
Frente a este escenario, el gobierno argentino debería adoptar medidas preventivas para amortiguar los posibles efectos negativos. Diversificar los mercados de exportación es una opción relevante, así como fortalecer los acuerdos comerciales, tanto regionales como extrarregionales —baste mencionar el tratado con la Unión Europea, que aún aguarda aprobación. También es crucial mantener una política fiscal prudente, como la que el ministro Caputo viene impulsando, para reducir la vulnerabilidad de nuestra economía. Además, Argentina deberá entablar un diálogo continuo con organismos internacionales y explorar fuentes alternativas de financiamiento en mercados menos expuestos a la volatilidad estadounidense.
En definitiva, aunque puedan presentarse ciertos beneficios en el plano diplomático, existe el riesgo de que el costo potencial en términos de acceso a crédito y estabilidad económica global superen cualquier ventaja, obligando a nuestro país a enfrentar una realidad económica más exigente en los próximos años.
Si te gustó esta nota, hacete socio de Seúl.
Si querés hacer un comentario, mandanos un mail.