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Hace unos meses un cliente me pidió que revisara cuatro traducciones. Tres de ellas me parecieron malas, pero arreglables. La cuarta me pareció tan mala que mi recomendación fue hacerla de nuevo. Me pidieron una cotización y ayer, después de semanas de trabajo, entregué la traducción. Mi cliente me respondió que la iban a revisar colegas de habla hispana para aprobar el pago; unas horas después me dijo que el pago estaba aprobado, porque había hecho un gran trabajo. “Gracias, soy el último mohicano”, le respondí. “Quizás ésta haya sido mi última traducción”.
Llegué a la traducción como parte de una reinvención. Hasta 2019 había estado más o menos en el mismo mundo, en la intersección de política, políticas públicas, empresas y comunicación. Trabajé casi diez años en el sector privado en áreas de comunicación y de asuntos públicos, esto es, en la relación de las empresas con la prensa, la política y la comunidad. Y trabajé diez años en política. Primero en Fundación Pensar, el think tank del PRO, donde buscaba que el conocimiento de los especialistas sirviera para los políticos y para la campaña. Cuando Mauricio Macri llegó a la presidencia, trabajé en el equipo de discurso del presidente, donde mi papel era entender los temas y traducirlos, si se quiere, a un discurso más acorde al presidente.
Pasaron cosas, claro, y en 2019 me encontré sin trabajo. No sólo eso, con la inminencia de un nuevo gobierno kirchnerista no tenía ningún deseo de volver a lo que hacía antes. La política me había dejado con una profunda desilusión, por no decir depresión, y el ambiente de la comunicación y los asuntos públicos ya no me convocaba. Así que me dije: soy freelance, escribo para otros, y además edito y traduzco. Tuve la suerte de que un amigo de un amigo me pidiera que revisara la traducción de un paper sobre economía de la infraestructura: “Se ve rara”, me dijo. Rápidamente me di cuenta de lo que había pasado: el traductor no había entendido la economía detrás del paper y por eso no lo había podido traducir correctamente. Por mi background y porque estudié ciencia política (“un océano de conocimiento de una pulgada de profundidad”, como me dijo una vez un colega), me di cuenta de que había ahí un nicho interesante para mí. En 2020 empecé a editar y traducir papers para organismos multilaterales y a partir de ahí no paré.
Huellas marcadas
Hasta ahora, claro. Desde hace un año o dos es cada vez más claro que la inteligencia artificial me va a alcanzar y superar. Hasta hace unos meses, cuando alguien me sacaba el tema, mi respuesta era: “La IA ya me gana en precio y en velocidad, pero todavía le gano en calidad”. Ahora, en cambio, mi respuesta es: “Ya estoy pensando cómo volver a reinventarme”. Una opción, claro, es usar IA y trabajar con ella, aprendiendo a dirigirla y supervisarla. Es lo que sugiere muy bien Martín Varsavsky: “No sé si la IA dominará el mundo, pero sí sé que quienes la usan estarán años luz por delante de quienes no. La IA no te reemplaza; te multiplica, dándote control sobre tus metas”.
Algo así dijo hace poco Diego Papic en su newsletter para Seúl. Hizo un ejercicio interesante a partir de un escándalo menor en el que La Nación publicó un texto de ChatGPT “olvidando borrar las huellas que delataban su origen artificial”. Con la misma noticia, Diego fue dirigiendo a ChatGPT a escribir la nota, mostrando cómo es importante esa dirección. Su conclusión: “La IA está transformando trabajos, es innegable. Pero siempre requerirá dirección humana. (…) La inteligencia artificial puede mejorar la prosa, pero solo un humano puede decidir cuándo preservar el habla coloquial de una fuente o cuándo la estructura traiciona el impacto de una noticia. El futuro del periodismo no está en resistir estas herramientas, sino en dominarlas. Porque la diferencia entre un texto mediocre y uno excepcional no radica en quién escribe, sino en quién piensa antes de publicar”.
La mayoría de los humanos, parece, no puede distinguir poesía hecha por IA de la hecha por humanos.
Unos días antes Alejo Schapire había un poco menos optimista. Decía que “hace un par de años” –como comentaba yo más arriba– entendió “que estábamos en problemas”. Después cuenta que hace poco, en una capacitación con periodistas siguiendo la línea del ejercicio de Diego, “hasta los veteranos más escépticos se rendían ante la evidencia”. Y hasta tiene “malas noticias” para quienes “creen que, por más avances tecnológicos, la IA nunca podrá alcanzar la sensibilidad necesaria del alma humana”. La mayoría de los humanos, parece, no puede distinguir poesía hecha por IA de la hecha por humanos.
Los datos todavía no apoyan esta visión fatalista, sino más bien algo parecido a lo que dice Papic. Una nota reciente de The Economist analiza datos y concluye que no se ve aún una tendencia estadística de un impacto de la IA en el mundo laboral: “Es posible que la IA sólo ayude a los trabajadores a hacer su trabajo más rápidamente, y no que los haga redundantes. Más allá de la explicación, por ahora no hay necesidad de entrar en pánico”.
Un par de años de vida
En mi día a día me siento más cerca de lo que dice Alejo que de lo que dicen Diego o The Economist. Quizás sea porque el campo de la traducción es el más avanzado. Hace poco lo dijo el usuario de Twitter @BAvanzar, a quien no conozco: “I’m a Spanish translator. We’ve been getting smashed since gpt4. Rates have dropped 70%, workload quadrupled, most people quit. I’m not even bothering looking for a new job, as the same thing is coming for everyone. Translators are just a couple years ahead.” Yo lo traduje así: “Soy traductor de español. Nos están matando desde gpt4. Las tarifas cayeron 70 por ciento, la carga de trabajo se cuadruplicó, la mayoría de las personas renuncian. Ni me estoy preocupando por buscar un trabajo nuevo, porque lo mismo se nos viene a todos. Los traductores sólo estamos un par de años adelantados”. (La traducción de Copilot: “Soy traductor de español. Nos han golpeado mucho desde GPT-4. Las tarifas han caído un 70%, la carga de trabajo se ha cuadruplicado y la mayoría de las personas han renunciado. Ni siquiera me molesto en buscar un nuevo trabajo, ya que lo mismo viene para todos. Los traductores solo están unos años adelantados.” Para mí la mía suena mejor, pero…).
Las empresas tecnológicas nos quieren decir que no nos asustemos, que todo va a estar bien, sobre todo si usamos IA. De hecho, todas las empresas tecnológicas con las que interactúo en mi vida cotidiana están intentando hacerme trabajar con inteligencia artificial. Twitter trata de venderme Grok, WhatsApp trata de venderme MetaAI, Google trata de venderme Gemini y Microsoft trata de venderme Copilot. De hecho, me lo regalan, me lo meten dentro de mis suscripciones, me hacen la gran “la primera te la regalo”. Todos los días uso esas cuatro plataformas y todos los días tengo que esquivar sus prompts para que use inteligencia artificial, porque me la tratan de vender como todos los medios y los publicitarios tratan de venderme a Franco Colapinto, a quien espero que le vaya muy bien, pero a quien no me banco más por esa insistencia. Con la IA me pasa un poco eso: me la tratan de vender por todos lados y yo me resisto.
Si no me gustaba supervisar a una persona real, mucho menos me va a gustar supervisar a una IA.
Puede haber algo de ludita en mi oposición, pero creo que hay algo más. Primero, hay algo que tiene que ver con el placer del trabajo. La parte de edición y traducción de mi trabajo siempre fue muy variable; por momentos tenía muchísimo trabajo y tenía que dedicarle horas los fines de semanas, y por momentos tenía poco o nada. Sequía o inundación, nada en el medio. En los momentos de inundación un par de veces busqué gente para que hiciera las primeras versiones, pero nunca me funcionó. No por las otras personas, claro, sino porque no soy bueno dirigiendo ni supervisando. Más bien, no me gusta, y si no me gustaba supervisar a una persona real, menos me va a gustar supervisar a una IA. Mientras tenga la posibilidad de elegir, elijo buscar un trabajo que me pague y me satisfaga por otro lado también. Me gusta trabajar con las palabras, me gusta la artesanía de escribir y de traducir.
La segunda razón es que no creo que tenga mucho sentido aprender a traducir con IA. Porque, como dice @BAvanzar, va a ser un negocio cada vez más chico y menos rentable (además de menos disfrutable). Me vino al recuerdo una película de 1991, Other People’s Money (El dinero de otros, traduciría yo), en la que Danny DeVito interpreta a un empresario que va a liquidar una compañía industrial que está al borde de la quiebra. En el momento cumbre Larry el Liquidador se pone frente a los accionistas y les dice que la empresa ya está muerta. “¿Saben por qué? Nuevas tecnologías. Obsolescencia. Ya lo creo que estamos muertos. (…) ¿Saben qué? En un momento debe haber habido docenas de compañías que fabricaban látigos para carruajes. Y les apuesto que la última compañía que andaba dando vueltas era la que hacía el mejor puto látigo de carruajes que hayan visto. (…) Ustedes invirtieron en una empresa, y esa empresa está muerta. Tengamos la inteligencia, tengamos la decencia, de firmar el certificado de defunción, cobrar el seguro e invertir en algo que tenga un futuro”.
Pues bien, no voy a invertir en traducir o editar por IA porque eso me va a convertir en el último productor de látigos de carruajes. Prefiero ser el último mohicano de la traducción. Mientras tanto, haré cada traducción pensando que será la última, razón por la cual le dedicaré toda la artesanía que pueda. Y, más importante, invertiré en habilidades que imagino que la IA tardará un poco más en ocupar: por suerte, como fui y volví, estoy un poco más flexible para hacer cosas que hace cinco o diez años.
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