@BRANCOWITZ
Domingo

Tenemos que importar más

Argentina sigue siendo uno de los países más cerrados del mundo. Por justicia social y para crecer más, hace falta una nueva coalición contra el lobby proteccionista.

Hace unas semanas una diputada decía que Argentina tenía la maldición de exportar alimentos. Para mí, si tenemos una maldición, en todo caso es la maldición de no importar. Argentina es una de las economías más cerradas del planeta. Eso se puede ver en muchos indicadores: según los últimos datos del Banco Mundial, nuestras importaciones representan el 15% del PBI, y junto con Brasil, somos uno de los países con el porcentaje más bajo del mundo y de la región (Uruguay 19%, Colombia 23%, Paraguay 35% y México 39%).

Para mucha gente, importar es todo lo que está mal. Es Consenso de Washington, neoliberalismo,  década de los 90, es un ingeniero manejando un taxi. Lo aprendemos en el colegio y lo remachan en la facultad: importar es malo, sustituir importaciones es bueno. Lo vemos permanentemente en las noticias. En 2017 los medios alertaban por una  “avalancha de importaciones” a pesar de que los niveles de importación estaban por debajo de los de 2011, 2012 y 2013. Lo que ocurría era que las importaciones comenzaron a recuperarse a medida que la economía volvía a crecer: 8 de cada 10 dólares de las importaciones eran para producir (bienes intermedios y de capital). Pero para ser sincera no creo en gualichos ni en maldiciones. Sí creo en lobbies organizados que continuamente están construyendo un relato poderoso y convincente, y por lo tanto creando un sentido común alrededor de las importaciones, en línea con sus intereses.

Hay por lo menos tres razones por las que importar más es necesario e importante para nuestro país: porque es justo socialmente, porque es la única manera de exportar más y porque es la mejor manera de aumentar las inversiones.

importaciones como justicia social

En Argentina, las computadoras (y otros aparatos electrónicos), la ropa, los zapatos y los juguetes son mucho más caros que en otros países. No sorprende que también sean sectores muy protegidos (aranceles por encima del 25%), y que por lo tanto se importe poco.  Por eso hemos visto gente vacacionando en Chile en lugar de ir a Mendoza para hacer shopping y volver con ropa, artículos de bazar o electrónica. Mamis viajando a Miami para hacer el ajuar del bebé e incluso gente pidiendo libros en inglés que tardan muchísimo o directamente no llegan a nuestro país. Básicamente: dime qué compras/encargas cuando te vas de viaje y te diré qué sectores están protegidos de una u otra manera en Argentina. Pero, ¿y los que no viajan?

En 2020 todos fuimos víctimas de las restricciones a las importaciones, pero en tiempos normales los más perjudicados son los que no pueden viajar. Los consumidores más cautivos son los que menos tienen. La contracara de sectores protegidos son consumidores desprotegidos, especialmente consumidores pobres desprotegidos. Ni hablar de que muchas veces el proteccionismo es una pantalla para la corrupción. Imaginate tener que rogarle a un funcionario en oficinas a puertas cerradas que te permita importar un producto. Es lo que está volviendo a pasar. Apenas llegó el gobierno actual desactivó el robot que aprobaba las importaciones que cumplían todos los requisitos y lo reemplazó por reuniones con funcionarios de la Secretaría de Industria.

Muchas veces el proteccionismo es una pantalla para la corrupción. Imaginate tener que rogarle a un funcionario en oficinas a puertas cerradas que te permita importar un producto.

La segunda razón: exportaciones. Siglo XXI, conectividad, cadenas globales de valor, servicios basados en el conocimiento, Zoom. La producción, las formas de generar valor, cambiaron. Sin embargo, nos siguen machacando con el mismo tango industrialista del siglo pasado. Aun cuando creamos que la producción y el trabajo que valen son los que provienen del icono de fábricas humeantes, esas fábricas necesitan insumos intermedios para producir. Si no los consiguen a precios razonables, los bienes que producen son más caros para los argentinos y menos competitivos para venderlos afuera: menos exportaciones.

En Argentina protegemos también los bienes intermedios: los insumos para producir. Como señala un estudio de la OECD, uno de los factores que explica el bajo nivel de integración del país en comercio mundial y en las cadenas globales de valor, son los altos niveles de protección arancelaria y no arancelaria, especialmente en bienes intermedios y de capital. Sobra decir que traerse una barra de acero en el equipaje de mano no es factible. Así, a los consumidores cautivos se suman los productores cautivos (mayormente Pymes).

Tercera razón: inversiones. Ligado a lo anterior, en un mundo globalizado, donde un producto está compuesto del trabajo y de componentes de muchos países, cuando las empresas tienen que decidir dónde invertir, contemplan el acceso a los insumos y la facilidad para luego exportar productos y partes. Argentina, con acuerdos comerciales con menos del 10% del PBI global, con restricciones y regulaciones que cambian a cada rato, es un destino poco atractivo para esas empresas.

¿y el empleo que no se crea?

No tardarán en llegar argumentos del tipo: ¿y el empleo que se pierde si importamos más? Las redes sociales (y la política argentina) están llenos de usuarios de iPhone que explican por qué es bueno para el empleo que usuarios de otras marcas paguen más caro un celular, una notebook o la ropa de sus hijos. ¿Y el empleo que no se crea? ¿Los turistas que no van a Mendoza? ¿Los consumidores que van a los shoppings de afuera y no a nuestras tiendas? ¿Las empresas que no se abren? ¿Eso no es trabajo perdido? Difícil cuantificar.

Los que queremos una economía más integrada al mundo estamos en desventaja: tenemos que ir contra el sesgo de aversión a la pérdida, un fenómeno psicológico por el cual nos impactan más las pérdidas que las ganancias, más cuando las ganancias no se ven inmediatamente. Ojo, no estoy negando que, en la transición hacia una economía más integrada al mundo, algunos sectores, y por ende algunos empleos, podrían ponerse en riesgo. Pero eso no debería paralizarnos. Debería motivarnos a plantear una estrategia de reconversión productiva gradual, con el foco puesto en el trabajador y no en el sector. Cuidar a la persona y no a un determinado puesto de trabajo (o a un determinado sector prebendario).

Otro obstáculo para dar estas conversaciones sobre integración al mundo es que los protegidos son muy hábiles para cambiar el tema. Hace poco el INDEC informó que el rubro del Índice de Precios al Consumidor que más aumentó fue el de prendas de vestir y calzado: +60%, muy por encima de la inflación promedio. Consultados por los aumentos de precios, los empresarios del sector suelen ampararse en  costos laborales o costos impositivos. Y sí, ¡nadie niega que haya que bajar esos costos! Pero ahora que son gobierno, lo primero que hicieron fue controlar el comercio exterior y dar marcha atrás con la baja de impuestos iniciada en la gestión anterior.

hábiles declarantes

Apenas asumió el gobierno de Alberto Fernandez el comercio exterior y la industria quedaron en manos de la Fundación Protejer, el lobby textil argentino. Ariel Schale, que en la página sigue figurando como director ejecutivo de la fundación, es el secretario de Comercio, Industria del Conocimiento y Gestión Comercial Externa de la República Argentina. Su primera resolución fue para que vuelvan las licencias no automáticas. Beneficiados: prendas de vestir, hilados, polipropilenos y la lista sigue con varios anexos y 300 productos. Fue el 8 de enero, la pandemia no era una excusa. En marzo, antes del aislamiento, también subieron los aranceles al aluminio, contra las recomendaciones de la Comisión Nacional de Defensa de la Competencia para bajar los precios y fomentar la competencia en ese sector. Lamentablemente hay una fuerte disociación entre lo que les preocupa en los medios y lo que los ocupa en la gestión.

Pero si es todo tan evidente, ¿cómo puede ser que no planteemos seriamente un debate sobre qué política de integración al mundo queremos tener? ¿Cómo fue que pasó? ¿Cómo nos convencieron de que el que usa una computadora con manzanita es un cipayo antipatria mientras los exponentes de la industria ostentan en sus cuentas de Instagram home offices dignas de Bobby Axelrod? ¿Por qué los turistas tienen que ingresar en Ezeiza con tres remeras sin etiqueta y un celular escondido en la cartera como si estuvieran traficando efedrina, mientras los empresarios protegidos muestran en las revistas de espectáculos festejos fastuosos en otros continentes? Estrategia de largo plazo, recursos, ocupar todos los lugares y perseverancia. Eso, y que del otro lado hacen agua.

Apenas asumió el gobierno de Alberto Fernandez el comercio exterior y la industria quedaron en manos de la Fundación Protejer, el lobby textil argentino.

El trabajo de lobby de los sectores protegidos de Argentina me recuerda al de la NRA en Estados Unidos. Tienen una estrategia integral y muy efectiva. La National Rifle Association logró convencer a la corte y a los americanos de que la segunda enmienda a la Constitución quería decir lo que a ellos les convenía. No fue de un día para otro. Fue un trabajo de décadas. Financiaron think-tanks, académicos y medios de comunicación. Lograron cambiar la conversación pública a su favor. Jugaron el long game. ¿Hay otros sectores en Argentina dispuestos a jugar ese juego? Se dice mucho que necesitamos una coalición exportadora. Es cierto, pero también es obvio. Igual de cierto, pero no tan obvio, es que necesitamos una coalición importadora que invierta en dar la batalla cultural: pienso en el agro, en los servicios, en nuestros unicornios, en asociaciones de defensa del consumidor. Todos los actores que quieren una economía moderna, que quieren generar trabajo en el país y ofrecer productos y servicios de calidad y accesibles para los argentinos (y no a costa de los argentinos) necesitan meterse en esta pelea.

Integrarnos al mundo no depende de una gestión. No se resuelve ni en cuatro años ni en ocho. Muy probablemente un próximo gobierno enfrente las mismas limitaciones que el anterior: minoría en el Congreso, medidas antipáticas para volver a reparar la economía –el equilibrio fiscal logrado en 2019 ya es historia, volvió el desajuste tarifario, volvió la brecha cambiaria–, Estado militante y  estancamiento económico. Necesitamos empresarios que puedan dar la batalla cultural: pro competencia, pro integración al mundo, pro transparencia. Cada vez quedan menos de esos, pero tengo la esperanza de que no sea una batalla perdida.

 

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Daiana Molero

Economista. MC/MPA Mason Fellow en Harvard Kennedy School. Pre-candidata a diputada nacional (CABA). Ex subsecretaria de Programación Microeconómica.

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