VICTORIA MORETE
Domingo

Del sur al mundo entero

'Sur', de cuyo nacimiento se cumplen 90 años, más que una revista fue un programa cultural, llevado adelante por una mujer fuera de serie, Victoria Ocampo, que desde Argentina hablaba de igual a igual con el mundo. Y que, además, tuvo el tupé de no ser peronista.

Sobre Victoria Ocampo pesa un estigma: era rica. Eso alcanzó y sigue bastando para relativizar su lugar central en la cultura argentina del siglo XX o directamente para demonizarla con una ristra de epítetos: privilegiada, elitista, extranjerizante, antiperonista. Supo convivir con los supuestos agravios y respondió a cada uno de ellos.

Se dice que era privilegiada.

Ella lo sabía. Su posición de clase y su fortuna, decía, le permitieron crear y sostener un proyecto cultural por décadas, aunque no fuera rentable. Lo sabía y hacía uso. Una vez se entrevistó con un funcionario para reclamar por los derechos de trabajadoras, madres solteras y prostitutas y él le preguntó por qué lo hacía si ella no estaba en ninguna de esas posiciones. No estarlo, contestó ella, es lo que le permitía estar ahí. Esa audiencia concedida por su posición lo confirmaba.

Se dice que era elitista.

Victoria Ocampo no era una persona fácil ni demagoga y su postura sobre las élites merece ser atendida: “Una élite intelectual no es jamás una élite de nacimiento”. Decía que las élites son necesarias en cualquier ámbito porque cumplen una función. Que amaba los autos pero no los entendía: ella era el vulgo y el mecánico, la élite. Decía que todos se rendían ante las gambetas de Pelé y no dudaban de su condición de élite en el fútbol. Decía que el talento para la literatura no está dado por las clases sociales, se acordaba del origen pobre de su amiga Gabriela Mistral y repetía que elitismo no es exclusividad sino fruto de “el talento, el mérito, el trabajo”.

Se dice que era extranjerizante.

Después de su paso por la cárcel en 1953 le preguntaron por las causas de su detención: “Yo no he hecho nada fuera de ser antiperonista”.

No podía ser más tajante con esto: la literatura es un puente que lleva a todos lados. “Una cosa es extranjera en la medida en que no se siente como propia. Y a mí los artistas me han regalado casi el mundo entero”. Decía que no conocía forma más eficaz de acercamiento entre los pueblos que el arte y que el arte es de la humanidad, no de las naciones.

Se dice que era antiperonista.

Nunca argumentó contra esto porque no lo consideraba una acusación sino una simple descripción de los hechos. Después de su paso por la cárcel en 1953 le preguntaron por las causas de su detención: “Yo no he hecho nada fuera de ser antiperonista”.

Un individuo

Victoria Ocampo nació en 1890, en “un mundo victoriano”. Estudió en su casa, quiso ser actriz, se casó y se divorció en momentos en que pocas lo hacían, tuvo amigos y amantes. Fue agnóstica y feminista toda su vida. No aspiraba sólo a un cuarto propio: andaba por el mundo, fumaba en público, manejaba su auto y su vida sin acompañantes masculinos. Fue colega, interlocutora y amiga de grandes figuras de la literatura, como Aldous Huxley, Virginia Woolf, André Malraux, Albert Camus o Rabindranath Tagore. Desfilaron por su casa hombres y mujeres que querían conocer la Argentina y lo hacían a través de su mirada. Fue la única latinoamericana invitada a los juicios de Nuremberg. A los 87 años se convirtió en la primera mujer en la Academia Argentina de Letras y tiempo después murió. Fue entonces cuando Borges, uno de los hombres con los que más discutió y trabajó a lo largo de su vida, la sintetizó así: “En un momento en que las mujeres eran genéricas, ella tuvo el valor de ser un individuo”.

Victoria Ocampo fue muchas cosas, pero, sobre todo, fue la creadora de la revista Sur.

Hace 90 años salió a circulación una revista que fue una obra cultural completa, un programa con una misión que tuvo a Victoria Ocampo a la cabeza hasta su muerte y que empezó a delinearse con su amigo norteamericano Waldo Frank a finales de los años ’20. Paseaban por New York y “entonces, por primera vez, el nombre de esta revista –que no tenía nombre– fue pronunciado”.

Así pasa con los nombres que elegimos: convocan un destino, el que se cifra en esas letras. Sur y Victoria: los dos son nombres elegidos. Nació como Ramona Victoria Epifanía Rufina y, de los cuatro anotados, prefirió el que mejor se acomodaba a la visión que tenía de sí. También pensó cómo llamar a una publicación que fuera más que una suma de contenidos, que se sostuviera en el tiempo y acercara la Argentina al mundo. Una revista argentina, liberal y universalista. Victoria optó por Sur. No se puede pensar en una sin la otra: “En el verano de 1931 nació Sur. A partir de ese momento mi historia personal se confunde con la historia de la revista”.

Con una flecha apuntando hacia abajo estampada en la tapa, salió a la venta el primer número con 100 ejemplares para suscriptores. ¿Qué fue Sur?

Fue la revista de letras latinoamericana más importante del siglo pasado. Fue una propuesta que puso en el centro las relaciones entre intelectualidad y política, entre nacionalismo y universalismo. Fue una revista sin complejos. ¿Por qué desde Argentina no se podía escribir un estudio sobre Picasso o sobre filosofía? Victoria estaba convencida de que se podía. Una revista latinoamericana tenía el tupé de ser cosmopolita y hablar de igual a igual, sin reservar para sí el color local o el exotismo.

Una revista latinoamericana tenía el tupé de ser cosmopolita y hablar de igual a igual, sin reservar para sí el color local o el exotismo.

Ahora que pasó el tiempo y existió Borges en la literatura, sabemos que un escritor argentino escribe sobre cualquier cosa y que nuestra tradición es la cultura mundial, pero no había precursores de Borges a comienzos del siglo pasado. Decía Victoria Ocampo en los ’60: “Ahora todos quieren a Borges, allá se disputan sus artículos, pero durante años lo trataron con irritante condescendencia”. El allá del que habla es Estados Unidos y está rememorando los comienzos, cuando el joven Borges publicaba en Sur.

Había consagrados y desconocidos. Esa visión permitió que en la revista se publicaran textos de Alfonso Reyes y Ricardo Güiraldes, de Oliverio Girondo y de García Lorca, de Leopoldo Marechal, Lewis Mumford, Eduardo Mallea, Jean-Paul Sartre y Gabriela Mistral. Ocampo tradujo y contrató traductores como Aurora Bernárdez y Julio Cortázar para acercar los autores del mundo al público local con un sonido argentino. Sur marcó el pulso de las discusiones de la época, organizó debates sobre el estilo, la inutilidad en el arte, la moral o el lenguaje. También fue lugar de rivalidades y confrontaciones internas.

Una de las críticas a Sur es que se pretendían neutrales y apolíticos pero no lo eran. Victoria Ocampo no era neutral, no aceptaba colaboraciones “sin afinidad profunda” con ella, y esta afinidad era el liberalismo. Con la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial, la apuesta de la revista por el antifascismo se radicalizó. Mientras algunos la consideraban aristocratizante, otros la tildaron de comunista y contestataria. La participación de Victoria Ocampo en la Unión Argentina de Mujeres ayudó a forjar esta fama. Escribió en 1936:

La revolución que significa la emancipación de la mujer es un acontecimiento destinado a tener más repercusión en el porvenir que la guerra mundial o el advenimiento del maquinismo. Lo único que me pregunto es si la palabra ‘emancipación’ es exacta. ¿No convendría más decir ‘liberación’? Me parece que este término, aplicado a siervos y esclavos, se ciñe mejor a lo que quiero decir.

Unos años después la revista tuvo otro tupé: no ser peronista.

Sur insiste: no es una revista militante. ¿No tiene posicionamiento? Sí, lo tiene, y es el rechazo a toda violación a valores universales como la libertad. Si bien se empezó a publicar en los ’30, Sur nació en los ’20 y encarnaba el espíritu de aquellos años. Era también una visión sobre la Argentina: un país de la periferia participando de la conversación mundial. Desde los márgenes, pero no marginal. Sin embargo, el mundo se movió con vértigo en quince años y la conversación cambió.

Y ahí estaba Sur, llena de internas y disputas y con algunas ausencias pero, como siempre estuvo claro el liderazgo, la revista se mantuvo en el liberalismo de Victoria Ocampo. Frente a un gobierno como el del general Perón, con su exaltación de los valores nacionales y la promoción de una cultura oficialista, Sur no tuvo otra opción que estar enfrente: la cultura no es un bien nacional sino de la humanidad. Frente al control, al aparato de propaganda, las intervenciones, la censura y la intimidación, Sur apeló a la crítica indirecta, la sátira y todas las variantes del preciso arte de injuriar. Para eso no había nada mejor que las firmas reconocidas a nivel mundial. En el número 135 de enero de 1946, por ejemplo, el escritor francés Roger Caillois publicó “El poder de las palabras”. Hablaba de los usos del lenguaje, de las frases efectistas, de la demagogia y de la plaza pública donde “se apretuja una clientela que espera, boquiabierta, al charlatán. A éste no le faltarán crédulos”. Sur estaba presentando batalla con las armas que tenía.

En 1953 las oficinas de la revista son allanadas. Victoria Ocampo aún no lo sabe porque está en su casa de Mar del Plata. Todavía está en la cama cuando le anuncian que un comisario quiere verla: “Estaba a cien leguas de imaginar que venía a detenerme. Para no hacerlo esperar dije que lo hicieran pasar a mi cuarto”. Estuvo presa veinte días en la cárcel El Buen Pastor con su uniforme a cuadritos, sin el maquillaje con el que todos la conocían, dos trenzas cruzadas sobre la cabeza y su nombre bordado con hilo verde sobre el pecho. Susana Larguía, antigua compañera de la Unión Argentina de Mujeres, habla del grupo de detenidas: “Éramos doce, todas de personalidad definida: cinco socialistas, una demócrata progresista, una conservadora, dos peronistas réprobas y Victoria”.

Personalidades de Francia, India, Inglaterra y Estados Unidos reclamaron por su libertad. Dicen que el telegrama que Gabriela Mistral le mandó a Perón fue lo que le permitió salir libre a los 26 días: “Profundamente contrariada por la noticia del encarcelamiento de Victoria Ocampo, ruego a vuestra excelencia liberarla recordando su labor internacional que ha prestigiado siempre a la Argentina”. Al cartelito verde con su nombre se lo llevó como recuerdo de esos días.

Aunque la revista duró hasta 1992, aunque se publicaron 371 números –los 371 que Joaquín Sabina acaba de donar y guardar en una caja fuerte del Instituto Cervantes, los 371 que se pueden comprar en España por 8.881 euros o consultar en la Biblioteca Nacional Argentina–, aunque Sur siguió existiendo durante muchos años más, se dice que nunca volvió a alcanzar la fuerza cultural que hubo en su concepción y la gravitación que tuvo en sus primeros años. No es ilógico pensarlo así.

Contra el fascismo

En nuestro país todo estaba por delante en los años ’20 y aunque el mundo se fue oscureciendo en la década siguiente, la idea de una revista que posicionara a la Argentina en las discusiones mundiales era un proyecto posible. Esa idea de una cultura argentina capaz de dialogar sin cerrarse sobre sí y sin la coartada de las fronteras era un programa no sólo posible sino también luminoso.

La revista Sur quedó muy pronto atrapada en la lógica de los “dos modelos de país” contrapuestos. Lo universal, lo popular, lo elitista, lo nacional, lo extranjerizante, lo imperialista y antiimperialista siguen siendo categorías con las que suele discutirse sobre arte y literatura (ahora se han sumado también las etiquetas identitarias, pero ese es otro tema).

La revista Sur quedó muy pronto atrapada en la lógica de los “dos modelos de país” contrapuestos.

La revista que desde el sur creó Victoria Ocampo se fue afianzando en el terreno barroso de una época que pronto sería quebrada. Los totalitarismos estaban en ascenso y el fascismo se convirtió en el rigor mortis de una era. Esa fue la expresión que usó Victoria Ocampo: una era había terminado y el rostro de su muerte era el fascismo.

Durante todos los años que siguieron hasta su muerte siguió planeando cómo resistir a la muerte de un mundo que parecía perdido. Ese donde la libertad intelectual y el debate de ideas sin concesiones todavía fuera posible.

 

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Andrea Calamari

Doctora en Comunicación Social. Docente investigadora en la Universidad Nacional de Rosario. Escribe en La Agenda, JotDown, Mercurio y Altaïr Magazine.

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